“Sólo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa.”
André Maurois
Ramón de Campoamor, no Shakespeare, como se ha pensado siempre, afirmaba que, en este mundo traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira.
El problema en realidad, es que independientemente de que las cosas que escuchamos sean verdad o no, siempre debemos de ser cautelosos en la manera en que tomamos lo que escuchamos. Yo siempre trato de ser cauteloso con la manera en que recibo lo que escucho. La primera es si esa “verdad” viene de un tercero que escuchó solamente y pasa la información, porque el argumento puede estar distorsionado. Y segundo porque no lo estoy escuchando de manera directa de quien lo dijo. Por tanto, no presto mucha atención a lo que me dice alguien que escuchó de alguien más tal o cual argumento. Prefiero escucharlo directamente de la persona que lo dijo. De otra manera, le estoy haciendo daño a mi espíritu, imaginando y rumiando por lo que alguien, dicen, que dijo. Aldous Huxley manifestó alguna vez que nunca es igual saber la verdad por uno mismo que escucharla por otro.
He manifestado muchas veces que hay cosas de nuestra cultura que debemos modificar. Una de ellas es la cultura de la violencia. Hemos llegado a un punto en que todos vivimos con miedo. Pareciera que la paz ha desaparecido para dar paso a la violencia, a la brutalidad en nuestra sociedad. Y pasa lo mismo con la verdad. La verdad se ha distorsionado tanto que creemos todo lo que escuchamos y lo acomodamos de tal forma para que nuestro esquema de pensamiento lo convierta en un argumento de debate que al final, se convierte en un sofisma que defendemos a capa y espada para convencernos de que tenemos razón.
Hay una historia que me gustaría contarles atribuida a Sócrates, filósofo ateniense que vivió entre el siglo V y IV a.C. y que fuera maestro de Platón y éste de Aristóteles. Tres de los más grandes filósofos de la historia. Esta lección trata de las tres preguntas que nos deberíamos hacer antes de hablar.
Un día, cuenta la historia, Sócrates estaba reflexionando profundamente cuando llegó un conocido suyo y le hizo la siguiente pregunta:
Sócrates, maestro, ¿sabes lo que acabo de oír acerca de uno de tus estudiantes?
—Espera — preguntó el filósofo—. Antes de contarme lo que vienes a decirme, me gustaría formularte tres preguntas. La primera tiene que ver con la verdad —anunció—, ¿estás seguro de que lo que vas a contarme es cierto?
—No —respondió el joven—, acaban de contármelo.
—Es decir, que no sabes si es cierto o no —contestó Sócrates—.
Ahora la segunda pregunta, que tiene que ver con la bondad: lo que vas a decirme de mi estudiante, ¿es algo bueno?
—No, pero…
—Por lo tanto —interrumpió Sócrates—, ¿vas a decirme algo malo de otra persona, a pesar de no estar seguro de si es verdad o no?
El joven, avergonzado, asintió. Sin embargo, al viejo filósofo aún le quedaba una pregunta por formular.
—La tercera pregunta tiene que ver con la utilidad —dijo Sócrates—. Lo que vas a contarme de mi estudiante, ¿será provechoso para alguien?
—No, en realidad…
—Bien —continuó Sócrates—, lo que quieres contarme es algo que no sabes si es cierto, que no es bueno y que ni siquiera es de provecho para nadie. Entonces, ¿por qué hablar sobre ello?
Lo que esta historia nos dice, es evidente. Muchas veces nos dejamos llevar y comentamos cosas, sobre todo malas, porque pareciera que es lo que vale la pena contar, sin saber si es verdad, y, mucho menos, sin considerar si eso le hará daño a la persona de quien estamos hablando. Y lo peor, considero, es los juicios que hacen esas personas que pueden causar el
incendio de todo un pueblo.
Y todo esto tiene que ver, en principio con uno mismo, como ser individual. Y si así nos comportamos de manera particular, haciendo daño a otros, familiares y amigos, ¿qué podemos esperar del comportamiento social?
Lo importante, en este caso, es tratar de no hacerle mal a nadie al referirnos sobre esa persona con los conceptos que escuchamos de ella, porque si hablamos del concepto verdad, como lo menciono en el epígrafe, la verdad es relativa. Y cada uno tiene su concepto de esa palabra. Dicho de otro modo, cada uno tiene su concepto de verdad. Y en ese sentido, tenemos una forma de ver las cosas. Por eso, es importante el diálogo constructivo, para entendernos en nuestras realidades y hacer coincidir nuestras diferencias para poder vivir en armonía en comunidad.