¿Se acuerdan que nunca se pudo determinar el número exacto de víctimas mortales por el sismo del 19 de septiembre de 1985? Pues la historia se repetirá en el caso de la epidemia del coronavirus SARS-COV-2.
Esto se debe a que existen tres diferentes vías por las que el gobierno recaba el número de personas que fallecen por covid:
- Los que fallecen en un hospital después de que se les ha realizado la prueba de laboratorio y que el resultado es positivo. En el acta de defunción que firma el médico tratante así lo deja asentado y se reporta de inmediato a las autoridades estatales y éstas al gobierno federal.
- Los que fallecen en un hospital con todos los síntomas del covid pero sin tener el resultado de los análisis de laboratorio. El acta de defunción dirá “posible Covid” pero no se reporta como tal hasta tener el resultado del laboratorio.
- Los que ya no llegan al hospital, mueren en su casa, en el taxi o en la entrada de un nosocomio. Fallece antes de que se le realice la prueba de covid, y como no se le puede realizar una necropsia, el médico legista sólo anota en su acta de defunción “posible Covid”.
Es por eso que tenemos algunos días en los que se nos reporta (a las 4 de la tarde en la conferencia de los servicios estatales de Salud y a las siete de la noche a nivel nacional), una cifra de tres o cuatro fallecidos y luego hasta 30 en un solo día en Morelos o hasta 501 a nivel nacional.
Lo anterior, según ha explicado el subsecretario Hugo López Gatell, no significa que en un solo día se hayan muerto 501 personas, sino que en ese día, aparte de los que sí fallecieron en esa fecha, llegaron los resultados de laboratorio de los que estaban pendientes de definir la causa de muerte.
Pero hay otros que fallecieron por covid, pero que por alguna razón no quedó asentado en el acta de defunción. Ahí entran los médicos que se prestaron a no poner esa causa de muerte porque así se lo solicitaron los familiares por temor al rechazo social, o bien que en el Registro Civil se lo modificaron.
Recuérdese el caso publicado por Televisa en el que empleados o gestores de una alcaldía de la ciudad de México, fueron detenidos por vender actas de defunción “a la carta”, es decir, como el cliente las quisiera.
Y no descartamos aquellos casos (pocos pero seguramente habrá) de pacientes que fallecieron por una negligencia médica, y que la salida fácil fue ponerle como causa de muerte el famoso virus, con lo que se agiliza la cremación o inhumación y se evita cualquier investigación sobre el asunto.
Eso es por cuanto a las víctimas mortales, ahora imaginemos los casos de personas contagiadas pero que no mueren. Es prácticamente imposible saberlo, sobre todo por los “asintomáticos” y los que tuvieron síntomas pero que nunca les hicieron las pruebas de laboratorio.
Con esto no queremos decir que –como lo sugirió Javier Alatorre- ya no le hagamos caso a Hugo López Gatell. Lo que debemos asumir es que no se trata de cifras exactas, sino de números aproximados que revelan el comportamiento de la pandemia pero no con la exactitud que se quisiera.
También no debemos perder de vista que las autoridades tanto federales como estatales se encuentran en un dilema: si dan las cifras aumentadas se corre el riesgo de que los tachen de ineficientes y que se cree un ambiente de pánico en la sociedad, pero si se dan declaraciones “alegres” la gente no tendrá miedo y seguirá sin respetar las indicaciones.
En Morelos resultó contraproducente difundir que “vamos un paso adelante” pues la gente se confió y no se resguardó. Incluso se criticó al presidente municipal de Cuernavaca, Antonio Villalobos, cuando refirió que el 40 por ciento de la colonia Antonio Barona estaba infectada. Pero ni así se resguardaron.
Lo cierto es que la población está recibiendo “mensajes encontrados” cuando escucha –por ejemplo- a la doctora Brenda Valderrama decir que la situación es alarmante y puede empeorar, y luego tenemos a la doctora Elsa Veites (enviada del presidente), a decirnos que “podemos dormir tranquilos”, que la epidemia está controlada.
Es innegable que cuando faltan tres días para que concluya la “Jornada Nacional de Sana Distancia”, México enfrenta el momento de mayor transmisión de la enfermedad.
Los cálculos gubernamentales sobre el desarrollo de la enfermedad fallaron. La expectativa de reactivar la economía, reiniciar clases y reanudar giras presidenciales en junio se topa con la realidad y la contundencia de los datos que el subsecretario Hugo López-Gatell da a conocer cada día a las 19:00 horas.
La cúspide de la curva no ocurrió entre el 6 y el 8 de mayo, como anunció el doctor Hugo López-Gatell el 21 de abril pasado, el día que anunció el inicio de la Fase 3, cuando aún se vislumbraba que el 18 de mayo algunos municipios regresarían a la normalidad y el 1 de junio todo el país iniciaría el regreso paulatino a las actividades.
El propio subsecretario ha bajado las expectativas, reservándose incluso la lista definitiva de los “municipios de la esperanza”, para no provocar retornos en falso a las actividades cotidianas.
En cuanto a la educación, muy lejos quedaron las palabras del secretario Esteban Moctezuma, que el mismo 21 de abril afirmó que el regreso a clases sería el 1 de junio.
Dos semanas después, el 13 de mayo, el funcionario reculó y aseguró que el regreso a las aulas se dará de manera escalonada, estado por estado y municipio por municipio, cuando las condiciones sanitarias indiquen que es seguro para los millones de alumnos.
Lo peor es que las medidas de confinamiento están causando estragos en la economía y en los planes de una administración federal con apenas año y medio en el poder. Se sabe que, en todo el mundo, esta crisis causará más desempleo y marginación, y que es falso eso de que el covid-19 es una enfermedad que afecta “a todos por igual”. Hoy, ya se puede prever que, como siempre, serán los más pobres los más afectados por la pandemia.
HASTA EL LUNES.