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El escritor y los escritores
A veces parece, pero los escritores no somos un grupo étnico ni una secta, ni siquiera un equipo. De verdad, no es así. Sin embargo, sí, los escritores conocemos a más artistas como nosotros. ¿Qué tipo de relaciones hay entre autores?
Los escritores solemos conocernos en el camino: en la facultad, el café, la cantina, la librería o donde concurramos. Eso es tanto una casualidad como una elección, pero casi no nos encontramos en otros lugares: no coincidimos en el mercado ni en el colegio de los niños ni en un balneario.
Comúnmente, entre escritores se establecen relaciones tóxicas, es una penosa realidad. ¿Por qué es así? No hay una sola respuesta. Yo creo que estos elementos influyen bastante: a) somos personas sensibles, vastamente emocionales, b) provenimos de familias disfuncionales, c) lidiamos con un gran ego personal, no bien amaestrado, d) nos gustan los aplausos, e) muchos tienen celos profesionales, f) somos algo prepotentes, g) necesitamos mucha atención y h) pocos sabemos establecer vínculos afectivos saludables.
Esta mala relación personal o toxicidad se da entre escritores que son pareja o amantes o amigos o socios o conocidos, incluso familiares. Va parejo, como el mango de temporada.
Lo malo no solo es ahí. En lo laboral, pocas veces trabajamos en equipo, aunque participemos en un mismo propósito. Nos ponemos el pie, no nos ayudamos, estorbamos. A veces estamos en un cubículo y ni nos hablamos. O en una redacción y apenas nos miramos. O hacemos un proyecto en común, pero cada quien hace su parte y luego corre a su soledad.
Yo conozco a muchos autores por mi trabajo como editor y vendedor de libros. De otro modo, conocería a muy pocos. Siempre digo que los escritores no son mi público meta, además de que con pocos comparto otros intereses personales. Agradezco, sí, haber conocido hasta ahora a tantos, de quienes he aprendido mucho.
Sí hay buenas amistades entre escritores, pero son pocas y frágiles. Por temporadas puedo haberme jactado de haber sido amigo de tal o cual personaje de las letras, pero luego algo pasa que nos alejamos o me dejaron de hablar o yo a ellos y simplemente ya no nos frecuentarnos ni hacemos algo para remediarlo.
Antes, muchos escritores me caían gordísimos (mal, pésimo), porque, obvio, yo no había controlado mi ego. Ahora casi todos me son indiferentes, tanto por lo que hagan como por lo que digan. No se entienda la indiferencia como desprecio, sino como equilibrio. Ojalá yo les dé lo mismo.
Otra verdad fea como la pandemia es que muchos escritores hablan mal de otros. Los hay de todos tipos: quienes publican sus odios en prensa o libros; los que no escriben casi nada e insultan a los prolíficos diciendo pestes de ellos; los que andan de chismosos contando historias que ni saben bien; quienes no tienen vida, obra ni perro que les ladre y le tiran a lo que se mueva. Existen en cada ciudad y por lo común terminan siendo los apestados que nadie quiere ver en sus eventos y son bloqueados en masa de las redes sociales. Pobrecitos. Yo sé que hablan mucho porque desean comunicarse, pero no aprendieron a hacerlo de forma asertiva.
Los escritores no tenemos por qué caernos bien entre nosotros, no nos necesitamos para escribir o publicar de ningún modo (o no deberíamos), pero podemos intentar trabajar juntos en eventos, al menos, uno al lado del otro, como libros en librero, que no se llevan pero comparten el mismo ambiente.
Socialmente, tú lo sabes, no gozamos de un gran prestigio. Al escritor se le considera ególatra, vicioso, conflictivo, borracho, holgazán, parrandero, torpe; o, en el otro extremo, aislado, egoísta, elitista, lejano. No es un gremio fácil, se los aseguro, aunque sí tiene cosas maravillosas.
Las mejores relaciones se cultivan con respeto, siendo generosos en halagos (que además son ciertos, pues cada persona cuenta con algunas virtudes), actuando con profesionalismo, no dejándolos en visto, hablándoles de frente, apapachándolos un poco (no mucho), siendo honestos y honorables, como podríamos hacer con cualquier persona en nuestra vida.
Tengo pocos grandes amigos/as escritores/as, pero no diré sus nombres para no despertar envidias. De nada.
El escritor y los costos
Hace algunos años leí un texto titulado algo así como “¿Cuánto vale un verso?”, donde un autor del montón hablaba con lugares comunes y paja y al final hacía alguna operación aritmética de primero de kínder, lo que dejaba un sabor intelectual tan desagradable como votar por el PRI. Así ha habido varios intentos por tratar de establecer, ante el público general, cuánto vale un verso, un poema, un cuento o algo más. Sí, siempre en revistas impresas con dinero público (del tipo Ixtus o Letras Libres), lo que ya sabemos qué significa. Aquel nefasto texto concluía, según recuerdo (aunque la memoria no es un instrumento de trabajo), en que “la poesía no se vende”.
Hasta aquí la aburrida banalidad. Pasemos a cosas más mundanas. Sobre escribir, imprimir y vender libros diré tres cosas: a) escribir cuesta mucho trabajo, b) hacer libros tiene mucho que ver con costos y c) vender libros es otra cosa.
Pero, ¿cuánto cuesta escribir? (para empezar, pues). No nos hagamos bolas, es arduo, pero puede cuantificarse: el costo del trabajo del escritor puede establecerse calculando su productividad (en páginas) y dividiéndola según su prorrateo en horas trabajadas… no se pagan todas, quizás, pero hay un estándar, una media, un precio posible. No entremos en polémicas, el costo (o precio) de la hora de escritura en México se encuentra entre los 10 y los 10,000 pesotes, por increíble que parezca (y dependiendo mucho de la calidad y la capacidad de gestión de cada escritor), pero no esperemos más precisión de un gremio cuyos mejores resultados… son pura fantasía.
Ahora bien, entremos al detalle de los costos de un solo libro, que vale en promedio $200 en una librería, con unas 200 páginas impresas en negro, papel cultural de 75 y otros detalles; es decir, eso cuesta una obra de 60,000 palabras, si calculamos la cuartilla editorial en un promedio de 300 palabras o 1,500 caracteres.
Okey, pero luego se imprime y dicho proceso tiene un costo final (suma de costos fijos y variables en términos de imprenta), que termina en un “cada página cuesta cero punto tantos pesos” (dicho más claro: entre 15 y 99 centavos o más), lo que se proyecta en la unidad de medida “cuartilla”, con lo que se alcanza un estimado final (que incluye impresión de forros, empastado, plastificado y terminado, entre otros).
Algunos costos variables en dicho proceso son: corrección, diseño, pruebas, envío, retractilado o promoción (de todo lo cual viven o malviven muchos escritores mexicanos).
En los costos no previstos tenemos: devoluciones, mermas, robos, pérdidas, regalos, descuentos, promociones y comisiones. Todo eso debe incluirse al establecerse el precio de venta al público (PVP), de lo que dependen los descuentos y el precio para el autor, así como ejemplares para ilustradores, prologadores, autores de contraportadas (o cuartas de forros para los puristas) y otros proveedores de servicios menores.
Ah, y los impuestos, claro. En México el libro es tasa 0 de IVA, pero su cadena de producción sí lo paga, junto con su ISR, que va del 21 al 32%, a según el perro la pedrada.
Entonces, ¿la poesía se vende? Sí, pero solo si sabes escribir, hacer cuentas, investigar costos, pagar proveedores, calcular impuestos, administrar. Y solo si, además, sales a vender con la mejor actitud y eres disciplinado. La verdad, no es para todos, solo para unos cuantos (o cuentos). Las becas se otorgan, los puestos en gobierno se dan, las publicaciones en medios se gestionan o malbaratan y los publirrelacionistas se contratan, lo mismo que los espacios en prensa… pero solo quien cree en lo que escribe, saca bien sus costos y aprende a vender de forma honesta y arriesgada (sin andar de quejinche) es capaz de vender un verso, un libro, un montón de libros o lo que quiera… y vivir dignamente de ello.
Conclusiones: a) los libros sí se venden, b) los intelectuales no sirven para nada, c) los impuestos son impuestos y d) la vida es una hermosa oportunidad para apostarlo todo, para quedarse sin ningún pendiente al final del camino y ser feliz.
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El escritor y la moda
Un verdadero artista no sigue la moda, sino que la hace. No busca tendencias, se convierte en una de ellas. No imita, inventa. No quiere ser esto o aquello, es quien es y lo que puede construir de sí mismo. Porque el arte le sirve al artista más para crearse a sí mismo, para reinventarse cada día, al amanecer (si acaso durmió) y mantenerse constante cuando menos un día, entre conflictos e intensidades, para que, llegada la noche, coloque su cabeza en la almohada creativa de sus fantásticos y reveladores sueños y descanse.
Podrá comprenderse que con una pasión así no pueden seguirse modas, porque se las desconoce o se las ignora. Dicho de otro modo, menos poético: ¿para el escritor es importante la moda? No, nuncamente, por favor, gracias. Y a la vez, como en cada momento de su paradójica vida, será imposible que se abstraiga de aquello que ningunea: lo aburrido y superfluo de la novedad.
Argumentos hay muchos, quizás con uno podría acabar con esta columna: “la moda es superficial, mientras que el artista busca trascender y nada tiene que ver una cosa con la otra”. Pero no es tan sencillo, obvio, veamos por qué:
Resulta que en su cotidianidad, el escritor ve la moda a su alrededor, la vive, la consume, le vende algo a quien la hace. El artista está antes y después, detrás y delante de la moda. Nada y todo tienen que ver, es como un matrimonio forzoso en donde ambos están obligados a convivir pero también sacan ventaja, o sea, les desagrada pero les conviene.
En la cabeza del escritor todo es atemporal, nada hay para un día en específico, ni antes (en la moda pasada) ni después (en la vanguardia). Y donde no existe el tiempo (la imaginación) todo es posible (incluso lo que está en boga), eso es cierto, pero no es el ideal de nadie. Porque, por otra parte, la persona que escribe vive en un tiempo determinado, que no puede mover a su gusto, como en sus obras. Eso puede ser doloroso, se los aseguro.
Sigamos: la moda no trasciende (es su naturaleza perecer). Pensemos: ¿mañana ya no se venderán los libros de hoy? Eso es complicado también, pero queda claro que si se escribe desde la moda se caduca pronto (los libros en remate lo comprueban).
Sin embargo, y por otro lado, como autor siempre debes a) dejar testimonio de tu época (nada banal) y b) poder comunicarte plenamente con tus lectores. Uf, ¿cómo hacerlo? Duele.
Hay escritores exquisitos que nadie entiende, con eso se salvan de la moda, pero se pierden a los lectores de su propia época. Igual hay los escritores de 300 palabras, llamaradas de petate, son un extremo árido (aunque tal vez necesario para medir la calidad de los buenos).
Entonces, se trata de buscar un absurdo equilibrio: ser profundo en el lenguaje popular de una época, combinado con un bagaje cultural mayor, un dominio del lenguaje elevado, siendo una especie de réplica sublimada de la realidad (y sus modas), con personajes verosímiles, historias congruentes y cierto encabalgamiento entre pasado (nostalgia), presente (sensatez) y futuro (esperanza). Cruel empresa, ¿no crees?
Algo así como: no escriba mal pero tampoco crea que por hacerlo bien tiene garantizado el éxito, disfrute de escribir pero no se olvide de vivir, piense en el lector pero solo cuando esté frente a usted, es más, haga lo que se le dé la gana sin esperar ningún tipo de resultado y al final registre con eso una metodología que le permita seguir viviendo (bien) sin que le pregunten a cada rato ¿pero sí se venden tus libros? ¿se puede vivir de escribir? ¿qué haces con todo el tanto tiempo que te queda libre? ¿escribirías una historia bien buena que me pasó hace unos años?
Dejemos a los pobrecitos y tan afortunados escritores en paz, mientras tanto, hagamos de la lectura una moda, de comprar libros una tendencia y del pensamiento crítico el día a día. ¿Y a ti, cuál es la moda que más te incomoda?
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El escritor y el buen gusto
Recuerdo tres afirmaciones posibles: a) el buen gusto es como las piernas, lo tienes o no lo tienes, b) con esfuerzo y dedicación el buen gusto puede ser cultivado y c) el buen gusto es algo con lo cual o sin lo cual todo queda tal cual.
¿Qué es el buen gusto? Del Diccionario Zetina de las Cosas Innecesarias: “Se trata de la capacidad de reconocer la belleza en algo, específicamente relacionado con el arte, la cultura, el conocimiento, la ropa de moda y la gastronomía”. Más allá de eso: significa ser hábil para reconocer lo patético de la vida.
Es algo que sirve, sobre todo, para decir que se lo posee. Si tienes sífilis no lo presumes; si tienes buen gusto, puedes hacerlo… aunque es de mal gusto.
¿Quién tiene buen gusto? Todos y nadie a la vez. En la ciudad vemos casas y podemos decir “Mira, qué buen gusto tiene, es linda su casa”. En una calle: “Qué hermoso auto clásico, ese chavorruco tiene buen gusto”.
Respecto del mal gusto, no creo necesario definirlo, pero hagamos un ejercicio comparativo:
Acciones de buen gusto: leer, beber coñac, respetar la ley, actuar con elegancia, tomar té, ser prudente y discreto, saber de Chopin, planchar la ropa, ser humilde, saber combinar colores, hacer buenos maridajes, ir a terapia, escribir una columna (continúa la lista).
Acciones de mal gusto: gritonear, defender el machismo, tronar la boca al comer, saludar con la mano suave, sacarse el moco en público, acosar, música a alto volumen, creerse importante, ser infiel, hacer chistes malos, traicionar, ser malacopa, piropear, no ir a terapia, tirarse gases, escribir una columna (continúa la lista).
Todo en este tema es sub-je-ti-vo. No hay un juez del buen gusto, casi que se reconoce por ovación o, en todo caso, quienes tienen buen gusto reconocen a sus iguales. Y por favor, no se confunda este tema con “darse un buen gusto”, que eso es otra cosa.
Mi hipótesis (disculpe la tardanza) es que el escritor debe cultivar el buen gusto, pero también el mal gusto, ambos dos, pues. Si solo se enfoca en el primero, sus obras serán preciosistas y banales, quizás les gusten a dos o tres funcionarios o a sus seguidores más fieles, pero difícilmente llegarán al gran público. Si se cultiva el mal gusto en exclusiva puede caerse en la frivolidad de la inmediatez y la indecencia, lo que tampoco lleva a la fama (como pasa con el realismo sucio mexicano).
Lo interesante es poder mezclar ambos al escribir. Algo así como una cuba de wiski fino con Yoli, una combinación de la realidad que rodea al escritor y de su cultura. Una paradójica fusión. Así, bien puede verse reflejado el lector en sus libros, pero también se dejará llevar a nuevos estadios del lenguaje. Eso es para mí el refinado arte de escribir: combinar, hacer convivir en un mismo libro a Franz Liszt y a Michel Jackson, a Rolando Villazón y a Los Súper Lamas. Leer a Borges y a Guadalupe Nettel. Una ejemplo extremo es la pieza Cumbia con ópera de la Banda Brava, una cosa que puede reventarte los oídos, pero que tiene un sincretismo que ya quisieran haber estudiado sociólogos como Roland Barthes o Clifford Geertz. Se puede llegar a lo grotesco, porque así es la realidad: fea y bella, patética. No se puede escribir solo lo que existe en Escritorlandia, hay que ir más allá de la intelectualidad.
Como lector sería ideal tener buen gusto, pero no es tan sencillo: hay que leer mucho, investigar, comprar, buscar novedades (no digamos leer críticas, porque de eso nada en México).
Como escritor conviene tener una pésima afición por el buen gusto y un refinado mal gusto. Picasso afirmaba que “El principal enemigo de la creatividad es el buen gusto” (tsss).
Por último, quien solo cultiva el buen gusto, ni el buen gusto alcanza. Hay que cultivarse y observar más allá de la petulancia, disfrutar de la extensa y exquisita gama que nos da nuestra sociedad, su arte y sus fenómenos, porque no puede apreciarse lo bueno si no se conoce lo malo.
¿Y tú, tienes buen gusto?
El escritor y los críticos
Para Eugenia Moctezuma y Sofía Escalera.
En mi columna anterior decía quién no es un crítico literario en México. Gracias a sus comentarios y preguntas durante la semana, ahondaré en el tema:
Qué es y qué hace un crítico literario según Daniel Zetina
Un crítico literario es quien lee libros que otros publican, luego escribe su opinión y cobra por publicarla. No regala su opinión, no opina de gratis, ni lo hace al vuelo.
Un crítico vive de serlo, no vive de otra cosa (como becas, sueldo de burócrata o editor) ni combina sus ingresos. En todo caso, sus críticas son su principal ingreso, con lo que paga su renta, sus gastos, sus libros, la colegiatura de sus hijos, sus gustos.
Un crítico ofrece un juicio de valor sobre una obra. No es un analista ni un estudioso ni un reseñista ni un articulista. Su trabajo es destrozar o alabar un texto, desde un punto de vista subjetivo y personal, con base en su buen gusto y no en la cantidad de libros que ha leído ni en los títulos que tiene colgados.
Un crítico literario también hace fama y es respetado por un público que lo lee, con alguna frecuencia y toma en cuenta sus opiniones, porque ha comprobado que sí tiene buen gusto y que sus recomendaciones le harán tener una buena experiencia o añadir algún conocimiento a su bagaje.
¿Cuál es el objetivo del trabajo del crítico? Se critica para fomentar la venta de un libro (o inhibirla), no para sentirse más sabio, ni para comportarse petulante desde un escritorio o en un café de una colonia gentrificada.
Un crítico trabaja por su cuenta y a la vez para diferentes medios (o para uno solo), sea con un sueldo fijo o con pago por entrega. Es preferible que tenga un espacio específico dentro del medio (periódico, revista, gaceta, blog, sitio web) para que sus lectores lo encuentren con facilidad.
Un crítico es libre de dar sus opiniones, no sigue ninguna línea, nadie piensa por él. Le pagan por pensar. Además escribe con un estilo propio, gestionado a través de los años de práctica. Su sintaxis puede ser todo lo culta que guste, pero comprensible para el público en general.
Un crítico literario es tan libre como el artista, pero no es un artista, comenzando porque no escribe desde su imaginación, sino acerca de lo que otros hacen. Sus textos no son considerados “obras originales”, sino que se encuentran en el rubro de “obras derivadas”.
No se puede ser literato y crítico, por un principio básico: no puedes ser juez y parte.
Hay que añadir que sí, el crítico es un lector refinado que se prepara: estudia cosas como literatura comparada, filosofía, sociología u otra especialidad relacionada con sus temas. Es una apersona culta, con claridad de pensamientos, lúcido en sus opiniones y consistente en sus argumentos. Claro que, como en cualquier oficio, si el crítico solo sabe de crítica… ni de crítica sabe. Por eso, deberá ser también un gran observador de su entorno, estar informado, actualizado.
Añado que: no se hace crítica mediante entrevistas en medios. La crítica literaria es algo a la vez profundo (porque se lee muy bien) y comercial (su finalidad es la venta).
Como modelos de críticos literarios, comprendo el Reino Unido, Europa y EUA. En EUA existe uno que de tan crítico es tachado de presumido: Harold Bloom. En México (después de pensarlo mucho) diría que Cristopher Domínguez Michel quizás sí sea todo un señor don crítico literario mexicano, aunque no estoy tan seguro.
En nuestro país no hay un medio modelo de crítica literaria. Y, por favor, no se piense que Letras Libres, Nexos, La Tempestad (si aún existe) o la Revista de la Universidad de México han ejercido alguna vez la crítica literaria, porque jajaja.
Por último, insisto: nunca serán críticos literarios: escritores, poetas malditos, editores, promotores culturales, bibliotecarios, libreros, maestros, madres de autores, burócratas literarios, políticos, traductores, administradores de grupos de Facebook, impresores, correctores ni locutores.
¿Algún crítico literario por aquí que pueda demostrar que lo es y que tenga otra opinión? De nada, gracias.
El escritor y la crítica
Lo he dicho: en México no existe la crítica literaria y prácticamente son nulos los críticos en acción. Sería bueno que hubiera revistas especializadas, mejor si tuvieran un enfoque comercial, no solo intelectualoide. Ayudaría bastante a la industria editorial mexicana, fomentaría una mejor práctica editorial, ya que, sin importar quién publicara un libro, con una buena crítica podría venderse mejor. Pero, bueno, dios no cumple caprichos ni endereza jorobados.
Entonces, ¿quién critica a los escritores? Porque la crítica es saludable, necesaria, benéfica. Yo opino que quienes ejercen la crítica en México son los lectores, quienes hacen que la maquinaria librística se mueva cada día. Ellos compran, van a las ferias, recomiendan, revenden, regalan, los piden, los reparan, los comparten y hasta los leen.
En México, la medida de la literatura la pone el lector, la lectora. Ellos confrontan al escritor con sus comentarios en páginas web, en redes sociales, en reseñas, en pláticas, de boca en boca. El lector es quien le da un mayor valor al libro, podemos decir un valor real, más allá del que tenga de origen o el que propone el editor.
Cierto que hay modas y a veces el lector se deja llevar por llamaradas de petate y compra sagas de lo más extrañas, pero luego vuelve a la prudencia y busca libros con la calidad que anhela, las historias que le conmueven, la sensibilidad que necesita para vivir una buena experiencia.
Pero… hay otros personajes que ejercen la seudo crítica literaria en el país. A continuación los enlisto, los analizo y los critico:
Personas que ejercen la crítica literaria en México sin tener mucha idea de lo que hacen
Académicos: Quienes por lo general tienen una visión no literaria del arte por escrito e imponen criterios teóricos salidos de la hermenéutica, la historiografía, la semiótica o la lógica. Casi nadie lee sus comentarios, que se publican en medios difíciles de conseguir.
Maestros: En su calidad de docentes, su trabajo es ser lectores afinados en favor de sus alumnos, en eso su labor es sublime, pero no son los más atinados comentaristas literarios.
Intelectuales: Su visión es la del mesías que les dice a sus seguidores lo que está bien o mal, lo que deben o no leer, más cercano al juicio moral del ungido que a la crítica objetiva. Muchos los leen, pero pocos les entienden.
Periodistas: Su trabajo es dar cuenta de la realidad, no opinar sobre la calidad literaria de un libro. Son buenos cubriendo eventos, hablando de hechos, pero cuando se ponen a comentar libros suelen ser superficiales.
Bibliotecarios: Esto es otra cosa, su opinión me parece valiosa y respetable… aunque no es, ni de lejos, crítica literaria. La mayoría son honestos y prudentes. Tienen mi admiración.
Funcionarios: En especial los que se dedican a la burocracia literaria y que cuentan con una carrera trunca o sueños frustrados en la escritura. Con sus “críticas” más bien pretenden obtener un estatus social. Los menos peores intentan establecer una línea editorial sin éxito.
Otros escritores: Siempre que veo a un escritor hacer la crítica de otro, en especial de sus contemporáneos, me pregunto: ¿de verdad es necesario el canibalismo literario? Como autor, me interesa mi propia obra y los lectores que pueda tener, no la obra de otras personas que con su respectivo esfuerzo buscan algo similar.
Editores: Aquí hay mucha confusión: la labor de un editor no es calificar un texto, enaltecerlo ni denigrarlo, sino presentarlo de la mejor manera y encontrarle un público. Lo demás son charlatanerías. Lo más adecuado es que un editor publique libros, ni críticas.
Las mamás de los escritores: Ellas siempre tienen la razón y sus bendiciones son súper buenos escribiendo.
Libreros: Lo mismo que los bibliotecarios.
Políticos: Obvio que ellos nunca hacen crítica literaria, solo se avientan chistoretes de vez en cuando.
Ojalá en algún momento exista una buena crítica literaria, más allá de las pobres reseñas o los comentarios pagados o las listas de “los mejores libros del año”, que si bien no son malos, tienen poco impacto en los lectores.
O quizás lo más prudente sería hacer un buen medio para la crítica, quién sabe.
El escritor y la religión
Me parece paradójico (hasta contradictorio) decirse artista y profesar una religión, ese opio del que ha fumado el pueblo durante siglos. Por otro lado, como artista, mi espiritualidad es importante cada día.
Analicemos este asunto, que tantos dolores de cabeza ha dado:
En primer lugar, un artista (para mí) debe buscar la libertad, en especial la más interna, de donde vienen la paz y la armonía… Y me parece que seguir un credo, un rito y a una comunidad religiosa en exactamente todo lo contrario a la libertad personal, entendida, además, como responsabilidad (porque quien se escuda en la iglesia, se protege sobre todo de la responsabilidad de sí mismo y corre el peligro de convertirse en un ser más, sin originalidad ni gloria).
Muchas cosas roban la libertad de los fieles en una religión (cualquiera que sea la denominación), pero en especial me gustaría ser enfático en el dogma, un concepto que la mayoría de las veces los devotos ignoran. El dogma puede definirse así: “creer sin juzgar”. Según la Real Academia de la Lengua Española, se trata de un “principio innegable”, de algo “indiscutible”. Definitivamente horrible tal concepto. ¿Podría un artista libre leer, acatar y propagar algo sin juzgarlo cuando su tarea es precisamente cuestionar, analizar, criticar y proponer cosas nuevas para lo que no sirve bien en la sociedad? No, no, no, nunca.
Otro asunto peliagudo es que las religiones tienen líderes amorfos y peligrosos, generalmente señores maduros, célibes, pervertidos y que se visten de forma extraña. A lo largo de las últimas décadas, en los medios hemos visto casos como el de los Legionarios de Cristo; también conocemos recién del juicio contra Naasón Joaquín García, inculpado en Estados Unidos de América por el mismo tema. Pero también hay cultos como Heaven's Gate, que logró el suicidio de una buena parte de sus seguidores, ya no digamos la secta del pastor que asesinó a cientos de sus fieles en Jonestown.
¿Por qué los líderes carismáticos terminan algunas veces siendo los malos de la película? Porque hay un grupo de gente que les da poder, al permitirles guiar sus caminos, asesorar sus decisiones, manipular sus mentes… y todo por una módica (y a veces no tan pequeña) cuota llamada limosna o diezmo, para acabarla de amolar.
Yo soy creyente, muy a mi modo, tengo una espiritualidad que intento cultivar lo mejor posible, con acciones concretas, meditación, reflexión, amor. Pero no es necesario que ande por ahí pregonando lo que creo en ese sentido, mucho menos reunir a varios a mi alrededor para hacerlo juntos. Aunque… sé bien que podría convertir mi fe en un negocio, cambiar mis ideas o ideales por dinero, a cambio de la salvación de las almas de algunos ilusos.
Una comunidad religiosa es respetable en cada uno de sus individuos, pero es igual muy cuestionable como entidad. ¿Qué propósitos, celestiales y mundanos, persigue cualquier culto? ¿Es indispensable que exista una iglesia mantenida por el mismo pueblo para que la religiosidad de cada persona aflore de forma óptima? No lo creo.
Quizás podría citar la idea del superhombre del filósofo Nietzsche o hablar de la más elevada resiliencia social para apoyar mi hipótesis de que las religiones son innecesarias y parasitarias, pero basta que enfatice en lo siguiente: el ser humano es libre y es preferible que defienda su libertad, algo tan preciado por las religiones que a la primera se las arrebatan. Además, el humano es independiente, mientras más libre, más poderoso y útil es a la sociedad, lo que se pierde si se convierte en una oveja más de los pastores de almas.
Esta es mi postura frente a si un escritor debe tener religión. Bueno, cualquier persona, ya les digo. Por fortuna, cada vez somos menos mexicanos pertenecientes a una religión en específico, como lo demuestra el último Censo de Población y Vivienda 2020. ¿Usted qué opina al respecto?
Por cierto que aquí se cumplen ochenta entregas de esta columna Un escritor en problemas, gracias a La Unión de Morelos, a Óscar Davis y a mis lectores, los abrazo a la distancia.
El escritor y la política
Existen muchos casos de artistas que se han metido a la política, en especial en este siglo (lo mismo que deportistas afamados). Además, ya comienza la efervescencia social por las próximas elecciones en toda la República Mexicana, que, como lo dicen los spots en medios, serán “las más grandes de la historia” (un eslogan facilón).
Algunos escritores se han llevado perfecto con el poder, como Octavio Paz o Aguilar Camín, hasta el punto de rayar en los límites de la ética, muy alejados tal vez de lo estético, pero sobre todo bastante fuera de la realidad (si es que eso existe) del oficio de escribir.
“Todos somos políticos”, se dice, pero discutamos tres asuntos aquí: a) no todos somos buenos políticos, b) hacer política no es un arte y c) en política (en especial la mexicana) hay harto de corrupción.
Y quizás no es que todos seamos políticos, sino que formamos parte de una sociedad, inmersa en un sistema, donde muchos de sus fenómenos son comprendidos desde la política, que muchas veces es la cosa pública y otras tantas es la pura coso impúdica y asquerosa.
A veces la política (o la mayoría) es solo una cosa abstracta, intocable y obsoleta, mientras que en otros tiempos la política es todo: marketing, economía, crimen, farsa, teatro, huachicoleo, despensas, playeras chinas, traición, prensa, pan y circo.
Decía que no todos somos buenos políticos, me refiero a los ciudadanos en general. Incluso con la apertura que hay ahora para que más personas de la sociedad civil (entiéndase los que sí trabajan todos los días), no creo que se haya llegado a un nivel en el que se pueda tener un buen prestigio al participar en la política.
Pensemos: cuántas personas que parecían buenas terminaron siendo unos raterazos al tener un cargo público, cuántos plurinominales parásitos hay tras cada elección, cuántos líderes de partidos hacen más negocio que beneficio social, cuántos ciudadanos se preocupan por vigilar el trabajo de los políticos que dicen representarlos. Terribles datos si nos ponemos a investigar un poco.
Pero el origen no es la política, es la familia, la escuela, el trabajo o el templo. Cuánto parásito, corrupto, traidor y ladrón hay en dichos círculos. De ahí vienen quienes son políticos. A veces hacen daño en el trabajo, en la oficina, en el taller, donde estropean el trabajo de otros y otras en diferentes lugares. No todos somos buenos políticos y más que eso: en México quizás 1 de cada 100 políticos tiene entero el corazón y no es un truhán. No crean que tengo datos para eso, aunque creo expresar lo que escucho todos los días. Dicen por ahí: no tengo pruebas, pero tampoco dudas.
Hacer política podría ser algo sublime, pero en nuestra sociedad no lo es, se parece más a un lodazal lleno de estiércol que a otra cosa. La política no es arte ni se acercará nunca a ello. La política es pérdida, el arte es tierra fértil. La política es máscara, el arte es honestidad (o digo yo que debería serlo).
Y el último punto es la corrupción, algo que se empeña en combatir la autollamada Cuarta Transformación, con unos resultados que aún no me parecen medibles de forma asertiva. La corrupción no está en las venas del mexicano, aunque muchos la usen como moneda de cambio. Y la política mexicana es un sinónimo casi perfecto de esta palabra de marras.
Si no fuera así, participar en política como escritor sería sencillo: solo se trataría de sumar los valores propios a un trabajo en bien de la sociedad, es decir, de mis lectores, por ejemplo, lo que a todas luces es algo deseable. Pero no, meterme en política sería manchar mi imagen, ser señalado con el dedo por esos mismos lectores, ganar su desconfianza… aunque quizás algún día lo intente.
¿Qué debe hacer entonces el escritor frente a la posibilidad de participar en política? Bueno, podría dejarse llevar por la corriente (no es mi estilo) o ser un político honesto (una utopía) o apostar por una nueva transformación (con lo que no tendría tiempo de escribir).
Zapatero a tus zapatos. ¿Usted qué haría, estimado lector?
El escritor y la vida nómada
Mudarse de residencia es algo común para muchos artistas, desde quien busca una nueva oportunidad laboral, hasta los que emigran huyendo de la violencia. El punto es que se cambia de residencia, aunque sea dentro de la misma ciudad. (Claro que esto también nos habla de la precariedad de la vivienda de los artistas, que pocas veces pueden comprar una casa a crédito, pero dejemos de lado el por qué y enfoquémonos en el cómo).
Se deja una casa y se va a otra, eso puede parecer sencillo, pero es todo un asunto. Es algo que puede llegar a ser adictivo, por esa sensación de renovación, de cambio, de novedad. Un nuevo hogar es la oportunidad de ver todo de nuevo, de aprender cosas, de reiniciar.
Se cambia de barrio también, se conocen nuevos vecinos, tenderos, taqueros, caminos, atajos, sonidos. Con esa nueva visión, además, a veces se olvidan o se dejan atrás malos recuerdos de lugares antiguos. He conocido personas que han vivido en el mismo lugar por 40 años y conservan cosas viejas y vivencias añejas, muchas dolorosas, que recuerdan cada día. Entonces, mudarse es también liberarse de hechos o asuntos complicados.
De lo que más me gusta al mudarme (he hecho muchas mudanzas en los últimos 25 años) es ver cómo se mira el atardecer desde mi nueva dirección. Ha habido lugares en que no se ve el cielo abierto y otros (como ahora) donde se aprecia la caída del día y el inicio de la noche con detalles hermosos.
Hay gente nueva cuando uno se muda, lo que nos permite nuevas relaciones y una forma diferente de afrontarla. Algún día tuve vecinos nefastos y me llevaba mal con ellos, pero ahora casi no tengo contacto con quien vive al lado, eso me agrada.
Las vivencias nuevas son un tema importante, que también están determinadas por el contexto. Hace años, mi hija y yo nos mudamos a una zona de la ciudad relativamente nueva, con muchos migrantes y una dinámica social bastante serena. Aprovechábamos para caminar mucho, ir al parque a jugar, comer tacos o solo pasear. Una cosa que nos sorprendió fue que ahí aún se pedía calaverita en noviembre. Fue algo mágico, pues veníamos de una ciudad donde la gente ya no salía en la noche con sus hijos por la violencia. Aún tenemos recuerdos significativos de ese lugar, que no habríamos podido tener de otra forma.
¿Cómo se escribe de un nuevo hogar? Creo que solo puede hacerse con cierta distancia, con la perspectiva que da el tiempo. Así que para escribir de ciertos detalles, solo lo hago cuando algunos años después los recuerdo y puedo recrearlos con menos carga emocional. Y sí, a veces ocupo estos asuntos para mi literatura, claro.
He escrito en diferentes ciudades, porque he vivido ahí. Mi vida en Cuernavaca fue más que nada el inicio de mi arte literario, además de que ahí nacieron mis primeras obras, las que he terminado a lo largo de un par de décadas. Mi vida en Chiapas fue breve, unos 6 meses, pero fue tremendamente intensa, aunque no tuve muchas posibilidades de escribir.
Mi vida en Toluca igual fue fugaz y allá escribí algunos poemas y cuentos, en los atardeceres grises y las noches frías. Mi vida en la CDMX en 2019 fue intensa y de muchas emociones, pero escribí bastantes cosas nuevas, especialmente en cafés del centro o la colonia Juárez.
Mi vida en Querétaro es la más tranquila y equilibrada hasta ahora. Es un lugar donde he tenido quizás menos anécdotas interesantes, pero donde más y mejor he escrito, por eso vivo aquí, aunque mi corazón se ande paseando por otras ciudades con frecuencia.
Lugares a donde volvería para escribir con alegría son Taxco, Guanajuato, Zapopan, Veracruz y Puebla, aunque nunca viva ahí. Una ciudad especial para mi corazón es Iguala, Guerrero, a donde siempre voy feliz, aunque aún no sé bien por qué.
Mis viajes futuros me deparan muchas ciudades, algunas en las que quizás viva, por un tiempo, porque mudarse es una forma de vivir, de experimentar y de ver el mundo de un modo especial, para luego escribirlo.
El escritor y sus inicios
En todo inicio hay un verbo, una palabra, un dicho. Para cada suceso en la vida hay un previo “quiero hacer” o un “puedo hacerlo”, quizás un “es lo que más deseo”, “no hay nada que anhele más” o ya de plano “voy a hacerlo, cueste lo que cueste”. Eso ya es una materialización de las ideas, que, como sabemos, no son letras ni palabras, sino impulsos, más motivadas por las emociones que por lo que llamamos razón. Es decir, que somos más un impulso que una cosa abstracta.
Entonces, al decir lo que uno planea hacer, eso ya comienza a tomar forma. Muchas veces tenemos ganas de hacer algo, pero no sabemos qué, por extraño que se escuche (aunque sé que me entenderás). Ayuda pensar y hablar de lo que es posible realizar para ir dejándolo claro, hasta el punto de un “sí, eso es lo que quiero hacer”. Lo demás, será pensar en los detalles, antes de la acción.
¿Por qué digo estas cosas raras? Porque así son los inicios, en la vida, en el año, en el arte. Este 2021 comienza de una forma particular, como convaleciente de un año cuando menos excepcional como lo fue el anterior.
Conviene iniciar de forma asertiva. Hablaré de mi caso: como escritor —haciendo lo que hago— y como persona —con mi propio estilo de vida— tuve muchas complicaciones y frustraciones. Eso ya quedó atrás, cierto, pero vale la pena ser, por eso mismo, más precavido. El 2021 está nuevo, como una hoja en blanco, para escribir en él la más increíble historia… o la más decepcionante. Si bien el año pasado fue caótico, ahora nadie puede decirme que no estaba advertido de lo que podría tener este nuevo ciclo.
¿Cómo inicio este año? Primero, pensando; luego, analizando; después, hablando; por último, escribiéndolo. Dice un dicho: “Nadie hace planes para fracasar, pero hay quien fracasa porque no hace planes”. Uno más: “Si quieres hacer reír a Dios (o Diosa), haz planes”. Hay sabiduría en ambos, quizás filosofía, habrá que pensarlos un poco, pero la vida práctica requiere de cosas concretas, como hacer listas, planes, agendas, cálculos y cuentas. También es necesario, más allá de lo concreto, tener sueños, anhelos, deseos, intenciones, chispa, magia, fe. Porque no solo de pan vive el poeta, se los aseguro, pero sin fe el hombre no es ni lo peor que puede ser.
En mis obras hago una planeación, que llevo a cabo con algunos cambios. Por ejemplo, si planeo un libro de cuentos, hago mi ficha técnica hasta que lo tengo claro y luego escribo. Al escribir, no todo sucede como pensaba, pero tampoco me desvío tanto del guion. Si comienzo a escribir otra cosa, hago el plan de una obra diferente, pero escribo ambas.
Es lo mismo en mi día a día. En este inicio de año hice un mapa de trabajo, tanto del ingreso económico, como de la escritura. Quizás sea el año de mayor trabajo literario en mi vida. ¿Puede que no suceda así? Cierto. Quizás no haga todo lo que deseo, pero algo terminaré. Y en mi visión, siempre será más de lo que habría hecho sin planeación. Y dije plan de trabajo, no propósitos de año nuevo, porque no hay algún cambio radical que hacer. Mi propósito en la vida no es nuevo.
Que yo intente ser objetivo, no quiere decir que no sea ambicioso. Es como cuando era cerillo en un súper a los 12 años. Si me organizaba bien y ordenaba todo el mandado de la gente en un solo carrito, yo lo llevaba y ganaba una buena propina; si no lo hacía bien, alguien venía a ayudarme y tenía que dividir la ganancia; y si era desorganizado, perdía el viaje y el dinero.
Mejor escribir una planeación ambiciosa y buscar alcanzar de forma ordenada cada meta, que no planear nada y dejar que la vida me sorprenda (como el año pasado, ups). Escribir en una hoja el trabajo, como una lista, un mapa, una declaración de intenciones y metas. Eso es, para mí, un buen inicio, algo necesario y hasta espiritualmente necesario. Lo mismo deseo para ti.
Diálogo con la escritora Rose Ortiz Segunda parte
- ¿Cómo le dices a un escritor que es malo sin que se moleste?
Nunca le digo a un escritor que es malo. Es el público el que tiene esa opinión. Como escritor, elijo cada vez mejor lo que leo, por ejemplo, ya casi no leo autores mexicanos. Como editor no dices si una obra vale o no vale la pena (acaso si te gusta o sigue tu línea editorial), sino que debe ser capaz de reconocer un público (aunque sea limitado) para cierta obra. El trabajo del editor es hacer buenos libros para que se vendan, lo demás es petulancia.
- ¿La fama necesariamente define el éxito de una obra o de un escritor?
La fama no define nada, ni la obra ni la persona que escribe. La fama es algo con lo cual o sin lo cual la literatura siempre queda tal cual. Hay escritores que se dedican a tener fama sin saber que lo trascendente es su obra, no su vida literaria.
- ¿Qué opinas sobre las segundas ediciones?
Excelente oportunidad para ganar más lectores.
- Hay autores que al momento de abordar ciertos temas sienten revelada una parte sensible de su vida, ¿alguna vez te has sentido así con algún tema personal?
Cuando se abandona un tema, existe algo equiparable al síndrome del nido vacío, es requerible vivir el proceso de un duelo, tanto en lo personal como en lo profesional. Sí me ha pasado, pero si un tema se va, es mejor decirle adiós y darle la bienvenida a los nuevos temas.
- ¿Crees que haya temas de los que es mejor no escribir?
No, al contrario, si piensas que un tema es difícil, políticamente incómodo o complicado, hay que escribir de eso, buscar por qué causa molestia y hacer algo original.
- ¿Así como existe el “cualquiera puede cocinar” debería haber un “cualquiera puede escribir”?
Con el tiempo me he convencido de que no cualquiera puede escribir, pero cualquiera que desee hacerlo podrá intentarlo y quizás lo logre. Ya soy menos optimista al respecto.
- ¿Crees que la lectura es un privilegio de clases altas?
Sí, de las clases culturales altas… Porque no creo en las clases sociales.
- ¿Crees que leer efectivamente te hace mejor persona?
Sí, te hace mejor, pero eso también es relativo, porque la lectura es el arma más poderosa, así que la lectura te puede hacer mejor persona, mejor villano, mejor ladrón, mejor maestro, mejor amante, mejor youtuber, mejor cocinero, mejor papá… en ese sentido es relativa la mejoría, pero la lectura ayuda a las personas a lograr un grado más alto de eficiencia.
- ¿Cuál fue tu primer trabajo luego de terminar tu carrera?
Al graduarme y alejarme de la universidad, volví a ser músico callejero varios meses, hasta que encontré mi primer trabajo formal de entonces: maestro en el Conamat de Cuernavaca. Trabajé mientras planeaba Ediciones Zetina y seguía escribiendo y leyendo como loco. Fue una experiencia sublime dar 70 horas de clase a la semana. Incluso me mudé atrás del colegio para estar disponible y aprovechar el tiempo.
- ¿Tu escritor interno, es decir, tu escritor prístino, el que te dijo internamente “quiero ser escritor” está satisfecho con tu larga carrera?
Una de las mejores preguntas que me han hecho. Sí, estoy satisfecho, especialmente porque con los 30 libros escritos (25 publicados) hasta ahora he aprendido mucho y me siento aún joven, por lo que sé que comienzo una nueva etapa, con metas más altas y expectativas mejores, es decir, con muchas y mejores cosas que escribir y publicar y vender.
A todos mis lectores de La Unión de Morelos, les agradezco por este año más de lecturas y les mando un abrazo y mis mejores deseos para terminar el año y comenzar el siguiente.
Rose B. Ortiz. Hidalgo, 1984. Radica en Querétaro desde los 5 años. Sus primeras indagaciones literarias comienzan en 2010 en los talleres de Arturo Santana. Lic. en Estudios Literarios por la Universidad Autónoma de Querétaro, ofrece talleres de creación literaria y es colaboradora de Ediciones Zetina desde 2020.
Diálogo con la escritora Rose B. Ortiz PRIMERA PARTE
- ¿Crees que existe mala literatura y buena literatura o solamente autores que no nos gustan?
Creo que el lector es su propia medida y es, a la vez, la medida de la literatura. Por ejemplo, Ken Follet es un autor muy leído, que divide opiniones… aunque su calidad no me parece cuestionable; Stephen King es considerado por la “crítica” como un autor popular y por ello despreciable, a pesar de ser (quizás) el autor de EUA más leído en el mundo, y pues nunca ganará el Nóbel; Octavio Paz ganó ese premio con obras cuestionablemente plagiadas; Neruda es demasiado cursi y misógino pero también considerado libertario y hasta revolucionario… Es decir, todo depende del cristal con que se mire. En México, los escritores suelen admirar a otros escritores nacionales más por su fama y sus puestos en gobierno o en editoriales o universidades que por su calidad literaria (ejemplo, no he conocido a nadie de todos con quienes convivo a quien le guste la obra de Sergio Pitol o de Margo Glantz, aunque son considerados autores consagrados). Es importante para mí decir lo siguiente: en México no existen los críticos literarios, o son tan pocos que no causan relevancia, así que el lector sigue siendo la medida de las obras.
- ¿Me podrías platicar sobre tus criterios editoriales en tu amplia experiencia como editor?
Mis veinte años en el medio me parecen apenas suficientes para establecer criterios, pero estoy más del lado del uso del lenguaje, en la línea de la economía, de la actualidad elegida, de la sintaxis como un acto volitivo antes que académico.
- ¿Cuál es tu opinión sobre las ediciones de autor o autopublicaciones?
Excelente, como una de las opciones del autor moderno para diversificarse. Es, sobre todo, una manera de probarse ante un público de manera directa y con un margen administrativo de mayor control para el autor, pero no es lo único que hay.
- Marketing y literatura, ¿crees que se combinan?
Es indispensable su matrimonio para llegar a un público. Por otro lado, si lo que se pretende es la petulancia de decir “yo soy un escritor de altos vuelos, tan exquisito que no me importan las ventas (y pobre o mantenido del gobierno casi como una regla), esta visión es ociosa u obsoleta. En el extremo opuesto, habrá que reconocer que alguien con poco que decir pero con buenos argumentos mercadológicos es casi seguro que tendrá éxito de ventas y una vida de más abundancia. ¿Quién es mejor o peor?
- ¿Qué consejo le darías a los jóvenes escritores? Especialmente a aquellos que imaginan lograr un éxito económico con su obra.
Que sean fieles a su persona, que nunca falten a sus principios y valores y que sean honestos hasta la pared de enfrente.
- ¿Qué opinas sobre los estudios, análisis e investigaciones académicas sobre la literatura?
Están bien, pero, desafortunadamente, solo cobran relevancia en su propio ámbito, porque fuera del ambiente académico no sirven casi para nada y no han logrado casi nunca colocarse con éxito como algo importante socialmente (digamos, fuera del SNI, los sindicatos, las becas, las revistas indexadas que nadie lee y los congresos endogámicos de tres asistentes).
- ¿Qué te gusta más de ser editor y escritor y cuál prefieres?
Si tuviera que elegir, sería solo escritor… aunque ser editor me permite publicar libros que yo hubiera querido hacer, pero que la vida no me da para ello, y entonces alguien ya lo hizo (o lo hace conmigo) y eso me permite ser parte de su puesta en marcha de esa obra hacia el lector.
- ¿Crees que se puede interpretar la obra empatándola con la vida del autor?
Aún tengo un conflicto moral al respecto, porque hay autores con vidas desastrosas y obras buenas, pero también los hay más equilibrados e igual de geniales… o aburridísimos.
- ¿Qué haces cuándo tienes un bloqueo?
Nunca he tenido un bloqueo.
- ¿De todos los géneros que dominas en tu escritura cuál te gusta más?
La novela.
Rose B. Ortiz. Hidalgo, 1984. Radica en Querétaro desde los 5 años. Sus primeras indagaciones literarias comienzan en 2010 en los talleres de Arturo Santana. Lic. en Estudios Literarios por la Universidad Autónoma de Querétaro, ofrece talleres de creación literaria y es colaboradora de Ediciones Zetina desde 2020.
Escribir en calma
Sí, las emociones fomentan la creación artística, puede entenderse así. Sí, los artistas solemos ser personas emocionales, quizás demasiado: hipersensibles, temperamentales, emotivos… es cierto, eso no va a cambiar.
Además, por lo general, estamos metidos en circunstancias donde florecen las emociones, como familias disfuncionales, crisis existenciales, romances o noviazgos o matrimonios intensos, conflictos familiares, crisis de la mediana edad, trabajos comprometidos, pleitos legales…
La vida de un artista, desde el punto de vista del artista, es intensa y a veces difícil de llevar, es decir, la persona en la que vive el artista es muchas veces complicada, hasta problemática, o simplemente melancólica, triste, nostálgica.
La vida de un artista, desde el punto de vista de quien consume su arte, puede ser vista como alguien sublime en sí mismo, admirable, hasta envidiable, por lo libre o libertario que resulta o por el tipo de vínculos que establece o por su estilo de vida.
La vida del artista, desde el punto de vista de otra gente que haga cualquier otra cosa y que no lo conozca ni lo admire, es simple y llanamente la de una persona normal, acaso un poco loca o vanidosa.
Volviendo al ser en el que vive el artista, hay una pregunta en el aire: ¿el artista es artista por la persona que es o la persona es la persona que es porque es artista? Dicho de otro modo, ¿qué fue primero, ser artista o persona? Lo que yo respondo es que no se puede diferenciar: la persona crece a la par del artista y viceversa… y en ese mismo sentido, el artista solo madura si la persona lo hace; lo mismo que la persona crece y se desarrolla cuando su yo artista lo consigue.
Esta visión, que tiene que ver solo con mi propia perspectiva de la vida y del arte, quizás se debe a que soy géminis, o a que tengo 41 años (es decir, pertenezco a la decadente generación X) o a que nací en la capital y crecí (y vivo) en provincia, o a que he leído cosas de las que no debería haberme enterado o quién sabe, pero es así.
En un principio solo viví mi vida intensa, plena, atascada, excesiva quizás, hasta popular o alocada, pero muy mía, eso sí, siempre yo tan yo, tan egocéntrico como quien decide decirse escritor sin importarle nada, vanidoso como un acto de rebeldía, rebelde como un acto de fe, espiritual como un ser incongruente y ciudadano-hombre-señor-varón o lo que sea, pero siempre yo, demasiadamente Daniel.
Luego estudié mi arte, la palabra, desde su origen hasta su actualidad, desde la lingüística hasta la literatura mexicana, desde la composición de un texto hasta las consecuencias del mismo, desde las metodologías de escritura hasta el proceso de comprensión de la lectura.
Por fin, ahora miro las cosas con mayor perspectiva: mi vida y mi escritura. Quizás lo que he hecho hasta ahora, más que literatura, es catarsis personal plasmada en papel. En estos años más que enfocarme en la escritura (no digo que no me haya dedicado a escribir cuanto he podido), he preferido ser mejor y tener una vida más plena como ser humano.
Y por eso mismo creo que a partir del siguiente año (de acuerdo con mi planeación), escribiré muchos libros, mucho más literarios, más plenamente artísticos, aunque quizás un poco menos personales. Y bueno, por otro lado, da igual, como hasta ahora, los venderé por donde pueda para llegar cada día a más lectores, porque eso sí no quiero que cambie): el diálogo con mis lectores. Gracias.
Diez preguntas al azar
- ¿Qué me inspiró a escribir?
No creo en la “inspiración”, sino en el trabajo de escritura: imaginación, observación, planeación, desarrollo, corrección. Creo, además, que si existe el “talento”, eso se trata de ser disciplinado, ordenado, trabajador y tenaz. Ahora bien, los temas sobre los que escribo son de la vida cotidiana que me rodea.
- ¿Cuál es la mejor experiencia que he tenido como escritor?
Son varias: ir a la FIL de Guadalajara a trabajar y como cliente, leer en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de la CDMX, presentar mis libros en la Sala Manuel M. Ponce del Jardín Borda, leer en los camiones y vender así mi trabajo, participar en diferentes programas de radio, enseñar a otros a escribir en lugares como la Escuela de Escritores de Morelos Ricardo Garibay (saludos a mis estudiantes actuales) o el Fondo de Cultura Económica y de forma independiente.
- ¿La literatura sirve para expresar mis emociones?
Sí, por ahí comenzó todo esto para mí… me sentaba afuera del Colegio de Bachilleres, plantel 1 de Cuernavaca, con una libreta y una pluma y me ponía a escribir sobre lo que sentía, en especial del dolor de aquellos días, la tristeza, el abandono, la frustración, pero también de cosas más luminosas como la alegría, el cariño por mis amigos y mi esperanza de un mundo mejor.
- ¿Se puede vivir de ser escritor?
Sí, conozco autores que viven solo de vender sus libros, tanto de mano en mano como por medio de las regalías, pero también se puede vivir de los oficios asociados a la escritura.
- ¿He publicado ya un e-book? ¿Cuál fue mi experiencia?
Sí, mi libro de minificciones Sexo por placer. La experiencia con la editora fue buena, las ventas aún están por subir, o eso espero, pero hasta ahora no creo poder sacar conclusiones del caso. Pronto tendré más libros míos en Amazon, ya les contaré. Me parece importante combinar las opciones de libros impresos y digitales.
- ¿Cómo autor, qué hago además de escribir?
Mis oficios asociados: corrijo textos, edito obras literarias y de no ficción, imprimo libros, diseño, hago encuadernación, doy talleres, ofrezco pláticas, hago rifas, vendo libros. Eso en la parte laboral. En lo personal, soy papá y trato de ser un buen ciudadano, además de crecer espiritualmente.
- ¿He ganado algún concurso o premio?
Sí, segundo lugar en Juegos Florales de Cuernavaca (crónica), primer lugar del Concurso para Publicación de Obra Literaria Inédita en Morelos (cuento), Premio Cascada de Palabras (novela), Premio Bitácora de Vuelos (minificción) y finalista en el Premio Fenal-Norma (novela), pero vamos por más.
- ¿Cuál es mi lectura favorita?
Es por temporadas, como persona y como autor cambio de intereses y en cuanto a la lectura también: por ahora me enfoco en leer más bien libros de desarrollo humano y novelas populares que han sido trascendentes en diferentes países.
- ¿Por qué escribo esta columna?
Es una forma de debatir y de estar en contacto con mis lectores de Morelos y de otras latitudes. Es como un diálogo abierto, a la vez de una oportunidad para reflexionar acerca de temas que tienen que ver con mi papel social como escritor y sus diferentes aristas.
- ¿Por qué vivo en Querétaro y no en Cuernavaca?
En algún momento salí huyendo de Cuernavaca, por la desafortunada violencia, pero además, resulta que en Querétaro es la ciudad en donde mejor y más escribo, por eso decidí quedarme acá desde hace más de ocho años, a pesar de que he pasado temporadas en Ciudad de México, Morelos y Guerrero en este tiempo y de que viajo con frecuencia a diferentes ciudades. Claro que de alguna forma siempre seré morelense por el gran cariño que le tengo a ese estado y a su gente, mi gente.
El arte es resistencia
Explicaré por qué afirmo esto. En primer lugar el arte sublima la realidad, lo que quiere decir que eleva los fenómenos cotidianos a una condición mejor, ideal, exquisita tal vez, pero sin duda diferente de como se perciben comúnmente. Eso ya es bastante, porque permite a las personas ver el mundo desde un enfoque que no conocen o desde el que no suelen ver su vida y lo que les rodea. Y todos sabemos (espero) que una me las mejores formas de afrontar un problema es cambiando de enfoque, porque eso te permite una mejor perspectiva de lo que sucede.
El arte (en mi caso la literatura) es una forma de decir, de expresar, de gritar las cosas, y en ese sentido, se expone, se manifiesta, se evidencia lo que ocurre. También es claro que no puede comprenderse ni transformarse aquello que no puede verse. Por eso, el arte exhibe (desde lo más bello hasta lo peor) lo patético de la humanidad.
El arte no permite que se callen si bellezas ni crueldades. Desde el grafitero Bansky o la cantante Mon Laferte o los bailaores en un tablao o las obras de Shakespeare o la pintura de Basquiat son reflejo de la realidad, reflejo sublimado de la misma.
¿Qué es el arte? Una expresión de lo más profundo del ser de una persona (o grupo de) en función de su contexto y sus propósitos más elevados. El arte es una huella de la historia de la humanidad desde su lado más humano y la vez grotesco.
¿Quiénes son los artistas? Aquellos que ejercen o ejecutan un arte con cierta técnica e intención (como podría serlo usted), siempre y cuando se asuman artistas, parte de una comunidad de creativos, ejecutantes o como puedan entenderse lo que hacen.
¿Qué resiste el arte? Prácticamente todo lo que afecta al ser humano, lo que daña a los ciudadanos (incluso si solo lesiona sus valores), lo que es contrario a la vida. Para ser más precisos: el arte es resistencia en contra de la guerra, de la violencia de todo tipo, del terrorismo, del narcotráfico, de las adicciones, del abandono, del neoliberalismo, de los ataques sexuales, de la represión, del ataque a las minorías, de la abuso de poder, de las políticas inhumanas, de las explotaciones de recursos naturales, de la discriminación y la segregación racial, del sexismo, de la quema de brujas, de la ignorancia, del fascismo, de la estulticia en general.
¿Cómo lo hace? De todas las formas posibles. La principal es la acción de un artista desde su estudio, creando algo que sirva (aunque sea mínimamente) para transformar de forma positiva el mundo en que vivimos y en el que muchos malviven a diario. También están los grupos de artistas que trabajan juntos por el bien común, sumando sus talentos y activando una célula social de conciencia. Por último, están quienes buscan integrar diferentes expresiones artísticas para hacer un ruido mayor, un escándalo, en torno a una idea libertaria, humanista, revolucionaria (lo que cada quien entienda por eso) y, ¿por qué no?, quizás hasta cristina, pero en beneficio y no en perjuicio de muchos más.
¿Entonces, a favor de qué están los artistas? Amamos la vida, el amor, la solidaridad, la confianza, la tolerancia, la fe, la amistad, la búsqueda, el conocimiento, las emociones, la diversidad, la magia, el encuentro, el diálogo, pero sobre todo amamos y respetamos la libertad. Estamos en pro de todo esto y luchamos para que permanezca, frente a las diversas manifestaciones de la barbarie humana.
¿Qué puedes hacer tú? Busca el arte que más te agrade (o prueba de todos) y consúmelos: lee, canta, baila, actúa, escucha, pinta… y ya verás cómo es que el arte es una de las mejores formas de combatir, en forma concreta, la tristeza, el duelo, la distancia, la migración, la soledad, el nido vacío, la desesperación, el encierro. Y si la vida te da oportunidad, compártelo con alguien, que le puede ser de gran utilidad.
¡Arte en libertad y resistencia por siempre!
Organización del tiempo
Para escribir —como para amar o hacer el aseo de la casa o jugar futbol— es importante organizar el tiempo. Hay muchas formas en que los autores hacemos esto. Conozco varios que dejan su cierre de textos para el final, digamos cuando va a vencer un contrato, o de plano para el final de sus vidas, muy triste sí, pues a veces lo aplazan tanto que no terminan nada.
Otros intentan terminar lo antes posible, para pasar a otros pendientes o para concentrarse en la realidad o quién sabe, pero también hay quienes dicen que no tiene tiempo para escribir y no lo hacen, es decir, no ejercen su oficio por falta de tiempo (que muchas veces se les va en el trabajo o en enamorarse o en buscarse un hueso en el gobierno).
“Orden y estructura” repito sin descanso cuando hablo de escribir. Ordenar y estructurar, tanto interna come externamente. Más a fondo: cuando escribo debo, en primer lugar ordenarme a mí mismo, mi cuerpo, mis pensamientos y hasta mis emociones, para no escribir con las tripas ni perder el rumbo. Luego, suelo ordenar mi casa, lo mejor que se pueda, desde el cajón de los calcetines hasta los libreros de mi estudio. Más allá de eso, es importante organizar el tiempo.
Siempre habrá tiempo para escribir para quien tenga una pulsión natural para hacerlo y sea lo suficientemente terco como para cristalizarlo. El tiempo es uno de los recursos más importantes del ser humano (y del artista), así que no es solo una conveniencia, sino una necesidad innegociable el saber administrarlo.
En primer lugar, cuando planeo una obra (sí, todo muy organizado), proyecto cuánto tiempo (en horas, semanas, meses) me tardaré en terminarlo, es decir, en desarrollarlo (puede ser desde un mes hasta veinte meses, no sé, cada proyecto es diferente). Luego, tengo que acomodar ese tiempo, distribuirlo, entre mis otras actividades laborales y personales (y familiares y sociales y de otro tipo). De este modo, organizo mi vida: tanto tiempo para escribir, ciertas horas para el ejercicio y la comida, el sueño necesario y lo demás.
Soy más bien diurno para escribir, puedo levantarme al alba y acabar, digamos, poco después de la comida, así que esas son mis horas para trabajar en nuevos libros. A veces lo hago en casa, aunque en los últimos años he preferido ir a sentarme a un café con la laptop y llenar página tras página mientras observo de reojo a los parroquianos.
Dentro de la escritura, igual hay que administrar, darle orden y estructura al trabajo previo, al desarrollo y a la conclusión de un libro. Inicialmente, dedico las primeras muchas horas a la planeación; luego, me enfoco en la investigación (casi siempre iniciada tiempo atrás con apuntes en diferentes libretas); después paso a la escritura del texto; finalmente, reviso (orden) y corrijo (limpieza) antes de dejarlo por terminado.
Los tiempos de promoción son otros: organizar las cosas para enviar a un proyecto o concurso o convocatoria, dar el formato necesario, enviar cartas, etcétera. Eso puede llevar mucho tiempo también y por eso no me he enfocado tanto en eso, sino en mi obra, aunque estoy seguro que cambiaré pronto.
Por ejemplo, hace poco grabamos mi primer libro como audiolibro y pronto subiré mis libros a Amazon y los incluiré en un programa de impresión bajo demanda y todas estas cosas también requieren de mucho tiempo y organización, así que los dejo, que debo organizar algunas cosas…
Los malditos eufemismos
¿Qué son? Una forma más suave, dulce, disimulada o falsa de decir algo incómodo, feo, ofensivo o (ahora) políticamente incorrecto. Digamos: decir algo que puede ser complicado, pero de forma menos agresiva o con menor grado de violencia. O pueden entenderse como una forma de ocultar la verdadera naturaleza de las palabras y confundir a los interlocutores, escuchas o lectores. Vamos a ver si los eufemismos confunden o si ayudan en algo, con la siguiente argumentación.
Existen casos leves, como en vez de abuela decir cabecita de algodón. Aquí no parece haber tanta discrepancia entre los conceptos, es decir de forma más linda algo que no es necesariamente desagradable (a menos de que una abuela, que ya es una persona mayor, sea tan susceptible y prefiera que no le digan así). Cambiar abuelita por cabecita de algodón también nos refiere a un detalle: el cabello canoso de la mujer y quizás su sabiduría.
Hay otros casos más extremos y aquí el meollo del asunto. Cuando yo era niño a la persona con obesidad se le llamaba gordo, a los viejos se les decía así, los muy flacos eran ñangos… Ahora les diríamos personas con sobrepeso (o llenitos, que es peor), adultos en plenitud (uno de los más horrendos), y esbeltos. También había idiotas, brutos, torpes, feos, chillones, tarugos, rengos, discapacitados, tullidos, bizcos… Que ahora son personas con capacidades intelectuales limitadas, poco inteligentes, despistados, de belleza diferente o exótica, sensibles, poco atentos, de pisada irregular, nuestros hermanos con capacidades diferentes, imposibilitados y con estrabismo evidente.
Desde mi punto de vista no debe haber palabras prohibidas (en todo caso, usos inadecuados), porque las palabras tienen un significado específico y al cambiarlas por otras (por interés político o estético) se erosiona el sentido de lo que pretende expresarse con ellas. Existen casos que no solo generan confusión, sino que pueden ser peligrosos, como cuando un reportero dice presunto responsable, en vez de inculpado o delincuente; o la parte afectada en vez de la víctima; o cuando se niegan a decir que alguien fue asesinada y solo dicen (incluso forzando la sintaxis) la persona hoy occisa, el cuerpo encontrado sin vida… Hay peores: la mujer que perdió la vida en su propia casa en lugar de el feminicidio; o la balacera que ocurrió en vez de el ataque armado en contra de; o personas en una situación económica complicada en vez de pobres.
¿Por qué se usan? Tengo una hipótesis: en México usamos (y abusamos de) los eufemismos porque tenemos miedo de enfrentar la realidad como es, por eso pretendemos suavizarla, aunque a veces no evitamos el espejo verbal y terminamos errando aún más, como en estos ejemplos (donde sale el tiro por la culata): “No le digas divorciada a tu tía, solo es una dejada”; “En la familia no hay histéricos, solo estamos uno poco loquitos”; “De ninguna manera soy alcohólico, solo soy un bebedor social”; “Los sacerdotes católicos no son pederastas, solo tienen tentaciones carnales”; entre otras opciones, todas patéticas y confusas.
Podríamos decir que lo opuesto al lenguaje infame (mal decir) es el lenguaje eufemio (el buen decir), pero ambas son dañinas para el lenguaje social.
¿Por qué no usar los eufemismos? Claro, tú puedes hacer lo que gustes, pero mi recomendación (y lo que suelo practicar) es decir las cosas por su nombre, para abonar en la claridad necesaria del lenguaje para comprender la realidad y relacionarnos con ella asertivamente.
Frases que no se comprenderían con eufemismos son: “O todos hijos o todo entenados”; “Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”, “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
Repito: nada como llamarle a las cosas por su nombre, dejando de lado el ridículo lenguaje eufemístico, que nos hace tratar con pinzas y una exagerada e innecesaria delicadeza conceptos y personas para “no dañar sus sentimientos” o para “que nadie se sienta ofendido”, lo que definitivamente resulta pusilánime.
Por último, puedes comprar mi libro La hospitalidad del lenguaje, donde abordo distintos temas relacionados cos este. Pídelo al correo Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..
Literatura erótica
¿Es fácil escribir textos eróticos? No. ¿Se venden bien? Sí. ¿Por qué así? Veamos.
Escribir erotismo no es hacer porno, de ninguna manera. Es lo opuesto. Me explico: el porno es lo explícito, lo grotesco, lo brusco (lo heteropatriarcal, dirían algunos), lo vulgar. El erotismo el lo sutil, lo suave, lo que provoca un suspiro, una sensación-emoción-sentimiento.
Porno hay mucho; erotismo, poco (porque de lo bueno, poco, decimos los mexicanos). Hasta aquí las comparaciones.
Escribir erotismo no es para todos los lectores ni para cualquier escritor. Es en verdad todo un reto para cualquiera que pretenda contar una buena historia. Porque para que un hecho (real, de leyenda o ficticio) se convierta en literatura debe ser interesante para alguien. Y el acto sexual no es por sí misma una cosa de interés general del lector, pesa más el cómo se llega a ello, que el hecho mismo.
Un paréntesis hay que añadir: el erotismo se escribe para un público específico: gente mayor de edad, con criterio suficiente, nunca para menores de edad. Los niños y los adolescentes son sagrados, no se tocan, ni siquiera con las palabras.
Para escribir erotismo hacen falta varios elementos. Para comenzar hay que elegir el género. No es lo mismo escribir poesía que narrativa. La poesía será sutil, metafórica, su objetivo es a través de palabras clave (por así decirlo) despertar las emociones del lector. Las imágenes no serán claras, pero la intensidad será alta. Es interesante, pero también considero que se escribe poco y lo mismo hay pocos lectores de poesía erótica.
En cuanto a narrativa (prosa) tenemos, por lo menos, minificción, cuento y novela. Aquí creo que hay amplias posibilidades para escribir y llegar a los lectores, aunque debo aclarar que cualquier escritura erótica debe partir de la intención personal del autor de abordar dicho tema, no como una imposición del mercado ni una moda.
Entrando a los elementos de la narrativa erótica, en primer lugar se puede describir a la persona, tanto en lo físico (sin llegar a lo burdo), como en la personalidad del personaje (su psicología, su temperamento), pero también puede abarcar su oficio, su clase social u otros elementos.
Luego, es importarte hablar de las filias (que para algunos son fobias) en relación con el cuerpo, el sexo, pero sobre todo del deseo. No creo conveniente hablar de filias lejanas a la vida del autor, porque se distanciaría de su realidad y podría no dominar el tema. La paleta de opciones en cuanto a filias es bastante amplia, solo recordemos no caer en algo porno.
Es importante dejar los tabúes de lado, para abordar la escritura de forma más libre y con confianza. Tabúes como ciertas prácticas eróticas o algunas relaciones personales deben liberarse para no limitar la escritura.
De igual modo, es necesario describir circunstancias atractivas, situaciones interesantes, porque por más que los personajes causen interés, el lector no seguirá leyendo si la historia se le cae de las manos.
Por hechos interesantes hablo de acciones, de verbos, y de una combinación de ellos, que además sea verosímil, por ejemplo: un beso que se prolonga por varios minutos, dos amantes que se desean pero que no pueden tocarse, un amante ciego que descubre el amor… o más allá de lo normal, como un moribundo, un condenado a muerte, una abuelita, un discapacitado, un ermitaño, un loco, una cocinera núbil, etcétera.
La narrativa erótica puede, por sus necesarios detalles dramáticos, perderse en acciones secundarias y desviar su camino hacia el clímax de la historia. Por ello, hay que cuidar la unidad de sentido, con la perspectiva necesaria, comprobando que la historia esté completa.
Por último, hay que ponerle un buen título para no confundir a quien lo lea y advertir del género y subgénero que se trata.
A leer, pues, o a escribir, si es su gusto, libros eróticos, sano entretenimiento de gente adulta y libre. El erotismo es un género que suele venderse bien, porque a la gente le gusta explorar más sobre su propia sexualidad y la ajena, para comprender mejor las posibilidades del placer, o eso es lo que yo creo.
Puedes comprar algunos de mis libros (algunos eróticos), pídelos al correo Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..
Trueques de libros
Hay varias formas de hacerse de nuevos libros, cuando tienes ya algunos o cuando quieres más, por el simple gusto de leerlos y quizás solo de acumularlos, que nada tiene de malo, pos oye.
Una de las formas más hermosas y humanistas de adquirir o tener libros es por medio del trueque, una práctica ancestral, no solo en Latinoamérica (o como pudiera llamarse antes de la llegada de los invasores europeos. Por cierto, ¿ya pidieron perdón?) sino en cualquier parte del mundo, por la sencilla razón de que es un sistema de intercambio de mercancías (o servicios o atenciones) bastante más justo que el basado en un sistema monetario (incluido el bitcoin y sus similares).
¿Cómo hacerse de libros por este medio? Muy sencillo o muy complicado, dependiendo del grado de tu interacción social, pero aquí van algunas opciones.
—El trueque directo con familiares: aunque tú no lo creas, puedes acudir a casa de tus ancestros o parentela con libros, dos o tres, y buscar en sus libreros algo que te interese, ofrecer lo tuyo a cambio y esperar una respuesta o negociación. Ventaja: muchas veces ofrecerás un intercambio de libros pero los recibirás como regalo junto con una cara que evidencia tu grado de rareza en el clan familiar.
—El trueque en las escuelas: hay quienes lo proponen (o puedes hacerlo tú) como una forma de promover la lectura. Suelen ser mesas de intercambio directo simple, a saber, alguien aporta una determinada base de algunos volúmenes y tú llegas, dejas uno y tomas otro, a la par, además de que puedes donar obras que no sean de tu interés.
—El trueque en la UAQ: un modelo institucional que conocí en Querétaro. No recuerdo la facultad que lo organiza (tal vez ingeniería o química), pero es en grande, con muchas mesas llenas de cosas fascinantes. La onda es así: durante algunos días se reciben libros (vas dejas los tuyos, te dan un vale por la misma cantidad) y otros se otorgan (llegas y tomas cualquier libro en el número de vales que poseas) y todos felices y contentos. Lo fascinante es que una universidad pública ofrezca una opción tan antigua como vanguardista dentro de sus instalaciones, por medio de la cual cambian de manos miles de libros, con lo que se ajustan los libreros de los lectores y se promueve la lectura por el solo hecho de promover el trueque. He participado y siempre he salido satisfecho.
—El trueque por otras cosas: en bazares, tianguis, ferias y otros eventos me ha pasado: acudo con mis libros (como cliente o como expositor) y se los ofrezco a otros tenderos por sus productos, así, desfachatadamente, del modo “te cambio tantos libros por esa cosa que traes”. He obtenido (si la memoria no me falla): comida para consumir ahí o para llevar, conservas (salsas, mermeladas), algo de orfebrería, ropa, cuadros o pinturas, discos de música (ya una cosa nostálgica), películas (no piratas), alguna cosita de plata, café, papel o tela (para mis libretas) y alguna cosa diferente. Siempre me ha resultado emocionante hacerlo, es como cambiar ideas por cosas, inténtalo.
—El trueque en redes sociales: tan fácil como ofrecer y esperar algo a cambio. Suelo cambiar libro por libro, pero a veces doy libretas y me dan libros, otras veces ofrezco libreros o servicios. Hay casos en que me interesa un libro que alguien vende y no tengo dinero así que ofrezco algo a cambio y, sí, la mayoría de las veces la gente se sorprende, pero, en la misma proporción aceptan el intercambio.
—El trueque entre escritores: más simple: mi libro por tu libro y nos leemos.
—El trueque entre editores: no tan simple, pero sí enriquecedor, porque alguien que no es el autor confía en esa obra y le da un gran valor, lo mismo que yo, así que salimos tablas.
—El trueque por lectura o reseña: se vale: yo te doy este bonito libro que escribí (o edité o publiqué) y tú lo lees o lo das a leer a otras personas o lo reseñas (o además).
Por último queda la propuesta de que si quieres leer un libro mío, pues ¡hagamos un trueque!, ¿qué ofreces? Manda tu propuesta al correo y conoce mi catálogo Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Escritores por todos lados
Las cosas han cambiado para los escritores en las últimas décadas. Hace unos treinta años (o dos generaciones) los artistas de la pluma se dejaban ver en programas de televisión más aburridos que las novelas de Carlos Fuentes, publicaban en diarios o revistas de distribución nacional financiados por el PRI, o acudían a galas en el Castillo de Chapultepec, la casa del algún político transa o en Bellas Artes.
Lo peor era ver a Octavio Paz con su voz meliflua en un debate de sordos con algunos otros intelectualoides o cuasi periodistas orgánicos, de pena ajena, pero no me crea, vaya y mírelos en Youtube, quizás le ayuden a conciliar el sueño durante la pandemia.
No es que los escritores fueran inalcanzables, más bien estaban medio escondidos, o, dicho de otro modo, eran buenos, pero no eran realmente conocidos fuera de algunos reflectores y ciertos círculos cerrados (en varios sentidos). No sé si me hubiera gustado ser escritor en aquella época, cuando muchos recibían becas por su silencio o seguían forzosamente una línea narrativa psicológica new age y costumbrista como casi todo lo publicado de 1960 a 1990 (salvo excepciones como Parménides García Saldaña o José Agustín).
¿Dónde estaban, pues, los escritores mexicanos? Escribiendo, haciendo su vida cotidiana y ocasionalmente presentando sus libros en recintos culturales de alta gama… Y esto no era decisión total de ellos, había menos espacios, pocas actividades y menos oportunidades que ahora. Insisto, quizás si hubiera vivido entonces, habría desistido de publicar, cuando menos en México, lo que para algunos habría sido la mejor decisión.
Hay que apuntar, además, que solían provenir de familias ricas, o se casaban decentemente con gente rica, o encontraban trabajos bien pagados… casi de forma exclusiva en el gobierno (chaz) o (los muy menos) resultaban emprendedores-empresarios o ya de plano se tiraban al activismo, como la Monsi, o al vicio como tantos por ahí.
Para terminar con mi nostalgia, mi hipótesis es que había pocos, de calidad moderada y con poca presencia en los limitados medios que tenían para su promoción… No voy a hablar aquí de la forma en que se financiaban o cómo se vendían sus libros (y tal vez nunca lo haga).
Ahora bien, ¿dónde están los escritores en la actualidad? Es una respuesta fácil: ¡están en todos lados! Los viejos o viejas o viejes escritores/as/os/us que continúan en activo han encontrado cabida en los múltiples foros, son las estrellas de las ferias del libro y aparecen (con mayor o menor tino) en las benditas redes sociales. Claro está que ahora tienen muchas más opciones para publicar y vivir de su arte, mucho de lo cual es gracias a las editoriales independientes y a la autopublicación.
Pero hay más que los consagrados en la constelación de escritores mexicanos. Hay muchos de la generación X que fueron hallando su camino y modos de publicar y ser autores a caballo entre lo análogo y lo digital. Ellos (nosotros) fueron (fuimos) aprendiendo a usar la máquina de escribir, para luego usar la compu, después el smartphone y la tablet. Aquí, como en todo lo X hay muchas oportunidades, propuestas y también cantidad de errores y desatinos.
Por último, los más jóvenes (que conocen de Wattpad, Amazon, Audible, Scribd, Storytel, Kindle y otras apps para leer) van haciendo su propio camino con nuevos temas, pero también con una gran comprensión de que el lector es lo más importante de todo el proceso creativo-editorial.
Los escritores, pues, están en cualquier lugar y por fortuna cada vez hay más y mejores, desde los que publican solo en cartoneras (como Rocato), los independientes (como Alebrijez o Astrolabio), los institucionales (solo publican en gobierno), los emergentes, los premiados, los becados, los comerciales, los que son hijos de (como Daniel Krauze), los experimentales, los slameros, los autopublicados, los darks, los editores, los malditos, los emprendedores, los burócratas, los anarquistas.
Esto permite que los lectores tengan más opciones para ejercer su derecho humano a la cultura, a través tanto de la lectura de libros y otras publicaciones, como del contacto-diálogo-debate que pueda tener con los miles de escritores mexicanos que dan (damos) la batalla diaria por un país con más cultura y mejor educación.