El domingo pasado por curiosidad sintonicé unos minutos la Hora Nacional. Realmente no hay mucho que decir, pues es lo mismo de siempre, para qué ahondar más en el formato soporífero.
Escuché fragmentos de un par de entrevistas, una de ellas, no sé a quién, pero lo que sí, es que es alta funcionaria del no sé qué, algo así como la institución que se dedica a algo parecido a “sanear los diálogos entre todos y a lograr una comunicación más sana, interpersonal”, y que según esto, dicho aspecto es la base, el puro hablar y externar con honestidad y respeto, “el cimiento del México que necesitamos y que debe de ser”.
Y que un tipo de diálogo así, o comunicación, finalmente convivencia, debe partir de las escuelas (públicas), de las de educación básica. Y de la casa. Palabras más palabras menos.
Me quedé más frustrado de lo que estoy, y más reacio a intentar digerir las necedades que en instituciones como esa se dicen.
Estos dislates nada han mejorado nuestra espesaoscura realidad social, ni en tantito la van a cambiar, sencillamente porque en una sociedad como la nuestra la violencia y las decadencias moral, institucional, espiritual, volitiva, familiar, etcétera, se han encarnado de tal manera que generaron indiferencia y desaliento permanentes. Y parece ser que irreversibles.
No creo que siendo amable, pidiendo las cosas por favor y con una sonrisa se pueda generar el México nuevo, “el de a de veras”, el que desde hace no sé cuántos sexenios sigue en construcción.
Lo de la buena convivencia escolar ya está sistematizado y encuadernado. No es nuevo. Es un manual, y según esto, se aplica. Un documento (más que proyecto), una guía, del gobierno federal, para intentar o creer que los alumnos en la escuela “se traten bonito”, se hablen lindo y bajen las estadísticas de lo que tanto resalta e impacta mediáticamente: el bullying, el acoso escolar. Nada más titánico, y patético. Es como que el gobierno quiere decir que las balaceras y las matanzas comiencen a arreglarse a partir de generar conciencia desde los planteles (en los salones, creando, más que formando, una nueva era de mexicanos mejorados) con la aplicación de un impreso que proclama que hay que respetarnos y que esa es la pomada que remediará nuestro mal.
La intención es “buena”, igual que cualquiera de los diez mandamientos, pero implementarla exitosamente en los educandos cuando el entorno está empanizado de agresividad, ejecuciones y desconcierto, es querer caminar, sin inteligencia, pero con mucha fe, sobre el agua (del estanque de las pirañas). No se puede. Un proceso de restauración de la seguridad y gobernabilidad en el país no comienza por la escuela ni por la familia.
En un estado de absoluta impunidad como el nuestro, donde los sujetos perjudiciales (en todos los niveles y ámbitos) tienen manga ancha para hacer lo que se les pegue la gana sabiendo que no les va a pasar nada, en una realidad donde el malo impera y dictamina, es doblemente irrisorio que una institución o varias pretendan revertir dicha (nuestra) cotidianidad, o cimentar otra mejor a partir del buen trato, con base en el dorado respeto. Cómo creen.
Para dar marcha atrás con toda esta podredumbre social y violencia solapadas, primero, la autoridad correspondiente debe, con bases, someter a todo aquel que infrinja las normas. Y esto no es el hilo negro.
A continuación, dar el manotazo para neutralizar o cortar de tajo “grupos de daño social”, o delictivos, en cualquier orbe, y entonces sí, ya que la estabilidad social esté asegurada y las garantías individuales sean de a de veras, cuando las instituciones hayan consolidado un estado donde impere la seguridad y se garantice que los malos paguen por lo que hagan, se podrá pretender diseñar cualquier proyecto de asertiva relación humana.
Pero, si los malos siguen estando en el mismo equipo (los que jalan el gatillo y los que hacen y sellan el oficio, o dan la sentencia a favor del malo, los que generan el abuso ilimitado, el descaro, la injusticia, la iniquidad, la impunidad, el saqueo, el despojo, el secuestro, la violencia, la desmantelación nacional e individual), la idea seguirá siendo locura. Como hasta ahora.