La tragedia toca a su puerta y decide convertirse en un “justiciero por cuenta propia”, mientras busca sobrevivir buscando, sobre todo, el vital líquido. El tema del agua se ha vuelto tan actual, que en poco tiempo se estrenará una nueva cinta llamada “Mad Max: Fury Road”, la cual, más que ser una secuela podría describirse como una versión libre del argumento original de sus predecesoras, o incluso un episodio que relata hechos entre la juventud y la madurez de Max.
El título de la saga elabora un juego de palabras con el diminutivo del protagonista de la misma, Max, pudiendo entenderla de dos maneras: “Loco Max” o “Máxima Locura”. Aprovechando el espacio para ofrecer una disculpa por la ausencia del domingo pasado, cabe agregar que no, esta columna no se ha convertido en un espacio dedicado a la crítica y reseña de películas, pero el señalamiento a “Mad Max” es un referente cuando en diversos espacios se toca el tema del encarecimiento o la falta de agua a niveles alarmantes, en un futuro que por desgracia parece una realidad, de no tomarse medidas drásticas.
El Día Mundial del Agua se celebra anualmente el 22 de marzo, desde el año 1993, en el que la Asamblea General de las Naciones Unidas respondió a una recomendación realizada durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, llevada a cabo en Río de Janeiro en el año 1992. Este día se convierte entonces en un medio de llamar la atención sobre la importancia del agua dulce y la defensa de la gestión sostenible de los recursos de agua dulce; aunque son temas que debiéramos recordar a cada momento, en acciones que realizamos a diario y en las que la mayor parte de la población no concede el valor necesario a cada gota que se derrama, de manera inútil en ocasiones.
El lema de este año elegido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) es "Agua y Desarrollo Sostenible ', dirigido a “fomentar la reflexión sobre cómo el agua es fundamental para las tres dimensiones del desarrollo sostenible: social, económica y ambiental, así como la necesidad de pasar de un enfoque sectorial del agua hacia un enfoque multidisciplinar, que capte las interconexiones entre la alimentación, la energía, la salud, el comercio, el medio ambiente y el agua”.
Sin olvidar que la Organización Mundial de la Salud (OMS) sustenta que al menos 50 litros deben suministrarse por habitante al día, para satisfacer sus necesidades básicas, sin dejar de considerar las complementarias de igual manera.
Es interesante comentar el caso de un municipio brasileño en San Pablo: Itu, cuyo nombre indígena significa “gran cascada”. Sus habitantes sufrieron en 2014 la peor sequía que ha azotado al sudeste de Brasil en ocho décadas. Encontrar agua para beber, bañarse y cocinar, bajo temperaturas que alcanzaban los 32 grados, los hacía hacer fila en un quiosco de distribución, donde esperaban con botellas y jarras para poder ser autorizados a llenarlas. La policía de Itu escoltaba los camiones de agua para evitar que fueran asaltados por hombres armados.
Por su parte, la empresa de servicios públicos que abastecía de agua a más de 16 millones de personas en el área metropolitana de San Pablo, no reconoció durante meses la escasez que se avecinaba, evitando siempre utilizar el término “racionamiento”. En el tiempo que duró la seguía, quienes la sufrieron reconocieron que hubiera sido mejor racionarla que no contar ni siquiera con un poco del vital líquido en sus casas. Y en Itu, específicamente, los habitantes redujeron su consumo de agua diario de 62 millones a solamente 8 millones. Aunque al menos todavía fueron capaces de conseguirla: no llegaron a los grados de “Máxima Locura”.
El investigador Pedro Arrojo Agudo, en su artículo “La nueva cultura del agua del siglo XXI”, señala que ante la crisis que se relacionan con el agua, emergen tres grandes fallas de crisis por focos de conflicto ligados a la gestión del agua, siendo la primera de ellas una crisis de sostenibilidad, “que suscita movimientos en defensa del territorio y de los ecosistemas acuáticos, frente a la construcción de grandes obras hidráulicas, la deforestación y la contaminación de ríos, lagos y acuíferos”.
También una crisis de gobernanza, “que genera movimientos en defensa de los derechos humanos y de ciudadanía, frente a la privatización de los servicios básicos de agua y saneamiento”; y por último, una crisis de convivencia, “en la medida en que se usa el agua como argumento de enfrentamiento, en lugar de asumir la gestión de ríos y acuíferos como espacio de colaboración entre los pueblos ribereños”.
En México, la iniciativa de Ley General de Aguas -llamada por algunos “Ley Korenfeld”, que hace alusión al apellido del director de la Comisión Nacional del Agua, David Korenfeld Federman- ha sido ampliamente criticada y debatida, pospuesta en la Cámara de Diputados para su aprobación incluso hasta el 30 de abril del presente año, cuando concluye el periodo de sesiones en el Congreso.
Las principales críticas expuestas se refieren a la privatización del agua por grandes obras hidráulicas, las altas tarifas, el asegurar las concesiones para ‘uso industrial’ (lo que en gran medida hace referencia al ‘fracking’ o método para obtener gas ‘shale’ y que requiere grandes cantidades de agua), la sobreexplotación de cuencas y el consecuente despojo a las comunidades, entre otros puntos que han sido objetados.
De esta manera, el paradigma ancestral de la “madre naturaleza” se va rebasando en su concepto de madre, generadora y sostén de la vida, intercambiándose por el de su dominación, tal como lo sentenció Francis Bacon, célebre filósofo renacentista, en su frase que reclama que “la ciencia torture a la naturaleza, como lo hacía el Santo Oficio de la Inquisición con sus reos, hasta conseguir develar el último de sus secretos”. Reflexionemos en este Día Mundial del Agua sobre las consecuencias de la falta de ella, y la “Máxima Locura”.