La muestra arranca con Memorias horizontales, una colección de fotografías con personas mexicanas de principios del siglo 20, colocadas al principio de la muestra, que reflexiona sobre lo mucho o poco que le importa a la gente pasar por encima de los demás.
Pintura del techo o elSí pintura, son piezas emblemáticas cuyo objetivo es que el visitante mire con trabajo la palabra escrita en una placa que dice “yes”, pero cuya trascendencia también está en que es la pieza por la cual el cantante y compositor británico John Lennon (1940-1980) se interesó en conocer a la creadora y fue allí donde empezó su relación.
Instrucciones, que da un giro en el arte para volverse un performance personal, y cuyos mensajes han sido traducidos al español con su autorización; Cut piece, una proyección que reflexiona sobre qué tanto somos capaces de oponernos a una agresión e incluso qué tanto permitimos que ésta ocurra.
En esta sala dedicada a mostrar las huellas de la violencia también se aprecian Cascos, Tres montículos y La guerra terminó, piezas que hablan de destrucción y, al mismo tiempo, de esperanza, como ocurre en casi todo el discurso artístico de la creadora.
Gente invisible, es un homenaje a las personas que murieron en Hiroshima y Nagasaki, y en la que un juego de flashes en un espacio oscuro imprime la silueta del visitante en una especie de mural que da cuenta de la difuminación de la vida. “Pieza en reparación”, “Teléfono de asombro”, “Imagina la paz”, “Performance bolsa de tela” y “Resurgiendo” son otras de las obras con las que el público podrá interactuar y tener una experiencia personal, guiada por una serie de moderadores dispuestos por el museo.
“Resurgiendo”, es una instalación donde se han colocado las fotos (sólo de los ojos) con un breve relato de mujeres que se han interesado en compartir experiencias en su calidad de mujeres. La convocatoria a participar, enviando una declaración del daño que se les ha hecho por el solo hecho de ser mujeres, se mantiene abierta y el mural irá cambiando según la cantidad de participantes.
Cuando un artista lleva trabajando en primera línea estética, poética y artística durante más de 50 años merece, no sólo el reconocimiento de la comunidad cultural, sino del mundo en general.
Primero en Fluxus, luego en el entorno del happening y más tarde en el del arte conceptual, Yoko Ono ha trabajado muchas veces en el silencio, sobre todo en los últimos 30 años –que hemos registrado en más de setenta exposiciones individuales, en todos los museos y ciudades del mundo que va de Nueva York a Londres, de Madrid a París, de Estambul a Sao Paulo-, y ha realizado un trabajo personal y sugerente.
El arte de Ono nació al margen de pretensiones de escuela: un aprendizaje local desde las contradicciones del comienzo del arte contemporáneo –ni expresionismo abstracto ni construcción: atención a la realidad social y política que es siempre el resultado acabado de una concreción formal bien elegida.
Ono nació en una de las familias más conocidas de Japón pero no quiso llevar la vida habitual de las gentes de las clases más afortunadas. Estudió filosofía en Japón, algo inédito en la época, marchó a Nueva York en 1952, con 19 años, y se adhirió a la vanguardia más experimental.
Son, pues, muchos años de trayectoria, y por eso ha recibido ahora el León de Oro de la 53ª Bienal de Venecia junto a John Baldessari, el premio que otorga la bienal a toda una carrera en el mundo de las artes. Dos artistas, claves del arte contemporáneo, sin los cuales, hoy día no entenderíamos muchos cambios estéticos en la escena artística, social y cultural.
Además, el comisario Daniel Birnbaum ha situado una obra suya en un lugar preeminente del Palacio de las Exposiciones (antes llamado Pabellón Italia), un pasillo a la entrada de la exposición que la artista ha activado con un bellísimo trabajo en el ámbito de lo conceptual poetizado. Sus “instrucciones” exigen la interacción del espectador, son pequeñas pistas que recuerdan a las ofrecidas por algunos de los conceptuales de primera generación, los que más se acercaron a la poseía entre tanta aseveración radical sobre filosofías analíticas o lingüísticas. En su Sun Piece nos pide que miremos fijamente al sol hasta que éste se convierta en un cuadrado.
Todavía recuerdo con asombro su exposición en la Fondazione Bevilaqcua la Masa, en el barrio de Dosoduro de Venecia. Tenía en el pequeño espacio de la fundación una muestra titulada Anton's memory que viene a ser un pequeño fresco de lo que la artista ha venido haciendo a lo largo de estos años. Hay películas, instalaciones sonoras, esculturas y dibujos.
Hay montajes interactivos, y en el centro de todo, dos versiones en filme de su mítica Cut Piece, uno de los hitos de la performance, una de ellas realizada hace 50 años, en 1964 y la otra hace 16, en 2003. En esta pieza, la artista deja que el público vaya recortando partes de su vestido hasta quedarse desnuda. Presentadas una junto a otra, descubre las marcas del tiempo a medida que el vestido de la artista queda reducido a jirones.
Anton's memory versa sobre el recuerdo que Antón tiene de su madre, una mujer que solo aparece en su infancia de un modo esporádico, porque “lo fugaz es la naturaleza esencial de la vida”, dice la artista. Es, así, una memoria huidiza que el espectador ha de atrapar en cada una de las salas del bellísimo Palazzo Tito. Pero si los word paintings de Yoko Ono tienen todo el interés, estas instalaciones que presenta en este Palazzo Tito pecan de cierta ingenuidad y resultan un tanto blandas ante la fuerza conceptual y poética de los primeros.
Hay algo de cursilería un tanto excesiva en muchas de las piezas, pero Cut Piece envejece extraordinariamente y nos remite a la mejor performance, que tanto éxito le ha dado a Yoko Ono.
A lo largo de sesenta años, el mundo en ebullición de Yoko Ono ha demostrado que el artista se calibra por su creatividad y la incorruptible libertad que sólo obtiene a través de su arte.
La rebeldía sí, pero sometida a la disciplina, a las convicciones, a los principios, como creía Joan Miró, de la acción creativa que abre un nuevo mundo de destellos que el trabajo asiduo de las formas convierte, al final, en insólitas provocaciones visibles.