Herbert Marshall McLuhan, filósofo e investigador, a mediados de la década de los 60 llamó por primera vez la atención del público respecto a la redefinición de medios de comunicación y mensajes, advirtiendo sobre el potencial que tenía la televisión, a quien llamaba “el gigante tímido”, tratando de generar conciencia sobre su gran poder. Se ha comentado que, en su vida privada, McLuhan rechazaba a dicho medio a tal punto que le pedía a su hijo que impidiera que sus nietos la vieran, ya que los niños recibirían una mayor influencia por los “mandatos sensoriales envolventes de la imagen televisiva”, lo cual podría conducirlos al mimetismo.
Otro de los estudiosos acerca de la revolución de las comunicaciones que es conveniente recordar en este artículo, es Alvin Toffler, futurista estadounidense. En el año de 1980, en su libro “La Tercera Ola”, Toffler reconoció a la televisión como el medio de comunicación emblemático de las sociedades de lo que ha llamado ‘Segunda Ola’: “la televisión multiplicó el número de canales por los que el individuo obtenía su imagen de la realidad (…) Esta imaginería centralmente producida, inyectada por los medios de comunicación en la mente de la masa, ayudó a lograr la uniformización de comportamiento requerida por el sistema industrial de producción”.
Cabe abrir de nuevo el espacio para el pensador canadiense McLuhan, quien en su libro “Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del hombre”, publicado hace 50 años, parece anticiparnos el fenómeno del Internet: “Tras tres mil años de explosión, mediante tecnologías mecánicas y fragmentarias, el mundo occidental ha entrado en implosión. En las edades mecánicas extendimos nuestro cuerpo en el espacio”.
Y continúa: “Hoy, tras más de un siglo de tecnología eléctrica, hemos extendido nuestro sistema nervioso central hasta abarcar todo el globo, aboliendo tiempo y espacio, al menos en cuanto a este planeta se refiere. Nos estamos acercando rápidamente a la fase final de las extensiones del hombre: la simulación tecnológica de la conciencia, por la cual los procesos creativos del conocimiento se extenderán, colectiva y corporativamente, al conjunto de la sociedad humana, de un modo muy parecido a como ya hemos extendido nuestros sentidos y nervios con los diversos medios de comunicación”.
El tercer estudioso al cual haremos referencia este domingo, es Umberto Eco, fallecido escritor y semiólogo italiano. Durante una conferencia de prensa en el Gran Palacio de la Real Escuela de Equitación en Turín, Eco señaló que si “la televisión había aprobado al tonto del pueblo, ante el cual el espectador se sentía superior”, el “drama de Internet es que ha aprobado al tonto del pueblo como el portador de la verdad”.
En "La estrategia de la ilusión. TV: la transparencia perdida”, escrito en 1983, Eco relata un episodio al respecto de la transmisión televisiva de la que fue llamada ‘La boda real del siglo XX: Carlos de Inglaterra y Diana Spencer’, el 29 de julio de 1981 en la Catedral de St. Paul: “He podido ver personalmente diversas ceremonias londinenses, entre ellas la anual Trooping the Colours, donde la impresión más desagradable la producen los caballos, adiestrados para todo, excepto para abstenerse de ejercer sus legítimas funciones corporales: en estas ceremonias, la reina se mueve siempre en un mar de estiércol, ya que los caballos de la Guardia -sea por la emoción o por la normal ley de la naturaleza- no saben hacer nada mejor que llenar de excrementos todo el recorrido. Por otra parte, manejar caballos es una actividad muy aristocrática y el estiércol equino forma parte de las materias más familiares a un aristócrata inglés”.
“Durante la Royal Wedding no fue posible eludir esta ley natural. Pero quien vio la televisión pudo observar que este estiércol equino no era ni oscuro ni desigual, sino que aparecía siempre y por doquier de un color también pastel, entre el beige y el amarillo, muy luminoso, para no llamar demasiado la atención y armonizar con los suaves colores de los trajes femeninos. Después he leído (aunque no costaba demasiado imaginarlo) que los caballos reales habían sido alimentados durante una semana con unas píldoras especiales, para que el estiércol tuviera un color telegénico. Nada debía dejarse al azar, todo estaba dominado por la retransmisión”.
Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha designado una fecha para conmemorar el Día Mundial de la Televisión, proclamado por la Asamblea General desde el año 1996 y para señalar "tanto la creciente influencia de la televisión en el proceso de toma de decisiones, a través de la atención que atrae sobre los conflictos y las amenazas a la paz y a la seguridad, como en su potencial para afinar la atención en otros asuntos importantes, incluidos los sociales y económicos. De esa forma, la televisión fue reconocida como una herramienta importante de orientación, canalización y movilización de la opinión pública. Su impacto en los asuntos políticos no puede, por tanto, negarse”.
La televisión es uno de los fenómenos básicos de nuestra civilización, y como tal habría que estudiarla en cada una de sus manifestaciones: ¿Un gigante tímido? ¿El multiplicador referente por el cual el individuo obtiene su imagen de la realidad? ¿La transparencia perdida? O citando de nuevo al autor de “El nombre de la rosa”, haríamos eco de sus palabras al afirmar que la televisión es un fiel reflejo de las ideologías, y para imbuir una visión democrática real en un pueblo bastaría decir: "usad el medio en el espíritu de la Constitución y a la luz de la inteligencia".
No dejemos, entonces, de ser ciudadanos informados, desconfiados incluso, mirando cómo se desarrolla todo en la televisión. No ‘contemplemos’ únicamente la historia de nuestros días, e identifiquemos si nuestra atención a los acontecimientos rebasa ya lo hipnótico al mirarlos transmitidos por TV, relampagueando ante nuestros ojos. Si la ONU ha destacado, en su momento que dicho medio de comunicación tiene un “potencial para afinar la atención”, este día coincidimos con Eco: “La televisión se nos aparece como algo semejante a la energía nuclear. Ambas sólo pueden canalizarse a base de claras decisiones culturales y morales”.