Llegaremos, en un par de meses, al quinto año en el que se escribe este espacio. ¡Con cuánta rapidez ha transcurrido el tiempo! A diferencia de los temas expuestos en los artículos del 2014 y 2015, en los años más recientes hemos procurado enfatizar la necesidad que tenemos como seres humanos de recuperar el valor de la solidaridad, de reflexionar acerca de lo que nos sucede como sociedad y cómo podemos afrontar las diversas problemáticas a las que nadie escapa, de una u otra forma, en nuestro revolucionado presente.
¿Cuál es la definición que se lee en el Diccionario de Filosofía de Nicola Abbagnano acerca de la palabra “solidaridad”? “Inglés: solidarity; francés: solidarité; alemán: solidarität; italiano: solidarietá. Término de origen jurídico que en el lenguaje corriente, común y filosófico, significa: 1) relación recíproca o interdependencia; 2) asistencia recíproca entre los miembros de un mismo grupo”.
La Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) proclamó un día del mes de diciembre como Día Internacional de la Solidaridad Humana, concepto destacado por el organismo internacional como crucial en la lucha contra la pobreza, la promoción del espíritu de compartir y la participación “de todos los interesados pertinentes”; la palabra clave en el texto de la ONU es “pertinente”, adjetivo definido por la Real Academia Española (RAE) como “perteneciente o correspondiente a algo”, “que viene a propósito”.
El maestro José Portillo, en el ensayo filosófico “El camino a la libertad”, señala que la palabra solidaridad proviene del latín del sustantivo “soliditas” y puede ser entendida como “la voluntad de actuar considerando el interés de los demás, sin necesidad de que existan motivos ulteriores o recompensas”; la solidaridad también “deviene hoy heredero cabal del imperativo de la fraternidad, a la postre la referencia más difusa de la tríada de ideales –libertad, igualdad, fraternidad– que inspiraron buena parte de las tradiciones políticas de la ilustración continental”.
Por desgracia, una gran parte de la población global que debería compartir recursos y esfuerzos para combatir las desigualdades, la extrema pobreza, el desempleo, la exclusión social y la degradación del medio ambiente -características que siguen siendo distintivas de sociedades de todo el mundo- se ve guiada por el afán egoísta, el ansia de poder, la acumulación de recursos, la discriminación y el prejuicio, obstáculos importantes para estar en condición de construir sociedades inclusivas.
Y para muchos grupos sociales vulnerables, la situación empeora.
Señala la ONU: “La solidaridad se identifica en la Declaración del Milenio como uno de los valores fundamentales para las relaciones internacionales en el siglo 21 y para que quienes sufren o tienen menos se beneficien de la ayuda de los más acomodados. En consecuencia, en el contexto de la globalización y el desafío de la creciente desigualdad, el fortalecimiento de la solidaridad internacional es indispensable”.
¿Utopía?
“Siempre hay hombres buenos en los peores momentos. Yo suelo referirme a la poca fe que tengo en el ser humano. Pero esta novela es muy optimista. Quería que el lector terminase sonriendo: que pensara que a pesar de todo son posibles el diálogo, la lealtad, la solidaridad entre gentes que no comparten la misma ideología, como ocurre con los dos protagonistas principales. Nuestro problema, e incluyo por supuesto a América latina, es que queremos al enemigo vencido, exterminado. ¡Al paredón! Ese afán por silenciar, por exterminar, por callar, por desterrar, porque desaparezca el diálogo con el contrario, es muy hispano”.
El párrafo que antecede es parte de una entrevista realizada por Martín Rodríguez Yebra al escritor Arturo Pérez-Reverte para el Diario La Nación, en referencia a su novela “Hombres buenos”. No se equivoca Pérez-Reverte al apuntar que la solidaridad se ve superada por ese afán de querer silenciar (la) en un tiempo, nuestra actualidad, en el que el egoísmo y el miedo superan “a los hombres buenos”.
“Como mexicanos siempre somos nobles. Tal vez ahora somos reacios, no somos cordiales, pero en situaciones de riesgo siempre nos echamos la mano”, comentaba en una entrevista -concedida a CNN- Carlos Pérez, un miembro de los Topos de Tlateloco, voluntario del temblor que cimbró a México en 1985 y quien decidió seguir ayudando en emergencias, no sólo de México sino de otros países. Y agrega: "La solidaridad es lo que nos hace falta a todo el mundo, la empatía”.
Solidaridad, sí. Pero entendida en sentido positivo y sin olvidar que es un valor que no debe practicarse solamente un día, en fecha señalada o situación particular.
Zygmunt Bauman, sociólogo de origen polaco, señalaba en el 2004 que “la solidaridad se crea mediante una frontera: un interior donde estamos nosotros y un exterior donde están ellos. En el interior el paraíso de la seguridad y la felicidad, en el exterior el caos y la jungla”.
Añadía que “el sentimiento dominante hoy en día es lo que los alemanes llaman ‘Unsicherheit’. Uso el término alemán porque dada su enorme complejidad nos obliga a utilizar tres palabras para traducirlo: incertidumbre, inseguridad y vulnerabilidad. Si bien se podría traducir también como ‘precariedad’. Es el sentimiento de inestabilidad asociado a la desaparición de puntos fijos en los que situar la confianza. Desaparece la confianza en uno mismo, en los otros y en la comunidad”.
No es necesario esperar a experimentar una situación de vida o muerte, para comprender la importancia de tener una disposición permanente a la elaboración del bien común; esa “pizca milagrosa” de solidaridad y empatía que, tal vez en un instante único, cambie de manera decisiva y para bien la historia de una persona y, en consecuencia, de todos. “Quien sólo vive para sí, está muerto para los demás”, sentenciaba el poeta romano Publio Siro. Coincidimos.