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Cuando ya no importe
No puedo saber por qué este recuerdo,
esta imagen, que nada parecía anunciarme,
se mantiene imborrable después de tantos años.
J.C.O., Cuando ya no importe
Cuando se habla del boom latinoamericano, invariablemente brincan algunos nombres asociados a dicho movimiento literario: Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, entre otros.
Sin embargo, antes de ellos había ya escritores importantes, aunque menos reconocidos, pero que cimentaron las bases para consolidar una literatura en forma, con voz propia. Nombres como Roberto Arlt, Felisberto Hernández, Juan Carlos Onetti, por citar tres casos, no suelen figurar mucho entre los escritores más importantes de la región, aunque en el caso de Onetti existe un mayor conocimiento y estudio de su obra.
Si bien los primeros cuatro nombres citados fueron artífices para la «exportación» de las letras latinoamericanas hacia Europa, por allá de la década los sesenta, Onetti es considerado –según Vargas Llosa– el autor de la primera novela moderna de América Latina: El pozo (1939).
A partir de entonces se dedicó a escribir lo mismo cuentos que novelas y a construir un mundo propio, con personajes que aparecen no sólo en una obra.
Nacido en Montevideo, Uruguay, en 1909, Onetti fue un fiel admirador de la obra del gigante estadounidense William Faulkner (1897-1962), quien creó el ya mítico pueblo imaginario Yoknapatawpha.
Bajo este tenor, Juan Carlos Onetti dio vida a la ciudad ficticia Santa María, a partir de su novela La vida breve (1950), que aparece en otras historias como El astillero (1961) y Juntacadáveres (1964), creando así una trilogía, aunque la ciudad volvería a ser mencionada tres décadas más tarde.
En esta ocasión mi recomendación gira en torno a la obra de Onetti, pero particularmente me referiré a la última de sus novelas: Cuando ya no importe (Alfaguara, 1993).
Originalmente se llamaría La casona, pero la editora del uruguayo en Barcelona, Carmen Balcels, le sugirió cambiar el título. La casona porque buena parte de la historia ocurre en una casa cercana a un río, perdida en el campo.
La novela es narrada por el protagonista de la misma, a manera de diario. Es un hombre que ha sido abandonado por su esposa, quien aguantó muchos años el hambre y la miseria junto a él. Desapegado de todo, decide viajar hacia un lugar donde vivirá muchos años y se desempeñará como contrabandista.
Se trata de un personaje desengañado de todo, vapuleado a veces por los recuerdos pero que está dispuesto a recibir los embates de la soledad. En la novela desfilan algunos personajes, incluido el doctor Díaz Grey, de otras historias santamarianas, para entonces acabado, viejo. Ambos personajes se sumen en conversaciones prolongadas, de recuerdos, confesiones y en las que Onetti confirma su eterna nostalgia.
Cuando ya no importe es una especie de despedida de Onetti (murió un año después de su publicación), las remembranzas de los sitios donde vivió, la gente que conoció: un último paseo por los sitios que alguna vez florecieron, pero que en su última entrega deja entrever el deterioro, la decadencia.
La trama de la historia no es muy compleja, pero es una exquisitez del lenguaje, con diálogos profundos y una carga con alto contenido nostálgico, poético y del desengaño que trae el paso de los años. Se trata del último golpe maestro de uno de los escritores más importantes que nuestro continente legó al mundo en el siglo XX.
Es una novela de 205 páginas que se leen de forma fluida, pero con la calma que Onetti les imprime a las palabras. Está llena de frases nostálgicas, existencialistas, vitalistas incluso, al más puro estilo del uruguayo que, a mi juicio, no goza del reconocimiento que su obra debería tener.
Ahí queda la recomendación. Estoy cierto que les significará una novela que difícilmente olvidarán al cerrar el libro y, por el contrario, querrán volver a iniciar.
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El género negro y policiaco es considerado «literatura menor» por académicos e incluso por propios escritores. Sin embargo, autores de la talla de Dashiell Hammett, Jim Thompson, Raymond Chandler, Horace McCoy, Georges Simenon, entre muchos otros, han contribuido a que la novela policiaca goce de un nutrido público y adaptaciones cinematográficas que la han llevado más allá de las páginas.