Hace casi dos años, en este espacio y con el título “De leones y lenguajes” comentábamos la muerte del león Cecil, a manos de cazadores, en África. En la semana que concluyó, Xanda, un león macho de seis años y cuya melena negra recordaba a su padre Cecil, murió abatido por los disparos de un cazador.
A Xanda, para protegerle del destino sufrido por su progenitor, lo habían equipado con un collar rastreador. Mediante este dispositivo los conservacionistas pudieron confirmar su fallecimiento y que se trataba de una caza 'legal' porque el felino había salido de los límites del parque nacional de Hwange.
La ONG 'Cecil the Lion' confirmó al respecto: "Con profunda cólera y tristeza confirmamos que Xanda, de seis años de edad y el mayor de la camada de Cecil, ha sido asesinado por un cazador profesional (…) Xanda era un león hermoso y grande con su propia manada que estaba siendo monitorizado y observado cuando lo mataron".
Dos muertes parecidas. Y un artículo que recordamos este día:
Para la Real Academia Española (RAE), un eufemismo hace referencia a la “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Tome ello en cuenta, estimado lector, y no piense de ninguna manera en un león agonizante, de larga e inconfundible melena negra, o en lo que implica para cualquier ser vivo una agonía de 40 horas, cuando acceda al siguiente texto, colaboración especial para La Unión de Morelos entregada por una convencida activista de Greenpeace en Argentina. Le cedemos las líneas.
“No hay excusas ni motivos razonables que justifiquen nunca un asesinato o cualquier manifestación de violencia o crueldad, cualquiera sea el ser seleccionado como víctima: un joven, un niño, un anciano... un animal. La muerte de Cecil, el león más famoso y querido de Zimbabwe, ha dado la vuelta al mundo y conmovido a millones. Así es el punto que el cazador que diera muerte a este felino se ve de pronto cazado en su propio juego, no sólo por la ley, a la que ha de responder, sino por una sociedad mundial que lo condena y lo repudia.
El león Cecil era la estrella del parque natural de Hwange, ubicado en el oeste de Zimbabwe; un felino recordado como majestuoso, magnifico y nada agresivo. Indigna en este caso, no sólo la muerte, sino también los métodos utilizados. El león fue engañado, utilizando como cebo un animal muerto atado a un vehículo, para sacarlo de la reserva. Una vez fuera, fue agredido por el disparo de una flecha que, al no generar una herida inmediatamente mortal, dejó al animal en agonía unas 40 horas aproximadamente, tiempo en que deambuló sin rumbo mientras sus captores lo buscaban. Al encontrarlo, el disparo de un arma de fuego terminó el nefasto trabajo y dio fin a la vida del magnífico león, que fue despellejado, su cabeza cortada y ambas llevadas como trofeos.
Su cadáver fue encontrado días más tarde, gracias al GPS que llevaba en su collar, instalado por un programa de investigación de la Universidad de Oxford, para recoger datos sobre su forma de vida y su longevidad. Desacreditando la defensa del cazador, quien aseguraba que no sabía que el león estaba protegido; sin embargo, dicha excusa es aún más débil para alguien con recursos, que ha pagado 50 mil dólares a guías locales y quien se encontraba tan cerca de un área controversial para llevar a cabo una cacería, lo cual podría comprobarse con algo tan simple como un mapa y un GPS. Cecil llevaba nueve años en estudio, según ha informado Brent Stapelkamp, un investigador que le colocó su último collar GPS, en el mes de octubre pasado, y quien fue probablemente la última persona que estuvo tan cerca del león, vivo, antes que su cazador. Una excelente galería de imágenes de Cecil, compartidas por Stapelkamp, puede encontrarse en el sitio https://500px.com/Brent-Stapelkamp?utm_medium=twitter&utm_campaign=nativeshare&utm_content=web&utm_source=500px
La muerte de Cecil ha tocado el corazón de millones alrededor del mundo, por tratarse de una "figura popular" entre los suyos. Pero... ¿cuántos ‘Cecil’ tenemos a diario que, en el anonimato, caen por las manos de cazadores inescrupulosos? ¿Hasta cuándo la ley permitirá la tortura y la muerte de miles de inocentes que no tienen voz para defenderse? Es el derecho a vivir, junto a la libertad, el más grande de los que tenemos, y el mismo no debería ser contemplado únicamente para la especie humana. ¿Pero se puede esperar algo más cuando el respeto por la vida, la libertad y la expresión nos lo quitamos entre nosotros mismos? ¿Será por eso que el caso de Cecil, uniéndose al de millones de inocentes alrededor del mundo, ha golpeado tanto en la conciencia de quienes repudiamos la muerte y la violencia?
‘Era simplemente un animal’, muchos podrán decir... no obstante, el felino representa para muchos un espejo de la violencia creciente con la que tenemos que lidiar a diario, la víctima inocente cuya única culpa fue venir al mundo con la esperanza de ejercer dos de sus mayores derechos: la vida y la libertad.
Mi más sincero deseo, y estoy segura, compartido por millones de corazones en este mundo, es que como humanos podamos bajarnos dos peldaños en la escalera del ego y observar. Porque contemplar es aprender, interiorizarse y sanar heridas. A fin de cuentas, personas como Walter Palmer, el cazador de Cecil, no es más que otra herida que tenemos que curar. Y con dificultad ahora dejo mi indignación de lado un momento y pienso, ¿qué tan herido ha de estar un hombre para cometer un acto de tal crueldad? Y no es una justificación, es tratar de ahondar y comprender... porque sólo comprendiendo es como podremos trabajar como sociedad para aprender a evitar este tipo de flagelos a la vida.
Cecil se une, tristemente, a un número, a una estadística. Nos toca a nosotros ahora tratar de que la lección y la historia detrás de su nombre perduren y no se olviden; no sólo la del majestuoso león de porte imponente y elegante, grácil, sin maldad, sino también los derechos que ya no queremos que se nos sigan negando. Que su muerte -ocurrida hace un mes- no sea en vano y nos una a todos, incluido aquellos que son los más desprotegidos o los que no tienen voz, en una lucha por el derecho a vivir en paz”.
Después de estas líneas que explican el caso del león bautizado como ‘Cecil’, es tiempo de añadir que su cazador ha sido señalado como un dentista estadounidense de nombre Walter Palmer. Después de la mala publicidad mediática a la que se ha hecho acreedor con la cacería de Cecil, Palmer escribió a los pacientes de su clínica dental -“Una gran sonrisa lo dice todo”, indica su publicidad- una carta en la que refería que “no tenía ni idea de que el león que (‘tomé’-‘cobré) fuera conocido, el favorito del lugar, con un collar y que era parte de un estudio, hasta el final de la cacería”. El verbo utilizado, en voz pasiva y en el original escrito en inglés, no es “kill” sino “took”.
En cinegética, “cobrar” es el acto y resultado de coger una pieza muerta después de la cacería. Pero al final de cuentas, el verbo fundamental es “matar”. No hay cacería sin muerte. Los eufemismos que hacen referencia a “matar” se han diseñado, entonces, quienes coleccionan trofeos, como Walter Palmer, y que prefieren palabras como “tomar”, “cobrar” o incluso “coleccionar”. Chris Eberhart, un escritor de Michigan, describe en un ensayo del año 2012 que los cazadores en Alemania nunca utilizan la palabra “sangre”, utilizando como eufemismo “sudor”, o la palabra “herido” como “enfermo”.
Una de las críticas respecto al uso del lenguaje -y elección de palabra- con el cual se disculpa Walter Palmer fue hecha en días pasados por un conocido presentador estadounidense, Jimmy Kimmel, quien recalcó con sarcasmo a Palmer: “’Tomas’ aspirina. Tú ‘mataste’ al animal".
Se calcula que la industria de la cacería produce ingresos de más de 200 millones de dólares a los gobiernos africanos, por concepto de permisos, impuestos y cuotas; teóricamente, el dinero se utiliza entonces para apoyar el desarrollo de los parques nacionales y contribuir así con la conservación de la vida salvaje. Una vida en la que quedará para la posteridad el nombre de Cecil: un león de larga e inconfundible melena negra que llegó como “refugiado”, desplazado de otro territorio, y que vagaba hasta que encontró a otro león macho, Jericho: juntos velaban por la seguridad de dos grupos, uno formado por tres leonas y siete cachorros, y otro con tres leonas. Defendiendo su territorio, dentro del parque natural de Hwange, de otros leones. Pero dicha defensa, contra la depredación provocada por el ser humano, no fue eficaz.
En el ensayo “La política y el lenguaje inglés”, redactado en 1946 por Eric Arthur Blair (seudónimo literario del periodista George Orwell) el escritor apuntaba que “la mayoría de las personas que de algún modo se preocupan por el tema admitiría que el lenguaje va por mal camino, pero por lo general suponen que mediante la acción consciente no podemos hacer nada para remediarlo. Nuestra civilización está en decadencia y nuestro lenguaje -así se argumenta- debe compartir inevitablemente el derrumbe general”. Tristes y proféticas palabras.
“El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen confiables y el asesinato, respetable; y para darle la apariencia de solidez al mero viento”, señalaba también George Orwell. Coincidimos.