“Las casas se construyen con ladrillos.
Los hogares, con valores”
-Anónimo-
Todo lo que está sucediendo a nuestro alrededor altera nuestros sentidos, el cambio climático, la basura en los ríos y en los mares, los problemas escolares, los sociales, la corrupción en la política, la falta de trabajo, la falta de dinero, la violencia en las calles, la letra de las canciones actuales, la facilidad del acceso a la pornografía en internet, la falta de valores en el hogar, la violencia intrafamiliar y…agregue lo que usted considere que falta en la lista.
Nos tocó vivir en una época muy diferente. La época de los divorcios, me dijo mi hijo cuando sostuvimos una conversación sobre lo que pasa hoy en día. Pues sí le contesté. Pero el hecho de que haya muchas familias divorciadas no quiere decir que uno se tenga que desentender de los hijos y de las hijas. Ya ves, le dije, yo me divorcié, ustedes se quedaron conmigo desde pequeños, pero siempre fueron mi prioridad. Seguramente no he sido un padre perfecto, sin embargo, siempre estuve presente. Los llevaba a la escuela, iba por ustedes, cuando llegaban a casa preparaba de comer y ustedes me ayudaban a poner la mesa. Platicábamos mucho. Los dejaba descansar un rato y luego hacíamos las tareas. Jugábamos un poco, preparaba la merienda, se bañaban y a dormir. No sé si recuerdas, hijo, le dije, que siempre les contaba una historia y les hacía magia, a veces, antes de dormir. Dejé muchas cosas personales a un lado, le dije, no es queja, sólo lo menciono para decir que ustedes siempre fueron mi prioridad. Mi más grande prioridad. Me gustaba la idea de que sintieran que su hogar era un lugar seguro, un lugar amable, es decir, que se puede amar, pues, un oasis de tranquilidad. No te imaginas, le dije, qué bonito sentía mi corazón saber que estaban en casa descansando, durmiendo plácidamente, mientras yo me ponía a trabajar en mis proyectos de trabajo mientras escuchaba una música relajante que los ayudaba a descansar. Y no sabes, cuánto extraño esos momentos ahora que ya son mayores y casi no los veo…
Amor, fe, integridad, apoyo, lealtad, comprensión, respeto, solidaridad, comunicación, serenidad y mucha paciencia. Mucha paciencia. Me repetía en la mente mientras recordaba mi historieta favorita cuando era niño.
No voy a negar que también hubo regaños, el poder de la chancla, aunque esta no fue tan común y era más una advertencia para decirles que se estaban acercando al callejón sin salida. No hay nada más fuerte que la familia. Y la familia no es solamente aquella con quien te une la sangre. Es el respeto, el apoyo, la confianza, la honestidad, el sacrificio, el compromiso, el amor y la lealtad lo que te hace ser familia con alguien.
Y todo eso, siento, es lo que se está perdiendo ahora. Dicen que en los pequeños detalles del comportamiento se conoce la calidad, la educación y los valores de la gente. Yo veo que el respeto se va perdiendo. Los hijos no respetan a sus padres, entonces, ¿cómo van a respetar a sus vecinos, a sus maestros, a la gente con la que se encuentran en la calle?
Debemos cuestionarnos qué es lo que sucede. Cómo llegamos hasta aquí. Buscar las posibilidades de reencontrar el camino de regreso a los valores para vivir una vida digna. Una vida buena. Nos dicen que la sociedad está enferma, que la sociedad no tiene valores, que la sociedad se está pudriendo. Pero yo digo que puede haber muchas cosas malas allá afuera, pero si los padres de familia nos pre-ocupamos y luego nos ocupamos de la familia como debe ser, hay muchas y mejores probabilidades de que nuestros hijos sean personas de bien. A pesar de todo lo malo que pueda estar ocurriendo allá afuera.
Manuel García Ferré, historietista argentino, afirma que un chico que es criado en familia, con amor, con ternura y valores, tiene muchas más oportunidades de ser mejor en la vida que aquel chico desamparado que carece de ese marco de contención familiar y que termina sobreviviendo en un ámbito de agresividad y desprotección. A menos que saque la casta utilizando toda la resiliencia posible, agregaría yo.
Cuidemos a nuestros hijos e hijas, seamos ejemplo para ellos. Lo que estamos viviendo, no es más que lo que nosotros mismos hemos creado. Pero se puede mejorar con el apoyo de todos nosotros como sociedad para tener una cultura de la paz para el buen vivir.