Ahora que el Penal de Atlacholoaya está constantemente en los medios de comunicación por las atrocidades que ocurren en su interior (decapitados, quemados, torturados, fugados, enfermos), vale la pena recordar que no siempre fue así, y que hubo una época en la que prácticamente era una cárcel de ensueño, donde las personas privadas de su libertad tenían acceso a la enseñanza superior, al deporte y a la cultura.
Ocurrió en el 2002, cuando era gobernador Sergio Estrada Cajigal, un empresario que nunca antes había tenido cargos públicos hasta que llegó a la presidencia municipal de Cuernavaca y de ahí a la gubernatura, en la famosa “ola azul” de Vicente Fox. Conformó su gabinete con personas igual de inexpertas, pero en algunos casos “le atinó”.
Puso en la Subsecretaría de Readaptación Social a un abogado civilista, Bernardo Rocha Reyes, doctor en Derecho, cristiano y deportista hasta la fecha, quien se hizo cargo del recién estrenado Penal de Atlacholoaya que sustituyó a la vieja Penitenciaría de Atlacomulco.
Don Bernardo es una persona mayor de esas que le encuentran lo positivo a todo y que le rehúyen a los rencores y a la violencia. Por su formación cristiana tiene la idea de que el reo (término que se utilizó durante mucho tiempo antes de que entrara en vigor el nuevo sistema de justicia penal) es una persona que está purgando una condena por un delito que cometió, pero que merece una segunda oportunidad porque es un ser humano.
Gracias a don Bernardo este reportero (aunque se escuche mal) “pasó por todas las cárceles del estado de Morelos” y nos tocó escuchar infinidad de testimonios que muestran la bondad de aquel servidor público excepcional.
Sólo por citar algunos, recordamos el caso de Roberto Enciso Gutiérrez, quien lo abordó en una de sus constantes visitas al Penal de Atlacholoaya y le planteó su problema:
“Tengo un hijo de 12 años que sufre de síndrome nefrótico. Necesita un trasplante de riñón pero hay una lista de 400 personas en espera de un donante. Ayúdeme a salir, yo ya reúno todos los requisitos para un beneficio de preliberación, pero ya sabe usted cómo es esto de tardado”, le explicó.
El subsecretario agilizó todos los trámites y el 11 de julio del 2002 Roberto Enciso abandonó la cárcel y llegar justo a tiempo para que le trasplantaran a su hijo el órgano que necesitaba para seguir viviendo.
Cada vez que entraba a los centros de reclusión resolvía ahí mismo problemas que le planteaban. A un interno no lo podían operar de su brazo porque no había clavos quirúrgicos que costaban 800 pesos. Abrió su billetera y entregó cuatro billetes de a 200 pesos.
Vio que en una celda había un “viejito” al que le llevaban de comer. ¿Por qué no sale él al comedor como todos los demás? –preguntó.
-Es que fíjese licenciado que el cerrojo de esa celda se descompuso hace una semana, y es el tiempo que lleva ese hombre sin bañarse ni salir a ningún lado porque arreglarlo cuesta 600 pesos- le contestó el jefe de custodios.
Volvió a sacar su cartera y tomó otros tres billetes de a 200 pesos para que aquel interno dejara de estar encerrado.
Recuerda el abogado que desde que asumió el cargo se dio cuenta que era posible readaptar a quienes purgaban una condena por haber cometido delitos, sólo hacía falta creer en ello y trabajar todos los días para lograrlo.
Y llegó a la conclusión de que una de las mejores formas de lograr la readaptación social era el estudio, así que buscó de inmediato el convenio con la UAEM y él mismo se puso a dar clases a un grupo de 30 alumnos.
La otra forma de readaptar fue el deporte, por lo que mandó instalar una pista de atletismo con material que le donaron amigos suyos y la mano de obra de los emocionados internos. Adicionalmente, llevó obras de teatro, ópera y todo tipo de manifestaciones culturales. Elaboró una gaceta que se repartía en todos los centros penitenciarios.
El funcionario comenzó una verdadera “cruzada” a favor de la población senecta. Ordenó que se agilizaran todos los trámites necesarios para cumplir con el beneficio que la ley le concede a los mayores de 70 años. Decenas de ancianitos obtuvieron su libertad que habían estado pidiendo durante años sin que nadie los escuchara.
Pero no todos estaban conformes con que los “delincuentes” tuvieran tantas comodidades. Como siempre, hay un sector de la sociedad que considera que quienes han sido declarados culpables de un delito deben ser sometidos a trabajos forzados para que paguen su manutención. Ven a los reos como una carga innecesaria para el Estado y pugnan porque se gaste lo menos posible en ellos.
Fueron esos sectores los que se escandalizaron al saber que en el recién abierto Centro Estatal de Readaptación Social, aprovechando que sobraba espacio, se había habilitado un área para convertirla en un baño sauna donde diariamente unos 30 reos disfrutaban del vapor. En honor a la verdad, ese baño sauna lo había instalado su antecesor, el también abogado Antonio Aragón Zamora, para un programa denominado “Ave Fénix”.
Pero la gota que derramó el vaso fue una nota publicada en la sección de Sociales de El Sol de Cuernavaca, cuyo director era Arturo Bárcena, íntimo amigo de Rocha Reyes.
“Aleluya, de Mozart; Anzus de Bizet, Vals del Beso, entre muchas otras fueron las melodías interpretadas por el grupo Ad Libitum, integrado por María Teresa González (soprano), Felipe Martínez Silva (tenor) y Alfonso Rodríguez (pianista), destacados concertistas en el ámbito nacional”, decía la reseña firmada por el reportero David Alanís.
Lo anterior no habría tenido nada de extraordinario si no se hubiera mencionado que tal evento artístico no fue para el exquisito público de Cuernavaca sino para los internos del Penal de Atlacholoaya.
Y lo que son las cosas, fue otro extraordinario ser humano (que falleció posteriormente víctima de cáncer), Jesús Giles Sánchez, quien en 2004 al asumir el cargo de secretario de Gobierno le pidió la renuncia al doctor Bernardo Rocha Reyes. En aquel tiempo el área de Readaptación Social dependía de la secretaría de Gobierno, y con la salida del polémico Eduardo Becerra Pérez se fue todo su equipo, incluyendo el carismático subsecretario que se daba el lujo de entrar a las cárceles sin escoltas y ser recibido con ovaciones como si fuera un artista.
HASTA MAÑANA.