Ahora podemos ver en el Palacio de Bellas Artes una importante muestra titulada Louise Bourgeois: petite maman, que por segunda vez se muestra en México: hubo una exhibición de su obra hace un par de años en el Museo Rufino Tamayo.
Es la imagen de la razón, de la fortaleza, de la protección, es una Ariadna con cuerpo de araña, amable y atenta, desprovista de la carga devoradora y negativa que le dieron algunos surrealistas. Significado inseparable de la imagen, lenguaje que a su vez es forma radical.
Quizás la artista tiene un procedimiento más irónico, ingenioso y alusivo; es decir, se eleva por encima de las simples formas; define lo objetivo, compacto, difuso y extenso del dibujo; imita los recursos de cualquier línea: responde a la evolución antirreumática y a una búsqueda de expresiones que son parte de cierta sensibilidad moderna o, tal vez, muy antigua.
Si observamos en retrospectiva la obra de Louise Bourgeois, podremos encontrar que hay una unidad cromática concreta; esto es, la primera revelación contundente al respecto se produjo a partir de la visión de sus dibujos
–véanse los grabados de He Disappeared into Complete Silence (1947) y The Destruction of the Father (1974)- que mostraron claves para entender las obras más herméticas de, en ese entonces, su producción resiente, y desde luego, marcan un antes y un después, pues significaba la liquidación simbólica de la figura del progenitor.
Ella misma ayudó a modificar la perspectiva crítica, evolucionando su temática a partir de la década de los 70, cuando las vanguardias pasaron de moda, y Bourgeois abordó toda clase de formas históricas, revelando una inteligencia analítica sagaz e irónica.
En su proceso escultórico ha venido reforzándose esa capacidad para retener una idea estética a través de formas simplificadas.
En el 2002 Bourgeois presentó en una galería madrileña su obra reciente, recuerdo unas figuras decapitadas, como era el caso de Arch of Hysteria, (2000/2002), destacando por consiguiente las partes del cuerpo más emocional en detrimento de lo racional.
Pero las cabezas de Bourgeois están lejos de exhibir rasgos y marcas reconocibles. Lo que siempre ha interesado a Bourgeois no es el detalle fisionómico o la expresión facial como determinante para comprender la supuesta verdad de la psique, sino una expresividad más vaga e inconcreta (recuerdo por ejemplo, instalaciones como Guarida articulada, 1986, Sin salida, 1989, Araña, 2007, Paisaje peligroso, 1997, Silla y tres espejos, 1998, The confessional, 2002).
Los objetos parecen signos movibles, como animados por una voluntad mágica; a su vez, el sentido se despliega como un encuentro poético o un sueño mineral imaginario. Bourgeois ha atravesado un largo corredor de silencio, y de pronto, su obra ha cobrado una inusitada actualidad. La vida que empaña la mirada de Louise Bourgeois ha ganado en amargura y densidad. Transfigura el objeto más banal o se lo inventa, tal es su fuerza poética, estética y artística. El pensamiento del artista se desliza en su mirada. Más contemporánea y radical que ningún creador. Aunque la artista posee una trayectoria ceñida a ciertos temas básicos, recurrentes, su obra siempre logra una solidez sorprendente. No cabe, duda, la mirada de Bourgeois es dura, pero única.
*Invitamos a leer a nuestros lectores el ensayo del autor, titulado Louise Bourgeois: el tránsito de la memoria, dentro del libro El espacio vacío, publicado por Conaculta en 2008. Y que hace algunos años publicamos en este suplemento.