“La barbarie de la espera” es, indudablemente, lo peor del castigo para quien ha sido condenado a muerte. La decapitación se ha utilizado como una forma de pena capital durante milenios y en el caso de México, en específico, la académica del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Emilie Carreón Blaine, en su artículo “Sacrificio o pena capital”, apunta que “el espacio de sacrificio prehispánico (tzompantli ) fue transformado en el espacio de castigo novohispano”.
“La disyuntiva yace sobre todo en el hecho de que el sacrificio es una ofrenda, y los restos humanos que se muestran -cráneos en un tzompantli, corazones y sangre- son un tributo y pago a los dioses por el sustento del continuo movimiento del cosmos. En cambio, el castigo es la respuesta de una sociedad ante una transgresión, y la exposición de las partes del cuerpo tiene como finalidad disuadir a potenciales infractores. De esta manera, la gran diferencia entre el significado de la exhibición de las partes del cuerpo mutilado que sostiene a uno y a otro espacio de muerte es evidente”.
Carreón Blaine comenta también el caso de Coyolxauhqui, cuando ésta se niega a partir después de llegar a Coatepec, donde Huizilopochtli hace una represa y crea así un lugar en la imagen de la tierra prometida. Enojado, el dios la mata como traidora, arrancándole el corazón y devorándolo, además de descuartizarla y dejar su cabeza en la ladera de Coatepec.
En tiempos recientes, se dice que en el sexenio pasado se rompieron todas las reglas no escritas respecto a la pugna entre grupos criminales. Sobre todo, la principal: dejar fuera de los ajustes de cuentas a la familia, y utilizar la llamada ‘extrema violencia’ únicamente con quien ‘se lo merece’: ‘reglas subjetivas’, también. Aunque ya desde 1989, el Güero Palma comprobaba que las reglas no existen: recibió la cabeza de su esposa en una caja.
Enviar cabezas con un intencionado mensaje escrito se convirtió en una manera icónica de ejercer la violencia y dar relieve a la crueldad, en las pugnas entre grupos criminales, pero también en un medio idóneo de comunicación, pleno de sentido, para la sociedad en general: la decapitación implica que aunque se ha terminado con el sufrimiento del cuerpo, aún no termina el castigo. No es una ejecución ordinaria, como sería la que finaliza con el llamado “tiro de gracia”: es un ejercicio elaborado, una dramatización que muestra el resultado de la violencia y la crueldad ejercidas.
El sociólogo francés Michel Wieviorka plantea que la violencia se ha interpretado a través de tres grandes modelos: el primero la explica “… por el estado de un sistema, su funcionamiento y su disfuncionalidad, sus transformaciones, más que por el autor, el cual en todo caso será visualizado subrayando sus frustraciones”; el segundo se “… centra sobre el autor y asimila la violencia a un recurso que moviliza para alcanzar sus fines; el análisis subraya los cálculos, las estrategias y la racionalidad de la violencia instrumental”; el tercero remite la violencia a una cultura que se transcribe en una personalidad, cierta “naturaleza de un pueblo” o “clase”.
Las decapitaciones en los espacios sociales implican simbólicamente que el cuerpo es objeto de un intercambio desigual: fetiches, propaganda e intimidaciones, divulgación de los motivos de las partes en contienda. Y entre grupos criminales, entre más terrorífico se piensa que es más eficiente el mensaje: la crueldad escala.
Una de las dramatizaciones más recordadas es la que ocurrió en el bar “Sol y Sombra” en el estado de Michoacán: cinco cabezas separadas del cuerpo estaban colocadas sobre el blanco piso del bar ubicado en Uruapan, en el área correspondiente al sitio de baile, teniendo como fondo numerosas sillas vacías, también de color blanco. Las testas rodeaban una cartulina -también blanca- en la que se leía: “La familia no mata por paga, no mata mujeres, no mata inocentes, sólo muere quien debe morir, sépanlo toda la gente, esto es justicia divina”.
Un día después del suceso, como se consigna en medios impresos, “Sol y Sombra” ya se encontraba abierto de nuevo, con las meseras cobrando diez pesos por pieza bailada: “según las crónicas ese mismo día un hombre con listas de canciones iba preguntando entre sonrisas: “¿Cuántos tacos de cabeza? No es cierto, jefe, cuál le tocamos”.
El primer decapitado en video -subido a redes sociales- en nuestro país fue torturado con un alambre y un par de varillas, aplicándole un torniquete en el cuello, inmortalizando sus gestos de asfixia sólo unos segundos; luego la acción se corta y retorna con el cuerpo ya sin cabeza. Tampoco podemos dejar de mencionar a los jóvenes e inexpertos sicarios inmortalizados por medio de otro video en la red YouTube: compañeros de un niño decapitador, de apenas 13 años, al que apodaban “El Ponchis”.
En uno de los casos de decapitaciones masivas más recientes, mediante un boletín fechado el 27 de noviembre del año en curso, la Fiscalía General del Estado de Guerrero informó que “inició la averiguación previa por el homicidio de once personas del sexo masculino, privados de la vida por disparo de arma de fuego y semicalcinados, ocurrido durante la madrugada de este día en el crucero de la carretera estatal Chilapa-Ayahualulco, donde se encontraron cartuchos percutidos de armas de grueso calibre. Cabe señalar que a los cuerpos les hace falta la extremidad cefálica, las cuales no fueron ubicadas en las inmediaciones del lugar del hallazgo”.
La cabeza que Carlos Fuentes se imaginó en su novela “La voluntad y la fortuna”, en el año 2008, acababa de ser arrancada a machetazos de su cuerpo y andaba perdida en la costa del Pacífico mexicano: su dueño había sido un hombre de 29 años, moreno y flaco, de 1.78 metros de altura: la cabeza reflexiona sobre su situación y sobre la posibilidad de aún tener un alma: dadas las circunstancias de violencia actual, quienes aún tenemos vida… ¿aún tenemos alma?