“Creo que Paz tuvo en México afinidades más compartidas y estéticas con Rufino Tamayo y José Luis Cuevas, que por cierto, Cuevas, no tiene una presencia contundente en la muestra; y creo, lo debería de tener sin lugar a dudas.”
A la memoria de José Hierro,
que tanto compartimos juntos
con Octavio Paz
En esto ver aquello. Octavio Paz y el arte, la exposición que ocupa el Palacio de Bellas Artes, pretende ser una muestra de impacto, y sí, una de las más importantes en los 80 años de historia del recinto.
El concepto responde a la celebración de los 100 años del natalicio de Paz (México, D.F. 1914-1998).
Las obras expuestas provienen de diversos museos e intenciones de varias partes del mundo, pero sobre todo la de arte contemporáneo de la colección del Museo Rufino Tamayo.
Ahora, sin embargo, se han seleccionado obras de importancia mundial como el “Torso femenino” (Tara), “Figura femenina bifacial” (cultura del Altiplano), el pequeño dibujo de Miguel Ángel Buonarroti -por cierto, mal colocado en el conjunto de la muestra, al igual que el dibujo de Federico García Lorca, se pierden- , las piezas de Marcel Duchamp -cinco joyas del arte del arte del Siglo XX, muy bien expuestas en una pequeña sala-, los cuadros cubistas de Picasso, Juan Gris y Braque, -pequeños, pero excelentes- las pinturas de Joan Miró, Antoni Tápies, Rober Motherwell, Jasper Johns, Paul Klee, Matta, Mark Rotkho -un poco oscuro en el lugar expuesto-.
De este conjunto me salta un pésimo cuadro de Manuel Felguérez, artista sí con una “cierta relación estética” cercana a Paz, pero nunca entendí qué hace ese cuadro al lado de artistas verdaderamente grandes en el desarrollo del arte. Muy pobre su discurso pictórico y desde luego, su incorporación a un movimiento tan importante como la abstracción internacional. Creo que Paz tuvo en México afinidades más compartidas y estéticas con Rufino Tamayo y José Luis Cuevas, que por cierto, Cuevas, no tiene una presencia contundente en la muestra; y creo, lo debería de tener sin lugar a dudas.
Es imprescindible saber discrepar y argumentar con fundamentos artísticos. Lo demás sería secundar el todo vale con sofismas historiográficos, en una penosa suerte de redención de las imágenes…
Los once bloques: El cubismo y Picasso, Apariencia desnuda: Marcel Duchamps, Caminos a la abstracción, La subversión surrealista, La sonrisa de eros, Otredad Mesoamérica, Las dos conquistas: la de las armas y la de las almas, Academia y Pintura popular, Mestizaje y milagro, Revoluciones y revelaciones, El aquí y el allá, son un reflejo constante de las pasiones de Octavio Paz por el arte.
Desde luego, la crítica ejercida por Octavio Paz y la reflexión estética que en ella subyace, forjada a lo largo de seis décadas, participó de esa firmeza intuitiva, continuada con su poesía, ensayos literarios e históricos, y desde luego, en su privilegio de ver los cambios del mundo como sólo Paz lo pudo hacer: deslumbrado por descubrir.
Para Paz, el artista es un creador de imágenes que tienen una historia condensada a lo largo del tiempo. Entendió como pocos el oficio de escribir sobre arte no como crítico de oficio sino en el sentido de Charles Baudelaire: la pintura vista desde la poesía. Fue visitante ocasional en Francia, Italia, Inglaterra o España, donde admiró el renacimiento, la primera modernidad, los movimientos de vanguardia. Descubrió el cubismo, el dadaísmo, el surrealismo, el expresionismo abstracto y el informalismo Europeo, sobre todo el español que tiene su cumbre en el grupo El Paso.
Vuelve a visitar esos espacios y esos tiempos con la vieja y cada vez más matizada idea de una historia social y cultural. Estados Unidos, más los años que vivió en India, se vuelven su escenario intelectual anclado alternativamente en México, a la par que continúa siendo un crítico nunca indiferente a cuanto destaca en el mundo de la imaginación contemporánea.
Picasso no adelanta a Rafael, ni Matisse a Cézanne. Simplemente es un aprendizaje permanente. Descubre primero con Alfonso Reyes, José Vasconcelos y después con los poetas de la generación de los Contemporáneos -Villaurutia, Pellicer, Gorostiza, Cuesta, Tablada, Cardoza y Aragón- el arte mexicano: Bustos, Posada, Velazco, Zárraga, Atl, Rivera, Orozco, Siqueiros, Montenegro, Charlot, Alva de la Canal, Castellanos, Ruelas, Lazo, Izquierdo, Tamayo. Pasado y presente del arte de México y América Latina.
Una pintura nacionalista que buscó cambios siempre convulsos y contradictorios, pero que encontró su mayor significado en el muralismo. El arte lo es todo: reverso e inverso: todo es. Comienza a descubrir su ansia de ver y el deseo por descubrir lo que ve. Le impresiona la cultura prehispánica de tal forma que nos descubre que toda cultura y todo arte deben contarnos una historia.
“Ante los cuadros de Picasso, Braque y Gris -sobre todo del último, que fue mi silencioso maestro- entendí al fin, lentamente, lo que había sido el cubismo. Fue una lección más ardua; después fue relativamente fácil ver a Matisse y Klee, a Rousseau y a Chirico”, afirma Paz.
La crítica de arte, el lenguaje y la pintura dieron sentido a su realidad. Un ejercicio en el que nunca renunció a la reflexión sino que se convirtió en un alfabeto muy propio. Octavio fue un conversador excepcional que vivió con pasión contagiosa los mundos del arte que con tanta sutileza colabora a fabular en sus ensayos.
Octavio Paz fue uno de los poetas más brillantes que han escrito de arte en la segunda mitad del siglo xx. Su obra escrita, directa, poética tiene su cumbre en su libro “Apariencia desnuda. La obra de Marcel Duchamp”, que junto con Picasso fueron los artistas que ejercieron mayor influencia en el siglo xx.
“Duchamp -dice Paz- no es menos sorprendente (que Picasso) y, a su manera, no menos fecundo. Los cuadros de Duchamp son la presentación del movimiento: el análisis, la descomposición y el revés de la velocidad”.
Duchamp será una obsesión de Paz y logrará arrancar al artista del Olimpo de las vanguardias, donde mueren los grandes, para devolverlo a la vida del gran Arte.
He aquí una iluminación perfecta: Paz dio vida nueva a un artista genial. Hace años nos vimos, casi siempre nos encontrábamos en París, Barcelona, Madrid y algunas veces en México, y lo escuché en Barcelona en casa de Antoni Tâpies.
Paz: era vehemente, brillante, devastador con el adversario. Un surrealista, un poeta, en suma. “No se trata -repetía Paz- de cambiar a los hombres como de acompañarlos, ser uno de ellos”.
Y ese fervor lo encontró en compañía de muchos artistas. A su entender, toda obra de arte es una traducción que desvirtúa una presencia real originaria. Al ver y recordar a Octavio, descubro esa magia constante de sus textos, de su forma de ver y entender el arte.
La nostalgia es constante al recordar esos pasajes al lado de Chillida, de Matta, de Tápies. Y el público lo descubrirá en esta muestra del Palacio de Bellas Artes.