El historiador de arte vienés E.H. Gombrich (1909- 2001) confesaba en diversos momentos su perplejidad ante la evolución del arte contemporáneo del siglo XX, el cual vivió marcado por el despliegue de la ciencia por la sofisticación y el avance del pensamiento abstracto. El arte, sin duda, pareció anclado en el momento de genial simplificación que señalaron las vanguardias: convertir el concepto artístico, arte de contenidos, en narrativa pura, en retórica, o en ocurrencias de discutible validez.
Retorno al orden, han pedido varias voces críticas del arte. Pero un orden “vencido, defensivo y hecho de retazos y prefijos- post, ultra, neo, híper”, dice J. F Yvars. Un arte salvado por la grandeza de Picasso, Gris, Braque, Matisse, Miró, Duchamp, Mondrian, Tàpies, Bacon, Pollock… Arte que reivindica la obra concreta sobre la tendencia, pero que lo convierta en un fetiche mudo, en un espacio sin tiempo.
El maestro Alfonso Mena firmando la edición de la carpeta "Tiempo y memoria", que edita el Taller José Guadalupe Posada de Aguascalientes, compuesta de 5 gráficas del artista y 5 poemas de Muñoz.
Con una trayectoria artística notable, y que, desde finales de los 1990, alcanzó una proyección en México importante, Alfonso Mena (México, DF, 1961), no necesita mucha presentación.
Formado en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado "La Esmeralda" INBA, México, a mediados de los años ochenta. Expuso por vez primera Pintura y dibujo en la Galería de Los Príncipes, Casa de la Cultura de Oaxaca, 1984.
Después otras citas importantes: Pintura y dibujo. Galería Arte Contemporáneo. México, D.F, 1990; Del origen del agua. Pintura. Galería Drexel. Monterrey, Nuevo León. México, 1994; Nubes de grafito. Pintura. Galerie Espacio. Morges, Suiza.1994; Historia de las Cosas. Litografías. Kido Gallery, Osaka Japón, 2007; Historia de las Cosas, pintura, dibujo, video y arte objeto. Galeria Pi, Ciudad de México, 2011; situaron su trabajo en un lugar clave en la escena artística mexicana.
Entre bienales, ferias, concursos, salones y colectivas, ha participado en más de noventa exposiciones. No obstante, sus dos grandes muestras en el Palacio de Bellas Artes y en el Museo de Arte Moderno, ambas en México, por citar sólo lo más relevante y reciente, pueden acreditar, a escala no sólo de nuestro país, sino en América Latina de su importancia en el arte abstracto del siglo XXI.
El origen de sus construcciones pictóricas, se asocia a un hecho traducible en el plano estético: arquitecturas imaginarias, paisajes enigmáticos, atmósferas laberínticas, cuyo significado sería difícil explicar en palabras. Conversación sin sentido. Espacio abierto. Forma inconclusa.
Mena es el creador de un genuino lenguaje abstracto que se define en esos espacios de colores poéticos, carentes de efectismo y perspectiva. “Los pintores abstractos –dice Octavio Paz- oscilan entre el balbuceo y la iluminación. Con la poesía ocurre lo contrario: el poeta no tiene más remedio que servirse de las palabras –cada uno con un significado semejante para todos- y con ellas crear un nuevo lenguaje”.
La pintura de Mena representa en buena medida un cambio irreversible en la pintura abstracta de México. Quiere su obra ser un ejercicio de composición y color, de transformación del color en forma primordial que regula los juegos visuales. El arte de Mena significa una apuesta fuerte por la pintura. Su curiosidad vital y su dinamismo intelectual coinciden con un complejo reducto de intimidad creativa hecha de lectura, escritura y reflexión, es verdad, pero aquilatada por la avidez de la mirada acrecentada con el tiempo, que se permite escasas condescendencias y sigue aportando un redoblado entusiasmo por el rigor y la obra acabada.
Una estética tramada por el equilibrio que contiene el explosivo discurso expresivo, sin duda, pero que reincide en la obsesiva investigación del espacio plástico como el campo de acción del drama constructivo elaborado por las formas sensibles sobre la tela o el papel.
En su obra de finales de los años ochenta y de los años noventa, encontramos señas de aquel riguroso y secreto pintor “expresionista abstracto”, que se reveló hace treinta años.
Cuadros como: Tiempo para una tarde, 1987; La noche del telele II, 1987; Ventana y raya, 1989. Son un registro de las señales de su siguiente y vibrante etapa en el decenio de 1990 -cuyo registro creativo fue su exposición: Perro negro. Pinturas, dibujos, objetos, que se presentó en el Museo del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México en 1997- ; cuando el rigor minimal cedió al vigor exquisito (un punto oriental) y al impulso poético (un punto americano) de una abstracción de trazo gestual, neo expresionista, sombría, centrada en analizar las potencialidades de la oposición entre fondo y figura. Pintura desmaterializada, paleta exuberante (centrada en el gris y el negro, el azul), formas evolucionadas hacia un código íntimo de trazos y líneas que, a veces, se anudan, se mueven como figuras de agua deslizándose sobre el soporte plano y se disuelven; por ejemplo, en piezas como: Nenúfares, 1997; Alcatraz, 1996; Desierto II, 1997 y Árbol con raíz, 1996.
Es importante señalar, el hábil y sutil uso que hace Mena hace del blanco, sea aplicado en pigmento, o simplemente dejando emerger el soporte. El blanco no viene considerado como vacío, sino como inversión de descomposición lumínica, lugar común de colores y tonos, y abstracción y singularización de todos ellos. La presencia del blanco junto a otras yuxtaposiciones catalizará la intensidad de los colores y su cuantía. El color impone un ritmo plástico que, en contrapunto, lo domina todo. La textura hace expresiva, la superficie pictórica a la mirada. El trazo impone la huella del artista en el contexto teórico.
Mena entiende que pintura debe nacer de la memoria ancestral, de los viejos mitos de la humanidad y transformarse en la “presencia de lo sublime” que habita el cuadro.
Pues más allá de nuestro sueño
las palabras, que no nos pertenecen,
se asocian como nubes
que un día el viento precipita
sobre la tierra…
Como dice el poeta José Ángel Valente, las palabras son sueño, en Mena la pintura es sueño, tiempo, silencio, ausencia, signo. Todo es elisión, en estas pinturas, todo es ausencia: lo visible remite a otro lugar, lo descrito se fragmenta hasta convertirse apenas en un ritmo que recorre y articula el espacio pictórico.
Precisamente aquí reside el principal interés de las nuevas obras de Mena; no tanto en reinventarse a sí mismas como en perseguir un ímpetu esencial, incontaminado por la propia memoria del oficio, transformado en una incógnita que se reformula continuamente y que nunca acaba de solucionarse por completo, una interrogación que no sólo sobreviene al artista y a su lenguaje, sino que también restituye a la pintura su más originario significado.
Descubrir los últimos cuadros realizados por Alfonso Mena –los vi en su exposición: Alfonso Mena. Seducción, que exhibió en el Museo de Arte Moderno en 2013- es, de algún modo, interrogarse en torno a la naturaleza de la pintura, a lo que ésta parece perseguir, a los recursos plásticos sobre los cuales se apoya, a las zonas de la sensibilidad que agita, al territorio que delimita. Rigor y espontaneidad.
El enriquecimiento y la complejidad simbólica en la obra de Mena me parecen sorprendentes. No es sólo construcción intelectual, sino también impulso, efusión y sensibilidad. Los grises, los sienas, las gradaciones más oscuras de tonalidades nos inducen a pensar en una reflexión, por parte del artista, sobre las raíces más hondas de su arte y la problemática conceptual de la abstracción en el arte contemporáneo. Ocres y azules sobre construcciones limitadas en negro, que marcan una evolución necesaria de períodos pictóricos más serenos y poéticos. Cuadros como: Geometría, 2008; Trepee, 2008; Abril, 2011; Vacío, 2011; Plano intervenido, 2011; recrean el juego de espacio y luz, que el artista logra mediante el dominio extenso entre imagen, lenguaje y memoria: imagen, como proyección mental y material; lenguaje, como el carácter gestual del objeto, y memoria, como construcción a partir del reflejo del mundo sensible.
Encaminada hacia este punto, su obra ha ido despojándose de cualquier certeza y seguridad, esencializando los parámetros a partir de los cuales se ha construido. “La sensación -decía Cézanne- se construye, su lógica, se organiza”. De alguna manera, la pintura de Mena posee un valor especular e inapresable, es decir, se hace visible y, al mismo tiempo, se repliega sobre sí misma. Concepción directa y temperamental. Y de nuevo una deslumbrante constelación de formas. Equilibrio y dinamismo interno.
Y, ¿qué queda entonces entre estos dos instantes, entre la presencia de lo pintado y su serena desaparición? Permanece, la impronta de sus construcciones cromáticas sobre la superficie de la tela, el rastro emocional de las figuras y los gestos, las sombras de esas arquitecturas de luz que se abren en el color.
En efecto, el arte es el modo de reflexión del artista, la obra su autobiografía. Mena, al igual que Paul Valéry, concibe poéticamente el espacio y el tiempo como algo que no es absoluto; antes, lo crea como elemento que gravita, opuesto a la fragmentación o la porosidad.
Si cabe la síntesis, en Alfonso Mena la necesidad formal acaba por adueñarse del proceso creativo. No cambia: evoluciona, madura. Todo responde a una potente trama constructiva que doblega las argucias convencionales del arte. Por todo ello, al reencontrarme con su obra, me percato de su belleza estética radiante, que está predeterminada por una vida que espero siga entregada a la búsqueda pictórica constante.