Los hombres como nosotros –empezó George–
no tienen familia. Ganan un poco de dinero
y lo gastan. No tienen en el mundo nadie
a quien le importe un bledo de ellos…
En De ratones y hombres
La injusticia social es un tema presente en la obra del escritor estadounidense John Steinbeck (1902-1968): basta recordar Las uvas de la ira (1939), su novela más famosa, para comprobarlo. Se trata de un asunto que lo ocupó incluso en su faceta de periodista, al realizar trabajos de ese género acerca de las condiciones en las que vivían los jornaleros.
Esta semana la recomendación de este espacio gira en torno a Steinbeck, puntualmente a su novela De ratones y hombres (1937; Editorial Sudamericana, 1942, con traducción de Román A. Jiménez), también traducida como La fuerza bruta.
La historia está situada en California, en los años de la Gran Depresión que sumió a buena cantidad de estadounidenses en la miseria y que afianzó el poder de unos cuantos.
George Milton y Lennie Small se encuentran en un matorral, junto al río Salinas, en Soledad, California. Unas horas antes los dejó un camión a varios kilómetros de allí y se vieron en la necesidad de caminar.
El primero es un hombre de apariencia común. En cambio, Lennie es un tipo grandullón, acaso intimidante, pero con una discapacidad mental que los hace meterse en problemas de forma constante. Es un personaje que conmueve en cada palabra.
Los personajes van de rancho en rancho en busca de trabajo y hacerse de recursos para el futuro. Desde las primeras páginas, el lector se encuentra con dos soñadores que anhelan tener su propia tierra, una granja con conejos y otros animales: conmueve la forma en la que lo desean, en la que uno nombra las cosas, acaso desde el pesimismo, mientras que el otro lo sueña despierto y es acechado por la felicidad. El hecho de que George lo pronuncie parece calmar los impulsos de Lennie, quien se alborota cada vez que escucha a su compañero nombrar sus deseos.
Hay que decir que los hombres huyeron de otro sitio debido a que cierta conducta de Lennie provocó un escándalo que estuvo a punto de costarles la vida, pues pretendían lincharlos.
Ahora llegan a otro rancho, con unas horas de retraso. La instrucción para Lennie es clara: no debe hablar con nadie ni meterse en líos. Si hace esto último deberá ocultarse en ese matorral junto al río y esperar la llegada de George.
Al presentarse en el nuevo rancho poco a poco van conociendo a sus compañeros: desfilan el viejo Candy y su también vetusto perro; Crooks, un peón que está aislado debido a que es negro; Curley, el hijo del patrón, engreído y que está casado con una atractiva mujer que sueña con ir a Hollywood, causante de más de un problema.
En el rancho los hombres se divierten con algunos juegos; sus distracciones consisten en inventarse competencias, en esperar el fin de mes para ir al pueblo y gastarse el dinero en el burdel. De todo ello se van enterando George y Lennie en el día de su llegada.
El plan de ambos es reunir suficiente dinero para comprarles la granja a unos ancianos. Al entablar cierta amistad con Candy, éste se ofrece como socio: cuenta con cientos de dólares que puede invertir en el proyecto. George y Candy trabajarán, mientras que Lennie cuidará a los conejos…
Así se reparten los sueños. Luego Crooks, al enterarse, también se anima. Ofrece sus brazos para trabajar. Pero no siempre los planes resultan…
La novela en sí es breve, se lee de un tirón. Steinbeck creó una obra con diálogos memorables. Sin embargo, pese a la aparente sencillez de la historia, hay cualquier cantidad de simbolismos.
Destacan el racismo: el negro Crooks está segregado, no debe hablar con nadie ni nadie debe acercarse a él. La esposa de Curley es el símbolo del «mal» representado en la mujer, el origen de las tragedias. Candy es el hombre viejo que aún aspira a soñar, pero está imposibilitado para trabajar. Curley, el hijo del patrón, es el que detenta el poder: soberbio, prepotente y dispuesto a manipular toda ley en contra de quien él decida.
George y Lennie encarnan el espíritu de la amistad, aunque también desempeñan el papel de los hombres que aspiran a materializar sus sueños, pero siempre hay alguna traba que los devuelve a una realidad que no alcanza para vivir.
Aunado a lo anterior, no se sabe a ciencia cierta qué tipo de relación llevan ambos personajes; se desconoce el origen de su unión, qué los llevó a estar juntos en todo momento…
El final de la novela es de antología. Si el lector busca alguna historia inolvidable para este verano, De ratones y hombres no lo defraudará.