Por fortuna la vida y esta maravillosa profesión periodística me llevó en 2013 hasta Milán, Italia. Es la cuna del diseño, la casa del buen gusto donde todo mundo sabe de tendencias, materiales, colores pantone, y un millón de cosas más.
Una semana al año Milán se transforma. Toda la ciudad es una fiesta. Existen presentaciones de novedades en todos los showrooms de las marcas de lujo. Colecciones de muebles, objetos de decoración, productos, envases y todo lo que podamos imaginar es lanzado en Milán durante la segunda semana de abril, con la recién llegada primavera europea.
Los mejores diseñadores del mundo se encuentran en Milán, y también los arquitectos pues en esa misma semana, en el recinto ferial de Rho se lleva a cabo el Salón Internacional del Mueble. Se trata de la exposición comercial reina del mundo del mobiliario. Cada dos años también ahí comparte espacio con Euroluce, que es un salón dedicado al mundo de la iluminación que por supuesto es mucho más que lámparas.
Cuando comencé a planear este viaje a Milán fue a finales del mes de febrero, exactamente hace dos años. Yo era la editora de una revista especializada en diseño interior por lo que asistir al Design Week de Milán era un sueño que estaba a punto de convertirse en realidad.
Traté de agendar algunas citas con diseñadores importantes y, por fortuna, pude tener la certeza de entrevistar al arquitecto francés Jean Nouvel, premio Pritzker, y al diseñador catalán Martí Guixé, todo un iconoclasta en el mundo del diseño. Sin embargo, también hubo sinsabores. No conseguí invitación a la fiesta privada que el diseñador Karim Rashid ofrecía en un lujoso hotel milanés, lo cual sí me dolió. Por fortuna después Karim vino a México y me concedió una entrevista exclusiva donde me desquité, pero esa es otra historia.
El asunto es que cuando llegué a Milán, con mi plan de trabajo aparentemente armado, lo que encontré en realidad era más cercano a una locura absoluta. La ciudad no estaba de fiesta… ¡estaba en medio de una euforia colectiva!
Resulta que más allá de los límites del recinto ferial, en el corazón de la ciudad, no había ni un sólo espacio que no tuviera algún evento o vínculo con la semana del diseño. Hasta los locales más pequeños que en cualquier otra temporada del año tal vez pasarían desapercibidos, abrían sus puertas de par en par y le gritaban al mundo que Milán es y seguirá siendo, la cuna mundial del diseño. Había instalaciones en las calles, los parques, las plazas. Arte urbano, exposiciones, lanzamientos, cocteles, en fin… un mundo de diversión y de información.
Visitar la cuna del diseño y meterme en sus entrañas por una semana, con jornadas laborales de 14 horas diarias, por tener que trabajar en horarios europeo y americano, me enseñó que el diseño forma parte de todo lo que vemos y hacemos en nuestra vida cotidiana. De ninguna manera es algo superficial ni esnob, el diseño tiene que ver con la evolución de una sociedad que busca no sólo consumir más, sino consumir mejor, objetos mucho más funcionales, ecológicos e innovadores.
Pero las mejores experiencias de diseño las viví en tres puntos específicamente. El primero fue la Universidad Politécnica de Milán donde se montó una de las exposiciones más interesantes sobre espacios arquitectónicos de toda la semana del diseño.
El segundo fue Ventura Lambrate, una zona ubicada en el barrio industrial, en la que las galerías se abren para las propuestas de los diseñadores más jóvenes que llegan de todos los rincones del mundo. Sin lugar a dudas, los diseños más innovadores y arriesgados tanto de mobiliario como de productos los pude encontrar en este lugar, y todos habían salido de la creatividad de jóvenes menores de 30 años.
El tercero fue durante muchos años el corazón de la Semana del diseño de Milán. Se trata de Vía Tortona. Cuando mi amigo Ricardo Salas, director de la carrera de Diseño de la Universidad Anáhuac con quien me encontré en las calles de Milán, me dijo que no me dejara impresionar por Vía Tortona porque “ya no es lo que era antes”, realmente traté de ir con una mirada crítica a este lugar. Sin embargo, supongo que como buena novata, no pude resistirme al encanto de la locura y ambiente festivo de Vía Tortona.
No se si se debía a la cantidad inmensa de bebidas energéticas que había consumido durante toda la semana, pero cuando casi al final de mi viaje visité esa emblemática calle, yo ya traía la euforia a todo lo que daba. La primera vez que la visité fue por la tarde, y fue después de asistir a la presentación de un libro sobre Food Design, una corriente del diseño que fusiona la gastronomía con el arte y el diseño, hecho por Martí Guixé, el diseñador estrella al que debía entrevistar.
En esa tarde, donde traía todavía el chip trabajador funcionando a todo lo que daba, me dediqué a visitar showrooms de muebles y traté de distraerme poco. Si acaso me tomé una foto con unos bellos edecanes italianos que me convencieron a punta de sonrisas, pero el resto del tiempo me dedicaba muy concentrada a tratar de asimilar la abrumadora cantidad de información que entraba a mi cerebro.
Al día siguiente volví sólo para ir a buscar el pabellón del diseño chino, porque yo tenía la idea de que los chinos serian vistos como “piratas”, igual que en otros lugares del mundo. Mi gran sorpresa fue que eran los españoles los que eran señalados por todos como “falsificadores” de la esencia del made in Italy. Lo que en realidad encontré en el pabellón chino fue un mundo de muebles preciosos y originales, pensados para consumidores orientales, fabricados en materiales endémicos de China.
Y es que aunque el auge económico del gigante asiático ha llevado a los chinos a ser grandes consumidores, y esperanza financiera, de los diseños europeos, la realidad es que sus tradiciones y cultura les exigen todavía espacios y diseños que un occidental no podría crear mejor que un oriental.
Al salir de ese pabellón, por fin me sentí libre. Lo triste es que estaba a menos de 12 horas de volver a México, apenas había dormido poco menos de 5 horas cada día y estaba más agotada que nunca. Sin embargo, hoy que estoy expectante ante la incertidumbre de si lograré volver en este 2015 a la locura de la semana del diseño en Milán, estoy segura que ha sido una de las experiencias más gratificantes de toda mi carrera y de mi vida como trotamundos.