Parece que mis extremidades inferiores enfrentan una especie de maldición que las obliga una vez cada determinado número de años, a detener su marcha. O al menos ya ha pasado tres veces en los últimos 15 años.
Estamos en 2019 y por tercera vez estuve en una sala de urgencias esperando que alguien viniera a decirme “necesita una férula” después de haberme tropezado con algún minúsculo y casi invisible obstáculo y haber llegado a alguna clínica con cara de ¿cómo pude ser tan boba?
Al igual que me pasó las otras dos veces, los días de inmovilización me ayudaron a revalorar el privilegio de la movilidad que ignoramos en el día a día y que añoramos cuando de la nada, un accidente te vuelve una persona dependiente hasta para ir al baño.
Como amante de los viajes, me preocuparía que en alguno de los que hago, de pronto ¡zas! Un mal paso y literal terminas arruinado no sólo porque tu viaje se haya detenido, sino porque tal vez olvidaste comprar un seguro de gastos médicos.
Ahora, tener un seguro no nos garantiza que no sufriremos porque no todo tipo de accidentes los cubre la póliza. Así que pon mucho ojo en lo que firmas.
Otra reflexión que tuve mientras estaba inmovilizada es la cantidad de lugares que me habría perdido si no pudiera caminar porque admitámoslo, hay ciudades que parecen haber sido dibujadas y haber escapado de algún lienzo sólo para que tú dejes tus huellas por sus calles y aceras. No imagino mis recorridos por París, Milán, Roma o Lisboa sin la salud de mis dos piernas. Las empinadas subidas para llegar a la catedral de Sacre Coeur en París, o al Castillo de San George en Lisboa jamás las habría podido librar con muletas.
Irónicamente, cuando uno no puede hacer algo parece surgir un deseo irremediable por hacerlo de inmediato. Por ejemplo, yo casi no hago ejercicio y los días que estuve en cama, me entró una tremenda ansiedad por ejercitarme. También me obsesioné con viajar a Taxco (el peor lugar elegido si estás en una rehabilitación por un esguince de rodilla porque sus calles empedradas son una trampa mortal) o a un nuevo destino aún más desafiante para mis frágiles extremidades: Hierve el agua, Oaxaca.
O sea un lugar para recorrer a pie y en una caminata nada ligera se incrustó en mi cabeza y ahora no puedo dejar de pensar en conocerlo. Resulta que Hierve el Agua ha sido reconocido como un probable lugar sagrado de los antiguos zapotecos, que fue situado allí debido, quizás, a sus grandes contrastes naturales, pues está en el corazón de una abrupta sierra que durante el estiaje se caracteriza por su extrema aridez.
En Hierve el Agua se han dado cita numerosos arqueólogos, biólogos y geólogos, por tratarse de un sitio donde se construyó hace más de 2,500 años un complejo sistema de riego del cual aún existen importantes vestigios.
Gracias a estas investigaciones se ha logrado entender la forma de construcción y el funcionamiento de las terrazas y canales que cubren una amplia extensión en torno a la zona del anfiteatro, que es la que recibe visitantes, también se ha determinado que se trata de un antiquísimo sistema de riego, único en su tipo en México, donde los antiguos habitantes desarrollaron una agricultura intensiva orientada al máximo aprovechamiento del agua de los manantiales, en un terreno con pronunciadas pendientes.
Lo cierto es que las fotos que encontré son una maravilla y ahora, esas ganas de conocer el lugar me motivan a recuperar la salud lo antes posible porque no hay nada más importante que jamás permitir que nada detenga nuestras andanzas. ¡Felices viajes!