Los viajes son aprendizaje, ventanas a otras formas de vida. Nueva comida, ropa diferente, nuevas personas, otras costumbres, distintos idiomas. Cuando veo padres y madres que año con año gastan sus pocos días de descanso en los mismos hoteles 5 estrellas con kids clubs, mientras en secreto añoran haber conocido una nueva ciudad colonial o una gran urbe cosmopolita, no quisiera estar en sus zapatos.
Pero una cosa sí hay que aclarar, educar niños viajeros tiene sus secretos o puede volverse una perfecta pesadilla.
La primera vez que viajé con mi hijo él tenía apenas nueve meses de edad. Había decidido que la lactancia materna era la mejor opción para su crecimiento, pero también era muy práctico para el estilo de vida que teníamos como familia. Todo el tiempo estábamos viajando, de un lugar a otro, por tierra y por aire. Cargar pañaleras con leche en polvo, esterilizar biberones, conseguir agua potable para preparar las fórmulas no era algo práctico.
Con el paso del tiempo el bebé fue creciendo y los viajes fueron cada vez menos frecuentes. Cuando fuimos a Europa, mi hijo recién estaba tomando leche en polvo. Viajábamos con poco dinero y me preocupaba no poder alimentarlo adecuadamente por los altos costos de la leche en Europa, así que hice la locura de empacar cinco latas de su leche en polvo en una backpackque estuve cargando todo el viaje. Gran error.
El padre de mi hijo se había adelantado por motivos de trabajo y yo lo alcanzaría en Roma, mi espalda estaba molida pues estaba cargando 5 latas de leche en polvo, una pañalera, una maleta carry on y un bebé de 12 kilos pues, brillantemente, había decidido no llevar la carreola “para no cargar de más”… ja!
Tras ese primer viaje desastroso en el que tuve que comprar una carreola en España, comenzar a darle leche de vaca y dejarme de las tonterías de la “leche de crecimiento” que en Europa sólo consumen los niños enfermos, además de ser víctima de sus vómitos constantes por no haberlo acostumbrado a comer con más variedad, comencé a aprender algunas lecciones.
Con mi segundo hijo la historia ha sido distinta, y los viajes han sido menos, cabe aclarar. Pero si algo he aprendido a lo largo de 18 años de ser una viajera constante es que los seres humanos más fuertes son aquellos que saben adaptarse al entorno.
"Educar niños viajeros tiene sus secretos..."
Así, mis hijos no son de los que me obligan a desayunar en restaurantes con menús y juegos infantiles, ni de esos que pasan 24 horas de cada día de vacaciones en la alberca teniéndome como su esclava cuidadora en una alberca.
Mis hijos han aprendido que las vacaciones son para disfrutar en familia, y eso incluye planes para todos sus miembros. Hoy mis hijos tienen 16 y 6 años respectivamente y no es sencillo encontrar destinos que nos complazcan a todos por lo que optamos por negociar.
Así, cada viaje puede tener un enfoque para algún miembro de la familia, siempre y cuando haya también actividades que los demás puedan disfrutar. Y por supuesto, también hemos aprendido que podemos viajar por separado y eso no nos genera culpas.
Nuestras vacaciones no siempre han sido juntos y no por ello han sido menos divertidas. En ocasiones, mi hijo adolescente tiene sus propios planes con su padre, que es muy aventurero. Mi hijo pequeño y yo entonces nos escapamos a recorrer algún pueblo mágico o a la playa. Otras veces, mis hijos han vacacionado con sus tíos o abuelos mientras yo viajo a Europa o a Sudamérica.
Pero en esta familia hemos aprendido, juntos, que las vacaciones son oportunidades de vivir nuevas experiencias. Comemos en los mercados y sí, claro que nos hemos enfermado algunas veces —kármicamente casi siempre en los viajes de fin de año—, caminamos las calles porque andar los pueblos y ciudades es una experiencia en sí misma, usamos transporte público y tratamos, en la medida de lo posible, de integrarnos a la vida cotidiana del lugar que visitamos.
Viajamos ligeros, eso también ha sido importante aprenderlo. Al principio uno piensa que viajar con niños implica llevar la casa entera en la valija. Nada menos práctico, incómodo e incluso arriesgado. Aprendimos a cuidarnos unos a otros y diseñamos un pequeño protocolo de seguridad, por si algún miembro se extravía. Pusimos reglas mínimas, como comer productos locales, siempre protegernos del sol y estar hidratados, para evitar emergencias médicas.
Viajar con niños no siempre tiene que ser estresante, ni mucho menos tiene que ser un plan reducido a complacerlos a ellos pues los adultos también necesitan descanso. Si no quieren ser de esos padres que vuelven tan cansados de las vacaciones familiares que sólo quieren escapar de nuevo y vuelven frustrados al trabajo, enseñen a sus hijos a integrarse a los lugares que visitan y construyan entre todos, ¡una feliz familia viajera!