“El gran secreto de la actualidad de Goya, para Hughes, reside en su modo de abordar la violencia, la violencia ubicua ( en la calle, en los tribunales de la inquisición, en las prisiones, y sobre todo, en la guerra ). La mirada de Goya no tiene nada que envidiar a los modernos, ni siquiera a los fotógrafos de la guerra que son de alguna forma sus genuinos descendientes.”
Robert Hughes (Sídney, Australia, 1938 - Nueva York, 2012) fue uno de los críticos de arte más influyentes de la segunda mitad del siglo XX en el mundo. “Que te nombren el crítico de arte más influyente – decía Hughes - es como si te llamaran el apicultor más influyente”.
Su primera vocación fue la pintura y la poesía; abandonó la Universidad de su Sidney natal, donde se había matriculado en arquitectura, para dedicarse a la crítica de arte en el diario local The Observer.
Entre los críticos de su generación, sobre todo, ingleses, se multiplicaron las conversiones al arte moderno. Wollheim, Goldign, Sewell, Russell, Simon Schama, Norbert Lynton, y desde luego Highes, todos dotados de una apreciable capacidad visual que los convierte en discutidos referentes casi intemporables del diálogo artístico.
Pero el caso de Robert Hughes es singular y apreciado unánimemente por su agudeza inquisitiva, su estilo audaz y descarado y sus despiadadas opiniones sobre la belleza, el mercado del arte o la técnica de los artistas modernos que impregnó su trabajo tanto en la prensa escrita como en los documentales sobre historia del arte que dirigió para la televisión.
Sus críticas fueron duras, impecables - llegó a referirse al trabajo de Francis Bacon como “papel para matar moscas” -, era proporcional a su desencanto con el arte posmoderno al que definió como “el vómito de los 80”.
Algunas de sus mejores páginas están recopiladas en su libro A toda crítica. Ensayos sobre arte y artistas, donde no se limita a analizar la obra de arte de Dalí, Picasso, Julio González, Kokoschka, Morandi, Magritte, De Kooning, Motherwell, Serra, Walhol, Stella, Caravaggio o Goya, sino que la contextualiza de forma magistral.
Otros de sus libros son: La costa fatídica, El impacto de lo nuevo, La cultura de la queja, Visiones de América, entre muchos otros.
Tal vez la más acerada contribución de Hughes se centre en su dilatada reflexión sobre el arte de los impresionistas y los expresionistas abstractos americanos, a los que considera excepcionales. Poco a poco fue descubrendo en la obra de estos artistas, su absorción por la forma, la gravedad del color – sobre todo en Manet y Cèzanne -, el movimiento de los planos y círculos con independencia del tema… Entre los numerosos galardones que recibió se encuentra el premio El Brusi de literatura y comunicación concedido por la Olimpiada Cultural de Barcelona. En 2006 fue galardonado con la Creu de Sant Jordi, distinción otorgada por la Generalidad de Cataluña.
En mayo de 1999 sufrió un accidente carretero en el desierto de Australia. Los socorristas sacaron su cuerpo destrozado del vehículo. Hughes pasó cinco semanas en coma, en un abismo interminable, cuyo peor momento fueron sus pesadillas donde lo atormentaba un joven Francisco de Goya acompañado por innumerables seres enfermos, locos y demonios.
*PRODUCTO DE UNA REVELACIÓN VISUAL Y POÉTICA
Antes de su fatal accidente Hughes tenía la idea de escribir un libro sobre Goya. Pero al regresar del sueño profundo, descubrió que la visita del fantasma le había abierto la puerta hasta entonces cerrada: le había dado la clave para descifrar la vida y la obra del genio español.
Goya (Editorial Galaxia Gutenberg), es un libro producto de aquella revelación visual y poética. Es el relato de una Nekia, de un descenso al país de los muertos, como el de Orfeo o el de Ulises en el undécimo canto de la Odisea.
Investido con los poderes sobrenaturales del resucitado, Hughes se pone a hablar de Goya en un tono personal; es decir, como si el autor fuera Goya en una vida anterior. La narración de su accidente, en efecto, no es más que el trasunto de la famosa enfermedad casi mortal que Goya padeció en 1792, que le dejó sordo de por vida y sometido a trastornos depresivos crónicos. Y las páginas de agradecimientos donde, en vez de mencionar a sesudos estudiosos, Hughes recuerda a los cirujanos que le salvaron la vida, emulan aquel famoso autorretrato y exvoto de Goya en homenaje al doctor Arrieta.
El libro no es una monografía académica, carece de notas a pie de página y de bibliografía y no aporta (ni lo pretende) ningún hecho nuevo a lo que se sabe hoy sobre Goya. Es más bien una recreación y un alegato apasionado donde las personalidades del biógrafo y el biografiado parecen confundirse en ciertos momentos. Pese a los evidentes riesgos del intento, el autor consigue sumergirnos en un viaje hacia la España de la época de Goya y transmitirnos sobre todo la urgencia moral de la obra del pintor.
*PROVOCATIVO E IRREVERENTE
El estilo de Hughes es periodístico: vívido, provocativo e irreverente. Por ejemplo, en los anacronismos calculados de que se sirven para dar un aire contemporáneo a su historia. Como cuando compara a la Duquesa de Alba con Cher o a un viejo de los Caprichos con un personaje de Los Simpsons, o cuando asimila la vida sexual de la reina María Luisa a la de esa “santa del sentimiento kitsch”, Lady Di, pero al mismo tiempo, pienso en la exquisita sobriedad del retrato de Teresa Luisa de Sureda, de una elegancia manetiana y casi japonesa.
Pero el gran secreto de la actualidad de Goya, para Hughes, no reside en estas pintorescas analogías, sino en su modo de abordar la violencia, la violencia ubicua (en la calle, en los tribunales de la inquisición, en las prisiones, y sobre todo, en la guerra). La mirada de Goya no tiene nada que envidiar a los modernos (Manet, Picasso, Buñuel, Bacon), ni siquiera a los fotógrafos de la guerra que son de alguna forma sus genuinos descendientes.
*GENIO DE INAGOTABLE VITALIDAD
Los desastres de las guerras (a los que Hughes dedica un largo capítulo) son el primer manual del reportero en el frente, con esos dos títulos que marcan la paradoja del testigo ocular: él “yo lo vi” y el “no se puede mirar”. Goya es el primer pintor que se niega a embellecer la guerra, a verla como hazaña heroica y la muestra como pura atrocidad. Como un horror de todos los tiempos.
Las paradojas de Goya fascinan a Hughes. Es el mayor de los realistas y el más desenfrenado de los artistas fantásticos. Ilustrado convencido, pero fascinado al mismo tiempo por las tradiciones populares (los carnavales, las corridas de toros, las supersticiones). Pintor de originalidad feroz y retratista de la familia real. Por cierto, que Robert Hughes se esfuerza por disipar la leyenda según la cual sus retratos regios habrían sido satíricos o subversivos. Como desmiente también otras leyendas; por ejemplo, la que hacía de la duquesa de Alba la amante del pintor y modelo de las dos Majas.
Pero esta desmitificación periférica no afecta al mito central de Francisco de Goya, que el autor quiere preservar: el de un artista de inagotable vitalidad, atormentado, visionario, profético y como dice el mismo Robert Hughes, genial. En todo caso, el libro de Hughes no es un tópico inadecuado para abordar la obra de Goya, sino sólo un magnífico pretexto para descubrir, o redescubrir, lo mejor de Goya.