Tal como se los sugerí a ustedes la semana pasada, yo me escapé a un pueblo mágico durante el pasado puente que nos regaló don Benito Juárez por su pre-cumple. Lo cierto es que aunque me habría encantado que el pueblo mágico elegido hubiera sido Bacalar porque muero por unos días de descanso frente a esa magnífica laguna de colores, no tenia mucho dinero así que tuve que buscar algo que no implicara pagar costosos boletos (ni de avión ni de autobús) y donde las actividades cotidianas también estuvieran al alcance de mi bolsillo.
Recordé entonces que uno de mis mejores amigos se nos volvió fifí de Metepec y dije ¡Claro! Y es que yo no conocía ese pueblo mágico a pesar de estar tan cerca de la Ciudad de México. Hablé con mi amigo y nos enfilamos en un autobús que apenas nos costó 60 pesos por persona con dirección a Toluca, la capital del Estado de México.
Mi amigo nos recibió en una de las paradas a pie de carretera que está pasando Lerma porque resulta que, por increíble que parezca, no hay un autobús directo hasta el centro de Metepec. Y es que por allá todos tienen auto (punto en contra para el pueblito) pues resulta que el pueblo mágico tradicional es el centro histórico pero alrededor existen desarrollos inmobiliarios modernos donde las clases medias y altas de Toluca y algunos godinez de Santa Fe han llegado a poblar en busca de un poco de paz.
Así, aunque este municipio podría considerarse aledaño a la Ciudad de México, lo cierto es que vivir en Metepec no es igual a vivir en Ecatepec o Chalco. No, acá todo tiene un encanto mucho más exclusivo y, según me cuenta mi amigo, a la alta sociedad toluqueña le gusta vivir por acá.
Tras estacionarnos cerca del centro visitamos la boutique especializada en práctica de yoga que la esposa de mi amigo tiene en el mero centro, en una plaza comercial pequeña y encantadora pues conserva la arquitectura tradicional del pueblo, y donde también hay un restaurante que tiene fama de vender las mejores pizzas de los alrededores.
Después caminamos hacia el zócalo donde nos encontramos un puente lleno de candados, sí, así como el puente de las artes en París, pero este no está sobre un río como el Sena, sino sobre una fuente ¡sí una fuente! Por ahí también está una estatua de una sirena que parece la del Starbucks pero pues no, resulta que antes por esa zona era lacustre y se decía que “había monstruos marinos que embrujaban a los hombres”… o sea la leyenda machista que no podía faltar pues. Pero al llegar a la catedral tuve mi primer encuentro de amor con Metepec: los tamales de ollita. Resulta que la forma tradicional de cocinar tamales por acá es en una ollita de barro, no en una vaporera, así que prácticamente los tamales se cuecen en un caldo y no al vapor lo que hace que el sabor de la salsa se impregne mucho más en la masa y queden más suaves. No pues nos enamoramos de los tamales, sobre todo del de pipián y el de fresa que tenía fruta natural… una delicia.
Nos comíamos los tamales mientras veíamos las impresionantes escaleras de la Iglesia del Calvario, que es mucho más pequeña que la Catedral pero mucho más famosa y visitada. Obviamente no subimos porque éramos felices comiendo tamales en las escalinatas y nadie quiere terminar con un paro respiratorio por tragón. Así que nos quedamos a disfrutar del clima fresco y rico de este lugar.
La impresionante escalinata que conduce a la Iglesia del Calvario recibe a los visitantes con la hermosa vista de la imagen que les ha dado identidad a los artesanos alfareros del pueblo: los árboles de la vida, depositarios de una larga tradición que tiene su origen desde la época prehispánica.
Metepec está asentado sobre una zona lacustre y rodeada de pantanos, en las inmediaciones de los ríos Verdiguel y Lerma, por ello fue hogar de fauna pleistocénica cuyos restos quedaron enterrados, y apenas hace pocas décadas han vuelto a salir a la luz en forma de descubrimientos paleontológicos.
La riqueza natural de la región trajo consigo un florecimiento cultural y artístico, sembrando la semilla de la larga tradición alfarera que ha permeado hasta nuestros días. Al principio, se trataba de piezas utilitarias, como vasijas para transportar y almacenar agua y alimentos, que con el tiempo derivaron en cosas más complejas como figurillas humanas y representaciones de la vida cotidiana.
Bajo la sombra de la cultura teotihuacana, en este Pueblo Mágico se asentaron grupos otomíes y mazatlincas cuyas raíces perduran en la actualidad en comunidades aledañas como San Miguel Totocuitlapilco y San Mateo Cuaxustenco. El Cerro de los Magueyes (de donde toma su nombre Metepec) constituyó así un importante centro ceremonial que los evangelizadores españoles pretendieron convertir en un punto de adoración católica. Y sí, por eso frente a la escultura de la sirena, hay un maguey de acero al que también le han puesto un montó de candados del amor… ojalá más personas entendieran que el amor no son cadenas ni candados pero bueno, ese es otro cantar.
Los barrios que integran este encantador Pueblo Mágico están tapizados de pintorescas construcciones con paredes de colores brillantes y techos de teja roja, que albergan galerías de arte, bares, restaurantes, pulquerías, cafeterías y tiendas de artesanías, entre otras, pero también son el hogar de la fuerte tradición religiosa del lugar. Por ello, Metepec está tapizado de templos, dedicados a los santos que protegen y amparan a los metepequeños.
El primero es el Convento Franciscano de San Juan Bautista, edificado en estilo renacentista durante el siglo XVI. Se trata de una austera obra tipo fortaleza, característica de la orden religiosa que habitó en ella. Está conformado por el templo, la capilla abierta, el portal de peregrinos, los claustros y la huerta. Actualmente, funciona como Museo de Arte Religioso, en el que destaca un retablo proveniente de 1570, y por ello el más antiguo que se conserva en el país.
En las paredes de este museo permanecen restos de pinturas murales, que representan acontecimientos religiosos como la Asunción de María y motivos prehispánicos como los caballeros Águila y Jaguar. En sus salas se muestran también los vestigios arqueológicos y paleontológicos encontrados en la zona, como un colmillo fosilizado de mamut y algunos de los códices que han servido para reconstruir la historia de Mesoamérica.
El segundo recinto en importancia es justo la Iglesia del Calvario, que no visitamos por exceso de tamales en nuestros cuerpecitos, pero que se ha convertido en todo un símbolo del pueblo por su ubicación en las faldas del Cerro de los Magueyes. Desde su portal de madera maciza, se puede apreciar la totalidad de la ciudad de Metepec y más allá, hasta la autopista que conduce a Toluca. También llamado Santuario de la Virgen de los Dolores, este templo de estilo barroco alberga en sus profundidades entierros y vestigios prehispánicos que fueron cubiertos a propósito por los franciscanos.
A los pies de este templo puede apreciarse una representación enorme de “La Tlanchana”, personaje de la imaginería indígena que se aparecía entre las aguas de los manantiales, y que los españoles comparaban con las míticas sirenas. Dicha figura es utilizada frecuentemente como base de los árboles de la vida, representaciones de la esencia de la existencia y de las etapas que atraviesan los seres humanos.
Otros templos que vale mucho la pena visitar son las capillas de la Purísima Concepción y de San Nicolás, así como los templos de San Bartolomé, San Miguel y Santa María Magdalena, sobre todo en las fechas de las fiestas patronales de cada santo.
Me contó mi amigo que en Métepec suele haber un festival cultural muy famoso donde en estas escalinatas donde nuestros tamales hacían digestión, se ofrecen espectáculos culturales diversos gratuitos por lo que me prometí volver.
Algunos puntos del municipio son sitios imperdibles. Por supuesto, el mirador que se levanta en lo alto de la Plaza de los Magueyes, un plácido sitio rodeado de estas peculiares cactáceas por donde se puede pasear y contemplar el tiempo pasar mientras se disfruta una deliciosa nieve o un elote preparado.
A escasos kilómetros, hacia las afueras del pueblo, el Parque Ambiental Bicentenario recibe a todos aquellos que busquen realizar actividades deportivas y ecoturísticas, como senderismo, ciclismo, skate, yoga, básquetbol, futbol, paseos en lancha y campamentos de concientización ambiental, además de una amplia zona donde es posible jugar con las mascotas.
Para adentrarse en la extensa obra alfarera de este Pueblo Mágico, resulta muy interesante visitar el Museo del Barro y el Centro de Desarrollo Artesanal. En el primero, se aloja una colección de más de tres mil piezas galardonadas durante 35 años de concursos nacionales, creadas principalmente por artesanos locales, así como las piezas ganadoras del Concurso Nacional de Alfarería Árbol de la Vida, que se realiza desde 1992. No obstante, la pieza más vistosa de este recinto es un mural de barro elaborado por 82 niños metepequeños de entre 8 y 11 años de edad.
En el Centro de Desarrollo Artesanal, las familias de artesanos encuentran un espacio digno y funcional donde pueden adquirir materias primas, elaborar sus obras y prepararlas para su exhibición y distribución. Este lugar cuenta con una bella y amplia sala de exposiciones, donde los turistas pueden acceder a lo mejor del trabajo artesanal regional.
Cerca del 14 de febrero se lleva a cabo el Festival del Amor, en el que se realiza la lectura de la leyenda de San Valentín y las plazas se llenan de parejas bailando sones y danzones, música de mariachi, rondallas y grupos musicales reconocidos a nivel nacional e internacional.
En el mes de la primavera, Metepec recibe a la estación más bella del año con el ritual prehispánico del Fuego Nuevo, en el que se interpretan danzas aztecas en la explanada de la Iglesia del Calvario por los danzantes del pueblo de Ixtlahuaca, se lee poesía y se narran leyendas prehispánicas.
También, en el segundo fin de semana del mes se celebra el Festival Musical Metepec Canta, en la explanada del Parque Juárez y en los centros nocturnos de la ciudad, en el que se intercalan artistas locales y de renombre para interpretar desde trova hasta rock.
La fiesta religiosa más importante del año es la de San Isidro Labrador, el protector de la siembra, que se festeja en mayo con eventos deportivos y culturales, exposición de artesanías, productos agrícolas e industriales, y el Paseo de los Locos, que implica desfile de yuntas, danzas de sembradores y palenques.
Los últimos meses del año se dedican a la cultura con el Festival de la Quimera, en el que participan artistas, músicos, cineastas, pintores, escritores, intelectuales, talleristas y artesanos de México y del mundo, con la finalidad de mostrar todas las riquezas culturales posibles. En este vibrante festival se pueden disfrutar recitales, conciertos, danzas, teatro, conferencias, muestras pictóricas, y exposición de artesanías tanto del Estado de México como de todo el país.
Por último, del 30 de octubre al 2 de noviembre tiene lugar una impresionante exposición de ofrendas, que se instalan en la Casa de Cultura de Metepec y en las escalinatas del Calvario, cada año con temáticas y materiales diferentes. En ella, diversas escuelas e instituciones presentan sus propias ofrendas, aunque la pieza central corresponde a los restos óseos de un entierro matlatzinca encontrado en el Cerro de los Magueyes.
A un lado de las escalinatas se encuentra un mercado de comida, de aspecto muy sencillo pero que alberga una gran muestra de la riqueza culinaria de la zona, representada por deliciosas aguas de fruta, café de olla, tortas, tacos y antojitos como enchiladas, flautas, sopes, quesadillas y unos deliciosos pambazos de mole verde. También, en los alrededores del centro existe una enorme variedad de bares, cafeterías y restaurantes, como la encantadora El Quintal, la Hacienda Los Olivos y La Cantrina.
Metepec es un pueblo alfarero por excelencia. Quienes visitan este magnífico pueblo mexiquense, por lo general resultan asombrados por las verdaderas obras de arte que realizan los maestros alfareros del lugar. Basta con pasear por pintorescos barrios como Santa Cruz, San Mateo, San Miguel, Coaxustenco y Santiaguito, en algunas de las muchas tiendas de artesanías que allí se localizan, para hallar antojables piezas: soles y lunas, calaveras, candeleros, imágenes sacras, coronas para celebrar el adviento y muchas otras más.
Existen opciones de hospedaje para todos los gustos en este bello Pueblo Mágico. Una de las más interesantes es el Bio Hotel Metepec, lleno de obras de arte debido a que en el pasado fue un taller artesano y casa de una de las familias más reconocidas de Metepec; además, cuenta con numerosas ecotecnologías para provocar el menor impacto ambiental posible. Por su parte, en las Villas La Muralla y en el Gran Hotel Plaza Imperial pueden disfrutarse instalaciones lujosas y amplios espacios de descanso.
Así que ya lo saben, no hay destino que no valga la pena conocer, por muy cerca que esté de nuestras grandes urbes. ¡Felices Viajes!