No obstante ello, quiero reiterar lo que ya señalé en la ocasión anterior, en cuanto a que el trabajo infantil visto desde diversas aristas, tiende a ser desempeñado por quienes sin tener ninguna necesidad de trabajar lo llevan a cabo como parte inherente a su desarrollo futuro, también encontramos aquellos menores que trabajan para contribuir con los gastos familiares e inclusive existen los que sin obtener beneficio propio económico “trabajan” desde la perspectiva del cuidado y atención del propio hogar, ya que es común encontrar a menores que mientras los padres laboran, cuidan o se encargan de los hermanos más pequeños a quienes atienden como si ellos fueran los padres. Asimismo también existe la llamada industria familiar, donde el trabajo de los menores alcanza elevados índices de explotación, ya que en los talleres familiares no se aplican las disposiciones de la Ley Federal del Trabajo, con excepción de las normas relativas a la higiene y seguridad. En todos estos casos, existe un factor importante y consiste en el hecho de que los menores, salen de su domicilio pero siempre regresan a él.
Pero hoy me refiero a aquellos menores que salen de su domicilio pero ya no regresan a él, su destino: engrosar las filas de los llamados niños de la calle. Su salida obedece a distintas causas, pero con independencia de la causa, al final encontramos al niño que no entiende lo que pasa, que duerme en el parque, en la terminal, en la playa, que pide dinero a quien se cruza en su camino, que no encuentra cobijo, que se moja cuando llueve al no tener donde cubrirse, que lo acosa el hambre, que roba, que no es sujeto de festejos. Aquel que no alcanza a comprender por qué pasa eso, a quien la gente rechaza, de quien se burlan y abusan, a quien engañan.
Quien pasa por esto generalmente se refugia en las drogas y el alcohol y no existe institución que le entienda, que sepa tratarlo, que le ayude a encontrarse con sus miedos, angustias y traumas. Va por la vida sintiéndose solo y cubierto de una amargura y resentimiento, no sabe de lealtad de amistad, los valores morales no viven en él. Parece irreal esto que escribo, pero también existe y forma parte de nuestra vida cotidiana y a pesar de todo, en algún momento de su existencia un poder superior aparece en su camino y comienza un proceso de transformación difícil, pero apoyado en sus iguales, quienes le entienden, le apoyan y le dan el amor adulto que necesita para tener una vida útil y feliz. Existen hoy muchos casos que conozco de manera personal de lucha, de esfuerzo, de fuerza, de voluntad y de muchos deseos por vivir, siendo ahora todo diferente, por eso hoy en honor a quienes tienen la oportunidad de contarlo y dejaron su yo niño en la calle ¡feliz Día Mundial contra el Trabajo Infantil!
Para conocer más se puede consultar Las nuevas relaciones de trabajo. Patricia Kurczyn Villalobos. Editorial PORRÚA, México 1999.