Cómo dan lata algunos muertos. Dejan de fregar un tiempo y luego vuelven dale y dale. Será porque tienen mucho tiempo, o ya no les importa el tiempo, o también, puede ser que ellos se hayan transformado en tiempo y para nada ya les afecta.
A lo mejor esto es. El chiste es que no dejan de molestar en esta casa, que no creo que sea una casa de espantos como las de las historias que cuenta la gente en las fogatas o en las sobremesas de los viernes en la noche.
Aquí es distinto. Aquí vivimos dos tipos de personas: los que ven muertos o los oyen, y los que no ven nada. Soy de los segundos, pero, obvio, los que sí los ven, se desahogan conmigo y me relatan con fino y claro detalle sus repentinas experiencias.
Y la verdad, a veces, como que sí acaba dando miedito, pero es un temorcillo saludable, crispa tantito los nervios pero después uno se relaja y no pasa de ahí; como que sabe.
En esta casa no hay entes malditos como los de las casas gringas en las que los propietarios acaban matando a todos sus parientes y se suicidan al final, enloquecidos. Para nada, aquí hay muertos sanos, típicos muertitos mexicanos, espíritus chocarrerones que no se resignan a marcharse a la dimensión que le corresponde, y por eso siguen fregando.
Estás comiendo solito en la barra tus hot cackes y ¡taz, taz!, toquidotes por fuera, en la puerta de la cocina, y te paras a ver, abres rápido y, ya saben, no hay nadie. Te vuelves a sentar para seguir yantando y ¡traz, traz, traz!, más fuerte ahora los nudillazos. Otra vez corre uno, con curiosidad, y de nuevo no hay nadie. Entonces sí te empiezas a medio ciscar, cómo de que no.
Otro caso: estás dormitando en el sillón grandote y bien pachón de la sala, y de repente alguien te agarra y te da una sacudidota que saltas. Obvio, despiertas creyendo que alguno de los familiares te aplicó la mala broma y casi simultáneo vas a empezar a mentar madres. ¿Pero a quién? No hay nadie. Te asomas atrás del respaldo del sillón y lo vuelves a comprobar.
Y ya no te duermes, mejor prendes la tele, o si sí te escamaste, vas rápido al baño y dejas caer lo que se te aflojó en la tripa gorda.
Los más impresionantes son los que volteas de pronto, solito tú en la casa –de noche o de día-, y ahí están parados o sentados frente a ti. Ahí sí sientes que te azotas o te haces pipí. Los parientes que ya los vieron hasta ganas de chillar les han dado.
Dicen que sí está grueso. Imagínense ver a una fulana enana, china, china, prieta, prieta, o a una mujer que parece como que le dieron de latigazos, pero sin hacer dengues ni muecas. Sólo se te queda viendo. Esta última pasó bastante.
Otra que sucedía era que te estabas bañando y sentías que algo helado te abrazaba y soltaba rápido. Hubo parientes-visitas que salieron encuerados y dando gritos.
Pensándolo bien, creo que las cosas “fuertes” les han pasado a los familiares que son medio indeseables o que no avisan cuando van a venir. A esos los joden más. Entonces, los muertos de aquí, también son territoriales.
De pronto yo escuchó ruiditos de que abren y cierran puertas o azotan la tapa del excusado, y la verdad, cuando no ando de buenas, que es seguido, les requetemiento, pero bien y macizo, toda su madre. Luego, luego se aplacan.
Mi mujer me dice que mejor les rece. Yo le digo que me salen mejor los “chingatumadres” que los “padrenuestros”. Ella luego les ha puesto sus ofrenditas, y de pronto parece que se calman o sosiegan. Hasta que entra el desgraciado gato y se las traga.
Y otra vez vuelven a joder.