Nicté Luna
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Día: martes 19 de septiembre; hora: 1:14:40 horas (tiempo del Centro de México); acontecimiento: sismo con magnitud de 7.1 escala de Richter con epicentro a 12 kilómetros al sureste de Axochiapan, Morelos. Aquel martes será recordado como el día en el que, nuevamente después de 32 años, el centro del país sufrió consecuencias devastadoras producto del movimiento telúrico.
El sismo no sólo movió la tierra, también movió el espíritu solidario y altruista de miles de mexicanos, que tras la tragedia se movilizaron para encontrar formas de ayudar a quienes habían sido damnificados. Miles de brigadas se armaron para atender tanto la Ciudad de México como las comunidades de Morelos. Se comenzaron a recaudar toneladas de víveres; y muchas manos prepararon alimentos. El movimiento solidario para atender la emergencia fue verdaderamente sorprendente. Había en el sentir de muchos mexicanos la necesidad de querer ayudar a quienes habían resultado afectados.
Aquí en Morelos, desde las primeras horas del sismo, muchos nos movimos hacia comunidades que jamás habíamos escuchado, guiados por las redes sociales. No sólo llevábamos despensas o manos para apoyar, también esperanza; la promesa de que no estaban solos; de que los ayudaríamos a salir adelante. Cuando no se es víctima de un escenario como éste, es fácil sentirse como el súper héroe, la adrenalina te hace sentir con la fuerza de levantar lo que sea.
Con ese ánimo, llegamos a las zonas devastadas, algunas con centros de acopios y albergues muy bien organizados, tanto por personas externas como por representantes de la misma comunidad. Llegar a estos centros resultó una grata experiencia, la buena organización facilitaba mucho la repartición de víveres a quienes se quedaron sin hogar. Estar ahí nos hacía sentir útil. Lo mismo si tus manos eran apoyo para levantar los escombros; o para descargar camiones de despensa. Ser parte de una cadena humana genera una gran satisfacción. Da esperanza ver que aún hay personas que se preocupan y ocupan de quienes más los necesitan; que hay acciones y no discursos.
Escenario opuesto son los centros de acopio donde gobierna la desorganización. Y es aquí donde se genera frustración e impotencia, las personas llegamos ahí con las ganas de ayudar, pero dependemos de que alguna persona nos dé indicaciones de qué hacer y a dónde ir; finalmente, los brigadistas somos los extraños; y cuando no hay una persona o un grupo que tenga bajo control el centro de acopio, no hay mucho que hacer.
Vivir con la frustración es la frase que más he escuchado de quienes han sido brigadistas, se han sentido frustrados por la desorganización, pero sobre todo por el panorama desolador con el que se han enfrentado. Las ganas de ayudar son muchas, pero los medios pocos. La frustración es producto de ver tantas viviendas destruidas, pero también la pobreza. Este sentir va acompañado de la impotencia por no saber qué palabras decir para reconfortar a una familia que ha perdido lo poco que tenía, impotencia de no tener la respuesta a tantas preguntas de los damnificados, impotencia de no poder dar certeza de cómo estará su futuro, de dejarlos en la misma incertidumbre con la que nos los encontramos.
La desorganización y la desconfianza de llevar víveres a los centros de acopio requirió de buscar otras formas de gestionar la ayuda, así hubo quienes nos dirigimos directamente con “las personas que más lo necesitaban”. Lo cierto es que las comunidades que resultaron más afectadas en el estado de Morelos viven en extrema pobreza, así, aun cuando no hayan sido afectados directamente por el sismo, son igualmente “necesitadas”. Hasta antes de la 1:14 de la tarde de ese 19 de septiembre, su pobreza no era visible para nosotros. Tuvimos que vivir la desgracia para enfrentarnos y aceptar la triste realidad. Ellos vivían en la desolación aún antes del sismo. Esto hace aún más cruda la tragedia, porque ¿cómo se reconstruye una población afectada por el sismo sin volverla a dejar en la pobreza?
Después de la emergencia, viene el tiempo de reconstrucción. Pero debemos pensar en una reconstrucción que ofrezca a las comunidades de Morelos la oportunidad de salir de la pobreza. Ofrecerles viviendas dignas y seguras, empleos con ingresos justos, centros de salud, escuelas y todo aquello que sea necesario para gozar de bienestar social, aún cuando la ayuda parta de ese lugar. No dejemos esa pobreza nuevamente en la invisibilidad.