Tenemos suficientes asesinatos aquí en México para acabar con el tema. De alguna manera, y es terrible decir esto, ya no nos impacta tanto cuando escuchamos todos los días que algún cuerpo fue encontrado en las calles de Cuernavaca, o de Temixco, o de Jiutepec… Esta misma noticia que se repite incesantemente endurece nuestros corazones a tal grado que los muertos se vuelven meramente números. Claro, para sus familias el dolor es intenso, imborrable y terrible. Definitivamente vivimos en un mundo lleno de violencia, no sólo en México sino en todas partes. Para adaptarnos a esto es importante rodearnos de amigos, de familia y, sobre todo, de naturaleza. Son los árboles y las plantas los que nos levantan el corazón cuando nos agobia la dificultad para seguir adelante.
Con tanta lluvia que hemos recibido esta última semana todo a nuestro alrededor se ha puesto más verde y exuberante. Al parecer, todas las plantas crecen varios centímetros todos los días y nuestro entorno está lleno de una variedad extraordinaria de plantas bellas y maravillosas. Al observarlas, realmente mirar lo que hay en frente de nosotros, sentarnos debajo de las ramas de los árboles, escuchar el canto de los pájaros que viven en ellos, notar la cantidad de tantos diferentes tonos de verde y, sobre todo, respirar hondo el oxígeno que nos dan, es una experiencia maravillosa que nos hace olvidar un poco lo terrible de la vida. Nos llena de una sensación de bienestar y nos ayuda a sonreír de nuevo.
Hoy en la mañana encontré una lagartija preciosa, de color verde muy vivo. Se había caído dentro de la tarja de la cocina y no podía salir. Le dejé un pedazo de cartón, como una especie de rampa, e inmediatamente entendió y lo utilizó para salir. Es un animal que vive de insectos y contribuye de manera muy importante a la vida del ecosistema de mi casa, de la zona local y del estado.
Veo las flores rojas de los anturios y cómo las abejas los visitan, ellas cuya tarea de polinización resulta tan importante respecto de las fuentes de polen. Me da gusto saber que tengo estas flores en mi jardín que proveen lo que necesitan las abejas. Hay un nido pegado a mi casa, hogar de una familia de golondrinas; los bebés tienen ya un tamaño que les permite volar. Se están preparando para su migración hacia el sur en unos meses más. Cantidades de pericos verdes anuncian su llegada en la mañana con su escándalo y sólo se quedan callados al encontrar lo que buscaban: semillas para alimentarse. Las besuconas permanecen escondidas pero llaman de vez en cuando. En la noche las ranas cantan a todo volumen y celebran la llegada de la lluvia que tanto aman.
El jardín y la casa tienen su propio ritmo de vida. Nosotros los seres humanos interrumpimos los ecosistemas, construimos barreras y nos es fácil destruir lo que nos estorba en nuestro camino, incluyendo a otros seres humanos. Deberíamos vivir en armonía y en colaboración con nuestros vecinos y hermanos. Los árboles y las plantas, los insectos y los animales: tenemos que reconocer que en todo ello reside precisamente la fuente de nuestro bienestar y de nuestra salud tanto física como mental. No hay que ignorarla ni rechazarla, sino apreciarla y respetarla. Debemos agradecer al ecosistema que es nuestra constante, al menos por ahora. No hay que permitir la ceguera ante la belleza del mundo natural, sino escuchar y admirar lo que nos brinda el planeta Tierra para el bien de todos. ¿Podemos vivir en paz? Claro que sí. Sólo es cuestión de permitirlo.