“A dónde van ahora mismo estos cuerpos
Que no puedo nunca dejar de alumbrar
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van? ¿Y a dónde van,
a dónde van?”
-Silvio Rodríguez-
Nos conocimos en la universidad. Eran tiempos de estudiantes. Tiempos de búsqueda. Eran tiempos de florecer. Tiempos de sueños por venir. Tiempos de crecer. Eran tiempos de mirar al futuro con entusiasmo. Tiempos de incertidumbre en el amor pero con el deseo de un buen encuentro futuro que prometiera una familia unida y amorosa.
Participamos mucho en la vida estudiantil universitaria. Organizamos fiestas, eventos para los estudiantes. Era un joven mesurado con gesto amable, sonriente, con la palabra amigable, buscando coincidencias para llegar a acuerdos y también siempre fue muy emprendedor.
Convivimos mucho en nuestros tiempos de estudiantes. Al terminar la universidad, él y otros amigos siguieron el camino de la política. Nos desconectamos un buen rato y después de muchos años lo volví a encontrar en una boda en la iglesia de San Jerónimo. Me contó que tenía una empresa que se dedicaba a las filmaciones y fotografía para eventos. Cada vez que nos encontrábamos hablábamos del futuro. Ese futuro prometedor que llegaría muy pronto. Se había casado. Estaba feliz. Muy feliz, diría yo. Se le notaba en el brillo de sus ojos. Y estaba muy entusiasmado con lo que vendría. Y sí. Le llegó su momento. El partido le brindó la confianza para el puesto. Él siguió siendo el mismo de siempre. Buscando puntos de coincidencia. Puntos de encuentro. Siempre amable y sonriente. El gesto amable y la palabra amigable. Nunca tuvo desplantes ni trató mal a nadie. Era el mismo de siempre por eso lo estimaban. Más bien, lo querían. Porque la querencia no es lo mismo que la estima.
La vida estudiantil nunca será igual a la vida después de la universidad. Cuando somos estudiantes soñamos, perseguimos fantasías, perseguimos justicia, perseguimos quimeras. Y cuando nos graduamos, buscamos empleo, buscamos caminos, buscamos amor, buscamos estabilidad. Y eso hace que nos separemos los que nos sentíamos unidos por los sueños. Así pasó con nosotros. Dejamos de frecuentarnos. Sin embargo, insisto, en cada uno de nuestros encuentros casuales retomábamos la conversación de nuestros sueños del futuro prometedor que llegaría un día. Me contaba del amor tan grande que tenía por Ophélie, su esposa y por sus hijos. En aquel entonces orgulloso de sus gemelitos. Y eso le daba ánimos para seguir adelante. El amor a su familia le daba muchas razones para vivir. Era un hombre de familia. Un hombre de bien. Un hombre generoso y un padre amoroso.
Mi cumpleaños coincidió con el ingreso al hospital de mi querido amigo. En esos momentos pensé ¿por qué los amigos dejamos de frecuentarnos? ¿Por qué no nos vimos más seguido? ¿Por qué no nos decimos lo que sentimos y por qué no nos decimos más frecuentemente lo que hemos aprendido de nuestros amigos? Comencé a pedirle a Dios que me diera otra oportunidad para decirle a Erick cuánto lo quería y recé mucho, a cada momento. Celebré mi cumpleaños con mis hijos. Les comenté de la tristeza que sentía por lo sucedido a Erick, mi gran amigo de la universidad. A pesar de la infrecuencia de nuestros encuentros, Erick Castro era un hermano de espíritu. Un compañero de sueños. Entonces recordé esta canción de Silvio Rodríguez: A dónde va lo común / lo de todos los días / el descalzarse en la puerta / la mano amiga. / A dónde va la sorpresa / casi cotidiana del atardecer. / A dónde va el mantel de la mesa / el café de ayer. / A dónde van los pequeños / terribles encantos que tiene el hogar / ¿Acaso nunca vuelven a ser algo? ¿Acaso se van? Y a donde van ¿A dónde van?
Ahora sé a dónde. Todos estos sentimientos se quedan en mi corazón, los atesoro con fuerza porque me dan ánimos para seguir tu ejemplo. Ser mesurado, tener la sonrisa a flor de piel, ser amable y con la palabra amigable, buscar coincidencias para llegar a acuerdos, ser emprendedor y a sentir ese gran amor por la familia como lo sentías tú. De tu partida he aprendido una gran lección. Decir lo que siento en vida. Ya no me dio tiempo, querido Erick, para agradecerte nuestra amistad. Pero desde el fondo de mi corazón, lanzo estas palabras al viento porque ahora eres parte de él. Eres parte de mi universo. Gracias por ser mi amigo. ¡Hasta que nuestros caminos se crucen nuevamente!