¡Bravo! Esta encarnación de hoy te va muy bien, querida. Te ves maravillosa con el pelo negro y rizado sobre la palidez de tu piel. La última vez que atravesaste las paredes de mi casa y me pillaste haciendo el amor con una de mis amantes traías un look absolutamente desangelado, insípido; no te va bien el pelo lacio y el tono rubio. Tal vez en Islandia o Dinamarca les resultes convincente, pero no en esta tierra tropical, mujer. En cambio hoy estás tan seductora, ¡brillante! Me recuerdas esas noches de luna llena en las que todo parece propicio para una despedida de antología. Sin embargo, no creo que te hayas presentado así para convencerme de que ya es hora, ¿o sí?... Eso es, tu sonrisa es benévola. Sé que el día definitivo no la tendrás puesta sobre el rostro. Acércate, bebe conmigo de mi copa. Te presto mis labios para que disfrutes este tinto exquisito. Ojalá los tuyos estuvieran dispuestos a posarse sobre el cristal, aunque sé que no necesitas estos placeres ínfimos de los mortales. Hoy estoy solo, como puedes ver. Tú eres mi amante apetecida para un futuro, la última, la definitiva.
Ya que me premias con tu sensual aparición quisiera hacerte algunas preguntas a las que no darás respuestas, lo sé. A pesar de ello aspiro a descubrir algo en tus gestos, algunas sutilezas en los músculos aparentes de tu cara que me den algún significado, alguna pista. Es triste vivir y después morir sin tener al menos un atisbo de las razones de tantos absurdos por los que transitan como condenados los pobres humanos. Dime, por ejemplo, ¿tendrán alguna recompensa, allá donde los llevaste cuando les tendiste la mano, esos que están muriendo sin deberla ni tenerla y gastaron la mitad de sus días en prepararse para servir a los demás? Y, ¿por qué siguen vivos y llegan a viejos sin mayores penas tantos charlatanes depredadores y asesinos de la esperanza? ¿Sabes algo del plan maestro del que tanto hablan los predicadores que llevan siglos anunciando el fin del mundo? O dime la verdad: ¿eres sólo la obrera que hace el trabajo rudo sin mayor premio que la facultad de cambiar de aspecto y vestuario cuando apareces en este escenario de sueños, jerigonzas y afanes inútiles? ¡Vamos!… Dame algo con la mirada, algo de púrpura en la cara, mueve hacia abajo o arriba las comisuras de esa boca sexy que hoy elegiste… ¡Venga!... ¡Eso es! Hay un brillo en esos ojos, una humedad, la promesa de una lágrima... ¡Esto es insólito! ¿Tú, mi amor eterno, a punto del llanto y bajando la mirada? No te desvanezcas, ¡por favor! Espérame, debo meterme algo más en el cuerpo, no quiero perderte en este momento
Eso es… Espera un poco que ya viene… ¡Ah! Si supieras cuánto me ayuda para verte y hablar contigo… ¡Ah! ¿Sabes que estás a punto de derramar una lágrima gracias a esto que ya me corre por las venas? ¡Qué bella estás hoy, querida!, lo reitero. Suelta, déjala salir, mi amor. Que humedezca tu cutis y esos labios secos. Olvídate de las respuestas, cariño. Me has dicho todo lo que necesito saber con esa gota que ya baja rumbo a tu boca. Sálala, condimenta un poco su mudez de siglos. Háblame al oído como por fin lo harás cuando llegue el día. ¿Por qué no me das un beso ahora? Déjame mojarte un poco y beber de tu cauda de misterios. Seré después un profeta verdadero si acerco tu cuerpo al mío. Eso es, pequeña, dame tu mano y tu cintura, baila conmigo esta alucinación bienaventurada que nos acerca. Déjame ser tuyo esta noche sin que se trate aún del sueño perenne a tu lado. Abandónate conmigo en esta ilusión que me ablanda la conciencia; luego volverás a tu recorrido por el mundo. Nada importa que dances conmigo, porque incluso sin ti, que hoy estás en mis brazos, miles de flores perecen a cada momento y otras miles nacen nuevas. El ciclo continúa sin tu cabal vigilancia.
¿Sabes? Deseo confesarte algo: a estas alturas del camino no tengo la certeza de haber sido amado ni sé si amé con la misma fuerza con la que empiezo a amarte. Los sentimientos me han jugado malas pasadas; un día se instalan en el pecho y después se desvanecen. Bellos como las burbujas de jabón en el aire, pero igual de efímeros; arrobadores como una canción hermosa y del mismo modo aniquilantes. Tres veces en mi vida creí amar y me subí a ese faro desde el que se contemplan todos los océanos, y tres veces fui bajado de ahí con el fuete de la mutua indiferencia. Tres veces supe del edén y los infiernos y después aprendí a quedarme en el limbo en el que ahora me encuentro. No sabes cuánto daría por subir una vez más en esa nube y desde ahí despeñarme hacia ti en la plenitud del delirio amoroso. Sin embargo ya no soy capaz, perdí la fe tal vez sobre algún lecho repleto de emanaciones ajenas o frente a algún espejo de cuerpo entero; pudo haber sido en una calle donde todas las ventanas se cerraron o al mirar por buen tiempo una mirada que tenía clavos en su centro; o quizá son algunas cicatrices que todavía son heridas. No lo sé. A veces pienso que los vendavales son los responsables de secar nuestra piel y dejarla sin aromas, o las lluvias las que arrastran todo para devolverlo al mar o las garras del deseo, las canciones tristes, el petricor que al evaporarse deja otra vez los suelos secos y las flores sin aroma. ¡Qué diera por asomarme una vez más en unos ojos y encontrar ahí el lago cristalino que tenían los de la primera novia, por caracolear la llanura con la fe de antaño, por soñar futuros de espalda delicadísima y cabelleras vaporosas de café! Qué diera porque tú fueras realmente una mujer y te quedaras conmigo al terminar este trance o me hicieras feliz llevándome contigo a cumplir con tu oficio milenario, tomados de la mano mientras cruzamos las convenciones del tiempo y el espacio.
Amor, cuando te vuelva a ver trae el mismo pelo ondulado y esas alas de gaviota por pestañas. Me gusta sentir que te sientes viva. Pero cuando vengas para sellar nuestro compromiso definitivo no te dibujes frente a mí en el aire; has de modo que no te advierta. Alarga tu mano, tócame la espalda y hazme tuyo en un instante, sin aspavientos ni protocolos que den pie a zozobras y cavilaciones impertinentes. Que sea como ver pasar un meteorito en el cielo y sentirme arrastrado por su luz.
Ya casi te pierdo, mujer. Te desdibujas lentamente. En unos minutos ya no te veré y estará la ventana en lugar tuyo. Poco a poco las venas gruesas de mis brazos dejarán de ser ríos donde navegan duendes y mi corazón ya no será un tambor acompañando ritos paganos en la selva. Te espero otro día para bailar una danza primitiva en un claro del bosque, hermosa. Sin embargo, retrasa el encuentro definitivo todo lo posible, aún quisiera escalar dos o tres montañas en busca de respuestas y hallar pozos de luz en dos o tres miradas.
Te has ido. De afuera me llega el ruido del tráfico vehicular. El techo ha dejado de ser un mar flotante y los colores de las paredes son de nuevo los originales con varios pares de ojos vigilando desde las fotografías colgantes. Tengo mucha sed y hace calor. Vuelvo a estar preso de mis sentidos cuerdos. Beberé agua y seguiré respirando mientras me atrapa el bullicio.