Hay escritores que por diversos motivos son prácticamente desconocidos entre un gran número de lectores e incluso entre libreros. Ya sea porque su obra no es difundida, por el desinterés de las editoriales a asumir riesgos o por escribir en lenguas con muy pocos hablantes, se convierten en autores de culto en el denominado mundo occidental y, al llegar a estas regiones, sus libros son acogidos como auténticas joyas.
La recomendación de esta semana tiene que ver con uno de esos escritores de los que se tienen nulas noticias o se desconocen por completo su obra, su vida, su línea de pensamiento (al menos por esta zona del planeta).
Me refiero al serbio de origen montenegrino Branimir Šćepanović (1937) y su La boca llena de tierra (Sexto Piso, 2010; traducción de Dubravka Sužnjević), una novela corta (78 páginas en la citada edición) que fue publicada originalmente en 1972 y que hoy en día es considerada un clásico de la literatura serbia moderna.
De entrada, hay que agradecer a editoriales como Sexto Piso por el hecho de aventurarse a editar y publicar obras de este talante, con el consabido riesgo que ello representa.
Pues bien, una de sus mayores virtudes de esta breve novela es la concisión y el peso de cada una de las palabras.
La historia está contada a dos voces, intercaladas un párrafo tras otro. El primer narrador es uno de los protagonistas de la trama y el otro es un omnisciente que nos orienta para seguir el rumbo de los hechos.
Cuenta con un prólogo que está a cargo del serbio Goran Petrović, otro gran autor editado por Sexto Piso. Desde el inicio se advierte que La boca llena de tierra se trata de una novela «inquietante» y tal adjetivo define bien el texto al que se enfrentará el lector. A saber.
Un hombre es diagnosticado con una enfermedad terminal y ya se encuentra en la última fase. Ante esa noticia, decide abandonar Belgrado y volver a su natal Montenegro para encontrar allí la muerte, entre los suyos o la que alguna vez fue su gente. Porque estuvo lejos de su tierra durante muchos años, pese a que no le iba muy bien en Belgrado.
El hombre viaja en tren, rumbo a Montenegro. Sin embargo, toma la decisión de abandonar el viaje en una estación que está ubicada a medio camino, después de reflexionar durante el trayecto transcurrido. Luego se interna en el bosque con el único deseo de encontrar la muerte para sí solo.
El personaje –no se sabe cuál es su nombre; sólo que es alto y fuerte– camina y comienza a tener mínimos recuerdos. No obstante, de pronto se encuentra con la presencia de dos cazadores, Jakov y otro más –uno de los narradores de la novela–, justo cuando comienza a romper el alba.
Los tres hombres se miran a la distancia. El enfermo los observa y los cazadores hacen lo propio, en aparente tranquilidad. Sin embargo, a partir de entonces la historia da un vuelco y comienza lo «inquietante» advertido por Goran Petrović.
Resulta que el hombre mira a los cazadores, pero, repentinamente, echa a correr y los otros dos –sin saberse motivados por qué– comienzan a perseguirlo. En un principio, uno de los hombres confiesa no saber a qué obedece la persecución: intenta descubrir razones, al correr de las páginas, pero no satisface sus cuestionamientos, aun cuando la cacería sigue.
Conforme la presa se vuelve cada vez más inalcanzable, los cazadores comienzan a mostrar enojo y manifiestan su molestia en contra de aquel hombre que –ahora sí creen saberlo– los sacó de la tranquilidad después de una noche de calma.
El enfermo corre con rapidez. De pronto se encuentra con el guardabosque, a la distancia. El narrador omnisciente da cuenta de los pensamientos de uno y de otro y el hombre se une a los cazadores para perseguir al enfermo, quien inicia una nueva carrera a través del bosque, sin saber por qué es perseguido, pero con la sensación de que nada bueno quieren hacerle. Y eso lo confirma cuando los cazadores, ya enfurecidos, comienzan a realizar disparos con sus escopetas.
La carrera se torna un tanto absurda porque ninguno tiene motivos reales para alcanzar y darle muerte al desconocido. Pero con el correr de los minutos y conforme el cansancio se apodera del protagonista, más personas se suman a la cacería. Tampoco saben por qué, pero hay en cada una de ellas un deseo de destrucción, de matar al hombre que se aleja y se vuelve inalcanzable. Ni siquiera los rezos de dos mujeres enlutadas hacen que el enfermo se detenga. Nada. Iba en busca de la muerte, pero solitaria, y ahora se ve en la necesidad de salvar su vida.
Ni ochenta páginas alcanza la novela de Branimir Šćepanović. Es breve, pero no se lee en una sentada, dada la complejidad que encierra. Inquieta el hecho de desconocer los motivos de los perseguidores. No obstante, deja en claro que el comportamiento del ser humano varía cuando se encuentra en masa y ello puede generar un grado de inconsciencia entre la colectividad que derive en actos de barbarie de los que, sólo después, se tendrá acaso un grado de razonamiento.
El final de la novela… Ése lo debe descubrir el lector. Pero no decepciona.