Creo que los hay, quizás yo soy uno de ellos, aunque me esfuerzo en dejar de serlo. Por eso, conviene preguntar:
—¿Qué deberá elegir como opción de estudio una persona que desea dedicarse a escribir?
—Todo. Sí, todo. Estudiar y aprender de todo lo que se pueda. Todo.
Quien solo sabe de su oficio ni siquiera sabe de su oficio. Una cosa es que llegues a ser un especialista en uno o varios temas; otro, que te enfoques en aprender de eso e ignores el resto.
Petulantes escritores —y hasta inéditos— hay por doquier. En Cuernavaca hay los que vociferan ser no solo autores sino muy buenos o representativos de una región o época y hasta fundamentales en su género o subgénero. Como es común, en su casa apenas saben que escriben y el resto de escritores huyen de ellos.
Quien solo sabe de literatura, ni de literatura sabe. Aquí la argumentación (que no explicación, porque esto no es una tediosa clase) es más compleja: crear literatura es inventar un mundo nuevo o recrear la realidad desde una óptica personal… y sesgada, pero verosímil, es decir, creíble, para que atrape al lector y le deje algo a cambio de su tiempo (y a veces de su dinero).
Conviene, por ello (aunque sea por conveniencia), conocer más allá del borde de los (a veces) terriblemente somnolientos libros (en especial de literatura mexicana) y aprender algo más que declamar poemas como si leyeras la Biblia o pedir becas como si no supieras trabajar (se vale fingir un poco).
—¿A qué te refieres, señorcito Zetina? Tienes que ser más claro, ¿sí?
Digo que hay que vivir la vida y aprender de ella. Salir a la calle, conocer a la gente, hablar con los vecinos y estudiar temas no literarios ni estéticos ni filosóficos, sino cosas día a día más prácticas, como cambiar un foco, hacerte responsable de tus hijos, cantar karaoke, pagar impuestos, planchar tu ropa, combatir el patriarcado, comenzar un negocio, ir a terapia, ejercitarte, amar a alguien.
¿De qué o cuánto sirve leer mucha literatura para hacer nueva literatura? Mmm, no de mucho. Claro que si quieres seducir a los “grandes maestros” (casi siempre viejitos raboverdes) para que te inviten las chelas en su casa, vas por buen camino; pero si lo que buscas son lectores, personas reales y realistas, habrás de buscar mejores motivaciones para escribir.
La vida del escritor es siempre más aburrida que sus libros. Mejor buscar historias fuera de casa, en la calle y en otros lugares donde todo ocurre y no solo en tu cuarto, tu azotea o el refrigerador. Sobre todo, es útil reforzar la observación constante del contexto, del mundo más allá de tus ideas (que ni tuyas son).
Quizás de ese modo —y con una técnica lo más depurada posible—, algún día logres reflejar tu propia realidad, ser espejo, y gracias a ello, ser una parte más significativa de esa realidad por honor propio.
No finjamos: somos ignorantes, no sabios ni genios ni los más grandes talentos ni las plumas que México esperaba, aunque eso no quiere decir que no podamos ser dignos artistas y compartir nuestras creaciones. Incluso desconocemos cuánto ignoramos y cuán poco somos, especialmente si alcanzamos a comprender la inmensidad de la vida, el conocimiento, el ser, el arte.
No pretendamos ser perfectos escritores o magos de la palabra, pero sí intentemos mejorar como personas cada día, digamos, avanzar en nuestro desarrollo humano con cada libro escrito, con cada poema, cuento, novela o ensayo terminado.
Para mí, escribir es como vivir y es lo mismo y son dos monedas de la misma cara. Por eso insisto, hay que aprender a vivir como a escribir, lo mismo ambos que cada uno por separado. Pero hay que aprovechar esta oportunidad para hacerlo con dignidad y valor. Si ya estamos en el camino del arte, no seamos tan ignorantes como para ignorar nuestra ignorancia.
Aprender para compartir, saber con el objetivo de enseñar, observar y escribir como un acto de amor, humildad para seguir aprendiendo y literatura para devolverle a la vida todo lo que nos ha dado.
Hasta aquí mis consejos de hombre ya mayor, muchas gracias, hasta la próxima.
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