A estos altares de Ocotepec también se les conoce como “Ofrendas Nuevas”: se montan sobre una mesa y además se recrea el cuerpo del difunto, el “bulto”, entre decenas de flores de cempasúchil y de las llamadas “terciopelo”, con su encendido tono entre rojizo y morado… sin que falten las frutas, el papel de colores, los platillos que le gustaban al fallecido y las velas; cabe destacar que esta conmemoración del Día de Muertos le ha valido al poblado obtener su Certificado de Inscripción ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), “por su identidad cultural indígena dedicada a los muertos”.
La fiesta del Día de los Muertos, tal como la practican las comunidades indígenas, celebra el retorno transitorio a la tierra de los familiares y seres queridos fallecidos; Octavio Paz, escritor mexicano quien recibiera el Premio Nobel de Literatura en 1990, incluyó su punto de vista al respecto de tal celebración en su “El laberinto de la soledad”, publicado por primera vez en 1950: un texto imprescindible para comprender la esencia de la individualidad del mexicano. Le cedemos un par de párrafos:
“También para el mexicano moderno la muerte carece de significación (…) la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. (…) Nuestras canciones, refranes, fiestas y reflexiones populares manifiestan de una manera inequívoca que la muerte no nos asusta porque ‘la vida nos ha curado de espantos’ (…) vida y muerte son inseparables y cada vez que la primera pierde significación, la segunda se vuelve intrascendente”.
“El desprecio a la muerte no está reñido con el culto que le profesamos. Ella está presente en nuestras fiestas, en nuestros juegos, en nuestros amores y en nuestros pensamientos. Morir y matar son ideas que pocas veces nos abandonan. La muerte nos seduce. (…) Cuando estallamos, además, tocamos el punto más alto de la tensión, rozamos el vértice vibrante de la vida. Y allí, en la altura del frenesí, sentimos el vértigo: la muerte nos atrae”.
Sin embargo, desde 1950, cuando fue escrito tal texto, al día de hoy, cuando estamos rodeados por un entorno pleno de violencia, tal vez las palabras plasmadas por Paz ya no las leamos de la misma manera. La violencia ha sobrepasado los límites del entendimiento y ha transgredido y vulnerado la vida de las comunidades, instalándose en la cotidianidad de la familia y de la sociedad: formando parte de la vida misma, y de la muerte, dejando cada vez un sitio menor al asombro y a la indignación.
El dos de noviembre del año pasado, la periodista Sanjuana Martínez escribió un texto alusivo a los cultivos que los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos -en el mes de septiembre- sembraron, como parte de las actividades que realizaban como aspirantes a ser normalistas; en específico, sobre la actividad llamada “Módulos de producción”.
El texto comienza así: “El tallo del cempasúchil ya mide un metro de altura, la flor de terciopelo llega a los 80 centímetros, ambas están listas para ser cortadas y vendidas hoy Día de Muertos, pero los pelones, estudiantes de primer año de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, con machete en mano, se lo piensan, retrasan el momento de la cosecha, alargan la siega, el momento de la vendimia”.
Y continúa: “El significado de las flores de muerto resulta melancólico en este momento. La cosecha, que debería ser síntoma de alegría, se ha vuelto congoja, abatimiento, desolación por los 43 desaparecidos, un duelo que no termina por llegar ni irse, un suspenso interminable, agónico. (…) Colocan sillas y, frente al verdor del cultivo, echan las horas, tristeando, contando sus cuitas, recordando a sus compañeros desaparecidos, sintiendo que aún están con ellos, pensando que andan aquí regando, abonando, trabajando la tierra, cuidando las flores”.
Este 2015, se organizó una venta solidaria de flores de Ayotzinapa, en el sur de la Ciudad de México: flores de cempasúchil y terciopelo cultivadas en la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa fueron vendidas en apoyo a dicha Normal, “Raúl Isidro Burgos”.
Octavio Paz apuntaba que “La muerte es intransferible, como la vida. Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía como no nos pertenece la mala suerte que nos mata”. En esta ocasión, no coincidimos.
Aún estamos a tiempo de cambiar la “mala suerte”, exacerbada por la violencia actual, pero este triunfo no puede ser el logro de unos cuantos: únicamente siendo solidarios podemos encarar a la muerte y encontrar una manera de reafirmar la vida, dejando atrás al laberinto de nuestra soledad.