Todo cambia. Nosotros cambiamos. Pero los seres humanos aspiramos a lo perdurable. Queremos que en nuestra vida ciertas cosas permanezcan, ciertos vínculos se fortalezcan y ciertos valores duren para siempre. Las relaciones humanas son fundamentales para nuestro desarrollo y estabilidad emocional. En ellas nos gestamos y para ellas somos lo que somos.
Para lograr un matrimonio duradero el primer y fundamental ingrediente es que entre ambos realmente exista amor. A veces las parejas se casan para ya tener una familia, pero toman a su cónyuge como un medio para conseguirla y no como la razón primordial de la relación.
El segundo y también esencial ingrediente para un matrimonio perdurable somos cada uno de nosotros. Una persona inmadura, que no sabe lo que quiere, que no tiene dominio suficientemente bueno de sus emociones, que no está dispuesta a compartir, a enfrentar problemas, a ceder, a sacrificar y a luchar por lo que tiene difícilmente conservará lo que sea, no sólo un matrimonio, también será inestable en su empleo, intolerante con sus amistades o sin una buena estabilidad económica.
No debemos dejar de lado que nuestra forma de ser, de actuar, de pensar, nuestras heridas, nuestros conflictos internos, nuestro inconsciente atrajeron a una cierta pareja afín y complementaria a nuestro estado de desarrollo. La calidad de la relación depende en gran parte de la calidad de personas que somos y qué tanto hemos trabajado con nosotros mismos para ser mejores y responsables y lo que ponemos para consolidar algo, más aún una relación de pareja.
De cada uno depende el tipo de personas que atrae, la forma en la que establece sus relaciones, los valores que sigue para comprometerse en éstas. Y claro de todo esto dependen los frutos que obtenga. Atraemos personas similares a nosotros y el resultado será como nuestra vida misma.
«Divorciarnos es no aprender de lo que “yo eché a perder” por lo que yo traigo y por mi inmadurez para amar».
Sin embargo, y si tenemos buenas semillas que poner de nuestra persona y amor, aun así persistir en una relación “en las buenas y en las malas” también requiere algunas otras habilidades, disposiciones y un buen cimiento de nuestra vida emocional, mental y espiritual.
Sabemos que no somos perfectos, debemos estar dispuestos a mejorar, a cambiar y a crecer en las áreas que estamos subdesarrollados. No podemos estar alcahueteando malos hábitos y pretender que la otra persona responda aceptablemente.
Podría pensarse, “está bien, pero así es mi relación y así soy. ¿Qué hago para que perdure como una relación suficientemente buena?”. Hay ciertos valores que deben respetarse. Así que el tercer ingrediente podría tal vez formularse así: “Esta es la pareja que me tocó. No tengo opción de desecharla. Así que voy a encontrar el modo de que las cosas funcionen bien y voy a decidir amar todo el tiempo”.
Salvo excepciones de infidelidad, violencia familiar, adicciones y franca y abierta falta de responsabilidad económica o laboral en la relación, no hay razón para querer terminar cada vez que algo no nos parece. Y es que no sólo se trata de la otra parte y si actúa bien o mal. Sino de cada uno de nosotros que debemos aprender a contentarnos con lo que tenemos y no exigir perfección ni por caprichos o hipersensibilidad dar por terminada una relación como si la otra parte siempre tuviera que adaptarse a mí. Mucha gente intolerante y ególatra puede romper una relación por razones risibles o simplemente deja de invertir en ella y espera todos los beneficios de una buena cosecha, pero sin sembrar.
He ahí el otro ingrediente, para que una relación prospere y se mantenga hay que nutrirla, cuidarla y “amarla hasta dar la vida por él o por ella”. Amar no son unas palabras de repente, es esa decisión de hacer crecer lo que se da entre nosotros con suficiente convivencia, buena comunicación, fomentando la buena disposición y teniendo los cuidados y los mimos que “cada uno necesita”. No lo que a mí me hace sentir amado(a) es lo que le doy a mi pareja, sino lo que a ésta le hace sentir amada.
Ya mencionamos que un ingrediente fundamental es amar. Sin embargo, también depende no sólo de que ame sino de que mi capacidad de amar sea cada vez mayor y que mi amor sea más maduro. Lo que somos capaces por amor y el saber realmente cuidar y apreciar lo que el otro me da va evolucionando con la persona y sus experiencias de vida. Saber amarte, saber apreciarte, saber que no todo es gratuito ni obligatorio ni basta con que “esté allí”, sino que tenga un papel activo en conservar el amor que nació entre nosotros.
Muchas veces las heridas emocionales de nuestra vida pasada pueden interferir en nuestra relación y hacer que llevemos la forma en que interactuamos por rumbos que no son el amor que nos tenemos. Por eso es tan importante trabajar con nuestra historia personal y hacer conscientes los patrones inconscientes que reproducimos en una relación para no boicotearla.
Divorciarnos es no aprender de lo que “yo eché a perder” por lo que yo traigo y por mi inmadurez para amar. Por ello el apoyo de terapia de pareja y de un proceso individual de psicoterapia se vuelven mejores alternativas que ir cambiando de pareja cada vez que “no se me adapten”.
*Mtra. Ruth Holtz, Terapeuta psicocorporal, Analista bioenergética, Psicoterapeuta psicoanalítica. Orientadora cristiana. Informes y citas para videollamada a Colima al
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