Estados Unidos, 1908. La organización socialdemócrata celebró el 8 de marzo un acto denominado “Día de la Mujer”, en manifestación por la igualdad de derechos de hombres y mujeres; la fecha se eligió porque ese día, pero de 1857, las trabajadoras de la industria textil de Nueva York habían organizado la “marcha de las cacerolas vacías”, a manera de protesta contra las pésimas condiciones laborales y los bajísimos salarios.
Un año después, en 1909, en la ciudad de Nueva York, las mujeres del Partido Socialista conmemoraron el “Día Nacional de la Mujer”, como homenaje a las quince mil trabajadoras textiles que el año anterior habían sido protagonistas de la huelga en contra de las condiciones labores que les tocaba padecer, además de que reclamaban un sueldo digno, la reducción de la jornada de trabajo a diez horas y la prohibición de utilizar mano de obra infantil; dicha conmemoración siguió teniendo lugar hasta febrero de 1913.
Los hechos son entonces testigos que ya desde finales del siglo XIX, período de expansión y turbulencia en un mundo industrializado, se apoyó la idea del “empoderamiento” de la mujer. Según el “Diccionario panhispánico de dudas” de la Real Academia Española, en su edición del 2005, el verbo ‘empoderar’ es un calco del inglés to empower, “que se emplea en textos de sociología política con el sentido de ‘conceder poder (a un colectivo desfavorecido socioeconómicamente) para que, mediante su autogestión, mejore sus condiciones de vida’. A su vez, el sustantivo correspondiente es ‘empoderamiento’ (empowerment).
Dinamarca, 1910. La Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, integrada por más de 100 mujeres procedentes de 17 países y reunidas en Copenhague, aprueba unánimemente que se proclame un “Día Internacional de la Mujer”, dando relevancia al papel de las mujeres en las reivindicaciones sociales y políticas. La propuesta fue de la alemana Clara Zetkin, líder del movimiento comunista alemán y activista por los derechos de las mujeres; el discurso y la praxis de Zetkin siempre fueron congruentes con la necesidad de alcanzar la igualdad y la complementariedad entre mujeres y hombres.
La primera celebración del “Día Internacional de la Mujer Trabajadora” se llevó a cabo en 1911, con mítines en los que se exigieron el derecho al voto, el acceso de las mujeres a los cargos públicos, a la formación profesional y el fin de la discriminación laboral. Pero a los pocos días, la noche del 25 de marzo, un incendio en la fábrica de camisas “Triangle Shirtwaist” localizada en Nueva York y que carecía de las más elementales medidas de seguridad, provocó la muerte de 146 costureras, la mayor parte de ellas de entre 13 y 23 años de edad y muchas de ellas inmigrantes italianas y judías.
El hecho fue impactante y no dejará de recordarse en posteriores conmemoraciones del Día de la Mujer. Se ha señalado que esa fecha fue uno de los días de la historia cuando los ojos del mundo se enfocan en un solo suceso, “deshilachado bajo el peso de los hechos”, cuando fue imposible ocultar las injusticias y se puso en tela de juicio la importancia debida a la seguridad y a la vida de los trabajadores, en este caso y en su mayoría, mujeres. Sin embargo, a los tres días del incendio, los dueños de la fábrica Triangle reiniciaron operaciones en el edificio de University Place; ocho meses más tarde fueron absueltos por los tribunales y en algunos medios de comunicación de la época se publicó que el incidente fue debido a una trabajadora que fumaba.
En la vigésima tercera edición del Diccionario de la Real Academia Española, podremos leer que el verbo ‘empoderar’, del inglés empower, significa “Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”. En suma: conquistar derechos para tomar sus propias decisiones. Es interesante también señalar que el verbo ‘empoderar’ ya existía en español, como variante desusada de ‘apoderar’.
Los datos que compartimos en la columna de este día, estimado lector, son en congruencia de que precisamente este domingo conmemoramos otro “Día Internacional de la Mujer”, fecha declarada oficial por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1975; en Estados Unidos, sin embargo, se ‘celebra’ a partir de 1994, pese a que en dicho país ocurrieron múltiples sucesos que marcaron la lucha femenina por sus derechos e igualdad. Por su ‘empoderamiento’.
El tema del Día Internacional de la Mujer en este 2015 es el llamado del organismo internacional a los gobiernos y activistas bajo el lema “Empoderando a las mujeres, Empoderando a la humanidad: ¡Imagínalo!”, con miras enfocadas “Por un Planeta 50-50 en 2030: démos el paso por la igualdad de género”. Con ello se busca mostrar los compromisos específicos que los gobiernos llevan a cabo para abordar las dificultades que impiden el progreso de mujeres y niñas.
Necesitaríamos realmente una imaginación muy poderosa para pensar en ese ‘empoderamiento 50-50’: aunque del 2015 al 2030 contemos con quince años más.
Otra cuestión que resalta en la conmemoración del Día Internacional de la Mujer de este año, es que la ONU pone de relieve la “Declaración y la Plataforma de Acción de Beijing”, “una hoja de ruta histórica” firmada por 189 gobiernos hace 20 años y en la cual se estableció la agenda para materializar los derechos de las mujeres. Como lo apunta el organismo internacional, “imagina un mundo en que todas las mujeres y niñas puedan ejercer sus opciones, como participar en la política, educarse, obtener un ingreso y vivir en sociedades libres de violencia y discriminación”.
Sigamos imaginando entonces.
Pero mencionemos también que la Plataforma de Acción de Beijing abarca “doce esferas de especial preocupación que continúan siendo tan relevantes hoy en día como hace 20 años” –habría que apuntar que desde finales del siglo XIX. Y se enumeran las siguientes ‘esferas’: la pobreza, la educación y la capacitación, la salud, la violencia contra la mujer, los conflictos armados, la economía, el ejercicio del poder y la adopción de decisiones, los mecanismos institucionales para el adelanto de la mujer, los derechos humanos, los medios de difusión, el medio ambiente y la niña.
Cada uno de estos temas merecería un apartado especial, pero en lo que a seguridad pública se refiere, transcribo lo que la “Declaración y la Plataforma de Acción de Beijing” considera como “violencia contra la mujer”: todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada.
Como ya se apuntó en Panóptico Rojo del 23 de noviembre del año pasado, en la columna titulada “Día Naranja”, “muchos países han incorporado leyes para prohibir, penalizar y prevenir la violencia contra las mujeres, pero su aplicación y cumplimiento no son adecuados: los índices de denuncia de casos de violencia siguen siendo bajos y la impunidad de los agresores, muy alta”.
Como ejemplos, podemos incluir algunas cifras extraídas de los documentos de la ONU: una de cada tres mujeres en todo el mundo ha experimentado violencia física o sexual, en mayor medida de un compañero sentimental, mientras que respecto al tema de ‘equidad’, solamente 143 de 195 países garantizan la igualdad entre hombres y mujeres en sus respectivas constituciones, según datos del año 2014.
No miro de manera pesimista este “mundo ideal” al amparo del lema “Empoderando a las mujeres, Empoderando a la humanidad: ¡Imagínalo!” propuesto por la ONU. Simplemente coincido en mayor medida con la propia Clara Zetkin, quien luego de haber tomado parte en las jornadas revolucionarias de enero de 1919 y que concluirían con el asesinato de sus mejores amigos -Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Leo Jogiches-, responde con una frase: “No lloraremos a nuestros muertos, hay que luchar”.