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Viernes, 09 Octubre 2020 05:31

Me canso de escribir

Escribir es un oficio, la ejecución de un oficio implica un gran trabajo, para trabajar es necesario poner en marcha el cuerpo, así como la mente y a veces la emoción, esto resulta cansado a la larga, por lo tanto, escribir cansa, sí, aunque parezca solo una manía, dedicarse a componer oraciones y textos, a veces, a algunas personas les puede generar cierto cansancio.

Pero, veamos, desmenucemos esta hipótesis: ¿pensar cansa? Evidentemente, sí, ¿no te ha pasado? Digamos que debes resolver una cosa, situación o suceso en tu vida, y para eso tienes unos días, para encontrar la solución, por lo que buscas algo de información, pero sobre todo le das vueltas a las cosas en tu cabeza, planeas cómo hacerlo, intentas diferentes opciones para corregir o resolver. Te la pasas pensando… y eso resulta cansado, sí, incluso, tal vez hay un proceso químico (o varios) que ocurren en tu cerebro y en tu cuerpo en general, que te hace sentir débil o fatigado.

¿Por qué cansa pensar? Porque es una actividad muy intensa; imagínalo, poner a trabajar a millones de tus neuronas en algo en específico, con determinadas circunstancias, como el tiempo, el espacio, las variables del problema y las diversas opciones para darle fin.

Si investigas más acerca del cansancio mental en la web encontrarás muchas cosas interesantes, pero sobre todo, estoy seguro de que reconocerás alguna vez que te cansó pensar.

Y bueno, los escritores (ok, no todos, de acuerdo, existen los que piensan poco y quienes solo piensan cuando tienen una beca), decía, los escritores nos la pasamos pensando… casi todo el tiempo. En lo particular, yo no paro, incluso en sueños continúo pensando (hablo mucho solo, como loco). Y no me refiero solo a pensar en lo que escribo, sino en la vida en general, le voy mil vueltas a las cosas, sean problemas o soluciones, porque amo pensar, me deleita hacerlo y sentir mi cerebro en funcionamiento es uno de los más grandes placeres que puedo experimentar cualquier día. Sin duda, debe haber otro tanto de artículos bien interesantes que expliquen esto por ahí, aunque yo ignore dónde.

Entonces, sí, escribir cansa porque se piensa mucho. Hay veces cuando escribo un libro en Su totalidad (una novela, un ensayo extenso…) que la escritura me presenta varios retos, que debo resolver para dejar lo mejor de mí y de mi técnica en las páginas, así que me esfuerzo para lograr lo más bello y profundo en mi escritura.

Por otro lado, cansan las sesiones de escritura, pues sí, en especial cuando paso más de doce horas sentado, en mi casa o en un café, escribiendo en la computadora. En una sesión así de intensa (frecuentes en mi caso) es cierto, por otro lado, que puedo alcanzar una producción importante, digamos terminar unas cuarenta páginas de la obra (claro, sin corregir aún) y eso resulta óptimo, cuando menos deseable, pues ya les he platicado que como artista de la pluma y la palabra me interesa bastante la productividad.

Bueno, bueno, sí, es cansado escribir o puede serlo… pero también es tan placentero, que así me dieran grandes dolores de cabeza o de cuerpo, o se me atrofiara alguna parte de mi cadera, o mis ojos se volvieran bizcos, o las manos se me torcieran, seguiría escribiendo igual, porque es mi oficio, mi vicio y mi beneficio.

Ya he dicho y lo repito: escribir es un largo camino, que hay que afrontar con paciencia y las mejores herramientas posibles, pero también asumiendo las consecuencias de hacerlo. Y bueno, de verdad, sentarme a escribir es mil veces menos cansado que cantar en los camiones como hice por años, o ir a vender pacas de ropa en los tianguis de pulga, o lavar autos en la calle o vender pan y café en los salones o trabajar en un supermercado, entre otras tantas cosas que hice en su momento para sobrevivir. Así que puede ser cansado, pero no hay que quejarse de esto, que es tan hermoso, emocionante y catártico.

Por último, escribir puede complementarse con una dieta balanceada, gimnasio, meditación, buenas cumbias o frecuencias de 432 hz, por ejemplo, para tratar de llevar una vida más balanceada. Gracias.

 

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Viernes, 02 Octubre 2020 05:42

Preguntas para escritores

A Jean Robert, por su fallecimiento.

Con frecuencia conozco personas que escribeN o que se dedican a escribir o que están aprendiendo o que desean hacerlo o que anhelan consagrarse a escribir. Los encuentro en ferias de libros, en escuelas, en eventos, en las librerías, por doquier. Y la plática casi siempre llega a un punto en que me preguntan “¿se puede vivir de escribir?” Mi respuesta es sí, aunque hay todo un rollo más después de eso.

Por lo anterior, quiero hacerles una serie de preguntas a quienes buscan dedicarse a la escritura acerca de su visión, su trabajo, sus ideales y sus metas. Usted, amable lector, puede ser uno de ellos, o conocer a alguien a quien pudiera compartirle estas preguntas:

¿Por qué quieres escribir y publicar algo? ¿Qué ganarías si alguien lee lo que hagas? ¿Para quién escribes tus obras?

¿Qué pasaría si nadie leyera tu novela, cuento, poesía, ensayo? ¿Para ti es importante que tu libro llegue a manos de muchos lectores o te da igual? Si es el caso, ¿cómo es que se puede llegar a los lectores?

¿Estudias para escribir tu obra o solo sale de tu imaginación? ¿Solo porque escribes alguna cosa o un libro ya puedes considerarte un escritor? Por cierto, ¿solo son escritores quienes publican en las grandes editoriales?

¿En tu opinión cuál es la mejor forma para publicar tu libro: impreso, PDF, e-book o audiolibro, en autopublicación, con gobierno? ¿Cómo autor, quieres participar en la promoción de tu obra o prefieres que alguien más lo haga y tú quedarte en casa?

¿Cuáles son tus rituales para ponerte a escribir, acaso limpias toda la casa antes de comenzar o doblas tu ropa en el clóset o necesitas cierta iluminación? ¿Qué música o audios escuchas mientras trabajas?

¿Aún escribes a mano o siempre lo haces en una computadora de escritorio, quizás en una tablet o laptop? ¿Guardas tus archivos en la nube o solo en tu disco duro, haces varias copias por si se te pierde alguno?

¿Qué te hace pensar que puedes escribir una obra literaria? (es decir, sí puedes hacerlo, pero, ¿crees que hace falta alguna justificación para poder hacerlo?) ¿Quieres vivir de la escritura?

¿Cuál es la forma más eficiente de vender un libro, de mano en mano, en presentaciones o eventos, en ferias de libros, en librerías, a través de instituciones, on line?

¿Ya tienes escrita tu ficha de autor y algunas fotografías por si es necesario ponerlas en tu libro o en afiches para promoverlo? ¿Crees que tu libro necesita un prólogo, una introducción o comentario en la contraportada de algún otro autor conocido para que alguien voltee a verlo?

¿Quién debe validar si tu obra está bien escrita y puede ser interesante de publicar: los lectores, un maestro, un editor, un jurado, un consejo editorial, un corrector, un intelectual, otro escritor?

¿Cuántos ejemplares quisieras que se imprimieran de tu libro? ¿Haz comprado libros en Amazon? ¿Consumes audiolibros?

¿Qué hace de un libro un “buen libro”, una obra que la gente disfrute y que les deje alguna enseñanza o aprendizaje?

¿Cuántos libros lees al año y qué es lo que más lees? ¿Si escribes novela, será novela lo que más deberías leer o deberías indagar en otros géneros para complementar tu formación?

¿Será que la literatura puede ayudar a cambiar lo que está mal en el mundo?

Por último, si ya tienes tu libro y quieres publicarlo, mándame un correo a Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. y te digo cómo hacerlo.

 

 

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Viernes, 25 Septiembre 2020 05:27

Libros de superación

Dos premisas: 1) entre los escritores de literatura hay un gran prejuicio, casi odio, hacia los libros de desarrollo humano, los desprecian casi por regla general; 2) este tipo de libros son de los que más leo, me gustan, me sirven, me hacen bien.

Nadie tiene por qué leer algo que no le interese, claro, pero mi pregunta es ¿por qué a los escritores literarios les interesa dar su opinión sobre libros que ni siquiera conocen? Por ejemplo, de las obras de Paulo Coelho (que igual a mí no me gustan, pero leí algunos por conocerlos) hay miles de memes y supuestas críticas, pero sobre todo comentarios denigrantes y absurdos sobre lo “malo” que son. El punto es que ese autor no escribe literatura, sino libros místicos (desde su enfoque), porque no se considera a sí mismo un artista… sino un mago. Es como comparar peras con chayotes.

Comprendo que un literato quiera leer literatura, nada más natural, como un pintor que gusta de visitar galerías o un político que le roba al pueblo descaradamente. Y aquí también pienso que los escritores de libros de desarrollo humano no critican a los escritores literarios ni se burlan de sus obras, solo hacen lo suyo, además de que seguramente leen mucha literatura.

Entonces, si un escritor literario hace su obra como se le da la gana, ¿por qué le interesa lo que hace otra gente, en un área o género diferente? No comprendo… o quizás sí hay una respuesta posible: lo hacen por ignorantes y prejuiciosos. Es decir, ven en esas obras (que se venden por miles) un terreno incógnito para ellos, quizás una sabiduría a la que nunca accederán y les da envidia… o tal vez solo las odian porque los autores de “superación” salen mejor en sus fotos que ellos.

Ahora, tampoco es que yo recomiende o promueva que la gente (u otros escritores) lean algo en especial, cada cual puede hacer lo que crea mejor, pero yo sí leo libros de desarrollo humano y les contaré por qué.

De entrada hay muchos libros de este tipo, como pueden ser a) de psicología personal, b) místicos, c) sobre negocios y finanzas, d) familia y otros vínculos, e) de género, f) sobre resolución de conflictos, g) diferentes teorías o enfoques, entre otras categorías.

Yo los leo porque siempre aprendo algo, encuentro cosas que pueden servirme para ser una mejor versión de mí mismo, quizás no tenga que explicar esto, porque cualquiera puede entenderlo a su modo. Me interesa más ser una buena persona, que un gran escritor… aunque una cosa es el camino para la otra, así lo pienso yo.

Además, no solo para eso me sirven, sino que leer dichas obras me han dado grandes enseñanzas precisamente para escribir mejor. Por ejemplo, el libro Conoce tu temperamento y mejora tus relaciones de Rosa Barocio me inició en la teoría de los cuatro temperamentos, recurso que utilizo con frecuencia para construir mis personajes. Otro es Cuentos para Demian de Jorge Bucay, que me permitió expandir mis límites narrativos. O La semilla de Jon Gordon, con el que aprendí que una historia sencilla puede incluir una gran enseñanza, entre muchos otros.

También leo literatura, obvio, pero no puede ser lo único de lo que me nutra. Les recuerdo que quien solo sabe de literatura… ni de literatura sabe. A mí me interesa escribir sobre la vida misma y en los libros de desarrollo encuentro temas como dolor, sororidad, resiliencia, crueldad, familia, relaciones tóxicas, abuso y sanación, que me interesan para escribir mis obras. Y, asimismo, veo un gran riesgo en quien solo lee literatura, que puede fácilmente convertirse en un intelectual parásito, alejado de la realidad… aunque es probable que ese sea su objetivo, chispas.

Lee literatura o desarrollo humano, escribe una u otra, pero no andes perdiendo el tiempo en criticar aquello que no conoces (aunque quizás aquí me muerda un poco la lengua) y sé todo lo feliz o infeliz que desees.

Por último, mándame un correo a Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. y te regalo un libro sobre cómo escribir y publicar tu propio libro.

 

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Viernes, 18 Septiembre 2020 05:55

Escritor-editor

Es un fenómeno común que los escritores se dediquen a la edición. Las razones son variadas: a) muchos escritores se frustran como artistas pero se quedan viviendo de los libros, b) algunos escritores son contratados como correctores y de ahí parten hacia una carrera en el mundo editorial, c) otros son contratados en dependencias de gobierno y se dedican al oficio por comodidad o por gusto, y d) unos más son llevados por los libros hacia el interior de ellos, por lo que primero son lectores, luego escritores y más tarde se hacen editores de forma independiente (esto es sin depender de una editorial que los contrate ni del gobierno).

Mi caso es el último, obviamente, aunque todos me parecen nobles, bueno, por lo menos en parte. El punto es que la meta de un escritor es escribir y publicar, pero en medio están los libros, su proceso editorial, que es un oficio también, podría decirse que paralelo o hermano de la escritura.

Yo nunca decidí ser editor y quizás mi caso es el de otros artistas. En los últimos semestres de la universidad como estudiante de Letras, me buscaron de la misma UAEM para corregir textos y pagaban bien. Entonces me mantenía cantando así que ganar dinero por leer me pareció adecuado.

Después de algunos trabajos de corrección a mano vinieron encargos de diseño e impresión. Por ese entonces y desde hacía dos años, yo dirigía, junto con Gerardo Ochoa y Félix Vergara, la revista Humanidad es, financiada por la Facultad de Humanidades, además de que editábamos (con el apoyo de la misma institución) la Revista Tabique, que tuvo cierta fama en su época. Tabique surgió bajo el principio de “si no hay revistas literarias para publicar, hagamos una”, lo mismo que Ediciones Zetina años después con el mismo principio (nació en 2004 en la vivienda que rentaba). Era claro que teníamos intenciones de aprender todo lo que pudiéramos de libros y contamos con el apoyo decidido de la escuela, por la generosidad de la directora, la Dra. Alicia Puente Lutteroth, quien nos dio un cubículo, computadoras, escritorios y algo más de consumibles, además de que nos dejó encargarnos del diseño e impresión de diferentes productos editoriales, claro que de forma gratuita, pero más bien como un intercambio.

Pasaba las tardes en el cubículo, aprendiendo a diseñar libros en PageMaker y hacía algunos ensayos con libros que encuadernaba a mano, folletos de poesía o carteles para eventos. Leía lo que podía sobre edición y cada vez me pareció más fascinante tanto el contenido conceptual como la materialidad del libro.

Comenzaron a llegar trabajos de corrección, algunas asesorías sobre escritura y hasta trabajos de diseño, pero cuando egresé debí buscarme las cosas por otro lado. Comencé a dar clases, pero pronto me recomendó la gente y obtuve mis propios clientes en Morelos. Desde entonces aprendí muchas cosas de libros, incluso hice una biblioteca personal de más de 300 títulos sobre libros… que desafortunadamente tuve que vender en una crisis, pero los leí todos y seguí aprendiendo.

La literatura me apasiona, pero los libros también y no me cansó de aprender ellos. Hace 20 años que trabajo en edición, me quedan otros 40 años de vida profesional, porque, hoy más que nunca, tengo mucho que dar, a la par de que escribo cuanto puedo mi obra, mi escritura.

Una ventaja que tengo sobre otros editores es que suelo comprender bien lo que quieren y lo que ignoran los autores y los trato lo mejor que puedo y de forma personalizada, y aunque he tenido muchos errores, creo que mi trabajo ha sido digno y aún puedo mejorar.

Un aspecto importante de editar es la innovación, por eso mismo, en estos tiempos de pandemia, me reinvento y pronto podré a la venta nuevas colecciones de libros, junto con mis socias con las que trabajo ya en varios proyectos, porque trabajar en equipo es aún mejor.

Por último, hace poco terminé el libro Yo publico, manual para escritores contemporáneos, donde platico sobre mi experiencia como escritor y comparto estrategias para publicar. Si quieres que te lo mande, solo envía un correo al Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. y con gusto lo tendrás.

 

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Viernes, 11 Septiembre 2020 05:52

Libros por correo

Voy a compartirte mi experiencia con Correos de México, sí, una institución pública de la que mucha gente ignora que sigue en funcionamiento y algunos otros hablan bastante mal.

Desde hace ocho años comencé a usar este servicio postal mexicano para enviar libros a diferentes ciudades del país. La historia es triste, porque cuando me mudé a Querétaro tuve que vender parte de mi biblioteca personal, la que había acumulado con mucho amor durante unos diez años. Bueno, debía venderla para tener dinero. Se trataba de varios miles se libros, la mayoría buenos y en excelentes condiciones, desde libros de bibliofilia, edición, literatura, antroposofía y nutrición hasta místicos y libros antiguos.

Tuve buenas ofertas por paquetes de lo más variados, que debía enviar a Cancún, Tijuana y otras ciudades lejanas. Seguía promoviendo la venta en redes sociales con una buena respuesta. Algunos de mis clientes pagaron el envío por DHL u otra paquetería porque no querían arriesgar su entrega, que en varios casos superaba los dos mil pesos en valor.

Fui al correo cerca de la casa, pedí informes y allá volví con mis paquetes. Un señor de edad incomprensible y mirada adusta me explicó con calma cómo envolverlos, cómo cerrar los paquetes, que debían ser revisados por ellos antes de etiquetarse, así como las formas de enviar: tradicional (sin guía), certificado (con guía y rastreo web) y por MexPost (que aún no entiendo bien y que nunca he usado).

Volví bien armado de paquetes y me sorprendió el costo tan bajo de los envíos, que por cierto no ha variado, es decir, no ha subido en casi una década. Los paquetes comenzaron a llegar a su destino y a mí me dio mucho gusto, pues en ese entonces casi no podía salir de casa, estaba débil, en recuperación física, y a lo más tenía fuerzas para vender desde mi estudio y llevar al correo.

Todo fluyó bien durante algunos años, hasta puedo decir que me volví experto en armar paquetes, lo que, creo, se ha vuelto una obsesión. Una vez, el escritor morelense Amuary Colmenares me envió un mensaje diciéndome que era “un dios para empaquetar libros” o una cosa así muy exagerada, cuando le mandé, si no mal recuerdo, varios libros de Mario Bellatin en ediciones especiales.

Pocas veces se me abre o rompe un paquete en el trayecto, aunque me ha sucedido, pero por fortuna sin pérdida de ejemplares. Y en realidad, solo dos paquetes se perdieron definitivamente, cuando los mandé por correo tradicional sin guía de rastreo ni modo de localizarlos. Fue un paquete de libretas que mandé a Cuernavaca, a una ex alumna llamada Leslie, a quien le entregué su compra cuando estuve por la ciudad; el otro fueron unos libros que le mandé, si la memoria no me falla a Jan Olvera, igual a Cuernavaca, pero que no pude recuperar y que por lo mismo ya no me pagó. Son los únicos dos casos, y está mal, pero desde mi punto de vista también ocurrió por querer ahorrarme veinte pesitos, en fin.

Vendí, pues, unos cuatro mil libros que se repartieron por muchas ciudades… por cierto, una de mis mejores clientas es la escritora Joyce S. Hernández de Taxco, con quien, en parte gracias a eso, mantengo una buena amistad desde hace años.

Después de aquella pérdida o venta me seguí vendiendo Libretas de Corazón y varios productos de encuadernación, para más tarde pasar a vender mis libros (o sea, los que yo escribo y publico) más en forma, lo que hago hasta ahora.

Así he variado en productos (libros viejos, libretas, mis libros) y mando de forma constante unos 120 paquetes cada año, que vendo, rastreo y se entregan. Cierto que algunas veces se tardan un poco, pero sigue siendo conveniente, pues enviar de 1 a 3 libros cuesta solo 40 pesos y así sube, pero poco a poco, de 50, 60 y 80 quizás, esto ya en paquetes de varios kilos de peso. El correo puede mejorar, pero a mí me ha funcionado bastante bien y por eso les agradezco.

Por último, hace poco terminé el libro Yo publico, manual para escritores contemporáneos, donde platico sobre mi experiencia como escritor y comparto estrategias para publicar. Si quieres que te lo mande, solo envía un correo al Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. y con gusto lo tendrás.

 

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Viernes, 28 Agosto 2020 07:53

Autogestión

Un tema importante para cualquier artista es gestionar, que la RAE define como “Llevar adelante una iniciativa o un proyecto”, es decir, hacer que suceda algo que se quiere hacer. En el caso de nosotros los artistas tiene que ver con hacer viables nuestros proyectos personales, que siempre son algo creativo con cierta viabilidad económica.

Gestionar no solo es atraer recursos, sino administrar acciones. Por ejemplo, cuando hago una antología, primero redacto mi proyecto, luego publico la convocatoria, después recibo los textos, edito, diseño, me encargo de la impresión y por último de la promoción del libro.

Y hay muchas formas de gestionar, dependiendo de cada proyecto. Algunas iniciativas tienen que ver con libros, otras con dar talleres y muchas veces es la combinación de escribir, organizar a varias personas, llevar la contabilidad del caso, promocionar y dar cuenta de los resultados.

Como artista es algo del día a día, porque uno tiene que encargarse de que suceda. Claro que cualquier tipo de gestión va a involucrar a diferentes participantes. Puedes trabajar con alguna institución de gobierno o de la iniciativa privada, con asociaciones civiles o con particulares.

Gestionar es sumar esfuerzos, trabajos, tiempos e intereses de las personas y además hay que garantizar que todos resulten beneficiados, pues se trata de un ganar-ganar.

Otro ejemplo es cuando he trabajado hacia un grupo específico para desarrollar un taller, que dé como resultado un libro compilatorio de varios autores. Entonces se contacta a la institución o al grupo, se le presenta el proyecto, se negocian las condiciones y se lleva a cabo, con el taller y luego con la edición y quizás venta. Hay que atender muchos detalles, como tiempos, costos, espacios y otros detalles.

Los resultados suelen ser de interés para quienes se involucran, porque el valor agregado de un proyecto artístico siempre tiene que ver con la parte humana y social de un fenómeno o necesidad.

Muchos escritores estamos atentos a convocatorias, para adecuar nuestros planes a las diferentes características, cosa que, si se encuentra en nuestra línea de acción, no solo nos dejará una buena experiencia, alguna ganancia y un resultado positivo, sino que podrá generar vínculos con las personas con quienes trabajemos.

Hay elementos más fríos en la gestión (contabilidad, cronogramas, impresión), pero hay otros que siempre son cálidos, como el contacto con los participantes y las anécdotas personales que obtengamos, las cuales, a su vez, pueden ser pie para otros proyectos.

Se gestiona de diferentes maneras, a veces en equipo, otras de forma individual, a lo que llamo autogestión, pero siempre habrá personas involucradas, recursos, medios.

Un modelo de gestión común son las becas o estímulos. Para ganarse uno es necesario demostrar una trayectoria como artista en su género, además de presentar un proyecto original a desarrollar en un determinado tiempo, pero también incluir documentos probatorios (como libros publicados y premios), así como requisitos administrativos (identificación, comprobante de domicilio, constancia de situación fiscal, datos bancarios, CURP), de acuerdo con cada convocatoria.

Lo mismo pasa con otras oportunidades como becas de posgrado, becas para tomar cursos, residencias, concursos, recursos públicos etiquetados para determinados fines, apoyos directos, financiamiento para publicaciones, aportaciones para organización de eventos, entre otros.

La autogestión nace casi siempre desde dos enfoques: a) cuando tienes una idea en mente y buscas patrocinio o b) cuando hay una convocatoria que se ajusta a tus intereses, aunque también hay casos de invitaciones directas a postular o a hacer equipo en el proyecto de otras personas. Todos los casos tienen sus detalles particulares y prácticamente no hay uno igual.

La autogestión me permite como artista buscar fondos e impulsar mi trabajo más allá de mis espacios tradicionales. Gracias a esta visión he trabajado con públicos de diferentes tipos, como universidades, maestros, grupos marginales, gente en presidio, promoción de la lectura en niños y adolescentes, asilos, estudiantes de preparatoria, otros artistas y más. Lo importante es comprender que el artista siempre está tocando puertas para llevar su arte a más personas, porque de ese modo mejoramos el mundo en que vivimos todos.

Por último, te invito a inscribirte a mi Taller de Cuento, los miércoles de 6 a 9, comenzando el 2 de septiembre. Informes: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

 

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Viernes, 21 Agosto 2020 05:56

El pasado

Como persona, vivo en el presente, con la mirada en el futuro en cierta medida, considero que es una forma de afrontar la realidad con asertividad. Por un lado, me mantiene alerta de lo que puedo hacer y por otro me permite disfrutar de cada día, o esa es la meta, la intención (aunque últimamente mi vida como la de tantos ha dado extraños tumbos o ha tenido fuertes sacudidas).

Esto que digo no creo que sea nuevo ni extraño para nadie. Solo soy un hombre de 41 años viviendo y buscando conseguir sus sueños, con la mayor tranquilidad, con trabajo y hasta con algo de optimismo.

Pero hay otro aspecto de mi vida que ve el tiempo de forma diferente. Como escritor, como creador de historias, busco en el pasado mucho de lo que quiero contar, mientras me pregunto: ¿por qué esta manía de voltear hacia atrás incesantemente? ¿Será la nostalgia la única forma de ser original? ¿La actualidad no es tan interesante para quedarnos escribiendo sobre ella?

Aquí las cosas se complican. Mientras el presente se descubre al momento y el futuro es lo que tú quieras o nada al mismo tiempo, el pasado lo tiene todo para ser algo, algo concreto, finito y que puede mirarse en perspectiva.

Pondré un ejemplo: yo, como tú, descubrí un día la amistad, en mi caso de quinto de primaria y 30 años después ya puedo hablar de ese amigo durante muchas páginas, porque lo conozco todo de esa historia y mis recuerdos me darían los detalles suficientes para argumentar cualquier trama, por extensa que fuera.

No podría ser igual con una amistad que conocí apenas, mucho menos de las que (si acaso) llegaré a tener algún día. El pasado tiene todos los datos de una historia y los detalles; incluso, el tiempo es en sí mismo algo que dramatiza cualquier historia. El tiempo y el pasado son elementos (o fenómenos) simbólicos para las personas, las sociedades, la vida. Recordemos que el tiempo no existe, solo su medida, pero eso basta, es suficiente para recordarnos a cada minuto que no podemos vivir sin él, sin mirarlo de reojo en el celular u otra pantalla.

Cuando me pongo a escribir, insisto, miro el pasado como una canasta repleta de anécdotas interesantes (incluso excitantes) por contar. Personalmente, honro mi pasado viviendo lo mejor que puedo cada día y he escrito ya por lo menos unas mil páginas de libro sobre mi pasado, al menos el que recuerdo, pero siempre hay un pero…

Hay historias escondidas en el pasado, u ocultas, o silenciadas, que cuesta mucho trabajo recordar, porque duelen quizás y traerlas al presente es complicado, porque pueden generar en el presente cierto descontrol, aunque también pueden ser benéficas, como sucede en la mayoría de los casos con algo así. Entonces, tal vez lo mejor es afrontarlas de forma directa e iniciar un viaje hasta el pasado para recuperar lo que sea que hayamos perdido ahí y que consideremos necesario y luego volver al tiempo de hoy a escribirlo, para luego quemarlo o publicarlo, ¿por qué no?, pero hacer que salga del oscuro mundo de la memoria y se disipe en la claridad del cielo actual.

No hay modo de hablar del ayer sin que se asome una lágrima, aunque sea difusa, por el retrovisor; por más que existan recuerdos célebres y clamorosos en nuestro pasado, quedan por ahí dudas, desconsuelos, tristezas o acaso solo una última herida abierta que no nos deja triunfar. ¿Te ha pasado algo así?

Saliendo del estado melancólico, me parece sublime poder viajar al pasado, por una vieja-nueva historia y poder volver al presente a escribirla, a hacerla vivir y morir al mismo tiempo, pues al estar escrita comenzará a ser un nuevo pasado yerto en este nuevo tiempo, para su eliminación. Parece alquimia. Ya veré cómo me va en esta nueva incursión y qué novela, libro de cuentos o poemas salen de ahí.

Por último, te invito a inscribirte a mi Taller de Cuento, los miércoles de 6 a 9, comenzando el 2 de septiembre. Informes: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

 

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Viernes, 14 Agosto 2020 05:07

Lectora

Para Antonia, a sus 15 años.

Antes de nacer escuchaste poesía, canciones, algunos cuentos y muchas pláticas. Al llegar miré tus ojos y desde entonces ha sido un gran reto y una felicidad insuperable. Apenas nos conocimos en persona comenzamos a leer juntos.

De bebé continuó la poesía, la música y acunada en mi rebozo te compartía mis alegrías y alguna historia personal de esas que aún te gusta escuchar. Cuando te sentaste, los libros comenzaros a llegar a tus manos por montones, desinfectados y limpios, para que los conocieras mejor.

“Los libros son juguetes” fue el principio de aquellos años. Los tomabas con tus manitas, rompías sus hojas, los confundías con comida, comenzaste a quererlos. Los devolvíamos a su librero, con las secuelas de nuestra diversión y los dejábamos a tu alcance.

Cientos de libros pasaron por tu vida antes de que comenzaras a leer, eras una analfabeta bastante culta, pienso ahora. Cuando tu lenguaje hablado comenzó a fluir, fueron sus palabras las que repetías y comenzaste a usar con la naturalidad de quien sabe que este mundo se conquista con letras.

Luego encontraste tus favoritos y me pedías que te los leyera una y otra vez, hasta que los memorizabas, tanto así, que si leía mal, tú me corregías. A veces leías sola sin leer, repetías el cuento como iba en cada página, señalabas las ilustraciones y modulabas la voz.

Comenzamos a ir a librería, en especial a Gandhi, donde aprovechábamos el tiempo leyendo varios in situ y llevábamos otros a casa. Algo que aún hacemos, aunque ya en otras secciones, con lecturas más extensas.

Llegó por fin la lectoescritura, a los 7 años, porque no había prisa. La vida me dio el regalo de ser yo, en casa, quien te enseñara a leer y escribir, en unas clases que iniciaban siempre con la frase: “Leer y escribir es jugar”. Tu rostro de sorpresa al adquirir la habilidad es algo que llevaré en el corazón hasta el final.

Y comenzaste a leer, no sola, pero sí con más autonomía. Entonces leíste, por ejemplo, a Natacha, de Pescetti. Leías por tu cuenta, aprendías tanto en la primaria, volvías y leíamos libro tras libro, que en ese entonces poblaban la casa entre libreros y muebles.

Volviendo un poco, cada noche, desde tu llegada al mundo escuchaste un cuento leído, por mamá o papá, antes de dormir. Solían ser más de uno y muchas veces también los pedías repetidos. Esto se terminó hasta que ya niña grande decidiste que ese espacio nocturno sería solo tuyo, pero fueron por lo menos 10 años increíbles. Claro que muchas veces, en vez de leer, me pedías que te contara una de mis historias, que inventaba al vuelo, como las aventuras de Nariz de Oro o las peripecias del perrito Tláloc.

Llegó, pues, el día que conociste a Harry Potter, sus libros y películas, y del mismo modo, muchas otras sagas de aventuras, o libros sueltos, que pasaban por tus manos como un río que serpenteaba entre tu imaginación y tus plácidas tardes provincianas.

Leíste bastante, de dinosaurios, historia de México, temas de tu edad (de cada edad), cosas que te interesaban, de algunas cosas que platicábamos y en las que querías indagar. Leíste, leías, lees, leerás.

Llegaste incluso a un récord lector, según mi perspectiva. A tu corta edad, digamos 12 años, habías leído lo mismo que yo alcancé a leer tal vez a los 30 años, no sé. Te admiro y te respeto como lectora, eres hábil y crítica, sabes lo que buscas en un libro y lo que no quieres leer. Has resignificado en mi vida el verbo “leer”, que definitivamente debería comprenderse en femenino.

Y tras cada lectura y mientras leías título tras título, hablamos tanto, compartimos, debatimos, discutimos, dialogamos, nos emocionamos en cada oportunidad y aprendimos mucho. Momentos inolvidables, caminando muchas veces o en casa o en una librería, que solo nos pertenecen a nosotros, pero que a veces dan ganas de compartir, como ahora. Gracias, hija, te amo.

Por último, ¿recuerdas cuando fuimos a la Feria del Libro de Guadalajara? Por fin comprendiste por qué iba cada año y lo que hacía allá. Volveremos un día, juntos, nena, no lo dudes, volveremos.

#lectora #leer #lectura #libros #literatura #danielzetina #bibliofilia

 

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Viernes, 07 Agosto 2020 05:00

Librería de viejo

Para Sonia, Antonia, Paula y Nina.

Viajar por una librería de viejo es uno de mis más grandes placeres en la vida, en especial si es grande y tiene buenas ofertas. Comencé con esta práctica hacia 1998, poco antes de entrar a la universidad, cuando acudí a la librería de don Víctor en El Calvario, cerca del centro de Cuernavaca. Allá fui con un amigo a ver qué me encontraba y a pesar de la oscuridad del local, salí de ahí con luminosos ejemplares, algunos de los cuales aún conservo.

Otra anécdota ocurrió cuando cobré mi primer trabajo de corrección de textos y frente a la sucursal bancaria estaba la librería de viejo. Crucé la calle y me gasté una buena parte de mi dinero en libros, en especial de poesía y en antologías. Salí con un par de bolsas y hasta un volumen de regalo.

Desde entonces, nunca he dejado de hacerlo, en especial cuando sea y de preferencia lo más seguido posible (nunca es suficiente). He comprado así más de 10 mil libros. En mi cumpleaños —excepto este año— voy con tiempo, tres o cuatro horas y me paseo por los pasillos como si ahí viviera: veo, tomo alguno, hojeo cuantos puedo, vuelvo a algún estante, cruzo un pasillo, abro más y más, repaso con la vista, con el tacto y con emoción cuando encuentro viejas ediciones que recuerdo con gusto o descubro nuevas ante mis ojos.

Siempre hay algo que me sorprende —así soy, qué le voy a hacer— y casi siempre compro varios libros, que cargo con gusto hasta donde pueda revisarlos de nuevo y estudiarlos, analizarlos antes de leerlos de verdad. Algunos van a la fila de los pendientes de leer, otros duermen directo en un lugar de mis libreros que parecía reservado para ellos antes de saberlo.

Volvamos al local: su olor es característico, picante, entre húmedo y dulce, casi salvaje, pero relajante. Siempre hay un orden, arbitrario, extraño, que permite perderse en una clasificación por horas o encontrar un libro de Rudolf Steiner al lado de uno de George Steiner, o una colección de Asimov en sociología o un ejemplar de Julio Verne en historia.

Hay de todo en las de viejo, es su destino, así fue siempre, porque los libros encuentran su propio camino cuando salen de las manos del escritor, el editor, el distribuidor, el librero comercial, el promotor… y llegan a situación de calle o de olvido en un librero casero, de donde alguien los rescata —o los malbarata— y les da la libertad deseada, de vuelta a la librería, para ver una vez más a sus lectores, a los locos que deambulan por mesas de madera y libreros baratos de los locales de viejo o de pulga como también les dicen.

Y entonces el libro renace, como un fénix, desde el óxido de su tinta y con la dignidad intacta, para irse con el primero que pague por él y lo lleve a nuevas aventuras. Y así, ambos vuelan juntos, libro y lector, hacia nuevos horizontes. Entonces, la vida sigue y el día es magia y las letras recuerdos y la lectura un deleite.

Desde un punto de vista de actualidad o modernidad, las librerías de este tipo son puro mal comercio o nostalgia o tiendas de baratijas, pero para personas como yo son oportunidades, oasis en medio de la aridez de las ciudades, templos del saber reciclado y de la gula bibliófila.

Un placer agregado a este hedonismo es ir acompañado a comprar libros, o llevar a alguien a que descubra, conozca o simplemente disfrute de una tarde viendo libros y comprando alguno para su solaz esparcimiento, su distracción, su aprendizaje. La combinación resulta sublime. Hágalo algún día, acompañado de su familia, sus seres queridos, su pareja, sus hijas o quien usted guste o pueda, pero vaya a una librería de viejo y gástese todo el dinero que le sea posible.

Agradezco a todos los libreros de viejo, que, pese a todo, siguen en pie y abriendo sus locales cada mañana con la parsimonia de quien sabe que sobrevivirá por siempre, entre pandemias, PDF y fotocopias. Larga vida a las librerías y los lectores de viejo.

 

#leer #libros #literatura #danielzetina #libreríadeviejo #bibliofilia

 

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Viernes, 31 Julio 2020 06:05

No solo se escriben libros

Uno de los autores que más admiro es Juan Gabriel. Recuerdo —aunque la memoria no es un instrumento de trabajo— que él dijo que nunca escribiría su autobiografía, pero le recomendó a su amigo Joaquín que lo hiciera para ganar dinero. Sí publicó una biografía en una edición horrible pero popular. Juanga nunca escribió un libro, sin embargo, sus letras —poéticas, obvio— sus canciones, son del dominio popular (no legalmente, ojo), de la gente, que las lleva en su corazones tan arraigadas como sus deudas en Coppel.

Juan Gabriel (don Alberto Aguilera, pues) fue un escritor de canciones románticas y bien azotadas. Si juntáramos sus miles de canciones no haríamos un libro sino una enciclopedia.

Hace unos años un amigo me dijo que había escrito canciones para diferentes grupos de folclor mexicano. Me dejó pensando en la posibilidad y tiempo después tuve la oportunidad de participar en la creación de algunas letras de canciones, aunque en ninguna he sido el autor.

Una noche un amigo me invitó a un proyecto como guionista de un cómic de divulgación científica mexicano, que había alcanzado cierto éxito entre lectores jóvenes. Mandé mi propuesta, me entrevistó el jefe y me contrató para varios números. Ver mis historias de ese modo —con monitos, ilustraciones— fue una sorpresa. Lástima que cerró.

Algún tiempo colaboré en programas de radio, varias veces llegué a hacer el guion completo de los programas, lo que me hacía pensar en muchas cosas: música, entradas, salidas, temas, menciones, presentaciones de colaboradores. Me afanaba en que estuviera lo mejor posible la planeación y aunque casi nadie pelaba mis ondas, yo terminaba con varias páginas impresas para los 50 o 60 minutos al aire.

Cuando di clases de teatro en una escuela secundaria que a la distancia considero liberal y de muy buen nivel, no llegamos a un acuerdo con los estudiantes sobre qué piezas teatrales breves montaríamos, así que después de varias charlas, decidí escribir un par de obras pequeñas, que, según recuerdo —pero la memoria…— se titulaban El día de la bestia y Cuando el futuro nos alcance, porque no tuve gran imaginación para titular la fortuita dramaturgia que pude crear casi sobre las rodillas. A la gente le gustaron las representaciones, aunque perdí los textos.

Cuando falleció una maestra que yo admiraba y quería, la Dra. Alicia Puente Lutteroth, organizaron una especie de coloquio en su honor en la Facultad de Humanidades de la UAEMorelos, a donde asistí para leer un texto sin género, más cercano, obvio, a la elegía, esas obras dedicadas con cariño a quien muere. Esto lo he repetido algunas veces, con más o menos pena… Y creo que volveré a hacerlo. Claro que nunca se publicarán ni nada.

Ya lo he comentado (creo): alguna vez hice un monólogo del tipo comedia stand up, que presenté en un par de lugares. Lo hice en un mes y lo estuve puliendo otro tanto, por ahí está, porque hacer comedia de este tipo es algo que me llama la atención, aunque, según parece, no ha sido una prioridad. La comedia me gusta, el humor para el público en general. Buscar algo que pueda considerarse original sería el punto. Quizás tome un curso.

¿Qué más? ¿qué más? Ah, claro, en mi trabajo editorial he escrito ya una centena de textos para la contraportada o cuarta de forros de los libros que han pasado por mis manos, además de fichas de autor, colofones, páginas legales, prólogos, introducciones, aclaraciones, dedicatorias, advertencias, entre otros bichos editoriales.

También escribo cartas para mis seres queridos y en procesos de sanación. He redactado igualmente proyectos de financiamiento, justificaciones literarias o artísticas de mis obras, miles de comentarios para mis talleristas, esta columna y otras que ha habido, algunos grafitis en bardas y camiones, recados para mi hija en papelitos, cientos de miles de listas de todo tipo, en especial de pendientes, decálogos, consejos, entrevistas, recetas de cocina…

Eso es, uno es escritor, uno escribe, de todo, siempre, en cualquier lugar, si llueve o hace sol, con la frente en alto, con pasión y alegría, hasta el final.

#escribir #libros #literatura #danielzetina #escritormexicano

 

 

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Viernes, 24 Julio 2020 05:23

Dedicar un libro

El escritor Juan Tovar me comentó un día que la dedicatoria es el género literario más difícil. Estaba en su estudio porque fue jurado de un concurso que gané y fui a que revisáramos mi libro Mentiras piadosas. Era un hombre serio e inteligente. Me dedicó un libro suyo y platicamos sobre varios temas.

Hay dos tipos de dedicatoria: la que va en el libro, es decir, impresa en tipografía, pensada antes de publicar y la que se escribe a mano. Ambas tienen sus detalles.

Le llamo dedicatoria literaria a aquella que ofrenda una obra a cierta persona para que todos lo sepan. No voy a dar una clase de esto, pero las posibilidades son infinitas: desde el clásico a la madre hasta quienes dedican su libro a la posteridad o al infinito. Las más frikis son las que se avientan un rollo del tipo: “Para Carlitos, que compartió conmigo esta historia o una parte de ella, para que nunca se nos olvide aquella tarde”; y las hay misteriosas: “Dedico esta novela (sic) a una persona muy especial, cuyo nombre será incógnito siempre, porque fue, es y será el motivo de mis días y el sol que se asoma cada mañana por mi ventana, siempre estará abierto mi corazón para que con sus pasos salvajes vuelva a nuestro nido…”

Prefiero las cursis, como varias en mis libros, porque soy así. Pienso poco cuando las escribo y casi nunca las reviso, porque además, yo no las leo y supongo que mis lectores tampoco, porque nadie parece reparar en ellas. A final de cuentas, lo importante es que la persona a la que va dedicada sepa que así es, que le dedico mi creación.

Algunos de mis libros se los he dedicado a mi hermana Carmen, a mis primos, a mi hija, a mis estudiantes, incluso a mí mismo. Insisto, es una cursilería, aunque no me la ahorraría.

En ocasiones, mi dedicatoria literaria ha variado, me explico, en cierto momento le dediqué un libro a alguna persona, pero años después ya no, entonces, o bien lo dejé sin dedicatoria o se lo dediqué a otra persona, por diferentes razones que no explicaré aquí, claro, pero que usted misma puede interpretar.

Una vez un escritor literario más mayorcito que yo me recomendó que fuera prudente al dedicar y que si hacía un libro de cuentos no le dedicara cada texto a una persona diferente, que eso se veía muy chafa. Por esos días conseguí un libro de cuentos suyo, que incluso leí, y sí, cada cuento tenía ese defecto… Comprendí que se hablaba a sí mismo y los pocos libros que llegué a ver de él después carecían de tanta dedicatoria. Así se aprende, pues.

Por último, no recuerdo una dedicatoria literaria digna de compartirles, quizás no haya ninguna.

Respecto de las dedicatorias a mano (personales), veo tres variables:

  1. a) cuando regalo un libro mío a alguien especial la dedicatoria es más cursi y por lo mismo harto sincera.
  2. b) en una presentación o feria del libro, para público general y en general generoso, estas dedicatorias son rápidas e intento que no sean sosas, aunque no sé si lo logre, lo que más pongo es “Nunca dejes de leer” o “Espero que te guste”, dos frases que también me nacen del corazón.
  3. c) para otros públicos, como quienes acuden a mis talleres o compran mis libros para regalar, aquí hay un especial agradecimiento, pues hay un valor agregado en cada caso, por lo general escribo con calma las dedicatorias, con menos pasión pero con más criterio.

No puedo concluir que las dedicatorias (literarias o personales) sean un género como tal, son más un accesorio del libro, es algo que se atiende poco y no tiene tanta relevancia como la obra misma, y aunque no es un acto estético, sí es una expresión humana, más que artística, y es ahí donde reside su valor, porque una dedicatoria es un registro de algo que se comparte (aunque se compre) y de un diálogo posible, y en ese sentido sí me encantan las dedicatorias, especialmente escribirlas, pero también recibirlas de otros autores.

 

#dedicarunlibro #libros #literatura #danielzetina #escritormexicano

 

 

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Viernes, 17 Julio 2020 05:54

Los escritores intelectuales

Desde que comencé esta columna hace poco más de un año, he hecho referencia a lo que yo llamo los escritores intelectuales, a veces como ejemplo, otras criticándoles directamente. Hoy quiero exponer las características de lo que yo considero que es un escritor de este tipo.

No es que quiera hacer un juicio tajante (aunque sí una crítica afirmativa), pero definitivamente no me identifico con estos personajes, en especial porque ellos pierden libertad y su obra (si la hay) suele carecer de los principios básicos que para mí forjan una buena literatura: creatividad y pasión.

Presento pues, a modo de lista arbitraria y quizás absurda, las características

“Para reconocer a un escritor intelectual”

—Hacen homenajes a otros escritores mexicanos poco o mucho leídos.

—Siempre tienen un maestro escritor que les abrió las puertas de la literatura y de la vida (quizás de su corazón) y que podría ser su papá (o su sugar daddy), pero no es una cosa ni otra. Por lo regular copian el estilo de esos sus maestros.

—Publican la mayoría de su obra en sellos institucionales

—Les encanta la palabra viáticos.

—Acuden a muchos encuentros de escritores (pero no de lectores).

—Han tenido una beca por cada libro publicado.

—Son incapaces de explicar claramente a qué se dedican y cómo ganan dinero.

—Visten mal, pero huelen a un rico perfume Fraiché.

—Opinan de cosas que no saben.

—Les importan demasiado las opiniones de los columnistas literarios.

—Siempre están por editar una revista que será “la mejor del país”.

—No saben cómo se organiza una feria del libro.

—Prácticamente nadie en su barrio ni en sus grupos de Facebook ni en casa de su abuela sabe lo que hacen.

—Escriben a mano en un café pequeño y hablan más de café que de trabajar.

—Pueden tener un perrijo, dos gatijos o vivir en casa de sus papás (estos criterios son intercambiables).

—Casi siempre son hombres, pero esto no siempre es posible comprobarlo.

—Platican con ligereza de libros de Siruela, Atalanta o Pre-Textos y dicen tener muchos en su casa.

—No saben alburear ni lo que eso significa en la vida nacional ni en el lenguaje ni en la historia ni en la sociedad.

—Nunca tienen una opinión política, dicen “soy apartidista”, “mi patria es la teoría”, “todos son iguales”, “mi arte vale más que eso” o “una vez me tomé una foto con Enrique Krauze”.

—Ignoran (o tratan de ignorar) quién es Enrique Serna y no han leído El miedo a los animales ni van a leerlo nunca.

—Siempre felicitan en redes sociales a otros intelectuales que ganaron premios intelectuales o becas otorgados por otros señores intelectuales.

—No odian ni aman a nadie y casi nunca expresan sentimientos o son parcos y serios. Suelen aparecer en las listas del #MeToo.

—Siempre dicen que quieren publicar en Anagrama y que nunca publicarían en una editorial independiente (que ni conocen), mucho menos por cuenta y riesgo propios.

—Habla mal de escritores que ni conoce, de obras que no ha leído y de eventos a los que no acude, porque los considera chafas o cutres o piojosos.

—Además de saber muy poco de literatura y de concentrarse en algún tema desconocido (como la poesía nórdica contemporánea), saben poco de cualquier otra cosa del mundo.

—Son como unos niños maleducados y berrinchudos, pero bien peinados y sobre todo obedientes con el poder.

Es todo por hoy, haga usted lo que quiera con esta información. Gracias.

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#escritorintelectual #libros #cuarentena #malaliteratura #danielzetina #noesarte #escritoremorelense #lectores #covid19

 

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Viernes, 10 Julio 2020 02:00

Miedo al plagio

Muchas veces he escuchado a diferentes escritores decir que tienen miedo de que les plagien sus obras literarias auténticas, originales y bien preciosas, además de únicas e irrepetibles.

Me causa extrañeza este miedo. Es decir, si es tu obra, ya es tuya, si no quieres que te la “roben”, pues nunca la muestres (siempre hay un riesgo, la vida es un riesgo). Podrías dejarla en el cajón por siempre y hacerle un favor a la humanidad y a los lectores no publicándola nunca…

Pero no creo que sea el caso, así que si lo tuyo es ser un escritor y publicar, pues debes compartir tu obra, digamos, para ser concretos, tu novela.

Si quieres publicar esa novela, debes compartirla con un editor. Y los editores no se roban las obras que reciben, porque tienen ética. Nunca he sabido de un caso así en toda mi vida, ningún editor que yo conozca lo ha hecho y conozco a cientos. ¿Por qué no robarlas si las tienen a la mano? En gran medida, porque, así como tú quieres ser original, ellos, nosotros, ustedes, vosotros y aquellas también quieren algo original (que tiene mucho que ver con trascender) y único e irrepetible y maravilloso… y propio.

En los concursos (premios, convocatorias…) podría darse el caso, pero tampoco he sabido de nada parecido.

Un corrector de estilo podría tomar una obra que le encargaron corregir y hacer algo con ella para “apropiársela”. En estos días salió a la luz un caso así en el norte de México. Al parecer alguien recibió varios textos para corregirlos y a partir de ellos hizo su propia versión… aunque nunca la publicó y según quiso defenderse tenía cierto derecho a hacerlo. Este caso no ha sido juzgado y quién sabe en qué termine, pero tampoco parece ser un caso de plagio directo en 100% de un original (aunque es claro que el corrector actuó con cierta falta de probidad).

También una persona que no te conoce puede entrar a tu nube, buscar donde tienes tu gran obra maestra guardada, descargarla y luego hacerse rico vendiéndola por el mundo… pero seamos realistas, es más fácil hacer dinero escribiendo algo así que haciéndolo… Es absurdo.

Otra cosa es que, ten cuidado, haz tu novela lo mejor que puedas, porque si es que existe alguien que plagie novelas, no se robará cualquier bodrio, mal escrito y pretencioso. Si te van a plagiar algo, que sea digno, por lo menos.

A nivel nacional hay pocos casos de plagio literario, aunque ninguno de una obra en su totalidad sino parcialidades. El caso más conocido en México, quizás es el del escritor Alatriste, que hace una década ya fue acusado de copiar ciertas partes del libro de un autor e incluirlas en su propia novela sin citar la fuente. Según recuerdo, el caso no fue tan grave y no llegó a tribunales, aunque la gente se lo comió vivo en los medios y tuvo que renunciar a su trabajo. Ignoro si los libros de Alatriste se vendían antes o después de aquello, nunca lo he leído ni lo habré de leer.

Por último, en el mundo académico, de la investigación y la experimentación y todas esas cosas divertidas, ahí sí he sabido de casos de plagio, en particular de uno también muy famoso, que llegó a tribunales, donde se estableció que sí hubo plagio y usted perdone, señor autor y listo… pero no lo comentaré más porque es académico y no literario.

Entonces, el fantasma del plagio ronda los cafetines literarios, la gente guarda celosamente sus manuscritos y no se los enseña ni a su mamá… Porque la paranoia y el delirio de persecución son grandes, no porque exista el plagio de obras literarias desconocidas, inéditas, medio mal hechos o llenas de erratas.

¿Y los grandes textos de los escritores profesionales? Bueno, esos siempre (o casi siempre) se dan a conocer poco a poco, por los medios normales y dentro de la cadena que lleva el libro de la computadora del escritor a los lectores, la cadena productiva del libro.

Entonces, dejémonos de sospechosismos y a leer, a escribir y a publicar… y a dejarse de miedos absurdos. Los quiero.

 

 

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Viernes, 03 Julio 2020 05:31

El amor en la cuarentena

“Dios es hermoso y el universo siempre conspira a favor de quien está ahí con el alma tranquila, en paz, con el corazón sereno y sin ninguna impaciencia. Y entonces, como pedido de Amazon, ese amor que parecía tan lejano y tan distante llega a tu vida y simplemente la pandemia o el coronavirus te la p*lan”.

—Sonia López

La pandemia nos ha dejado grandes aprendizajes a muchas personas, quizás a usted no, porque no lo necesitaba o ya era sabio de verdad. Entre otras cosas, nos mostró el lado más humano de pequeñas cotidianidades, como ceder el paso, esperar a que alguien sea atendido o mirar a los otros con un poco más de compasión.

Además, estoy seguro, porque lo escucho a diario, que se lee más de lo habitual, algo que siempre será positivo, en especial en un país tan violento como el nuestro. Igual se mira más cine, que por lo general se comenta en familia. Las personas que así lo han podido hacer también están pintando, escribiendo, escuchando webinars o aprendiendo a usar mejor las redes sociales o a tocar un instrumento. Hay de todo.

El punto es, digamos, aprovechar lo que se puede. Yo mismo he participado de varias de estas prácticas en el encierro, además de desarrollar mi trabajo, tanto editorial como de escritura, que por fortuna no ha cesado, aunque ha tenido sus variables, con momentos de mucho estrés y otros más relajados.

Se habla también de los ligues de pandemia, queriendo banalizar algo tan hermoso como una relación de pareja. Quizás muchos de esos encuentros serán casuales, como lo son en una situación social normal y eso no tiene nada de malo ni de excepcional. Qué bueno, que fluya la alegría (si es el caso que cualquier relación trae alegría a la vida de ambas personas).

En mi caso, entre la angustia de “¿qué voy a hacer en cuarentena?” y la alegría de “la vida me está dando esta oportunidad para aprender” conocí a una mujer que ya conocía, es decir, nos reencontramos, coincidimos, hicimos click o como pueda decirse. No solo eso, decidimos conocernos y comenzar algo juntos, en una relación que nos sorprende cada día y que a la vez representa un reto cotidiano bastante placentero.

Iniciamos con la pandemia misma, cuando ya había llegado a México, nos vimos muy poco al inicio, tomando las debidas precauciones, platicamos por whatsapp, luego nos visitamos apenas, para luego convivir con precaución pero también con ánimo.

Es algo profundo y conmovedor, que en un periodo en el que el mundo se colapsa, dos personas, que quizás no parecían tener mucho que ver, y que quizás fueron equis el uno para el otro durante años, unan sus manos y sus corazones en un camino en común, con sueños y con hechos.

Nosotros, como cualquiera, no tenemos la vida comprada ni el futuro asegurado, pero eso mismo nos ha enseñado la pandemia, que la vida es un riesgo por asumir y la decisión de enfrentarla es de uno mismo. ¿Durará? No lo sabemos, aunque lo queremos, pero hasta ahora es una experiencia única, porque amar en serio es así, repentido, azaroso, extraordinario.

¿Te has enamorado en esta época? ¿Has decidido apostar por el amor o dijiste que no a alguna propuesta? ¿Eres feliz con la persona que compartes tus días? Deseo, como buen enamorado, que el mundo gire en torno a lo positivo, lo optimista (siempre más realista que lo pesimista) y el amor mismo. Porque el mundo necesita buenos sentimientos y uno puede aportarlos amando a quien ha decidido amar, a pesar de las circunstancias.

En este caso quizás, y solo quizás, también sea cierta o haya algo de verdad en lo que el poeta Watanabe decía del tema: “Porque el que ama/ no sabe lo que ama/ ni por qué lo ama/ ni lo que es amar”. Solo el tiempo lo dirá. Mientras tanto, aunque suene paradójico, que viva el amor, que viva la pandemia, que viva la vida. Gracias, Sonia, por este amor.

 

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#amor #libros #cuarentena #pareja #danielzetina #sonialopez #escritoremorelense #lectores #covid19

 

 

 

 

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Viernes, 26 Junio 2020 03:47

Escribirlo todo

Cuando supe lo que había escrito Balzac enloquecí, apenas iniciaba la universidad. Luego tuve acceso a la titánica obra de Borges, pero también de Marguerite Duras, Tolstoi, Goethe, García Márquez, Juana de Asbaje y otros. Me impresionó su obra, su calidad, su intelecto, sus manías, pero también (y en especial) su constancia, su productividad.

Más tarde, en México leí parte de la obra de Enrique Serna y de Mario Bellatin, ambos con una cantidad vasta de libros publicados y contando, pues no son tan grandes de edad y no se han retirado.

En contraste, leí al paradigmático y polémico Juan Rulfo, autor de dos libros muy buenos, pero quien misteriosamente dejó de escribir (o solo de publicar) y se dedicó a la fama.

Rulfo alcanzó la gloria, ajá, ¿y luego? ¿De verdad no tenía nada más que decir? ¿Las historias más que inventarlas, se las contaba alguien? ¿Por qué dejó esperando tanto tiempo a sus lectores, para luego decepcionarlos con el látigo de su silencio? Puede usted ser un admirador más de Rulfo, en el peor de los casos hasta haber leído su obra, pero no puede dejar de lado estas preguntas. Reconozco la valía de su obra, pero no me parece admirable su forma de callar.

Volviendo a quienes sí se dedicaron a escribir, me interesé, decía, en varios autores, y más allá de sus obras, en lo que de la vida y la literatura opinaban. Libros como Escribir de Duras, Viaje al centro de la fábula de Augusto Monterroso me parecieron una interesante declaración de principios. Con los años, he conocido más acerca de las motivaciones de ciertos escritores y siempre pongo mi interés en quienes escriben sin parar y sin esperar otra cosa que continuar creando.

Recuerdo entrevistas a Stephen King, acerca de todo lo que significa escribir para él. Estamos hablando de un hombre de clase baja y pocas posibilidades en la vida que ha llegado a ser uno de los referentes de la literatura estadounidense contemporánea, con cerca de 60 libros, uno titulado simplemente Mientras escribo

Otro contraste fueron mis maestros de la universidad y los intelectuales mexicanos. Los primeros solían aconsejarnos que no nos dedicáramos a escribir literatura, que se lo dejáramos a los genios, que debíamos estudiar a quienes sí sabían escribir. Siempre vi en esos comentarios a autores frustrados, más que a académicos convencidos.

De los intelectuales, jóvenes o viejos, puedo decir que aprendí todo su clasismo (siguen luchando aguerridamente por ser reconocidos como escritores blancos, antes que vender libros) y su preciosismo. El escritor intelectual busca la forma por sí misma, sin contenido de peso ni historias de verdad. Este seudo artista será reconocido por cosas que no se entienden y que a nadie conmueven, pero siempre encontrará que lo publiquen en una universidad pública o en el acervo de una institución sin lectores y logrará una nueva beca, para seguir profundizando en el ritmo de los retruécanos, en la magia de la jitanjáfora o en identificar por fin cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler.

Yo quiero escribirlo todo. ¿Por qué? ¡¿Por qué no?! A lo largo de los años he visto que mis colegas escritores de generación pierden la ambición de escribir, ya sea por sus trabajos en gobierno o free lance, o quizás porque tenían poco que decir, con lo que publican una novelita cada diez años, un poemario de veinte años de carrera o un libro de ensayos que ya no refleja su pensamiento actual, como suelen decir.

Pretendo seguir escribiendo mucho toda mi vida y no pienso ceñirme a un solo género o a un público específico. Incluso he salido de la literatura, hacia la no ficción, donde hay tanto que pensar y decir. Escribo para todo el mundo y quiero que mucha gente compre mis libros, los lea, los comparta y seguir escribiendo de muchos más temas.

A final de cuentas, como artista, no voy a jubilarme nunca, moriré con la pluma en la mano y escribiendo una nueva obra. Quedará la pregunta: “¿Por qué no lo ha hecho, señor Zetina, si se cree tan capaz?” Mi respuesta: lo he hecho, en estos años, con esfuerzo, además de ser papá y tantas cosas; y además, al contrario de un futbolista de mi edad (41) yo aún soy muy joven para lograrlo. Los quiero.

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#escritor #libros #terco #intelectuales #danielzetina #literatura #escritoremorelense #lectores #escritoresmexicanos

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Viernes, 19 Junio 2020 04:42

Acumular libros

Es absurdo pensar que esto pueda ser un problema para alguien. Profundizaré en el asunto, aunque parezca un predicador de lo más barato.

En el mundo de los acumuladores solo hay malos y peores, cierto, aunque no a todos los tachamos por igual. Hay quien guarda basura o cacharros, como en el mucho por ciento de las casas mexicanas; otros tantos juntan cositas como recuerdos de fiestas, llaveros, frascos o calzones; también existe quien acumula conquistas o fracasos amorosos y hasta malas decisiones. Entonces, ¿por qué no mejor hacerlo con algo que tiene un valor agregado tan importante como los libros?

Llena tu casa de libros y nadie te mirará feo. Incluso puede que quieran visitarte para sentirse a gusto entre tanto conocimiento inerte pero bello. Porque los libros —aunque a alguien le moleste aceptarlo— son también un objeto hermoso, de lo más bellos que hay en el mundo.

Ahora, una ronda de preguntas retóricas, contestadas más que nada por petulancia:

¿Por qué acumular libros? Porque sí, para leer algunos, para verlos cada día cerca de uno, para saber que nos acompañan en la vida y están al alcance de la mano. Y para presumirlos, obvio, no es necesaria la falsa modestia con algo tan sublime como el conocimiento. Ahora que, no se equivoque, por favor, debe presumirse que uno tiene los libros… no que uno sabe todo lo que hay escrito ahí; puede ser un “mira mis libros que están bien precisos”, pero no un “yo soy muy sabio porque los tengo y tú no”. Lo más hermoso de acumular conocimiento es que nos recuerda nuestra ignorancia, nuestro lugar en el mundo del aprendizaje como aprendices, no como sabios. Hasta aquí esto, si no, corro el riesgo de escucharme aún más cursi.

¿Cómo obtenerlos? Compra todos los libros que puedas, cuando lo necesites o no, al salir a la calle o visitar específicamente una librería. También en ferias, pero no dejes de lado los remates, los bazares, los tianguis, las ventas de garage y las ofertas.

¿Cómo conservarlos? A los libros les gustan los libreros, así que ten la mayor cantidad que puedas. Nunca hagas dobles filas ni los encimes unos sobre otros. Acomódalos bien, límpialos con frecuencia, incluso léelos si no te queda de otra, pero siempre mantenlos contentos y saludables, se lo merecen.

¿Qué hacer con tus muchos libros? De entrada, cuídalos, pero también juega con ellos, son como niños (a la vez que grandes maestros), hazles preguntas (bibliomancia), acomódalos de distintas formas (por editorial, color, tamaño, género, autor), consúltalos en cada duda, habla de ellos con otras personas (acumuladores o no), recomiéndalos, tómate selfies con ellos.

¿Qué no hacer? Evita olerlos, pues son, como nosotros, acumuladores, pero de polvo, bacterias y hongos, que pueden hacerle mucho daño a un organismo vivo como los apestosos humanos. Sobre todo, nunca los prestes, porque podrás perderlos poco a poco y tú eres un acumulador, no un filántropo (okey, yo solo se los presto a mi novia, pero, se entiende, ¿cierto?).

¿Qué significado tiene acumular libros? El que tú decidas.

¿Cuánto es “muchos libros”? Eso no existe, no te dejes engañar. La única respuesta válida a esta duda es: “nunca serán suficientes”. Diez mil libros son pocos, cien mil libros también.

¿Y qué pasa si un día se derrumban mis libreros y me aplastan y me matan con todo su peso? No podrás quejarte, ya que morirás feliz y contento con toda esa madera, tinta, hilo y pegamento encima de ti. Hay quienes mueren de amor o de coronavirus, así que agradece esa muerte y renace para acumular aún más libros.

Por lo pronto, mi meta, ahora que por fin me compre una casa, es llegar a los 50 años con por lo menos 50,000 libros en mis paredes y no tener que venderlos nunca más, como hice hace años, con varios miles de ejemplares que debí dejar ir por azares del destino.

Les mando un fuerte abrazo y los dejo, porque tengo que desempolvar un librero y acomodar ahí mismo mis últimas adquisiciones, unos ocho libros que me regalé de cumpleaños.

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#escritor #libros #libreros #intelectuales #danielzetina #leer #morirencuarentena #lector

 

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Viernes, 12 Junio 2020 05:31

El escritor ignorante

Creo que los hay, quizás yo soy uno de ellos, aunque me esfuerzo en dejar de serlo. Por eso, conviene preguntar:

—¿Qué deberá elegir como opción de estudio una persona que desea dedicarse a escribir?

—Todo. Sí, todo. Estudiar y aprender de todo lo que se pueda. Todo.

Quien solo sabe de su oficio ni siquiera sabe de su oficio. Una cosa es que llegues a ser un especialista en uno o varios temas; otro, que te enfoques en aprender de eso e ignores el resto.

Petulantes escritores —y hasta inéditos— hay por doquier. En Cuernavaca hay los que vociferan ser no solo autores sino muy buenos o representativos de una región o época y hasta fundamentales en su género o subgénero. Como es común, en su casa apenas saben que escriben y el resto de escritores huyen de ellos.

Quien solo sabe de literatura, ni de literatura sabe. Aquí la argumentación (que no explicación, porque esto no es una tediosa clase) es más compleja: crear literatura es inventar un mundo nuevo o recrear la realidad desde una óptica personal… y sesgada, pero verosímil, es decir, creíble, para que atrape al lector y le deje algo a cambio de su tiempo (y a veces de su dinero).

Conviene, por ello (aunque sea por conveniencia), conocer más allá del borde de los (a veces) terriblemente somnolientos libros (en especial de literatura mexicana) y aprender algo más que declamar poemas como si leyeras la Biblia o pedir becas como si no supieras trabajar (se vale fingir un poco).

—¿A qué te refieres, señorcito Zetina? Tienes que ser más claro, ¿sí?

Digo que hay que vivir la vida y aprender de ella. Salir a la calle, conocer a la gente, hablar con los vecinos y estudiar temas no literarios ni estéticos ni filosóficos, sino cosas día a día más prácticas, como cambiar un foco, hacerte responsable de tus hijos, cantar karaoke, pagar impuestos, planchar tu ropa, combatir el patriarcado, comenzar un negocio, ir a terapia, ejercitarte, amar a alguien.

¿De qué o cuánto sirve leer mucha literatura para hacer nueva literatura? Mmm, no de mucho. Claro que si quieres seducir a los “grandes maestros” (casi siempre viejitos raboverdes) para que te inviten las chelas en su casa, vas por buen camino; pero si lo que buscas son lectores, personas reales y realistas, habrás de buscar mejores motivaciones para escribir.

La vida del escritor es siempre más aburrida que sus libros. Mejor buscar historias fuera de casa, en la calle y en otros lugares donde todo ocurre y no solo en tu cuarto, tu azotea o el refrigerador. Sobre todo, es útil reforzar la observación constante del contexto, del mundo más allá de tus ideas (que ni tuyas son).

Quizás de ese modo —y con una técnica lo más depurada posible—, algún día logres reflejar tu propia realidad, ser espejo, y gracias a ello, ser una parte más significativa de esa realidad por honor propio.

No finjamos: somos ignorantes, no sabios ni genios ni los más grandes talentos ni las plumas que México esperaba, aunque eso no quiere decir que no podamos ser dignos artistas y compartir nuestras creaciones. Incluso desconocemos cuánto ignoramos y cuán poco somos, especialmente si alcanzamos a comprender la inmensidad de la vida, el conocimiento, el ser, el arte.

No pretendamos ser perfectos escritores o magos de la palabra, pero sí intentemos mejorar como personas cada día, digamos, avanzar en nuestro desarrollo humano con cada libro escrito, con cada poema, cuento, novela o ensayo terminado.

Para mí, escribir es como vivir y es lo mismo y son dos monedas de la misma cara. Por eso insisto, hay que aprender a vivir como a escribir, lo mismo ambos que cada uno por separado. Pero hay que aprovechar esta oportunidad para hacerlo con dignidad y valor. Si ya estamos en el camino del arte, no seamos tan ignorantes como para ignorar nuestra ignorancia.

Aprender para compartir, saber con el objetivo de enseñar, observar y escribir como un acto de amor, humildad para seguir aprendiendo y literatura para devolverle a la vida todo lo que nos ha dado.

Hasta aquí mis consejos de hombre ya mayor, muchas gracias, hasta la próxima.

 

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Viernes, 05 Junio 2020 05:46

Me falta y me sobra barrio

Para Sonia.

Resulta que nací en la colonia Roma Sur de la Ciudad de México, en un lindo hospital. Vivíamos en la Delegación Benito Juárez, aunque parte de mi familia era del barrio medio salvaje de la Escandón, donde pasé muchos días de mi infancia entre vecindades, cumbiones bien locos y cascaritas callejeras, pero también cerca de la Condesa e Insurgentes.

Nos fuimos a Cuautitlán Izcalli, al mismo tiempo barrio pesado y pueblo extraño, donde mataban gente a cada rato. A mis siete añitos nos instalamos al sur de Cuernavaca (¡bendita provincia!), donde terminé de cocinarme en una suburbanía sin identidad y con hartos problemas sociales. Ahí había de todo, desde niños bien mamilas hasta pepenadores. Fui a escuelas públicas, entre piojos y niños agrestes.

Ah, pero claro que el niño raro tenía pretensiones y se fue a la universidad (que pública y todo, me sacó de allá un rato) a estudiar Literatura (pasumecha). En la uni aprendí mucho, me di cuenta de lo que ignoraba y de que la escuela era apenas un principio. Ahí también conocí gente fina, que comía caliente a diario y no sabía lo que era bañarse con resistencia o ir a Liverpoolga por el outfit del mes. Sí me deslumbró la gente culta, pero también conocí una vanidad asfixiante, entre profes que se querían ligar a mis amigas y escritores más mayorcitos que uno.

Mi vida fue trabajar, estudiar y conocer todo tipo de personas. Lo mismo cantaba en los camiones en el día que iba a por la tarde a una galería o a las funciones de cine nice en el Museo Robert Brady; vendía ropa usada, pero frecuentaba las redacciones de los periódicos locales; acudía a elegantes cocteles en finas terrazas, aunque luego volvía allá a mi colonia pobre de madrugada.

Crecí e hice de todo, como habrán leído (o leerán) en esta columna. Ya no soy aquel jovencito destinado a ser un obrero en Jiutepec, sino un escritor con algunos interesantes lectores, sin embargo, bien dicen que uno sale del barrio, pero el barrio no sale de uno. Al final de cuentas, lo vivido y disfrutado nunca será olvidado, he sido feliz en cualquier lugar y padecido en los momentos más insospechados. Todo suma, cada cosa es un paso hacia la luz. Sin miedo al éxito, papá.

Les contaba… Entre la gente de barrio (compas, familia…) soy un fifí, pero entre la gente fina soy demasiado de barrio. Un fifí bastante chaka, un recha pipirisnais, extraña combinación.

Yo no me considero ni una cosa ni otra o ambas y viceversa también. Lo pienso y digo: “Muchas cosas del barrio me marcaron y me encantan, como los códigos de lealtad y la gente cálida; pero también me gusta una sala de concierto, una presentación en la FIL, una biblioteca ostentosa, los cafetines de la Roma Norte”. Soy ecléctico, como me dijo un día mi hermano “el Chino” y yo pensé que quería insultarme.

Muy de mi generación estos vocablos, podría decir que soy naco, pero también fresa, un frenaco. Uno de los epítetos más honorables con los que me han distinguido fue el que me espetó Lidsay Mejía hace años: “Eres un guarro ilustrado”, me dijo después de escuchar una sesión de albures con Ricardo Arce. En realidad, dijo: “Son unos guarros ilustrados”. Simplemente poético.

Profundizando en el tema, a nivel del lenguaje, disfruto, aprendo y escribo mucho de ambos mundos, el guarro y el culto. La lengua (palabras, ritmos, jerga, modismos, usos y abusos) es amplia en sus posibilidades desde cualquiera de estos bandos. La banqueta y la Academia enseñan bastante y de forma paralela. Me encanta hacer una mezcla de dichos enfoques, que son diferentes formas de comprender el mundo y soy feliz de pertenecer a ambas visiones, que me han dado grandes experiencias y mucho vocabulario. Desde el albur y el caló del barrio, hasta los conceptos más complejos han formado mi identidad y lo agradezco. Además, estoy convencido de que no tengo clase social y que puedo convivir con cualquier persona sin importar su código postal o su nivel académico. En fin.

Damas y caballeros, los amo mil, neta, I love you, bandita. Chau.

 

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Viernes, 29 Mayo 2020 04:11

El artista y la vida real

Sí, me ha pasado: hay quien opina que un artista está fuera de la realidad, que vive en su propia fantasía. Es algo muy extraño.

Comprendo que siempre he sido un tipo raro, eso lo acepto, pues me lo han dicho desde que tengo razón y en la mayoría de los ámbitos de mi existencia, como cuando he sido estudiante, como pareja de alguien, siendo papá, como autor literario y otros roles.

Pero raro no es lo mismo que volado. Y quiero ser puntual, ignoro cómo vivan (interna y externamente) otros colegas artistas, no he hecho una encuesta al respecto. Hablaré de mi vida y quizás de alguna cosa que he podido ver de cerca o experimentar.

No me considero un ser excepcional en la sociedad. Soy un artista, sí, pero también un ciudadano funcional que trata de llevar su vida lo mejor posible. Es curioso, si platico con cualquier persona que acabo de conocer o con alguien en la calle, soy tratado como una persona normal, pero la mayoría de las veces, si esa persona sabe de mi oficio cambia su actitud ante mí. Casi siempre hay estas posturas: a) tratan de demostrar que saben muchas cosas, como si yo evaluara su intelecto; b) aseguran que no saben mucho o de plano nada de literatura; c) observan como buscando un problema en mí con cierta compasión.

Y no hay modo de que cualquiera de dichas actitudes no resulte penosa. ¿Por qué cambian cuando menciono que soy escritor? (Por otro lado, no tengo intención de negarlo ni ocultarlo en ninguna circunstancia).

También los hay que desde ese momento te profesan una admiración gratuita y un respeto casi insultante; aunque impresiona menos, también incomoda. Por último, hay quienes lo que primero que preguntan (de una u otra forma) es si uno es pobre y si ya comió ese día, listos para soltar una limosna.

No digo que sea culpa (por así decirlo) de quienes lo hacen, pero son conductas bastante incomprensibles. Como si yo al conocer a un cirujano le dijera “Yo no sé nada de operaciones de corazón a pecho abierto” o con un empresario: “Ignoro cómo calcular un factor en tus productos”, o a una asesora de bienes raíces “Nunca he sabido hacer pólizas de arrendamiento”. Es decir, cada quien sabe de lo suyo. Incluso, con la gran cantidad y calidad de lectores, es más probable que una persona sepa más de literatura que yo de su oficio.

Ahora, no me quejo, son gajes del oficio, como los habrá en todos lados, solo digo que es curioso.

Por otro lado, cuando conozco a alguien, y en general, trato de no suponer nada sobre esa persona, porque poco o nada sé. Intento conocer, si me interesa, observar y dialogar. En mi vida ha conocido muchas personas en verdad interesantes, y he decidido conservar a varias cerca porque aportan algo positivo en mi vida.

Como he sido prejuiciado por ser raro o por hacer las cosas de formas poco ortodoxas o por el oficio que ejerzo en el arte, trato de ser más empático, de no juzgar o hacerlo menos, de mirar con cariño o distancia las gracias, actitudes y manías de quienes me rodean y comprender a través de ellos, mejor mi entorno.

Todos podríamos hacer lo mismo. Por ejemplo, antes de suponer que un artista es pobre o desconocido o malo pregúntele qué es lo que hace, platique con él, pues todos nos beneficiamos del diálogo social. No se ponga a competir si sabe más o menos que nadie, todos tenemos un bagaje que es propio y muy personal. No crea que un artista va a evaluar su nivel cultural, por lo general, conocemos gente para pasarla bien y tenemos muchas otras cosas que hacer.

En conclusión, como artista vivo en el mundo real y dependo de y convivo con lo que ahí sucede, porque soy parte de él, de ningún modo me excluyo. A veces, sí, pero como cualquiera, me gusta estar solo o con los míos nada más. Es cierto, por otro lado, que mi trabajo es pensar y almacenar conocimientos, pero usted también hace eso, solo que con otros intereses. Cómo ve, no somos tan diferentes.

 

 

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Viernes, 22 Mayo 2020 02:34

El Manojo. Centro Cultural

En 2004 nació en Cuernavaca uno de los foros artísticos más importantes de las últimas décadas. Este texto es un homenaje a quienes lo hicieron posible.

En una esquina frente a Plaza Cuernavaca hay una casa grande, que fue adaptada como galería y tienda de comercio justo, pero no llegó muy lejos y cerró. Poco después, Eduardo Hernández, El Tigre, Josefina su pareja, su familia y sus colaboradores abrieron El Manojo.

El lugar es un gran patio techado, en desnivel, con paredes de roca, donde caben unas 20 mesas; dentro está la barra, más al fondo la cocina; además tiene un salón para talleres y en el segundo piso más espacios de trabajo; la entrada es una sencilla reja. Todo es tan Cuernavaca.

Desde el inicio, se ofreció el servicio de comida a la par de los eventos culturales. Y desde entonces fue un referente para todo tipo de públicos y una casa para tantos artistas que pasamos por ahí. Me gustaba ir por una comida corrida, hacer citas de trabajo, pasar por una cerveza, ir a un concierto. Cualquier día era bueno para estar ahí, se comía rico y había personas interesantes.

Eduardo era ya un viejo conocido en la cultura, había sido el coordinador de Salas de Lectura, además de su labor de promotor cultural desde otros puestos públicos y por su propia cuenta. Ya era un maestro que, como hasta ahora, no se limita y comparte sus conocimientos, especialmente prácticos, con quien se acerque a él. Es un hombre generoso y valiente.

La carrera de muchos artistas no se entendería sin El Manojo, siempre fue solidario con quienes se acercaban a pedir un espacio. No pondré nombres, pero cada uno sabemos lo que le debemos a este lugar. Es impresionante cómo se dio cabida a expresiones como músicos nuevos, poetas desconocidos, talleristas principiantes, bailarines en formación, coreógrafos, dramaturgos, perfomanceros, pintores, editores y más.

A pesar de las adversidades, El Manojo siempre fue un espacio abierto. Aguantaron la violencia, los asaltos, la falta de público, los toques de queda, la crisis económica, los enemigos, los trámites en gobierno, las alzas de precios, la renta, los tiempos electorales.

Desde las lecturas eróticas que se hicieron tradicionales, hasta expresiones como la danza butoh, los conciertos maratónicos de cantautores locales, los encuentros de escritores, los reconocimientos a figuras públicas (Honor a quien honor merece, como los llamaban), las mesas de debate, los eventos de beneficencia, los cumpleaños, los clubs literarios, los talleres (cine, música, letras, baile, composición…) todos cupo en ese manojo de libertad que fue este Centro Cultural.

Más allá de un negocio o un buen lugar para vivir la experiencia del arte de cerca y a precios moderados, El Manojo se convirtió en un punto de resistencia, desde la inteligencia, el diálogo, el buen gusto, la solidaridad y el encuentro social, como muchos medios lo registraron.

Yo, Daniel, soy uno de los más agradecidos, ahí realizamos no menos de 100 eventos literarios, di talleres, conocí mucha gente, vendí cientos de libros. En junio de 2019 celebré allí los XV años de Ediciones Zetina y mis cumpleaños número 40 rodeado de amigos y colegas, con música de Kristos Lezama.

Otros dos eventos son significativos para mí: una lectura de poesía que hice con Kenia Cano y un homenaje a Facundo Cabral tras su asesinato con mi amigo Edgar Castillo, El Pato.

El Tigre siempre me decía: “Con gente o sin gente, aquí siempre tienes las puertas abiertas, ya sabes que esta es tu casa”. A veces me regalaba un mezcal, pero siempre me animaba a seguir adelante y me daba consejos.

Esta contingencia, entre otras consecuencias, nos sorprendió con la noticia de que El Manojo cerró sus puertas, lo que conmovió a muchas personas, pero comprendemos que así debe ser. Que ahora se cierra un ciclo y tras la crisis deben surgir nuevas propuestas, lugares, eventos, grupos, porque la cultura en Morelos siempre ha sido aguerrida y novedosa. El Manojo siempre estará en nuestros corazones. Mil gracias por haber existido.

Por último, como dice El Tigre: “Abrazos, feliz día y fuerza guerreros”.

 

 

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