Nilufer Demir es fotoperiodista. El miércoles pasado, en las primeras horas de la mañana, Demir se encontraba tomando fotografías a la orilla del mar, en la península turca de Bodrum, cuando observó el cuerpo sin vida de un niño en la playa. Tiempo después sabría el nombre del pequeño: Aylan Kurdi.
"Estaba tirado en el suelo, sin vida, con sus pantalones cortos azules y su camiseta roja subida casi hasta la mitad del vientre. No podía hacer nada por él. Lo único que podía hacer era tratar de que su grito, el grito de su cuerpo tirado en el suelo, fuera escuchado", señaló Demir en una entrevista para el diario turco Hürriyet. Y agregó: "Entonces pensé que solo podría lograrlo presionando el disparador de la cámara. Y en ese momento tomé la fotografía”.
La fotografía captada por Nilufer Demir ha mostrado al mundo, de una manera cruda y que golpea la sensibilidad, el drama de los refugiados que intentan llegar a Europa. Aylan Kurdi, de tres años de edad, se ahogó en altamar junto a otras 11 personas, incluidos su hermano de cinco años y su madre, en el naufragio de dos embarcaciones que tenían como destino una isla griega, desde la ciudad turca de Bodrum; hombres, mujeres y niños sirios a los que la desesperación llevó a que se lanzaran al mar, huyendo de la guerra.
Hace un año aproximadamente, en este mismo espacio y con el título “Siluetas en Gaza”, se comentó acerca de la tragedia que vivió una familia de pescadores palestinos, de apellido Bakr, cuando cuatro niños perdieron la vida: Ahed Atef y Zakaria Ahed, ambos de 10 años de edad, Mohamed Ramez, de 11 e Ismael Mohamed, de 9. Todos de apellido Bakr, todos alcanzados por proyectiles que les causaron múltiples heridas y quemaduras, mientras jugaban a la pelota y a las escondidas en la playa.
Ese miércoles trágico para la familia Bakr, los hechos fueron presenciados por decenas de periodistas extranjeros que se hospedaban en el hotel Al Deira y que incluso intentaron auxiliar a los pequeños. Recientemente, Israel se “autoinculpó” por la muerte de los cuatro niños y, cuando anunció su informe, precisó que la aviación de combate israelí confundió a los cuatro niños con milicianos de Hamás.
El padre de uno de los niños muertos -Zakaria-, de nombre Ahmed Bakr, ha comentado a la prensa internacional que sólo confían en la justicia internacional y que ya han prestado testimonio ante organizaciones de derechos humanos de Gaza para que su caso sea enviado ante la Corte Penal Internacional: “confiamos mucho más en que sean tenidas en cuenta las declaraciones de los periodistas internacionales que se encontraban en la zona; su palabra tendrá mucho más peso que la nuestra”, declaró el patriarca de los Bakr al diario español “El País”.
Amir Schiby, artista israelí, dedicó una obra a los cuatro niños Bakr, aunque recalcó que rinde homenaje a todos los infantes cuyas vidas se ven amenazadas por las guerras; en la gráfica se observan cuatro sombras de niños, como si jugaran pelota en una playa: siluetas difusas sobre un fondo en el que predominan los tonos anaranjados y donde es posible distinguir el mar en calma, mientras que las siluetas transmiten acción, movimiento y vida. En el caso del pequeño Aylan Kurdi, también diferentes artistas -como el ilustrador de Ankara, Murat Sayin- han aportado su inspiración para que las circunstancias de su muerte no sean olvidadas por la comunidad internacional.
“A veces necesitamos una buena bofetada visual para abrir los ojos y ver la realidad que, aunque tan lejos de nosotros está, igual nos duele”, comentaba en una tarde de café una colaboradora con causas humanitarias. “No se puede decir que al mirar las pequeñas vidas cegadas, el corazón no se encuentra conmovido. ¿Pero cuántas veces decimos "si tuviera tanta plata, ayudaría a tanta gente?" o "si tuviera una gran casa, recogería a todos los niños de la calle? Siempre justificándonos en lo que no poseemos para no hacer las cosas que podemos hacer, con lo poco que sí poseemos”.
A su parecer, “hay que luchar contra la injusticia que representa la muerte de pequeños como Aylan y de tantos otros inocentes en gestos tan simples como velar por el prójimo: ése que tenemos tan cerca y al que muchas veces hacemos con la mirada a un lado; ayudar en las tareas comunitarias o involucrarnos con las necesidades de nuestra ciudad. No callar ante las injusticias, porque salvar al mundo es una tarea demasiado grande para una sola persona”.
Blanca Aguilar Plata, coordinadora de la recopilación de ensayos que lleva por título “La violencia nuestra de cada día”, señala que dicha violencia en nuestro mundo actual es “como una niebla que empaña la vista y torna en gris todo lo que nos rodea. Invade nuestro entorno poco a poco, se filtra silenciosa en todos los rincones. Nadie sabe, o no quiere saber, de dónde viene, dónde se originó. Nos pesa enfrentar que su raíz está dentro del sujeto, del Yo abandonado a su suerte ante un mundo hostil, difícil de remontar, y sólo cuando estalla en grandes proporciones parece preocuparnos de verdad”.
Y para no ir tan lejos, a Gaza o a Turquía, podemos apuntar que, en mayo pasado, la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) publicó un informe en el que indica que México deportó a 39 mil 316 migrantes centroamericanos en los tres primeros meses de 2015, entre ellos 5 mil 273 niños no acompañados, cifra que representa un aumento del 79 por ciento en relación con los meses correspondientes del 2014, según datos del Instituto Nacional de Migración de México (INM).
El organismo destacó en el documento que entre octubre de 2014 y marzo de 2015, México deportó a 9 mil 671 niños no acompañados procedentes de Centroamérica, mientras que en ese mismo periodo la patrulla fronteriza de Estados Unidos aprehendió a 9 mil 802 niños no acompañados procedentes de Honduras, Guatemala y El Salvador: una relación uno a uno, que contrasta con la cifra recabada de octubre de 2013 a septiembre de 2014, que contabilizaba 16 mil 201 niños deportados de México en comparación con 51 mil 705 detenidos en la frontera con Estados Unidos: una correlación de uno a tres.
WOLA indica que esta situación plantea “importantes problemas humanitarios” ya que una parte significativa de dichos menores salen de Centroamérica por amenazas específicas a su seguridad. Y agrega, a la letra: “México no está evaluando adecuadamente a estos niños para determinar si merecen protecciones, y la mayoría son retornados rápidamente a las situaciones que huían. Dados los altos niveles de violencia y pobreza en Centroamérica, es fundamental que México evalúe a migrantes para que los refugiados y víctimas de la trata u otros delitos reciban la protección que necesitan”.
“Los niños. Eso es siempre lo peor, en cualquier guerra (…) congelados en las sales de plata de la película fotográfica donde ya nunca envejecerán ni morirán (…) una acusación, una denuncia, un insulto, un recordatorio de nuestro oprobio, nuestra vergüenza y nuestra locura”. Coincidimos con el sentimiento del escritor y anteriormente corresponsal de guerra, Arturo Pérez-Reverte, en su artículo “La guerra que todos perdimos”.