El diseño de la estructura del gobierno en México fue hecho con el propósito de generar equilibrios entre poderes, fundamentalmente en dos: el Ejecutivo y el Legislativo. Sin embargo a través de los años esa visión ha sufrido ciertas distorsiones y frecuentemente uno de ellos logra el sometimiento del otro.
Casi por cuestiones de sobrevivencia, el Ejecutivo se ve obligado a buscar mayoría en la representación popular del Legislativo, a fin de hacer prosperar iniciativas y propuestas que de otra manera pueden ser objeto de rechazo de la oposición. Muy en lo particular, para lograr la aprobación de las leyes de ingresos y egresos cada final de año.
Para un gobernador o un presidente de la república en turno, tener a un Poder Legislativo con la mayoría de los legisladores en contra es algo bastante molesto y hasta peligroso. En Morelos hemos pasado por situaciones políticas muy complicadas que han puesto en jaque la solidez de las instituciones, cuando hay mayoría de adversarios en el Congreso.
Si bien es cierto que la obligada renuncia en 1998 del entonces gobernador Jorge Carrillo Olea se debió a diferencias con el hoy ex presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, a partir de ahí sus sucesores se han visto en serios problemas a fin de mantenerse en el cargo, consecuencia de una falta de control a su favor en la Cámara local.
Sergio Estrada Cajigal y Marco Antonio Adame Castillo libraron de milagro denuncias de juicio político que amenazaban con la destitución, porque en su oportunidad se vieron superados en las elecciones y los opositores les aventajaron en número al interior del recinto legislativo, de ahí que por cuestiones de estrategia, el partido que gane la gubernatura o en su caso la presidencia de la república, debe poner especial interés en llevar al Congreso el suficiente número de diputados como para hacerle frente a cualquier embestida de los adversarios.
Las circunstancias obligan a que se ponga especial énfasis en asegurar buenos espacios en la Cámara mediante candidaturas rentables, sin embargo, en el ambiente se aprecia escasa calidad de cuadros por parte de todos los institutos políticos; son unos cuantos los que tienen perfiles, formación y apoyos a la vez para poder ganar en las urnas.
Por aspirantes no hay problema; son cientos los que reclaman una candidatura, por el solo hecho de ser militantes o haber ocupado alguna responsabilidad partidista en su momento, sin embargo, la absoluta mayoría no tiene ni la idea de lo que es representar al pueblo en el recinto y menos preparación como para considerarse legislador.
Todo esto lleva a que durante algunas legislaturas se exhiba absoluta pobreza de ideas y de trabajo efectivo en esa materia. La improvisación además le cuesta mucho dinero al pueblo, ya que ante la ausencia de conocimientos, los diputados deben recurrir a la contratación de asesores que encarecen la nómina casi hasta el infinito.
Para poder alcanzar una nominación por una gubernatura, una senaduría e incluso una diputación federal, sí se requiere de contar con algo de carrera política y formación en las grandes ligas. Es natural, esas posiciones las validan las dirigencias nacionales de los partidos y los interesados deberán ser identificados en aquellas esferas, por eso no es fácil que llegue cualquier hijo de vecino.
Pero en lo local, diputaciones locales o presidencias municipales son decididas por los comités estatales y es ahí donde no se exigen muchos méritos como para evitar novatadas. Las consecuencias las vemos; la mayoría de quienes logran su sueño de alcanzar alguna curul, llegan con los ojos cerrados.
Un amigo que ha pasado algunos años colaborando con varias legislaturas locales, recuerda que cuando llegó a la Cámara -invitado por un diputado- no sabían cómo iniciar su desempeño. Incluso relata que el personal de apoyo, sobre todo las secretarias, la mayoría de ellas con toda la vida ahí, son las maestras de los “representantes populares” que arriban por primera vez.
Confesaba que ni él, ni el legislador tenían idea sobre las tareas a desarrollar y apoyados por dicho personal pudieron dar los primeros pasos y para lograr medio adentrarse en sus responsabilidades debieron pasar cuatro o cinco meses. Y mire que el diputado en referencia era un maestro que más o menos traía algo de formación, pero hay quienes vienen de algunas regiones de la entidad donde se dedicaban a cualquier cosa, menos a tareas de esta naturaleza, y ésos se llevan año y medio o dos en darse cuenta para qué están ahí.
El tema es oportuno porque la gobernabilidad de un estado depende en mucho de la relación que guarden ambos poderes. Cualquier desajuste lleva a complicados escenarios, por lo tanto, para un partido seguramente es de primera importancia ganar la gubernatura, pero ésta deberá venir acompañada de un buen respaldo en la Cámara de Diputados, si no es así, es pronóstico de conflictos y desavenencias.
La cosa es que, como lo decíamos, no se aprecian figuras con la calidad y el nivel requerido es materia como para pensar que la que viene, pueda ser una legislatura de mayor rendimiento que haga respetar ese poder y que trabaje pensando en el bien común y no en el suyo propio.
Aún no es el tiempo de las definiciones, por eso no se ven muchos en el escenario; generalmente aquellos que van por una diputación local o una presidencia municipal le tiran más arriba a fin de negociar un espacio menor. No obstante, dos que tres ya han asomado el rostro y tocan puertas donde se deciden las cosas. Uno de ellos, por el lado del PRI, es Jorge Mario García, hijo del ex gobernador Jorge Arturo García Rubí. El que igualmente pide otra oportunidad, esta vez para contender por la comuna capitalina, es Víctor Manuel Saucedo Perdomo, que igual y pudiera volver al Congreso local también por el tricolor.
En otros institutos políticos apenas surgen figuras con esa tendencia, lo mismo en Morena que en el PAN, no pocos añoran el regreso tras haberse desempeñado en algún cargo público. Esos son personajes con nociones de lo que buscan, pero la gran mayoría sólo piensa en las bondades económicas.