En lo que sería el cielo se lee “¡Compre y coma chatarritas Pato!”, “Estrene departamento en Latitude –sin balaceras”, “Diviértase en los Gogo-karts”, “Estrene su Ferrari hoy mismo” y otras tantas tonterías rodeadas de caritas rubias, bonitas y satisfechas. Trato de invisibilizarlas pero no lo logro del todo.
¿Qué ha sido de aquel pueblote romántico, meca de emperadores, embajadores, escritores y pintores geniales, y políticos en retiro? ¿Y de sus mercados con verduras frescas, frutas de la estación, huaraches y sombreros? Se han ido para jamás volver. Pero sobre todo, resiento que hayamos perdido el cielo, cada vez más contaminado por afiches que no quiero ver y menos recordar. Proliferan como las cucarachas, sin siquiera exhibir los encantos propios de estos artrópodos. En el Distrito Federal, el gobierno al menos ha hecho cumplir los reglamentos que los regulan –y noto con placer que han desaparecido los anuncios de cerveza y tarjetas de crédito que nos quitaban el paisaje boscoso en los caminos que llevan a Morelos. Ojalá nuestro gobierno pudiera lograrlo también, pero los intereses detrás son tan poderosos que no dejarán eliminarlos sin poner gritos en los periódicos, amparos en las cortes, y dineros en manos venales. Parece que en provincia la sociedad civil no cuenta para las autoridades. ¿Áreas verdes? ¿Para qué?
Tal vez sólo sea un recambio generacional del cual yo haya quedado a la zaga. Parte de la generación del nuevo siglo está conectada en redes sociales, twitteando ideas con menos de 140 caracteres, perdiendo noches deleznables en discotecas con ruidos mega-decibélicos y luces intermitentes, tal vez para sentirse drogados sin estarlo, y olvidar un futuro profesional que no llevará sino al desempleo. Otros encuentran gusto en el estudio de la naturaleza, de la sociedad y los quehaceres del mundo, de otras lenguas, culturas, y alternativas al conformismo que impone un entorno donde solamente soñar se puede …y eso bajo el riesgo de parecer subversivos o inadaptados a una modernidad neoliberal de consumo y dispendio. ¿El medio ambiente? ¡Eso’s pa’los gringos!
Falta menos de un año para las elecciones federales; nuevamente se llenarán los especulares con frases pegajosas: “Manitas limpias”, “Vota por el más guapo”, “Godzilla es peligro para México”, “Seré tu jefe del empleo”, y otras vacuidades recicladas del proceso pasado, repetidas en millones de spots fugaces que obviarán cualquier debate serio y verdadero análisis sobre nuevos proyectos de nación. No quiero decir que las frases sean completamente falsas, pero para demasiados incultos e ingenuos serán totalmente verdaderas “porque lo dice la tele”. ¿Cómo renovar al país? Volver siquiera a ver el milagro que marcó la década de mediados del siglo XX; hablo de regeneración y no de vuelta al pasado. Tenemos suficiente talento y aún capital industrial para lograrlo, y sin embargo nos hemos estancado hace ya casi cinco sexenios con un crecimiento que apenas rebasa el incremento de la población, muy por detrás de la media latinoamericana, y de sufrir el catarrito más severo del continente. Si tan solo tuviéramos un presidente como Luiz Inácio da Silva (“Lula”), capaz de inspirar esfuerzos y concretar alianzas; inteligente aunque no sea guapo.
Se dice que bajo las nieves del invierno nacen las raíces de la primavera. Encausadas correctamente, las energías que despliegan las organizaciones no-gubernamentales, los análisis de foros públicos con programas como Primer Plano del canal politécnico, y el actuar de algunas autoridades distritales, da pauta para esperar que sea posible salir del marasmo de corrupción, contaminación y concentración de capitales que nos ahoga, sin perder la relativa libertad y democracia ganadas con la alternancia. Sabemos que la clave es la educación pública de calidad, como lo han demostrado los países asiáticos. También es fundamental recuperar la autosuficiencia alimentaria, la más significativa de todas las soberanías, que implica la rentabilidad del campo y con ella el bienestar de los campesinos que aún no han emigrado a las ciudades o al extranjero; apoyar el desarrollo de tecnología propia y apropiada para nuestros problemas; revertir la creciente y onerosa obesidad burocrática; no permitir que aumente la deuda nacional, y exigir que aún los consorcios más poderosos paguen los impuestos que en justicia les corresponden. Sé que todo esto suena a fantasía, pero en ello pienso cuando no me distraigo viendo los anuncios espectaculares que garabatean el cielo.