“El hombre sabio no debe abstenerse
de participar en el gobierno del estado, pues es un delito
renunciar a ser útil a los necesitados
y una cobardía ceder el paso a los indignos”.
Epicteto de Frigia
(55 D.C.-135 D.C.)
Hace muchos años, dieciséis para ser exactos, leí un libro muy interesante de Andrés Roemer llamado “economía del crimen”. En él se trata el tema del delito y la prevención del mismo. Habla de cómo la violencia afecta a nuestra sociedad en su conjunto y las consecuencias que trae. Menciona que nadie trabaja si sabe que no podrá disponer libremente del fruto de su trabajo. Nadie crea un negocio si sabe que se lo quitaran. Nadie vive por su voluntad en un lugar donde asesinan impunemente a las personas y sus familias. Menciona que la delincuencia es la mayor destructora de la riqueza y la mayor empobrecedora de las naciones… el miedo que produce entre los que no han sido víctimas también provoca enormes costos, pues es uno de los elementos que se toman en cuenta para decidir dónde se hacen las inversiones o en qué países se establecen las personas o empresas para trabajar y ser productivos.
La comisión de los delitos es un problema grave para la sociedad en su conjunto por dos razones: El delito y el daño generado a la víctima, a los familiares y a la sociedad en su conjunto, así como por el miedo y la inseguridad que produce a su alrededor.
La delincuencia y el miedo impiden el desarrollo económico porque reducen la formación de capital humano, pues induce a algunas personas a desarrollar habilidades criminales, en lugar de desarrollar actividades socialmente productivas. A nivel macro, reduce la certidumbre, disminuye la confianza y con eso desincentiva la inversión nacional y, sobre todo, la extranjera.
El tema es de por sí bastante escabroso y con muchas vertientes que trataré en otras ediciones de esta columna. Lo que quiero destacar en estos momentos es que la prevención del delito es mucho más importante que el castigo a la comisión del mismo. Es mejor, como dicen los dichos populares, prevenir que lamentar.
Hemos llegado a un punto tal de la delincuencia que vivimos con miedo. No queremos que nos pase algo lamentable y mucho menos queremos que algo les suceda a nuestros seres queridos. Las autoridades tienen la obligación de desarrollar políticas públicas de prevención del delito, obviamente con la participación de todos nosotros como sociedad pero, desgraciadamente no han existido políticas públicas contundentes y mucho menos, nos han pedido nuestra participación activa. Ha habido uno que otro intento pero al final nada concreto.
En ese mismo libro leí por primera vez la teoría de las ventanas rotas. Me llamó mucho la atención y. ya que el gobierno no implementa acciones contundentes y de participación, lo pongo a consideración para nosotros, la sociedad civil haga algo al respecto.
En 1969, Philip Zimbardo, psicólogo social de la Universidad de Stanford, realizó un experimento que se convirtió posteriormente en teoría. Dicho experimento consistió en abandonar un coche en un barrio pobre, peligroso, conflictivo y de altos índices de delincuencia. Lo dejó en una calle sin placas y con las puertas abiertas. Todo con la idea de observar lo que sucedería. Y por increíble que parezca, sólo pasaron diez minutos para que empezara a ser desvalijado. En tres días ya no tenía nada de valor y después, comenzaron a destrozar el vehículo.
En una segunda fase del experimento, Zimbardo abandonó un vehículo idéntico al anterior y en circunstancias similares. Pero lo hizo en un barrio tranquilo y rico. Pasó una semana y el vehículo permaneció intacto. Zimbardo tuvo una idea. Tomó un martillo y golpeó algunas partes del vehículo y, entre ellas rompió una ventana. Así que el vehículo ahora mostraba señales de maltrato y abandono. A partir de ese momento sucedió lo mismo que en el barrio pobre. El vehículo fue desvalijado a la misma velocidad que el anterior.
Las conclusiones de estos experimentos fueron las siguientes: si en un edificio aparece una ventana rota y no se arregla pronto, alguien, obviamente un vándalo, comenzará a romper el resto de las ventanas. ¿Por qué? Simple y llanamente porque se está transmitiendo un mensaje de abandono. Un mensaje de “aquí nadie cuida esto. Está abandonado. Pues vamos a acabarlo”.
Seguramente ustedes han tenido una sensación de miedo cuando llegan a una colonia done los muros están graffiteados y las calles llenas de baches y algunas construcciones en mal estado y con las ventanas rotas. El mensaje es claro: tenemos que contribuir para que nuestro entorno, las calles de nuestra colonia, sus edificios y sus paredes se encuentren limpios porque el sentimiento de orden y limpieza nos da una sensación de tranquilidad y seguridad. Si mantenemos nuestros entornos urbanos en buenas condiciones, esto traerá como consecuencia una disminución de la violencia. Por eso debemos trabajar de manera conjunta, hombro con hombro, codo a codo, gobierno y sociedad. Todo esto para lograr una cultura de la paz para el buen vivir.