Y es que el crecimiento de los salarios se ha desacelerado desde el año 2012 alrededor de todo el mundo, pasando de 2.5 por ciento a 1.7 por ciento en 2015, su nivel más bajo en cuatro años, según se indica en el documento. Si China, donde los salarios crecieron a un ritmo más acelerado que en ningún otro país, no estuviese incluida, el crecimiento del salario mundial se reduciría, pasando de 1.6 por ciento a 0.9 por ciento
En el informe se analiza en qué medida la desigualdad de los salarios es resultado de la diferencia salarial entre y dentro de las empresas, además de apuntar que la recuperación del salario en algunas economías desarrolladas, tales como Estados Unidos y Alemania, no fue suficiente para contrarrestar el descenso en los países emergentes y en desarrollo.
Lo anterior, debido a que en gran parte del periodo posterior a la crisis financiera de 2008 a 2009, el aumento del sueldo fue impulsado por el crecimiento relativamente robusto del salario en las regiones y países en desarrollo; sin embargo, esta tendencia se ha ralentizado o revertido, de manera reciente.
El documento agrega que entre los países emergentes y en desarrollo que conforman el G20, el crecimiento del salario real pasó de 6.6 por ciento, en 2012, a 2.5 por ciento en 2015; en cambio, el crecimiento de los salarios en los países desarrollados aumentó de 0.2 por ciento, en 2012, a 1.7 por ciento en 2015: la tasa más alta de los últimos 10 años.
También analiza la distribución de los ingresos dentro de los países, refiriendo que en la mayoría de ellos, los salarios suben gradualmente en la escala salarial e incrementan drásticamente para el 10 por ciento superior, y aún más para el uno por ciento de los empleados con los salarios más altos.
La palabra salario, según especifica el maestro Cabanellas, viene de la latina salarium, y ésta a su vez de sal; lo anterior, porque fue costumbre antiguamente dar en pago una cantidad fina de sal a los sirvientes domésticos.
Como antecedentes históricos respecto al salario, podemos mencionar que en los albores de la Edad Antigua existían regulaciones salariales llamadas salarios mínimos. El historiador francés Emile Levasseur, citado por Mario de la Cueva en su obra “Derecho Mexicano del Trabajo”, relata que el Emperador Dioclesiano expidió en Roma un edicto fijando los salarios máximos que podían pagarse a los trabajadores conforme a la actividad económica desarrollada por el trabajador, y la violación de estas reglas se castigaba con la pena de muerte; sin embargo, este edicto no llegó a cumplirse.
Fue en Nueva Zelanda el sitio en el que por primera vez se decretó una ley reglamentando los salarios, en 1894, ejemplo que fue seguido por la Colonia Victoria en Australia, en 1896; es en estos países es donde por primera vez se crearon autoridades y procedimientos para la fijación de los salarios mínimos. En otros países, tales como Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania, Holanda, Estados Unidos y México, entre otros, continuó tal regulación.
De igual modo, la legislación de Australia y Nueva Zelandia influyó sobre un proyecto de convención y una recomendación aprobado en una conferencia de la OIT, realizada en Ginebra en el año de 1928, señalando dicho proyecto que "al lado de la jornada de trabajo, la fijación de un salario mínimo es otro de los objetivos considerados de urgente necesidad para el trabajador".
Al respecto, el artículo 1 del proyecto de convención referido anota que "todo miembro de la Organización Internacional del Trabajo que ratifique el presente convenio, se compromete a establecer o conservar los métodos que permitan la fijación de tipos mínimos de salarios para los trabajadores empleados en las industrias o partes de industrias (especialmente las industrias a domicilio) en las que no existe régimen eficaz para la fijación de salarios por medio de contratos colectivos u otros sistemas y en las que los salarios sean excepcionalmente bajos".
Actualmente y en lo que se refiere a nuestro país, el Centro de Análisis Multidisciplinario (CAM) de la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de México (UNAM) comparte en su “Reporte de Investigación 126. El salario mínimo: un crimen contra el pueblo mexicano”, un análisis de la evolución de los precios de productos básicos, en particular de la Canasta Alimenticia Recomendable (CAR) desde el año de 1987 y hasta el 16 de octubre de 2016, fecha en la que su precio llegó a $218.06 pesos diarios, en contraste con el salario mínimo que para este mismo año fue de $73.04 pesos diarios.
El reporte muestra los efectos negativos que ha traído la fijación de salarios mínimos y los aumentos que no son suficientes para poder contrarrestar el incremento en la CAR, al indicar que con un salario mínimo en 2016 se podía comprar el 33.5% de la misma; empero, “esto no quiere decir que con tres salarios mínimos se pueda hacer cumplir la Constitución, ya que con esos tres salarios mínimos sólo se podrían adquirir los alimentos, y faltarían el resto de necesidades normales de un jefe de familia en el orden material, social y cultural y para la educación obligatoria de los hijos”.
De los 52 millones de personas que conforman el total de la Población Ocupada en México, al menos el 69.3%, es decir, 36 millones de personas, tienen ingresos menores a lo que la Constitución señala que debería ser el salario mínimo, destaca el Reporte de Investigación 126.
Como ejemplo, refiere que las horas que tiene que laborar diariamente un trabajador para adquirir la CAR pasan de ser 4 horas con 53 minutos en 1987, a 20 horas con 38 minutos para 2012 y 23 horas con 53 minutos en la actualidad.
Esto es, que con el salario mínimo y la necesidad de conseguir la paga para la alimentación de la familia, a un trabajador mexicano le quedan 7 minutos al día para realizar el resto de actividades, como transportarse, dormir, aseo personal y convivir con su familia, concluyendo los investigadores del CAM que “la condición de los trabajadores mexicanos en 2016 está peor que en el esclavismo”.
Con la noticia que se ha publicado en algunos medios este fin de semana, respecto al “tortillazo” o incremento en el precio promedio de la tortilla, podemos añadir también a este espacio un extracto del “Reporte de investigación 117. El Salario Mínimo en México: de la pobreza a la miseria”, publicado en el mes de agosto de 2014, también por el CAM de la UNAM, en el que se enfatiza la pérdida del 78.66% del poder adquisitivo del salario y la vinculación “con el ahorcamiento cada vez mayor de la economía mexicana; bajos salarios, altos niveles de desempleo e informalidad, la expulsión de población en forma de migración laboral y el paso de la pobreza a la miseria generalizada”.
Añade que “el salario es el precio que nos pagan por nuestra fuerza de trabajo, y este es el precio que casi no aumenta si se compara con el incremento de las demás mercancías”, al tiempo de compartir algunas gráficas en las que se observa lo que las familias mexicanas dejaron de consumir desde 1982 hasta el 2014.
Por ejemplo en el caso de la leche, de enero de 1982 a agosto de 2014, se han dejado de consumir 14.20 litros; en el caso de las tortillas -“que es el más dramático”- se han dejado de comprar 44 kilos con 930 gramos.
Este día concluimos citando al filósofo y economista liberal, Henry Hazlitt: “Las opiniones acerca de los salarios se formulan con tal apasionamiento y quedan tan influidas por la política, que en la mayoría de las discusiones sobre el tema se olvidan los más elementales principios”. Coincidimos.