Sí, las emociones fomentan la creación artística, puede entenderse así. Sí, los artistas solemos ser personas emocionales, quizás demasiado: hipersensibles, temperamentales, emotivos… es cierto, eso no va a cambiar.
Además, por lo general, estamos metidos en circunstancias donde florecen las emociones, como familias disfuncionales, crisis existenciales, romances o noviazgos o matrimonios intensos, conflictos familiares, crisis de la mediana edad, trabajos comprometidos, pleitos legales…
La vida de un artista, desde el punto de vista del artista, es intensa y a veces difícil de llevar, es decir, la persona en la que vive el artista es muchas veces complicada, hasta problemática, o simplemente melancólica, triste, nostálgica.
La vida de un artista, desde el punto de vista de quien consume su arte, puede ser vista como alguien sublime en sí mismo, admirable, hasta envidiable, por lo libre o libertario que resulta o por el tipo de vínculos que establece o por su estilo de vida.
La vida del artista, desde el punto de vista de otra gente que haga cualquier otra cosa y que no lo conozca ni lo admire, es simple y llanamente la de una persona normal, acaso un poco loca o vanidosa.
Volviendo al ser en el que vive el artista, hay una pregunta en el aire: ¿el artista es artista por la persona que es o la persona es la persona que es porque es artista? Dicho de otro modo, ¿qué fue primero, ser artista o persona? Lo que yo respondo es que no se puede diferenciar: la persona crece a la par del artista y viceversa… y en ese mismo sentido, el artista solo madura si la persona lo hace; lo mismo que la persona crece y se desarrolla cuando su yo artista lo consigue.
Esta visión, que tiene que ver solo con mi propia perspectiva de la vida y del arte, quizás se debe a que soy géminis, o a que tengo 41 años (es decir, pertenezco a la decadente generación X) o a que nací en la capital y crecí (y vivo) en provincia, o a que he leído cosas de las que no debería haberme enterado o quién sabe, pero es así.
En un principio solo viví mi vida intensa, plena, atascada, excesiva quizás, hasta popular o alocada, pero muy mía, eso sí, siempre yo tan yo, tan egocéntrico como quien decide decirse escritor sin importarle nada, vanidoso como un acto de rebeldía, rebelde como un acto de fe, espiritual como un ser incongruente y ciudadano-hombre-señor-varón o lo que sea, pero siempre yo, demasiadamente Daniel.
Luego estudié mi arte, la palabra, desde su origen hasta su actualidad, desde la lingüística hasta la literatura mexicana, desde la composición de un texto hasta las consecuencias del mismo, desde las metodologías de escritura hasta el proceso de comprensión de la lectura.
Por fin, ahora miro las cosas con mayor perspectiva: mi vida y mi escritura. Quizás lo que he hecho hasta ahora, más que literatura, es catarsis personal plasmada en papel. En estos años más que enfocarme en la escritura (no digo que no me haya dedicado a escribir cuanto he podido), he preferido ser mejor y tener una vida más plena como ser humano.
Y por eso mismo creo que a partir del siguiente año (de acuerdo con mi planeación), escribiré muchos libros, mucho más literarios, más plenamente artísticos, aunque quizás un poco menos personales. Y bueno, por otro lado, da igual, como hasta ahora, los venderé por donde pueda para llegar cada día a más lectores, porque eso sí no quiero que cambie): el diálogo con mis lectores. Gracias.