En la semana que concluye, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) manifestó en un comunicado, de fecha 26 de junio, "su profunda conmoción al ver la desgarradora imagen de los cuerpos ahogados de Óscar Alberto Martínez Ramírez y de su hija Valeria, de 23 meses de edad, procedentes de El Salvador, que fueron arrastrados a las orillas del Río Bravo".
"Las muertes de Óscar y Valeria representan un fracaso en la respuesta a la violencia y la desesperación que empujan a las personas a emprender viajes peligrosos en busca de una vida digna y segura", anotó Filippo Grandi, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, además de apuntar que “esto se complica por la ausencia de vías seguras para que las personas busquen protección, dejándolas sin otra opción que arriesgar sus vidas”.
En el comunicado de la ACNUR también se agrega que "aunque los detalles siguen siendo inciertos, lo que está claro es que las circunstancias que llevaron a esta tragedia son inaceptables. Menos de cuatro años después de que el mundo fuera testigo de cómo el cuerpo sin vida de un niño refugiado sirio, Alan Kurdi, fue arrastrado a las costas del Mediterráneo, nos enfrentamos una vez más a las impactantes imágenes de personas que mueren durante sus peligrosos viajes a través de las fronteras".
En este espacio no son pocas las ocasiones en las que hemos comentado el tema de las personas refugiadas y el de las migrantes, destacando y coincidiendo con lo que una frase del dramaturgo y novelista francés Víctor Hugo señala y hace eco sobre lo que pudiera representar a ambas condiciones: “El exilio es la desnudez del derecho”.
Mirar la fotografía de los migrantes ahogados -calificada ya por medios de comunicación como reflejo de un fracaso del derecho internacional- en la que se observan los cuerpos sin vida, de espaldas, de Óscar Martínez y de la pequeña Angie Valeria, oculta bajo la camiseta negra de su joven padre y abrazada a su cuello, vestida con un pantalón rojo remangado, indudablemente trae a la memoria la imagen de Aylan Kurdi, un niño sirio de tres años que murió ahogado en una costa turca hace cuatro años, en medio de su intento por llegar a Europa.
El caso del pequeño Aylan lo comentamos en el mes de septiembre de 2015 en Panóptico Rojo, en el espacio titulado "Siluetas infantiles… a la orilla del mar". Mencionamos que la fotoperiodista Nilufer Demir se encontraba tomando fotografías a la orilla del mar, en la península turca de Bodrum, cuando observó el cuerpo sin vida de un niño en la playa; tiempo después sabría el nombre del pequeño: Aylan Kurdi (Alan Kurdi).
"Estaba tirado en el suelo, sin vida, con sus pantalones cortos azules y su camiseta roja subida casi hasta la mitad del vientre. No podía hacer nada por él. Lo único que podía hacer era tratar de que su grito, el grito de su cuerpo tirado en el suelo, fuera escuchado", señaló Demir en una entrevista para el diario turco Hürriyet. Y añadió: "Entonces pensé que solo podría lograrlo presionando el disparador de la cámara. Y en ese momento tomé la fotografía”.
La fotografía captada por Nilufer Demir mostró hace cuatro años al mundo, de una manera cruda y que golpea la sensibilidad, el drama de los refugiados que intentan llegar a Europa. Aylan Kurdi, de tres años de edad, se ahogó en altamar junto a otras 11 personas, incluidos su hermano de cinco años y su madre, en el naufragio de dos embarcaciones que tenían como destino una isla griega, desde la ciudad turca de Bodrum.
“A veces necesitamos una buena bofetada visual para abrir los ojos y ver la realidad que, aunque tan lejos de nosotros está, igual nos duele”, comentaba en aquel entonces, en una tarde de café en el 2015, una colaboradora con causas humanitarias. “No se puede decir que al mirar las pequeñas vidas cegadas, el corazón no se encuentra conmovido. ¿Pero cuántas veces decimos "si tuviera tanta plata, ayudaría a tanta gente?" o "si tuviera una gran casa, recogería a todos los niños de la calle? Siempre justificándonos en lo que no poseemos para no hacer las cosas que podemos hacer, con lo poco que sí poseemos”.
A su parecer, “hay que luchar contra la injusticia que representa la muerte de pequeños como Aylan y de tantos otros inocentes en gestos tan simples como velar por el prójimo: ése que tenemos tan cerca y al que muchas veces hacemos con la mirada a un lado; ayudar en las tareas comunitarias o involucrarnos con las necesidades de nuestra ciudad. No callar ante las injusticias, porque salvar al mundo es una tarea demasiado grande para una sola persona”.
Blanca Aguilar Plata, coordinadora de la recopilación de ensayos que lleva por título “La violencia nuestra de cada día”, señala que la violencia en nuestro mundo actual es “como una niebla que empaña la vista y torna en gris todo lo que nos rodea. Invade nuestro entorno poco a poco, se filtra silenciosa en todos los rincones. Nadie sabe, o no quiere saber, de dónde viene, dónde se originó. Nos pesa enfrentar que su raíz está dentro del sujeto, del Yo abandonado a su suerte ante un mundo hostil, difícil de remontar, y sólo cuando estalla en grandes proporciones parece preocuparnos de verdad”.
En agosto del 2016 y con el título "Sueños rotos", nos referimos en este espacio a un informe presentado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, por sus siglas en inglés), titulado precisamente “Sueños rotos: El peligroso viaje de los niños centroamericanos a Estados Unidos”, en el que además de que se daban a conocer diversas cifras y estadísticas, el director ejecutivo adjunto de UNICEF, Justin Forsyth, anotó al respecto a medios de comunicación que “es desgarrador pensar en esos niños -la mayoría de ellos adolescentes, aunque algunos son incluso más jóvenes- haciendo el viaje agotador y extremadamente peligroso en busca de seguridad y una vida mejor; este flujo de jóvenes refugiados y migrantes destaca la importancia de abordar la violencia y las condiciones socioeconómicas que imperan en sus países de origen”.
La ONU explicaba, además, que los menores huyen de las pandillas y de la pobreza agobiante que existe en sus países, y agregaba que nada indicaba que esta tendencia vaya a disminuir, por desgracia. Tres años después, los hechos dan la razón a dicha afirmación del organismo internacional. Forsyth también señalaba que “hay que recordar que los niños, sea cual sea su condición, son ante todo niños; tenemos el deber de mantenerlos a salvo en un ambiente saludable”.
En la revista “Estudios” del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), se anota que una versión actual de los exiliados son los migrantes y se citan las siguientes palabras de Giovanni Battista Scalabrini, fundador de la Congregación de los Misioneros de San Carlos: “Tenemos la libertad de emigrar, no la libertad de hacer migrar”. La congregación tiene presencia en treinta países, entre ellos México, donde se procura “crear conciencia sobre la realidad de la movilidad humana como una que va más allá del simple aspecto económico.
No debemos olvidar las diversas críticas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a lo que él califica como el fraude de asilo y que ha impuesto restricciones al sistema, medidas que según defensores de derechos humanos y de migrantes ponen en peligro la vida de los solicitantes de asilo que tienen reclamos legítimos.
Cabe mencionar que en el mes que concluye, el gobierno federal anunció "el primer componente que materializa el Programa de Desarrollo Integral El Salvador-Guatemala-Honduras-México para atender el fenómeno migratorio, brindando bienestar a las familias en situación de pobreza en la región"; informó que en el inicio de dicho plan, México invertirá 30 millones de dólares para la estrategia ‘Sembrando vida’, a fin de plantar 50 mil hectáreas de árboles maderables y frutales "que se traducen en 80 mil empleos permanentes para productores, ejidatarios y pequeños propietarios, tan sólo en el estado de Chiapas", además de que habrá apoyo para El Salvador, con 50 mil hectáreas para 20 mil empleos, y además la intención es colaborar con Honduras y con Guatemala para atacar la pobreza que obliga a millones a migrar.
El escritor y periodista Owen Jones resumió en la frase "Los refugiados son seres humanos” un hecho que merece nuestra reflexión: los refugiados y las refugiadas son hombres, mujeres, niños, niñas, familias como la nuestra que han perdido su hogar, su presente y, en muchos casos, su futuro; Jones también publicó un ensayo en el que llama a los países con más recursos a hacerse cargo de la situación de los refugiados, y en el que argumenta que “el problema es que este debate no puede ser ganado con estadísticas (…) eso no cambiará la actitud de las personas. Hay que hacerlo a través de historias, humanizando a los refugiados sin rostro. Tenemos que mostrar sus nombres, sus caras, sus miedos, sus ambiciones, sus amores y de qué están huyendo".
“El horror puede vivirse o ser mostrado, pero no puede comunicarse jamás. La gente cree que el colmo de la guerra son los muertos y la sangre. Pero el horror es algo tan simple como la mirada de un niño”, ha escrito en su libro "Territorio Comanche" quien fue corresponsal de guerra, Arturo Pérez-Reverte, y que en su artículo “La guerra que todos perdimos” asevera: “Los niños. Eso es siempre lo peor (…) congelados en las sales de plata de la película fotográfica donde ya nunca envejecerán ni morirán (…) una acusación, una denuncia, un insulto, un recordatorio de nuestro oprobio, nuestra vergüenza y nuestra locura”. Coincidimos.