Leí con atención el libro en un día y no sólo pude lograrlo por estar escrito de una manera ligera y divertida, sino porque en sus anécdotas y su relato autobiográfico encontraba múltiples semejanzas con mi propia experiencia como madre primeriza.
Si en algo me identifiqué fue en esos viajes de trabajo que ella realizó durante su embarazo. Me la imaginé perfecto padeciendo nauseas elevadas a la décima potencia mientras viajaba para hacer un reportaje en una isla remota. Fue inevitable recordar mis propios viajes, que al mismo tiempo fueron las primeras experiencias en la naturaleza para mi hijo, aún en mi vientre.
Creo que ya había contado en este espacio que cuando decidí tener un hijo a los 23 años estaba perdidamente enamorada del hombre que había elegido como padre y compañero de vida. Sin embargo, no había dicho que el embarazo y todos los cambios me tenían un tanto asustada.
Así que no quería estar sola, por ello comencé a viajar con mi pareja a todos lados, mientras realizábamos una serie documental sobre áreas naturales protegidas.
Mi primer viaje estando embarazada fue muy tranquilo, en avión, a Baja California Sur, donde además de filmar . El segundo fue a Michoacán, al Santuario de la Mariposa Monarca. Apenas teníamos cuatro meses embarazados, así que las nauseas y los vómitos eran el pan de cada día. Eran semanas difíciles. Nada que comiera decidía quedarse dentro, todo era expulsado casi de inmediato.
A pesar de ello, estar en medio de la naturaleza, en el frío del bosque michoacano, parecía sentarle mejor al bebé y a mí que estar en la ciudad donde hasta el humo de los camiones me hacía marearme y vomitar. Ambos viajes transcurrieron sin contratiempo alguno, así que pensamos que podríamos seguir igual siempre, incluso cuando el bebé ya hubiera nacido.
Mientras estuve embarazada viajé hasta el octavo mes de gestación, principalmente a Tabasco y Chiapas. Conforme la gestación avanzaba, los inconvenientes iban apareciendo.
En Tabasco, por ejemplo, se me hincharon las piernas de tal modo que parecía un elefante bebé caminando por los pantanos. Resulta que los cambios normales del embarazo se conjugaron con un clima terrible, un calor húmedo que superaba los 40 grados centígrados que me provocó la retención de líquidos en forma exagerada. No podía tomar medicamentos, y tampoco es que los tuviera al alcance de mi mano, pues estábamos en la zona de los Pantanos de Centla. Así que mi ginecólogo me recomendó en una llamada telefónica que bebiera agua de limón con semillas de chía. A los pocos días, la inflamación cesó.
No todo fue malo, resulta que como a cualquier persona, en Tabasco los mosquitos me devoraron y hubo un día que conté más de 150 piquetes sólo en una de mis piernas. Dejé de contar porque parecía que no terminaría nunca. De nuevo llamé al médico, porque la comezón era insoportable, pero también estaba el alto riesgo de contraer Dengue o Paludismo, enfermedades muy comunes en aquellas zonas tropicales. No podía ponerme repelente porque las toxinas se absorben por la piel y podían afectar al bebé, pero ya no soportaba la comezón.
Entonces el médico me ordenó inyectarme varias ampolletas de vitamina B12, que dolieron hasta la médula. Pero gracias a ello, mi bebé nació inmune a las picaduras de insectos. Bueno, gracias a ello y a que cuando estuvimos en la Selva Lacandona, en Chiapas, me atacaron cientos de hormigas parientas de las marabunta que me mordieron con singular alegría.
El ginecólogo, que tenía un elegante consultorio en el corazón de Polanco, en la ciudad de México, parecía estar completamente divertido con todo lo que me pasaba. Y es que, según me contaba, la mayoría de sus pacientes limitaban sus actividades y decidían nunca tomar el mínimo riesgo. Por el contrario, yo era siempre una bomba de adrenalina para el pobre médico. Nunca sabía si cuando le llamara sería para saber cómo combatir la urticaria por el piquete de un insecto o para avisar que estaba atrapada en algún recóndito lugar donde tendría al bebé colgada de un árbol, expulsándolo a la tierra selvática.
Así que poco antes de cumplir 32 semanas de gestación me advirtió que si no volvía a la ciudad antes de cumplir ocho meses de embarazo, el no podría responsabilizarse de llevarlo a buen término. Confieso que eso me asustó, así que mi esposo, el equipo entero de producción y yo, emprendimos el camino de regreso para llevarme a casa de mis padres, donde permanecería las últimas semanas, mientras mi compañero volvía al trabajo.
Ese último viaje en mi etapa de embarazada fue por tierra, veníamos desde Chiapas, a paso lento y haciendo varias paradas para que yo descansara y no tener inconvenientes con algún intento prematuro del bebé de aparecerse antes de lo planeado.
Todo iba perfecto, incluso mi compañero me cuidaba en exceso y eso me asfixiaba un poco. Una mañana, estábamos en Córdoba, Veracruz donde hicimos la última escala antes de viajar de corrido hasta el Distrito Federal. Él estaba acomodando las cosas en la parte trasera de la camioneta pickup en la que viajábamos. Él nunca se ha distinguido por tener una gran coordinación en los pies, eso debí saberlo desde que lo vi intentar algo parecido a bailar. Así que al bajar de la camioneta, tropezó con algo y fue a parar justo sobre mi vientre. Comenzó a maldecir la torpeza de sus pies pues, ¿tantos cuidados para que fuera el mismo quien accidentalmente me diera un golpe justo al final de la aventura?
Reconozco que entramos en pánico, comenzamos a imaginar cosas y buscamos un médico cercano. Creíamos que nuestro hijo sería veracruzano por azares del destino, y de los torpes pies de su padre. Sin embargo, el médico confirmó que todo estaba en orden. Lo único que nos dijo era que ese niño no quería salir, que estaba muy cómodo allí dentro, aunque daba unas patadas tremendas que sólo revelaban que ya no cabía.
Así emprendimos el último tramo del viaje. Llegamos a México y en poco menos de dos semanas, nuestro pequeño estaba en mis brazos.
¿Podríamos seguir viajando?, ¿qué tanto cambiaría nuestra nada rutinaria vida de trotamundos? En ese momento pensaba que muy poco, que si había sido un éxito viajar embarazada, lo sería igual con el bebé en brazos. Lo intentamos, y el primer año, las cosas fueron sencillas. El tiempo, y nuestra sobreprotección, las fueron complicando.
Sin embargo, igual que mi querida Irma Gallo relata en su libro, poder conjugar la maternidad con el desarrollo profesional no es sencillo pero no imaginamos la vida de otra manera, y las decisiones tomadas nos han hecho felices, aunque a veces parezcamos pulpos.