El primer Día Internacional de Conmemoración y Homenaje a las Víctimas del Terrorismo se celebró por primera vez, en la semana que concluye, instaurado por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para honrar a las víctimas y sobrevivientes de estos actos, además de generar conciencia para sumar esfuerzos y proteger sus derechos humanos.
En las resoluciones A/RES/66/282, A/RES/68/276 y A/RES/72/284 de la Asamblea General, establecidas como resultado del Examen de la Estrategia Global de las Naciones Unidas contra el Terrorismo, se destaca el papel de las víctimas y sus familiares en la lucha contra el terrorismo y la prevención del extremismo violento.
En dichas resoluciones además se establece que, mediante la provisión de apoyo adecuado, inmediatamente después de un ataque y en el largo plazo, las víctimas pueden sobrellevar, sanar y recuperarse más rápidamente luego de un ataque.
Es el 21 de agosto la fecha proclamada como Día Internacional de Conmemoración y Homenaje a las Víctimas del Terrorismo, a fin de honrar y apoyar a las víctimas y los supervivientes del terrorismo, reconociendo que la protección de los derechos humanos y el estado de derecho en el ámbito nacional e internacional son esenciales para prevenir y combatir ese flagelo.
La Estrategia Global de las Naciones Unidas contra el terrorismo, aprobada por la Asamblea General el 8 de septiembre de 2006, señala que la deshumanización de las víctimas del terrorismo en todas sus formas y manifestaciones genera un ambiente propicio para la propagación de éste, por lo que seguir fortaleciendo la labor del organismo internacional para la prevención de conflictos, la negociación, la mediación, y el mantenimiento y la consolidación de la paz, es una forma de luchar contra el terrorismo y respetar la dignidad humana.
En este espacio hemos comentado sobre el tema del terrorismo en diversas ocasiones. Desde la ocasión en la que #JeSuisCharlie se convirtió en uno de los ‘hashtags’ más difundidos en la historia de Twitter, al ser replicado por personas en diversos países con acceso a la red social, en solidaridad con los periodistas de la revista satírica francesa Charlie Hebdo, cuando doce personas fueron asesinadas durante un ataque terrorista a la redacción de la revista, en Francia, pasando por el caso de los periodistas estadounidenses Jim Foley y Steven Sotloff, además de los colaboradores humanitarios de origen británico, David Haines y Alan Henning, cuyas ‘decapitaciones’ y muertes, llevadas a cabo por una ‘agrupación fundamentalista’ en un lapso poco mayor a un mes, fueron grabadas y colocadas en sitios de internet.
Tristemente, estos son únicamente dos ejemplos de una larga lista de atentados terroristas que han ocurrido en los últimos años. Cabe agregar que aunque el número de países afectados por el terrorismo va en aumento, la mayor cantidad de víctimas se concentra en un pequeño grupo de Estados Miembros de la ONU: únicamente en el 2017, casi tres cuartas partes de todas las muertes causadas por el terrorismo se produjeron en cinco países: Afganistán, Iraq, Nigeria, Somalia y Siria.
Sin embargo, tal como lo ha señalado el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, en su mensaje 2018 al respecto del tema, "el terrorismo es una de las cuestiones más complejas de nuestro tiempo y una grave amenaza para la paz y la seguridad internacionales. De Tayikistán al Reino Unido, de Bagdad a Barcelona, ataques despiadados nos han conmocionado a todos. Ningún país puede creerse inmune; casi todas las nacionalidades del mundo han sido víctimas de atentados terroristas".
Guterres también destaca que, después de los atentados terroristas, rara vez se toca el tema de nuevo de los muertos o de los heridos: personas que se dedicaban a sus quehaceres cotidianos cuando sus vidas cambiaron para siempre, además de los familiares y amigos que les sobreviven y que deben aprender a vivir con la carga del terrorismo durante el resto de sus vidas.
Por ello es importante escuchar a las víctimas y a los supervivientes del terrorismo, aprender de sus experiencias, amplificar sus voces y, por supuesto, que se les proporcione asistencia a largo plazo, en particular de tipo financiero, jurídico, médico y psicosocial.
Como también ya se ha comentado en este espacio, “diversos académicos han señalado que, en la actualidad, el terrorismo puede entenderse más fácilmente si lo estudiamos desde una primera óptica relacionada con la comunicación, en lugar de referirlo a una óptica de violencia: el éxito relativo del terrorista se medirá entonces no por el número de bajas o el daño material que logre, sino por la atención mediática que reciba. (…) Cabría en este momento hacernos la pregunta: ¿Qué papel estamos jugando, entonces, como observadores de estas acciones violentas?” (en ‘Panóptico Rojo’, “Terrorismo y cobertura mediática”).
Salustiano Del Campo, en “Terrorismo y sociedad democrática” afirma que “el terrorismo va dirigido contra la gente que mira, no contra las víctimas; su función es claramente comunicativa”. No hay que perder de vista que el terrorismo es, en esencia, un arma psicológica y un generador de efectos, entre los que podemos mencionar la destrucción de los valores comunitarios o el simple hecho de inhibir la responsabilidad ciudadana, como resultado secundario al temor generado.
De igual modo hemos mencionado a uno de los pocos filósofos occidentales que estudiaba y denunciaba el fenómeno del terrorismo mundial, André Glucksmann. En una entrevista concedida al diario francés Le Figaro, el 14 de septiembre del 2001, Glucksmann reflexionaba lo siguiente: “Aquel que vive días apacibles, si no felices, vive el pensamiento de la no-guerra. Cada quien se construye un loft mental prohibiéndose pensar en las amenazas verdaderas: la desdicha es ajena, la enfermedad es para otros. Tanto el europeo como el estadunidense parecen salir de la escena chejoviana de El Jardín de los cerezos: se habla, se ama, se detesta entre nosotros, se lleva una vida “refinada”, mientras afuera las hachas asestan sus pesados golpes”.
Y continuaba: “Desde hace una década critiqué las teorías de la guerra sin muertos y del fin de la historia, que también hicieron estragos en la comunidad europea. Al salir de la Guerra Fría reivindiqué un décimo primer mandamiento: no cerrar jamás los ojos ante la inhumanidad violenta del siglo". Coincidimos.