El 21 de noviembre próximo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) conmemora el Día Mundial de la Televisión, proclamado por la Asamblea General desde el año 1996, una fecha que recuerda además la celebración del Primer Foro Mundial sobre dicho medio en la ONU; en la resolución 51/205 se invitaba a los Estados a observar ese día promoviendo intercambios de programas centrados en la paz, la seguridad, el desarrollo económico y social y la cultura, entre otras cuestiones.
Transcribo: “Las Naciones Unidas quisieron así señalar tanto la creciente influencia de la televisión en el proceso de toma de decisiones, a través de la atención que atrae sobre los conflictos y las amenazas a la paz y a la seguridad, como en su potencial para afinar la atención en otros asuntos importantes, incluidos los sociales y económicos. De esa forma, la televisión fue reconocida como una herramienta importante de orientación, canalización y movilización de la opinión pública. Su impacto en los asuntos políticos no puede, por tanto, negarse”.
Herbert Marshall McLuhan, filósofo e investigador, a mediados de la década de los 60 llamó por primera vez la atención del público respecto a la redefinición de medios de comunicación y mensajes, advirtiendo sobre el potencial que tenía la televisión, a quien llamaba “el gigante tímido”, tratando de generar conciencia sobre su gran poder; se ha comentado que, en su vida privada, McLuhan rechazaba a dicho medio a tal punto que le pedía a su hijo que impidiera que sus nietos la vieran, ya que los niños recibirían una mayor influencia por los “mandatos sensoriales envolventes de la imagen televisiva”, lo cual podría conducirlos al mimetismo.
Otro de los estudiosos acerca de la revolución de las comunicaciones que es conveniente recordar en este artículo, es Alvin Toffler, futurista estadounidense. En el año de 1980, en su libro “La Tercera Ola”, Toffler reconoció a la televisión como el medio de comunicación emblemático de las sociedades de lo que ha llamado ‘Segunda Ola’: “la televisión multiplicó el número de canales por los que el individuo obtenía su imagen de la realidad (…) Esta imaginería centralmente producida, inyectada por los medios de comunicación en la mente de la masa, ayudó a lograr la uniformización de comportamiento requerida por el sistema industrial de producción”.
Cabe abrir de nuevo el espacio para el pensador canadiense McLuhan, quien en su libro “Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del hombre”, publicado hace 50 años, parece anticiparnos el fenómeno del Internet: “Tras tres mil años de explosión, mediante tecnologías mecánicas y fragmentarias, el mundo occidental ha entrado en implosión. En las edades mecánicas extendimos nuestro cuerpo en el espacio”.
Y continúa: “Hoy, tras más de un siglo de tecnología eléctrica, hemos extendido nuestro sistema nervioso central hasta abarcar todo el globo, aboliendo tiempo y espacio, al menos en cuanto a este planeta se refiere. Nos estamos acercando rápidamente a la fase final de las extensiones del hombre: la simulación tecnológica de la conciencia, por la cual los procesos creativos del conocimiento se extenderán, colectiva y corporativamente, al conjunto de la sociedad humana, de un modo muy parecido a como ya hemos extendido nuestros sentidos y nervios con los diversos medios de comunicación”.
El tercer estudioso al cual haremos referencia este domingo, en ocasión del Día Mundial de la Televisión, es Umberto Eco, escritor y semiólogo italiano, fallecido en el mes de febrero de 2016. Durante una conferencia de prensa en el Gran Palacio de la Real Escuela de Equitación en Turín, Eco señalaba -un mes de mayo del 2015- que si “la televisión había aprobado al tonto del pueblo, ante el cual el espectador se sentía superior”, el “drama de Internet es que ha aprobado al tonto del pueblo como el portador de la verdad”.
La televisión es uno de los fenómenos básicos de nuestra civilización, y como tal habría que estudiarla en cada una de sus manifestaciones: ¿Un gigante tímido? ¿El multiplicador referente por el cual el individuo obtiene su imagen de la realidad? ¿La transparencia perdida? O citando de nuevo al autor de “El nombre de la rosa”, haríamos eco de sus palabras al afirmar que la televisión es un fiel reflejo de las ideologías, y para imbuir una visión democrática real en un pueblo bastaría decir: "usad el medio en el espíritu de la Constitución y a la luz de la inteligencia".
El tema lo comentamos por primera vez en "Panóptico Rojo" con el título "El gigante tímido", en referencia al aparato televisivo; sin embargo, en el presente es preciso señalar que la televisión ha trascendido a la propia televisión, de la mano de internet y de las nuevas tecnologías: los patrones de consumo y de distribución no son ya los mismos, como tampoco lo es el concepto como tal, tras la aparición de plataformas de "streaming" como Netflix y Hulu, lo que ha derivado en que gran parte del tiempo el aparato es únicamente un producto periférico del consumo narrativo.
Cabe mencionar que incluso la célebre novela "El nombre de la Rosa", escrita por Eco en 1980, cuenta ya con su propia adaptación televisiva, estrenada este mismo año, 2019, en la que se explora su contexto medieval; la serie consta de ocho capítulos dirigidos por Giacomo Battiato, para seguir intrigando a un nuevo público.
No dejemos de ser ciudadanos informados, desconfiados incluso. No ‘contemplemos’ únicamente la historia de nuestros días, e identifiquemos si nuestra atención a los acontecimientos rebasa ya lo hipnótico al mirarlos transmitidos por TV (o en las redes sociales), relampagueando ante nuestros ojos. Si la ONU ha destacado que dicho medio de comunicación tiene un “potencial para afinar la atención”, este día coincidimos con Eco: “La televisión se nos aparece como algo semejante a la energía nuclear. Ambas sólo pueden canalizarse a base de claras decisiones culturales y morales”.