Sociedad
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Escribirlo todo

TXT Daniel Zetina
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Cuando supe lo que había escrito Balzac enloquecí, apenas iniciaba la universidad. Luego tuve acceso a la titánica obra de Borges, pero también de Marguerite Duras, Tolstoi, Goethe, García Márquez, Juana de Asbaje y otros. Me impresionó su obra, su calidad, su intelecto, sus manías, pero también (y en especial) su constancia, su productividad.

Más tarde, en México leí parte de la obra de Enrique Serna y de Mario Bellatin, ambos con una cantidad vasta de libros publicados y contando, pues no son tan grandes de edad y no se han retirado.

En contraste, leí al paradigmático y polémico Juan Rulfo, autor de dos libros muy buenos, pero quien misteriosamente dejó de escribir (o solo de publicar) y se dedicó a la fama.

Rulfo alcanzó la gloria, ajá, ¿y luego? ¿De verdad no tenía nada más que decir? ¿Las historias más que inventarlas, se las contaba alguien? ¿Por qué dejó esperando tanto tiempo a sus lectores, para luego decepcionarlos con el látigo de su silencio? Puede usted ser un admirador más de Rulfo, en el peor de los casos hasta haber leído su obra, pero no puede dejar de lado estas preguntas. Reconozco la valía de su obra, pero no me parece admirable su forma de callar.

Volviendo a quienes sí se dedicaron a escribir, me interesé, decía, en varios autores, y más allá de sus obras, en lo que de la vida y la literatura opinaban. Libros como Escribir de Duras, Viaje al centro de la fábula de Augusto Monterroso me parecieron una interesante declaración de principios. Con los años, he conocido más acerca de las motivaciones de ciertos escritores y siempre pongo mi interés en quienes escriben sin parar y sin esperar otra cosa que continuar creando.

Recuerdo entrevistas a Stephen King, acerca de todo lo que significa escribir para él. Estamos hablando de un hombre de clase baja y pocas posibilidades en la vida que ha llegado a ser uno de los referentes de la literatura estadounidense contemporánea, con cerca de 60 libros, uno titulado simplemente Mientras escribo

Otro contraste fueron mis maestros de la universidad y los intelectuales mexicanos. Los primeros solían aconsejarnos que no nos dedicáramos a escribir literatura, que se lo dejáramos a los genios, que debíamos estudiar a quienes sí sabían escribir. Siempre vi en esos comentarios a autores frustrados, más que a académicos convencidos.

De los intelectuales, jóvenes o viejos, puedo decir que aprendí todo su clasismo (siguen luchando aguerridamente por ser reconocidos como escritores blancos, antes que vender libros) y su preciosismo. El escritor intelectual busca la forma por sí misma, sin contenido de peso ni historias de verdad. Este seudo artista será reconocido por cosas que no se entienden y que a nadie conmueven, pero siempre encontrará que lo publiquen en una universidad pública o en el acervo de una institución sin lectores y logrará una nueva beca, para seguir profundizando en el ritmo de los retruécanos, en la magia de la jitanjáfora o en identificar por fin cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler.

Yo quiero escribirlo todo. ¿Por qué? ¡¿Por qué no?! A lo largo de los años he visto que mis colegas escritores de generación pierden la ambición de escribir, ya sea por sus trabajos en gobierno o free lance, o quizás porque tenían poco que decir, con lo que publican una novelita cada diez años, un poemario de veinte años de carrera o un libro de ensayos que ya no refleja su pensamiento actual, como suelen decir.

Pretendo seguir escribiendo mucho toda mi vida y no pienso ceñirme a un solo género o a un público específico. Incluso he salido de la literatura, hacia la no ficción, donde hay tanto que pensar y decir. Escribo para todo el mundo y quiero que mucha gente compre mis libros, los lea, los comparta y seguir escribiendo de muchos más temas.

A final de cuentas, como artista, no voy a jubilarme nunca, moriré con la pluma en la mano y escribiendo una nueva obra. Quedará la pregunta: “¿Por qué no lo ha hecho, señor Zetina, si se cree tan capaz?” Mi respuesta: lo he hecho, en estos años, con esfuerzo, además de ser papá y tantas cosas; y además, al contrario de un futbolista de mi edad (41) yo aún soy muy joven para lograrlo. Los quiero.

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