No fue un tiempo baladí. Hacer altos en el camino es necesario para poner en perspectiva las actividades de la vida diaria. En el libro del “Eclesiastés” se menciona que “estamos tan preocupados por llegar tan pronto a nuestro destino, que nos olvidamos de mirar y disfrutar del paisaje". Una verdad cada día más acorde a lo que nos toca experimentar, en este tiempo de veloces tecnologías y relaciones humanas dominadas por la celeridad y la premura.
El título de la primera columna entregada a usted, amable lector, el primer domingo del mes de mayo del 2014, fue “Ambulancias y destellos mudos”. En aquella ocasión comentamos un poco acerca de la vida y experiencias de quienes trabajan en los servicios de emergencia. De aquellos que son la diferencia entre la supervivencia o el deceso de una persona, y señalábamos lo que se apunta en los párrafos siguientes, en referencia a los ‘paramédicos’:
“Cuando es la muerte quien ha ganado la partida, más de uno exclama: ‘¡Qué feo trabajo tengo!’. Sin embargo están ahí, día y noche: ‘Desde que llegamos a la guardia estamos con tensión, adrenalina al cien por ciento regada en todo el cuerpo. Sí dormimos, somos seres humanos y tenemos que descansar. Pero, dentro de lo que cabe, siempre estamos dispuestos a salir para atender lo que se presente’”.
“Muchas personas, ajenas a los servicios de emergencia, catalogan a los paramédicos como “enfermos”, e incluso ¿suicidas?: descender con ayuda de cuerdas en una barranca para atender a una persona atrapada en un auto, ir a toda velocidad dentro de un vehículo, con el riesgo de tener un accidente y volcarse en el momento menos pensado, a pesar de toda la parafernalia de sirenas y torretas; mirar la sangre, el dolor y el sufrimiento de un ser humano, justo cuando se encuentra más desprotegido e indefenso”.
- “Aunque no conozcas a tu paciente, sientes su lesión, su dolor y… te gusta, No que le duela, no me malinterpretes. Te enamoras de tu paciente, sea hombre o mujer. Tratas de comprenderlo y de apoyarlo moral y físicamente, aunque algunas veces no tengas todos los medios”. -
Se preguntará la razón de hacer referencia a dicha columna, en este domingo de julio. No es únicamente en virtud de que es el primer aniversario de este espacio; tiene mucho que ver con el deceso, a sus 87 años, de quien fue calificado por Elena Poniatowska como “gran institución del periodismo mexicano”, Jacobo Zabludovsky, y quien falleció el pasado jueves. Algunos lo repudian, otros lo aclaman. Al final, la cita con la eternidad es única, personal e irrepetible. Pero quien esto escribe coincide con la distinguida periodista y escritora, ganadora del Premio Cervantes en 2013, en un parecer: “es justo y necesario afirmar que nadie como él cubrió el terremoto de 1985, y ningún periodista le enseñó al mundo con tanta emoción e inteligencia la gran tragedia de México”.
El género de la crónica es néctar para el periodista. Y sin dudarlo, Zabludovsky quedará en el archivo de la historia como el autor de una de las crónicas más importantes para México, una grabación transmitida por radio aquel 19 de septiembre de 1985: un documento periodístico -histórico- “que no aspira a más que eso”, como lo calificó el autor en su momento. Compartimos un par de extractos:
“Estoy recorriendo Reforma, vengo hacia el centro. Pasé por el Tláloc, el Museo de Antropología. Entonces llegué a Reforma. El Ángel está arriba, no creo que haya pasado nada grave, además veo el Seguro Social cuya enorme fachada es ahora de vidrio, no falta ningún vidrio. Un señor está corriendo, haciendo jogging. Me voy a seguir.”
“Algunas veces la labor informativa se ve sujeta a la necesidad de no hacer alarmismo ni amarillismo; hoy, cualquier cosa que se diga, dentro de los límites de la realidad, se ajusta a la esfera de una tragedia sin precedentes (…) Este es el peor desastre que ha sufrido la ciudad en lo que va de este siglo. El número de muertos lo ignoramos. El número de heridos es elevado. La cantidad de pérdidas materiales es incalculable”.
Poniatowska le cuestionó en una entrevista a Jacobo que “como periodista" se planteaba que “un periódico dura un día y al siguiente el papel se quiebra, amarillento; que también la televisión está condenada al olvido y que poner lo mejor de nosotros mismos en estas empresas es en cierta forma un desperdicio”. A lo cual, Zabludovsky respondió que nunca se había planteado ese problema: “Esta profesión me llena tanto que no tengo tiempo de pensar en la trascendencia de mi trabajo ni en mi propia muerte. ¿Qué dejaré a mi muerte? No lo sé; ni siquiera me pongo a meditar en ello”.
Es de este modo que para el primer aniversario del ‘Panóptico’ conjuntamos dos elementos: el periodismo, que en México fue calificado por la ONU, en el 2012, como el oficio más peligroso para ejercer en América; y lo relacionado con la gran solidaridad entre los mexicanos, que se manifestó en actos de valor de quienes -de manera improvisada- se convirtieron en ‘héroes anónimos’ para auxiliar a quienes se encontraban en la desgracia: hechos patentes en esa crónica del recién finado periodista, Zabludosvsky.
Cerramos este domingo de apuntes de primer aniversario con una cita del otrora corresponsal de guerra, Arturo Pérez-Reverte: “Hacer posible un periodismo solvente y de calidad, son posibilidades ilusionantes que sin duda serán abordadas por quienes aún creen que solo un periodismo que pide cuentas al poder, en cualquier forma de soporte inventada o por inventar, tiene futuro. Esa es, y será siempre, la verdadera épica del periodismo y de quienes lo practican: pelear por la verdad, la independencia y la libertad de información pagando el precio del riesgo, en batallas que pueden perderse, pero que también se pueden ganar”.