Quiero hacer algunos comentarios sobre este “caer externo”, en donde la gravedad se aplica con todo rigor. Y dolor.
Seguido me llegan correos electrónicos con videos de diversa índole: gente que al ir pasando el presidente Peña Nieto de manera expansiva le mientan la madre, avances de películas que ya se van a estrenar, videoclips y videos de risa, específicamente de caídas. Hay muchos.
La curiosidad y cierto morbo invariablemente me hacen elegir estos últimos. Los de caídas y sustos son mis preferidos. Son mi isla de la risa, “refugio antirrealidad”. En pasados días he visto varios de porrazos, y puedo decir que hay algunos que son en verdad impresionantes. En buena parte, de verdad, todo este material es debido a la estupidez humana. Son accidentes que no deberían ocurrir, pero como ciertos individuos creen tener habilidades físicas como el de un doble de cine, un acróbata, equilibrista, un ninja, o como Evel Knievel, no dudan en saltar desde una azotea para –según ellos- caer (desde tres metros) parados sobre una barda, tratar de bajar –como Jackie Chan- entre la separación de dos edificios de seis pisos (regulando el deslizamiento con manos y tennis, pero sin haberlo hecho nunca), de brincar sobre una rampa con una motocicleta (sin saber andar en moto), hacer un doble salto mortal al frente desde un balcón hacia el patio de concreto… y quedar lastimeramente hechos un signo contra la superficie de la madre tierra.
Por lo general, las caídas son aparatosas (provocan dolor ajeno y muecas), y a veces, fatales. Pero la pregunta es: ¿Quién carajos los manda? Y solita se contesta. Nadie. Hay que ser idiota para hacer algo así. Y lucido, no lúcido.
De dichos videos me gustan las dos posturas, o actitudes extremas, de la gente al presenciar alguna de estas caídas: o se alarman demasiado, o se orinan de la risa. O las dos, dependiendo sea el caso. Si al individuo que quería bajar como Jackie Chan lo vemos de pronto perder el control y resbalar, rebotar contra las paredes haciendo las caras de miedo más increíbles, tratando de agarrarse a veinte uñas, claro que provocará hilaridad. Pero si al impactarse contra el piso queda inmóvil, en una postura dislocada, ridícula, y el cráneo abierto como un melón, entonces emitiremos un sonoro ¡madre santísima!, o un más coloquial ¡se partió toda su madre!, y así rubricaremos la escena. Los movimientos, al ver la caída, involuntarios del que graba esto le dan un eclipsante dramatismo.
Ya lo mencioné. Suceden cosas así porque mucha gente tiene delirio de protagonismo y sienten –pues es evidente que no piensan- que la ley de la gravedad, la que dice ¡pa’ bajoooo!, los respetará. Pero las leyes físicas no conspiran ni distorsionan; simplemente nos convierten en irrisorios guiñapos para seguirlas ilustrando.
Hay personas que se dedican al peligro, a las escenas riesgosas de acción, a hacer caídas espectaculares dignas de respeto y admiración, descensos magistrales. Se llaman profesionales, de eso viven y cobran una buena lana por exhibirse. Pero, obvio, se preparan a conciencia, practican sometiéndose a rigurosos entrenamientos, casi espartanos. Como alguna vez dijo Jean-Claude Van Damme: “Si no has practicado, no lo hagas”. Ni siquiera es sabiduría. Se llama sentido común.