Es verdaderamente triste observar cómo, aún en medio del sufrimiento de miles de familias que enfrentan situaciones de dolor por los efectos del sismo, existan acciones de rapiña y de deshonestidad que muestran a una parte de la sociedad con alto grado de perversidad y maldad.
Afortunadamente son los menos, pero como quiera que sea, hay que condenar esas actitudes, porque rayan en el exceso al exhibir la total ausencia de valores; entre ellos la carencia de honestidad y solidaridad, que por fortuna, fueron signos dominante tras las desgracias tanto en la Ciudad de México, Morelos, Chiapas o Oaxaca.
Nos referimos con todo esto, a los más de cuatro mil individuos que aprovechándose de la confusión muy natural en casos como éste, sorprendieron a las autoridades y sin ser damnificados se apresuraron a enlistarse en los padrones, que en la capital del país se elaboraron para apoyar con recursos económicos en calidad de pago de renta, a quienes sí se habían quedado sin lugar dónde vivir.
Tendría que darse un castigo ejemplar, independientemente de que se les exija la devolución de los fondos, que así sean de poca monta, fueron obtenidos con premeditación, alevosía y ventaja, seguramente privando de esa pequeña ayuda a un número igual de quienes sí son merecedores.
Pero a pesar de que en Morelos no hay un programa similar, porque las condiciones son bastante distintas, también hay que recriminar el oportunismo de miles de ciudadanos que del mismo modo, siguen beneficiándose de la tragedia, haciéndose pasar ante aquellos que llevan toda clase de enseres para aliviar un poco las carencias como damnificados.
Lo hemos constatado en pueblos y comunidades. Decenas de lugareños salen de sus casas al encuentro de los vehículos que identifican como transportadores de apoyos. Acarrean todo lo que pueden, ya sea galones de agua, alimentos, medicinas, cobijas y lo que sea.
Van y depositan el botín en sus hogares y regresan en busca de otras víctimas, repitiendo esa acción cuantas veces sea necesario, aún cuando no están en situación de afectación grave o mínima, impidiendo que eso llegue a su correcto destino. Guardadas las proporciones, son actos igualmente condenables y de repudio, porque muestran también faltas a la ética y a la decencia.
Claro, es común, no sólo en éste país, estado o municipio, que desgracias como éstas vengan acompañadas de toda clase de robos y atracos; por eso aquellos que pierden sus casas se resisten a dejarlas solas, así sea en ruinas, porque lo poco que se rescató, puede caer en manos de uñas largas.
Pero ya se sabe que en su mayoría, se trata de bandas de mañosos que en eso basan su “modus vivendi”, sin embargo lo que vemos, tanto en lo referente a los apoyos para renta en la CDMX, así como de entrega de ayuda en Morelos, va más allá de los grupos de pandillas de delincuentes. Es ya sociedad civil la que tiene una inclinación, casi natural, de hacerse de lo que legal y moralmente no le pertenece, ni merece.
Al paso de los años como que la población en general se ha vuelto mucho más crítica y a eso se debe que cuestione aquellos comportamientos poco honorables de los políticos y figuras públicas, debido a que entran en la misma situación de exceso de beneficios no ganados legalmente, pero hoy día un número considerable de esos gobernados cae en las mismas prácticas en la primera ocasión que se les presenta.
Pareciera que en un alto porcentaje, somos proclives a caer en la tentación del beneficio fácil, aquel que se obtiene sin el trabajo y el sudor y francamente no es una cosa menor. Ello explica un poco el porqué de tanta delincuencia por todos lados. Hace décadas que en ese rubro se comenzó a perder el rumbo; incluso como nación, pero como que el fenómeno sigue creciendo y alcanzando a todos los rincones de la población.
Desde luego que motivos y causas están a la vista y entre los responsables de tan penosa anarquía, aparecen las mismas instancias gubernamentales, que no sólo comenzaron a poner el mal ejemplo hace muchos años, sino que aflojaron las riendas y los controles, permitiendo todo tipo de excesos, a pesar de que constitucionalmente hay normas que deberían impedirlo.
Éste territorio nacional se ubica hoy entre los primeros sitios mundiales de delincuencia, ya sea aquella conocida como organizada, por actos de extorsión en apertura de negocios, o trámites diversos y no se diga por omisión de las instancias “competentes” que no ejercen, ni guardan o hacen guardar el estado de derecho.
Eso es algo que malamente nos distingue ante países como nuestros vecinos del norte, Estados Unidos o Canadá, aunque también de la mayoría del centro y Sudamérica. Qué decir naciones en continentes como Europa, Asia y agregados, donde cobramos fama negativa.
Bueno, electoralmente seguimos como en las cavernas; personajes y partidos políticos casi se matan durante los procesos electorales, para adueñarse de espacios de representación popular, sabedores que eso les significará privilegios casi extraterrenales y no porque legalmente los ingresos sean tan abundantes, que finalmente lo son, sino porque se aprovecharán para llevarse de manera ilegal todo lo que a su alcance esté sin que les corresponda.
Quienes dicen tener “vocación” para tal actividad abandonaron la pasión por los colores de partido hace buen rato; cuando se aproxima una justa, como la que ya viene, analizan cuál es la plataforma que más posibilidades lleva de tener éxito e intentan adherirse. Lo hacen por ambición, no porque quieran llegar a servir al pueblo. No pocos lo hacen para salir de pobres y ya se imagina usted si logran el objetivo, se convierten en aves de rapiña, que en sus discursos ofrecieron las perlas de la virgen con tal de obtener el voto.
La honestidad y la verdadera lucha social no están permitidas en buena parte del quehacer gubernamental o de representación. Los pocos que buscan desempeñar su trabajo con decencia, son apabullados por una mayoría gansteril que se apodera de las decisiones y somete por la buena o por la mala a los que ellos califican como rebeldes o fuera de contexto. Y a pesar de que los buenos -que casi andan extintos- se resistan, acaban siendo anulados, por aquello de que “una golondrina no hace verano”.