Luego de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el miércoles pasado el brote de la enfermedad del virus del ébola en la República Democrática del Congo como una emergencia de nivel tres, la más grave en su escala, de nueva cuenta comentamos hoy el tema en “Panóptico Rojo”.
¿El año? 1976. Peter Piot, científico belga de 27 años de edad, recién titulado, trabaja en el Instituto de Medicina Tropical de Amberes; durante el turno que le toca cubrir, recibe un paquete que contiene una botella térmica, de color azul brillante -como las que se utilizan para mantener el café caliente- y que contiene frascos de sangre con un patógeno que ha provocado la muerte de varias personas, en el continente africano.
Piot lleva puesta una bata de laboratorio de algodón, escrupulosamente blanca, además de guantes de látex, lo mismo que sus compañeros de trabajo. Toma el contenedor, desenrosca la tapa y observa un tono rosado en el agua descongelada de los cubos de hielo que contiene, entre los que reposan varios viales que contienen la sangre infectada: uno de ellos está roto.
En el paquete enviado a Bélgica en un vuelo comercial desde la capital de Zaire (actual República del Congo), también hay una nota en la que un médico especifica que la sangre es de una monja, misteriosamente enferma y cuyos síntomas incluyen la aparición súbita de fiebre, debilidad intensa, dolores de cabeza y garganta, conjuntivitis, erupción cutánea, diarrea y vómitos, además de hemorragias internas y externas incontenibles; la monja, posteriormente, ha fallecido.
Los científicos belgas manejan la muestra de sangre como cualquier otra pero, al observarla al microscopio, es diferente: una estructura de gran tamaño, tal como un gusano gigantesco; una forma inusual para un virus y que les recuerda a la del virus Marburgo, asociado con monos infectados Cercopithecus aethiops que procedían de Uganda y que provocó que enfermaran 31 personas y murieran siete de ellas, con fiebre hemorrágica, en las ciudades de Marburgo y Frankfurt, Alemania, y en Belgrado, Yugoslavia, en 1967.
El virus del ébola se detectó por primera vez en 1976, en dos brotes que de manera simultánea ocurrieron en las áreas de Nzara, Maridi y Lirangu, al sur de Sudán -con una mortalidad del 60 al 80 por ciento- y Yambuku, en la zona de Bumba, al norte de Zaire -con una mortalidad del 90 por ciento; la aldea en la que se produjo el segundo de dichos brotes está situada cerca del río Ébola, que fluye hacia el oeste, al norte del poblado de Yambuku, lugar del que provenía el paciente del cual se hizo el primer aislamiento del virus y en el que al ingresar había un cartel escrito en el idioma local (lingala): "Por favor no entres, cualquiera que cruce puede morir."
¿El año? 2014. Al mediodía del primer sábado del mes de agosto, en la Base Aérea de Dobbins, en Georgia, aterrizó un avión que trasladó desde Liberia al primer paciente estadounidense enfermo de ébola: Kent Brantly, de la organización humanitaria “Samaritan’s Purse” y quien contrajo el virus tras atender a pacientes enfermos en África; una ambulancia trasladó a Brantly al Hospital de la Universidad de Emory, Atlanta, en donde el médico recibió atención especializada y sobrevivió al ébola.
En una nota descriptiva numerada “103”, la OMS precisa que “el virus del ébola causa en el ser humano la EVE, cuya tasa de letalidad puede llegar al 90 por ciento” y que “el género Ebolavirus es, junto con los géneros Marburgvirus y Cuevavirus, uno de los tres miembros de la familia Filoviridae (filovirus). El género Ebolavirus comprende cinco especies distintas: ebolavirus Bundibugyo (BDBV); ebolavirus Zaire (EBOV); ebolavirus Reston (RESTV); ebolavirus Sudan (SUDV) y ebolavirus Taï Forest (TAFV)”.
Dicho virus se introduce en la población humana por contacto estrecho con órganos, sangre, secreciones u otros líquidos corporales de animales infectados; posteriormente, el virus se propaga en la comunidad mediante la transmisión de persona a persona, por contacto directo (a través de las membranas mucosas o de soluciones de continuidad de la piel) con órganos, sangre, secreciones, u otros líquidos corporales de personas infectadas, o por contacto indirecto con materiales contaminados por dichos líquidos.
En entrevistas reproducidas en diversos medios, en el 2014, el profesor belga Peter Piot solicitó que las vacunas y los tratamientos experimentales para combatir al Ébola, prometedores en los animales, fueran ensayados en seres humanos, en las zonas afectadas: “Creo que ha llegado la hora (…) de ofrecer esos tratamientos para un uso compasivo (una reglamentación que permite hacer legal la utilización de medicamentos no autorizados), pero también para descubrir si son eficaces para estar preparados para la próxima epidemia”.
¿El año? 2019. El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, declaró, el miércoles pasado, como una emergencia de salud pública de preocupación internacional el brote de ébola en la República Democrática del Congo; lo anterior tras una reunión del Comité de Emergencia del Reglamento Sanitario Internacional, en la cual se refirieron los últimos avances en el brote al hacer su recomendación, incluido el primer caso confirmado en Goma, una ciudad de casi dos millones de habitantes en la frontera con Rwanda, y la puerta de entrada al resto de la República Democrática del Congo y el mundo.
“Se trata de madres, padres e hijos, con demasiada frecuencia las familias vulnerables son afectadas. En el corazón de esto están las comunidades y las tragedias individuales. La declaración no debe utilizarse para estigmatizar o penalizar a las personas que más necesitan nuestra ayuda", aseveró el director de la OMS.
De igual modo, los expertos expresaron su decepción por los retrasos en la financiación que han limitado la respuesta y además advirtieron que aunque se declare la emergencia, los países no deben imponer restricciones comerciales o de viaje, sino movilizar recursos para ayudar a quienes más lo necesitan; la Organización de las Naciones Unidas (ONU) también ha reconocido la gravedad de la situación, al activar el sistema humanitario para apoyar la respuesta.
El único deber que tenemos con la historia es reescribirla, sentenciaba el dramaturgo Óscar Wilde. Aunque respecto a la actual situación ante el moderno virus del ébola, descubierto hace sólo 43 años, tal parece que la historia -en tan corto tiempo- se asemeja a un sordo que contesta preguntas que nadie hace, como señalaba el novelista León Tolstói.