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Bajo el Volcán

Harald Szeemann: un breve recuerdo

Se cumplen en 2015, 10 años de su fallecimiento

“Harald será recordado  como un excelente amigo y maestro, figura imprescindible del arte contemporáneo, y un creador de imágenes interminables, un visionario del fenómeno  artístico, que en momentos lo hicieron un personaje discutido,  generoso e irrepetible.”

Miguel Ángel Muñoz Miguel Ángel Muñoz
Miércoles, 25 Febrero
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A Pablo Ortega, cómplice del arte

Conocí a Harald Szeemann (Berna, Suiza, 1933- 2005Ticino, Suiza)  en  1999 en Venecia, justo cuando preparaba la 49 edición de la Bienal de Venecia, “la Bienal de Venecia –repetía constantemente- es la madre de todas las bienales”,ahí le hice larga entrevista (que publiqué en la sección cultural de El Financiero y luego en mi libro El espacio vacío).

Desde ese instante  trabamos un intercambio de ideas, llamadas telefónicas,  un encuentro en Madrid,  conceptos del arte “contemporáneo”, el desgaste del papel del comisario, y el poder de éste  al inicio del siglo XXI.   

Sin duda, una de las personas a las que estoy seguro de deberles mucho. Su muerte precipitada, inesperada para sus amigos, ha dejado un gran vacío dentro del panorama del arte contemporáneo internacional.

Curador atípico, narrador visceral, visionario, viajero, rebelde, incansable descubridor de talentos  y piedra angular de creadores  claves  del arte del siglo XX como Morandi, Richard Serra, Cy Twombly, Josep Beuys o movimiento claves como el Arte Povera, son ejemplos de su actitud abierta y explosiva  con las corrientes más críticas y radicales del siglo XX.

Fue  siempre un personaje difícil, emblemático,  pero  comprometido siempre con su contexto histórico y social.  Szeemann estudió historia del arte, arqueología y el periodismo en Berna y París, y en 1956 comenzó a trabajar como actor, escenógrafo y pintor.

Desde 1957 se han sucedido las exposiciones en las que el crítico ha dejado su huella y a partir de 1969 se ha dedicado por libre a ser “curador” de importantes exhibiciones en todo el mundo. A él se debe una de las mejores exposiciones que sobre Joseph Beuys se hayan podido ver, la celebrada en 1993 en el Georges Pompidou de París, y a él se debió también una de las ediciones más memorables de la Documenta, la V, de 1972, en la que se pudieron ver performances y “happenings” de artistas como Beuys, Naumann o Rebecca Horn.

Portada de un libro sobre el “incansable descubridor de talentos y piedra angular de creadores claves del arte del siglo XX”, como lo define Muñoz. (Fotografía tomada de Intrenet).

Dirigió durante más de veinte años la Kunsthaus de Zurich, con una de las programaciones más importantes del arte del siglo XX.

Sobre los rumbos y cambios del  arte del siglo XX, me confesaba, después de recorrer juntos la Bienal de Venecia en 2001: “Después de muchos años de cambios, ¿puede haber una revolución? No lo sé… Los años 60 fueron un tiempo en el que, después de la II Guerra Mundial, la economía marchaba hasta entrar en una loca espiral. Hoy se debe encontrar algo nuevo, quizá en torno a toda esa gran globalización surja una respuesta.  Me gustaría ver cómo se puede reaccionar ahora ante ello. En los  años 60 era interesante comprobar cómo pensaban los artistas, entonces era importante el lugar  que ocupaba el arte.  Ahora también se nota algo  de esto, pero mucho menos. Me refiero a las prestaciones generosas del arte, el arte en su contexto cotidiano…”.[1]

Szeemann nos deja un legado, un sin número de exposiciones y proyectos visuales   importantes para entender el arte del siglo XX.  Dirigió su primera exposición en 1957, en Suiza, bajo el título   Pintores poetas/ Poetas pintores, y en 1961 fue nombrado  director del Kunsthalle en Berna, y donde acuñó el lema “live in your head”, que tiempo después olvidó.

Su fama se consolidó  a principios de la década de los 70,  cuando fue director artístico  de la  Documenta 5 de Kaseel, Alemania, en la que invitó a artistas a presentar no sólo cuadros y escultura, sino también performances y happenings, marcando  con ello el comienzo de tendencias que dominarían durante más de una década  el panorama artístico mundial. Punto de origen y final de múltiples cosas.

Después, fue director durante varios años del museo de arte  de Zurich, comisario de la Bienal de Lyon en 1997, y de la Bienal de Venecia en sus ediciones de 1999 y 2001, donde creó  la célebre sección “Aperto”, creada para artistas emergentes  y renovadores. Y sobre ésta, su última Bienal de Venecia decía: “A esta última edición la he llamado Platea della umanitá. Pero  no se trata de un plató de imágenes y ficción sino de un escenario de  la vida. La Bienal es un receptáculo para la platea de la humanidad.

No es un tema, se trata, de  nuevo, de una dimensión –uno de los conceptos  acuñados por  Szeemann es éste de la dimensión: “obra y espacio son una  misma cosa y si la obra cambia de espacio se  transforma también su sentido original”.  Su trabajo  como curador le permitió  desarrollar la noción de exposiciones temáticas,  donde conversaban  diversos  momentos del arte, para crear un nivel de  coherencia en conjunto.  Y para descubrir en su esencia hoy a Szeemann recuerdo a Góngora, sí, Gongora, el poeta fúnebre  que oía el paso del instante y de las horas en cada uno de sus versos:

 

Las horas que  limando están los días,

Los días que royendo están los años.

 

Ese era Harald, el que limó los días y los años, para descubrir en un instante lo que le parecía arte, para encontrarlo el limar del tiempo.  Szeemann se centró de forma especial en el arte alemán,  norteamericano,  español y en los últimos años descubrió el brillo natural del arte chino. 

Organizó en  octubre de 2003 la muestra  The Real Royal Trip bay the Arts  en el Centro de Arte Contemporáneo PS1 de Nueva York, dependiente del MOMA, donde reunió 19 artistas españoles y latinoamericanos. Comisario además de las grandes retrospectivas de dos de sus artistas predilectos: Cy Twombly (Palacio Velázquez, 1986) y Josep Beuys (Museo Reina Sofía, 1993), etc.

Los últimos trabajos que le vi en el 2005 fueron la excelente exposición titulada  La belleza del fracaso, el fracaso de la belleza, que se exhibió en la Fundación Joan Miró de Barcelona, y la otra, fue la creación de la 1ª Bienal de Sevilla, que  llamó  La alegría de mis sueños, en la que reunió obras de 120 artistas.  

Dice Harald: “Las cosas han cambiado y seguirán cambiando. Yo crecí con Beuys, Serra, el Arte Povera, etc. Fue verdaderamente un estallido internacional. En los años noventa hubo de nuevo otro espíritu que pareció  optimista y fresco. De repente, California es más interesante que el Este, y aparece Pipilotti Rist en un pequeño pueblo en Suiza... En la Bienal de Venecia del 2001, expuse, por ejemplo, por primera vez a los chinos, no como grupo étnico sino como artistas autónomos imbricados con europeos, africanos o americanos”.   

Al leer sus  textos críticos o biográficos sobre Twombly, Serra o sobre el futuro del arte, se percibe ese apasionamiento. Además, que descubrimos a un narrador excelente, capaz de descubrir al lector un mundo inédito, sin recurrir a la ficción. Tal vez la más acerada contribución de Szeemann se centre en su dilata reflexión sobre Beuys, al que consideraba excepcional, fuera de serie: “Quienes hemos –decía– tratado y entendido a Beuys sabes que es un artista capital de la segunda mitad del siglo XX. Sin él, no entendemos el desarrollo del arte moderno, sin él, cómo explicamos los cambios radicales de la estética contemporánea”.

Recuerdo –a este hombre de mirada calidísima, con unos ojos azules brillantes y claros- que tuvo la generosidad de preguntarme cuál era mi artista preferido del siglo XX (me confesó que para él, era Beuys)…

Harald será recordado  como un excelente amigo y maestro, figura imprescindible del arte contemporáneo, y un creador de imágenes interminables, un visionario del fenómeno  artístico,  que en momentos lo hicieron un personaje discutido,  generoso e irrepetible. Un hombre del arte, un hombre dedicado a él totalmente.  Eso es exactamente lo que era  Szeemann: un verdadero hombre del arte, de los que ya casi no quedan.  Creo que pasarán muchos años para olvidar  su trabajo como curador,  pues perdurará por sus aciertos, no por sus  pecados que son muchos, pues siempre dejó libre su libertad y su creatividad para bien del gran arte. Y ahí  redescubrió la vieja fórmula de la consagración…



[1]Veáse Miguel Ángel Muñoz.   El espacio vacío (Conaculta, DGP, 2009

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